sábado, 30 de agosto de 2014

La manipulación policial de Louise Michel

«El arresto de Louise Michel»
de Girardet.

Por JACQUES DE LAUNAY

Los literatos siempre han sido presas fáciles para los policías, porque, como dicen los historiadores, «los escritos perduran». Los políticos cuyas «palabras vuelan», son menos vulnerables.

Hay que añadir que su candor o, si se prefiere, su ingenuidad política, es mayor ante la policía. Esos seres, en los que el espíritu prevalece sobre la acción, arrastrados por sus impulsos generosos, son pocos desconfiados y fácilmente engañados.

Así ocurre con Louise Michel (1830-1905), «incendiaria» según los versalleses del señor Thiers y «virgen roja de la Comuna» según sus admiradores. Hija natural de un «castellano» [propietario de una quinta de lujo] y de su criada, es en principio una maestra feminista que se adhiere luego a las ideas revolucionarias de la Internacional y se alinea fogosamente en la oposición republicana. En 1871 se la vio en las barricadas animando a la resistencia, y luego, durante la marcha sobre Versalles, jugando a las ambulancieras intrépidas. Cuando se entera de la detención de su madre, se entrega a las tropas regulares. Un consejo de guerra la condena a la deportación en Nueva Caledonia.

Louise Michel va acompañada por Rochefort, pero, menos afortunada que éste, no regresará a Francia hasta después de la amnistía de 1880.

El prefecto de policía Andrieux nos relata así su regreso:
Esperada desde hace tiempo por sus amigos políticos, la señorita Louise Michel no llega a París hasta el 9 de noviembre de 1880.

A mediodía, desciende en la estación de Saint-Lazare, acompañada por cinco o seis amnistiados.

Agrupadas en la calle Ámsterdam y en la plaza del Havre, seis o siete mil personas la saludaron con los gritos repetidos de «¡Viva Louise Michel!».

El señor Rochefort, después de haberla abrazado, le da el brazo para salir de la estación.

A lo largo de los cincuenta metros que tuvo que recorrer para llegar al coche que la esperaba en la esquina de la calle de Londres, la que entonces era llamada «la gran ciudadana» fue objeto de una ovación entusiasta. A los que la acompañaban les costó mucho trabajo abrirle paso entre la multitud.

Algunos exaltados quisieron desenganchar los caballos del coche al que ella había subido. Los guardianes de la paz se interpusieron e hicieron que los caballos aceleraran la marcha.

A partir de aquel día, la señorita Louise Michel forma parte destacadamente en el movimiento socialista, y desde entonces su nombre aparece a menudo en mis informes.

Louise Michel habla con sus amigos de asaltar el Palais-Bourbon y unos confidentes avisan a la policía. El prefecto Andrieux quiere saber más y prepara una trampa.
Envié a un burgués, bien vestido, en busca de los más activos y de los más inteligentes de ellos. Este hombre les explicó que, habiendo adquirido cierta fortuna en le comercio de la droguería, deseaba dedicar una parte de sus rentas a favorecer la propaganda socialista. Ese burgués que quería ser confidente no inspiró ninguna sospecha a los compañeros. Deposité por su mano una fianza en las cajas del Estado y el periódico La Révolution Sociale hizo su aparición.

Era un periódico semanal, porque mi generosidad de droguero no llegaba para pagar los gastos de un periódico diario.

La señorita Louise Michel era la estrella de mi redacción. No necesito decir que la «gran ciudadana» era inconsciente del papel que se le hacía interpretar y confieso, no sin cierta confusión, la trampa que habíamos tendido a la inocencia de algunos compañeros de ambos sexos.

Todos los días se reunían, alrededor de una mesa de redacción, los representantes más autorizados del partido de la acción: se abría en común la correspondencia internacional; se deliberaba sobre las medidas que había que tomar para acabar con «la explotación del hombre por el hombre»; se daba cuenta de las fórmulas que la ciencia pone al servicio de la revolución.

Yo siempre estaba representado en los consejos, y daba mi opinión si era necesaria.

Los compañeros habían decidido en principio que el Palais-Bourbon debía ser asaltado… Se deliberó sobre la cuestión de saber si no convendría más comenzar por algún movimiento más accesible: el Banco de Francia, el palacio del Elíseo, la prefectura de policía y el Ministerio del Interior fueron discutidos sucesivamente y luego desechados en razón de la vigilancia demasiado activa de que eran objeto.

La destrucción de una iglesia parecía más fácil; también se habló del monumento expiatorio.

Finalmente se acordó que, para abrir boca, se atacaría primero la estatua del señor Thiers, recientemente inaugurada en Saint-Germain.

Estábamos muy lejos de las amenazas proferidas el día 13 de mayo de 1881 por Louise Michel en el grupo revolucionario del distrito 18º, cuando, en impulso irreflexivo, la «gran ciudadana» exclamó: «Pero mirad lo que pasa en Rusia: mirad al gran partido nihilista. Ved a sus miembros que saben morir tan audazmente, tan gloriosamente. ¿Por qué no hacéis como ellos? ¿No tenéis picos para excavar subterráneos, dinamita para volar París, petróleo para incendiarlo todo?»

«Imitad a los nihilistas, y yo estaré al frente. Solamente así seremos dignos de la libertad, podremos conquistarla. ¡Sobre los pedazos de una sociedad podrida que se desmorona por todas partes y de la que todo buen ciudadano debe deshacerse a sangre y fuego, estableceremos el nuevo mundo social!»

Los compañeros partieron hacia Saint-Germain llevando la máquina infernal: era una lata de sardinas llena de algodón, pólvora y cuidadosamente envuelta en un pañuelo.
La estatua apenas fue manchada. Y Louise Michel pudo reanudar sus discursos incendiarios. Llevando una vida miserable, interrumpida por doce años de estancia en la cárcel, distribuyó entre los pobres los pocos bienes que poseía e incitó a la acción a sus amigos anarquistas, que enseguida dejaron de tomarla en serio.

Policía secreta, secretos de policía
(1989)

2 comentarios:

  1. Esta lectura me ha recordado la frase de Malcom X: “Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”.

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    1. Este historiador belga en su mismo libro habla también sobre Bakunin, y termina diciendo:

      «Por consiguiente, el ejemplo de Bakunin no es significativo, por falta de rastros en lo que se refiere a esa cuestión de los recursos, pero decenas de otros líderes izquierdistas han sido manipulados y retribuidos indirecta e inocentemente por la policía o por los conservadores que trataban a la vez de ser informados de sus proyectos e iniciativas, de empujarlos a excesos por provocación y de servirse de ellos para luchar, mediante una demagogia utópica, contra la izquierda organizada y representativa de las corrientes sociales que ésta expresa.»

      http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2014/05/los-dineros-de-bakunin.html

      Lo que me da a pensar que, tal vez, detrás de este otro «revolucionario» también estén otros conservadores, como la Conferencia Episcopal...
      ¿Quién estará tras la financiación de la edición de sus libros?

      http://esfuerzoyservicio.blogspot.com.es/

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