Por DAVIDE BIANCO
Sin lugar a dudas, Carlo Cafiero (1846-1892) fue una figura muy importante para la historia del socialismo y del anarquismo. Particular, pero sin duda importante. Compendió el Libro Primero de El Capital de Marx (1), fue su seguidor y difusor de las ideas socialistas. Consecuentemente, en el periodo de ruptura entre la corriente marxista y la bakuninista, en el seno de la Internacional, optó por la vía anarquista.
Descendiente de familia acomodada, tras una juventud primero de seminario y después de vida mundana, y a disgusto en ambos ambientes, maduró su rabia contra la injusticia, el prestigio social y el enriquecimiento. Comprendió que el mal venía de la sociedad burguesa, del capitalismo garantizado por la propiedad privada y por el Estado, organización cómplice.
Renunciando a su clase, abandonó la condición en la que nació, se lanzó enteramente, como se suele decir, con alma y corazón —¡y también con la cartera!— a la lucha revolucionaria junto a los excluidos, a la plebe, a los explotados, los últimos de los últimos, quienes según él habrían redimido el mundo.
Vivió con Bakunin en la villa Baronata de Minusio (Suiza) en los primeros años setenta del siglo XIX, después también en Castañola, al pie del Monte Brè, en Lugano. Errante por Europa entre congresos y encuentros anarquistas, entregó toda su energía a la conspiración. Escribió textos de gran influencia para quienes fueron los compañeros de su tiempo y también para las generaciones sucesivas de militantes.
Comunismo y anarquía fue la síntesis que siempre buscó con escritos, debates… y hechos. Con Malatesta y otros partidarios de la Idea intentó alimentar la llama revolucionaria entre las gentes del sur de Italia, en el Matese. Ocuparon pueblos, izaron la bandera rojinegra, entraron en los ayuntamientos y quemaron los documentos que acreditaban la propiedad e intentaron «instaurar» —hablando a los habitantes— el comunismo libertario.
Fue profeta de un mundo nuevo que debía erigirse sobre las cenizas del viejo, humeante, lavado con la sangre y purificado con el fuego. Su abnegación total le llevó a conocer la prisión y, finalmente, la muerte en el manicomio. Sea por el tipo de vida que llevó o sea por otras causas, ese fue el trágico fin de una persona que se dedicó enteramente a un ideal que no era una moda, una simpatía o la participación esporádica en una manifestación.
En el periodo de la gesta de Ravachol y de otros ilegalistas que hicieron un flaco favor al anarquismo, así lo recordaba Malatesta a Mazzotti (íntimo amigo de Cafiero): «Carlo es grande sobre todo por su naturaleza íntima, por el tesoro de afectos, por la ingenuidad de la fe que poseía. No hay que perder estos recuerdos, sobre todo hoy que tenemos la necesidad de elevar el nivel moral de los anarquistas, que tenemos que reaccionar ante el egoísmo y la brutalidad que nos invade, para volver al desinterés, al espíritu de sacrificio, al sentimiento de amor del que Carlo fue un espléndido ejemplo»(2).
Hombre de gran corazón, elegante en las relaciones pero combativo y radical. Así lo recordaba Kropotkin: «un hombre incapaz de hacer daño a nadie, y sin embargo, tomó un fusil y marchó a las montañas de Benevento»(3).
Para algunos podría ser un poco Quijote; una persona loca que ha consumido la propia vida para morir en la locura, según otros. Pero al leer su historia se me ocurre imaginarlo como un ejemplo de empeño fuera de todo límite, a galope tendido, desinteresado y honesto, que se lanza contra cualquier injusticia. Que se lanzaría hoy, justamente, contra quienes predican el fin de la Historia e inoculan el inmovilismo en la mente de la gente.
TIERRA Y LIBERTAD
Nº 353 - Diciembre 2017
Nº 353 - Diciembre 2017
(1) Esta obra de Cafiero (Compendio de El Capital de Karl Marx) acaba de ser reeditada por Ediciones Antorcha.
(2) Pier Carlo Masini, Cafiero, Rizzoli, Milán 1974, p.37.
(3) Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario, Cajica, México 1965, p.597.
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