Emma Goldman, revolucionaria, feminista y anarquista. |
Atlántica XXII
18 febrero 2013
Hablar de Emma Goldman (Lituania 1869-Canadá 1940) es hablar de libertad; no se puede pensar en ella sin evocar la palabra que la acompañó a lo largo de toda su vida. Su biografía, salpicada de avatares y acontecimientos extraordinarios, es un fiel reflejo de su pensamiento, de sus ideas: persecución, censura, cárcel, deportación; no otra cosa podía esperarle a esta mujer de entre siglos, osada y atrevida, testigo directo de tantos acontecimientos históricos en Europa y América. Y a pesar de tantos obstáculos, nada de ello consiguió mantenerla silente o pasiva.
Sus aportaciones al pensamiento político y social del siglo XIX y XX no se pueden resumir en un solo campo, ya que su versatilidad temática ha sido amplia, abarcando muy diferentes cuestiones; sin embargo en todas ellas subyace un denominador común, como una guía que vertebra todo su discurso: la libertad como principio, como leitmotiv de toda su vida y pensamiento. Su lucha obstinada e incondicional por la más absoluta y total libertad, en materia de derechos civiles y políticos, laborales, sexuales y culturales. Ese y no otro es el hilo conductor de toda su biografía y la pauta necesaria para entender a cabalidad el pensamiento y el alcance de esta rara avis, mujer nacida fuera de su tiempo.
Todos los temas los abordó con gran pasión y convencimiento, dada la fuerza de su carácter y marcada personalidad, pero tal vez no sea exagerado aventurar que de todos los frentes a los que dedicó su obra, fue el feminismo el de mayor importancia, hasta el punto de poder ser considerada la representación del arquetipo de la nueva mujer en el siglo XX, y por ende, una de las figuras femeninas más importantes de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Sus ideas en torno al tópico femenino implicaron una revolución de la moral social de la época, poniendo en jaque el puritanismo decimonónico; denunció abiertamente el papel secundario al que estaban relegadas las mujeres, («rezagos de centenares de años de sumisión y de esclavitud», también en el ámbito sexual, siendo pionera en la defensa pública del control de la natalidad (lo que le implicó su encarcelamiento) y del amor libre («¿Amor libre? Si hay algo en el mundo libre, es precisamente el amor.»), reivindicando el derecho al goce y placer de la mujer, en la línea de Freud, su maestro en Viena.
Nacida el 17 de junio de 1869 en Kovno (Kaunas, Lituania), región desgarrada por tensiones sociales y políticas, su infancia en el gueto judío de la Rusia zarista no fue fácil bajo la tutela de un padre autoritario; por añadidura la situación económica y financiera de la familia, de clase media baja, distaba mucho de ser desahogada o próspera. Desde el zar Nicolás I «la mayoría de los judíos quedaron confinados al estrecho territorio de la 'zona de residencia' (área circundada por un cordón sanitario), no se les permitía salir de los pueblos y las ciudades donde habían sido registrados, estaban excluidos de la Administración pública y de la agricultura y finalmente rara vez se les permitía trabajar en otra industria que no fuese la del vestido». En 1881, cuando Emma tenía 12 años, la familia consigue, sobornando a los soldados de la patrulla, trasladarse a San Petersburgo a través de la nieve y arroyos helados, instalándose nuevamente en el gueto. En esta ciudad, centro industrial y cultural de la Rusia de aquel momento, tuvo la autora sus primeros contactos con el movimiento nihilista de la época, al que se relaciona con el asesinato del zar Alejandro II, (lo que tenía sumida a Rusia en un virtual estado de guerra civil); ello sin duda constituyó el antecedente teórico de su posterior pensamiento político libertario y antiautoritario, en la órbita de sus compatriotas Tolstoi, Bakunin o Kropotkin, y también de Thoreau, Proudhon o Nietzsche.
En 1885 con sólo 16 años logra su sueño de emigrar a los Estados Unidos junto con su hermana mayor; su ansiada llegada al «país de las libertades» coincide con la instalación y montaje de la famosa Estatua de la Libertad en la bahía de Nueva York, lo que pudo comprobar personalmente desde la cubierta del barco que la transportaba. No se imaginaría entonces que el que fuera su país de adopción durante más de treinta largos años, no estaba preparado aún para tanta audacia, y terminaría expulsándola y deportándola a Rusia en 1919, al ser sus ideas demasiado peligrosas y avanzadas para la época. Estados Unidos nunca la readmitió en vida dentro de sus fronteras (salvo una corta estancia de tres meses), y sólo tras su muerte en Canadá se autorizó el traslado de sus restos para ser sepultada en Chicago, conforme a su última voluntad. Sus ojos fueron testigos de los históricos acontecimientos y dramas que vivió el mundo en el siglo pasado (la Primera Guerra Mundial, la Guerra de Independencia cubana, la Revolución mexicana, la rusa, la Guerra Civil española…), no limitándose su papel a ser tan sólo observadora, sino la voz activa de la permanente denuncia de los abusos e injusticias. Su vida transcurre a la par de los momentos más decisivos de la historia moderna, ante los cuales no adoptó fáciles posturas de indiferencia o distanciamiento, sino que por el contrario, no desaprovechó esa oportunidad para implicarse y comprometerse con cada momento y suceso histórico que le tocó vivir.
Emma en sus años de juventud. |
Sus ideas la llevaron a la cárcel en numerosas ocasiones, sus mítines y discursos fueron a menudo suspendidos por la policía, y finalmente pagó con su destierro la osadía de decir sin temores ni cortapisas lo que pensaba en todo momento. La coherencia y valentía son una constante en su modo de pensar y actuar, pues nunca midió riesgos a la hora de defender públicamente una causa que consideraba justa, asumiendo con obstinada entereza las consecuencias de su militancia. Humanista, pacifista y antimilitarista, para ella las causas humanísticas siempre tendrían la prioridad.
Despertar político
Su despertar político estuvo fuertemente marcado por el caso conocido como «los mártires de Chicago», uno de los peores crímenes judiciales que tuvo lugar en esa ciudad el 11 de noviembre de 1887; en dicha fecha fueron ahorcados los sindicalistas Albert Parsons, August Spies, Adolf Fischer y George Engel (Louis Lingg se suicidó en la celda para evitar ser ahorcado) defensores de la jornada laboral de ocho horas; el delito que se les imputó fue el de complicidad en acto terrorista, aunque toda su participación se redujo a haber intervenido el 4 de mayo como oradores en un mitin en la plaza Haymarket a favor de la reducción de la jornada laboral en el momento en que explotó un artefacto, de autor anónimo, que mató a un policía cerca del lugar. El juicio, a decir de Emma Goldman, «resultó ser la peor maquinación de la historia de los Estados Unidos» que concluyó con «el asesinato judicial» de cinco inocentes, y la cadena perpetua para otros dos. La impresión que le causó tal injusticia la marcó definitivamente el resto de su vida, como a tantos otros de su generación, al punto de que cincuenta y tres años después de aquellos sucesos, sus restos reposarían al lado de los Mártires de Chicago, como fue siempre su deseo. Desde los sucesos de Haymarket se conmemora internacionalmente el Primero de Mayo como el día internacional del trabajo, en homenaje a los Mártires de Chicago.
Posteriormente tuvo lugar en Pittsburgh (Pensilvania) otro lamentable suceso que tuvo gran trascendencia en la vida de la autora y que la unió con el que fuera su compañero y amigo durante 50 años, Alexandr Berkman (1870-1936), con quien compartió origen y destino vital. Al igual que ella, era de origen judío-ruso y había emigrado a los Estados Unidos en 1888. En 1892, queriendo apoyar a los huelguistas de la siderurgia de Hamestead, dispara al magnate y empresario Henry Clark Frick, al considerarlo responsable de la muerte de diez trabajadores, entre ellos un niño, por haber dado la orden a su policía particular de dispararles a quemarropa a pesar de que estaban desarmados. Mientras Frick resultó ligeramente herido y no se le exigió responsabilidad alguna por las diez muertes, Berkman es condenado a 21 años de cárcel, en un juicio plagado de irregularidades, de los que finalmente cumple 14 (y ello a pesar de que legalmente la condena máxima por homicidio frustrado en aquel entonces era de siete años); Emma Goldman dedicó todos esos años a tratar de conseguir una conmutación de la pena, defendiéndolo sin descanso y denunciando la arbitrariedad de la justicia. Con ella también fue arrestado y deportado en 1919 a la Rusia soviética, y juntos abandonaron ese país dos años después. Enfermo, Berkman se suicidó en Niza (Francia) en 1936. Es autor de Memorias de la Cárcel de un Anarquista (1912), El Mito Bolchevique (1922) y El ABC del Comunismo Libertario (1928).
Emancipación de la mujer
Aunque hoy en día las ideas de Emma Goldman en el campo de la liberación femenina siguen siendo plenamente vigentes y actuales, en aquel momento se situaba a la vanguardia de la autonomía y emancipación de la mujer, por atreverse a hablar, por ejemplo, de amor libre, en una sociedad y en un momento donde este tipo de consideraciones sólo podían ser hechas por varones, y no precisamente en su sano juicio. De hecho muchos de sus compañeros anarquistas, hombres, no compartían tal parecer. Su particular visión sobre el sufragio femenino (recogidas en el ensayo titulado El sufragio Femenino) hizo que tampoco fuera siempre bien comprendida por algunas feministas de su tiempo, pues con frecuencia se opuso a que las mujeres se entregaran tanto en la conquista del derecho a votar. La dedicación y la pasión que se había puesto en esta batalla, decía, no era proporcional a los resultados que se esperaba obtener; el sufragismo le parecía estéril si con él no venía una modificación sustancial en el sitio ocupado por las mujeres en la sociedad burguesa. El feminismo de Emma Goldman está totalmente articulado a su visión de la vida: para ella «el actual sistema político es absurdo y completamente inadecuado para satisfacer las apremiantes exigencias de mejoramiento, de justicia, de la vida moderna», por eso cuando compara los logros alcanzados por el varón, que sí ha tenido el derecho a votar, afirma:
«¡EI pobre y estúpido ciudadano libre norteamericano! Libre para morirse de hambre, libre para vagar por las calles de las grandes ciudades y del campo; él disfruta de la bienaventuranza del sufragio universal, y con su derecho forjó las cadenas que arrastran sus pies. (… )
»Innecesario sería decir que no me opongo al sufragio femenino; en el sentido convencional de la idea pura, debería ejercerlo. Ya que no veo por cuáles razones físicas, psicológicas y morales la mujer no posee los mismos derechos del hombre. Mas esto no me ciega hasta llegar a la absurda noción que la mujer ha de llevar a cabo cosas en las que el hombre fracasó. Si ella no las hará peor, tampoco las hará mejor.»
Así mismo critica, con gran lucidez, y de una manera única en aquellos tiempos, la falta de igualdad que defienden las sufragistas, dado que sólo se vindicaba el derecho al voto para una minoría de mujeres, quedando excluidas las pobres, negras, prostitutas, etc.
«También las sufragettes carecen de un concepto claro de lo que es verdaderamente la idea de igualdad. ¿No lo comprueba ese tremendo, gigantesco esfuerzo que están llevando a cabo para conseguir un puñado de conquistas que beneficiarán a un grupo de mujeres propietarias, sin que nada se provea para la vasta masa de los trabajadores? (…) ¿qué actitud adoptarán al cobrar fuerza de ley el proyecto Shakleton, que solamente beneficiará a las de una situación económica superior?. (…)
»¿Qué sería de los ricos si no fuera por el trabajo de los pobres? ¿En qué se convertirían esas parásitas señoras, que derrochan en una semana lo que sus víctimas ganan en un año? ¿Igualdad? ¿Quién oyó semejante cosa?»
También les cuestiona sus contradictorias idea de la igualdad frente al hombre, al afirmar en el mismo ensayo que «la mujer pide iguales derechos que el hombre, y asimismo se indigna si con su sola presencia no puede herirlo de muerte: porque fuma, no se descubre ante ella y no le cede el asiento instantáneamente, como impulsado por un resorte. Se considerarán estas cosas muy triviales, sin embargo, para la verdadera naturaleza de las sufragistas norteamericanas, es algo capital».
No sin ironía afirma: «Se me ha de presentar como enemiga del movimiento feminista y de la mujer en general (…) Sí, muy bien puedo ser considerada una enemiga de la mujer; pero si puedo conducirla por un camino en donde la ilumine la luz de la razón, no he de lamentarme.»
Para Emma Goldman el proceso de construcción y liberación interna de la mujer sólo puede llevarse a efecto «primero, afinándose como carácter y como individualidad libre, y no como un objeto de placer; segundo, rechazando todo derecho que se quiera imponer sobre su cuerpo; rehusándose a procrear, cuando no se sienta con necesidad de hacerlo, negarse a ser sierva de Dios, del Estado, de la sociedad, del marido, de la familia, simplificando su existencia tornándola más profunda y rica en nobleza. Solamente esto, y no el voto político, habrá de libertar a la mujer».
Unión de hombres y mujeres
En otro de sus ensayos dedicado al pensamiento feminista, titulado La Tragedia de la Emancipación de la Mujer, propone la unión de hombres y mujeres como motor de vida, frente a las diferencias reivindica las semejanzas, la complementariedad, siendo así una precursora del feminismo de la igualdad: «el hombre y la mujer han de poder encontrarse sin antagonismo alguno. (…) Comprenderse mutuamente es para mi suficiente.» «La completa emancipación de la mujer, habrá que barrer de una vez con la ridícula noción que ser amada, ser querida y madre, es sinónimo de esclava o de completa subordinación. Deberá hacer desaparecer la absurda noción del dualismo del sexo, o que el hombre y la mujer representan dos mundos antagónicos. (…) Una sensata concepción acerca de las relaciones de los sexos no ha de admitir el conquistado y el conquistador.»
Al abordar la cuestión emancipatoria de la mujer lo hace una vez más desde su particular punto de vista libertario, al poner el énfasis en las cuestiones sociales, situando el problema en las concretas y reales condiciones sociales y laborales del momento, pues según su parecer de poco le puede servir a la mujer su estrenada independencia, y consiguiente libertad para escoger su profesión, su horario de trabajo, y finalmente sus condiciones de explotación laboral. Por añadidura, después de una extenuante jornada de trabajo, la mujer emancipada tenía que continuar sus labores en la casa, donde la esperaban sus hijos, su marido, sus hermanos y todos aquellos que argumentaban y defendían el derecho de la mujer a la libre contratación del trabajo, a la huelga y a la jornada laboral de ocho horas; «¡Gloriosa independencia ésta!. (…) Esa sedicente independencia, con la cual apenas se gana para vivir, no es muy atrayente, ni es un ideal», así no es de extrañar que ante tales dificultades la autora afirme, no sin cierta ironía «ahora la mujer se ve en la necesidad de emanciparse del movimiento emancipacionista si desea hallarse verdaderamente libre».
Dando un mitin contra la guerra en Nueva York en el año 1916. |
Respecto a los condicionamientos sociales, la moral y los prejuicios sociales propios de la época, que socavan la libertad de la mujer, Goldman se muestra muy crítica, al afirmar que,
«Repetidas veces se ha hecho comprobar que las antiguas relaciones matrimoniales se reducían a hacer de la mujer una sierva y una incubadora de hijos. Y no obstante, son muchas las mujeres emancipadas que prefieren el matrimonio a las estrecheces de la soltería, estrecheces convertidas en insoportables por causa de las cadenas de la moral y de los prejuicios sociales, que cohíben y coartan su naturaleza.
»La explicación de esa inconsistencia de juicio por parte del elemento femenino avanzado, se halla en que no se comprendió lo que verdaderamente significaba el movimiento emancipacionista. Se pensó que todo lo que se necesitaba era la independencia contra las tiranías exteriores; y las tiranías internas, mucho más dañinas a la vida y a sus progresos —las convenciones éticas y sociales— se las dejó estar, para que se cuidaran a sí mismas, y ahora están muy bien cuidadas. (…)
»Necesitamos que cada vez sea más intenso el desdén, el desprecio, la indiferencia contra las antiguas tradiciones y los viejos hábitos. (…) El derecho del voto, de la igualdad de los derechos civiles, pueden ser conquistas valiosas; pero la verdadera emancipación no empieza en los parlamentos, ni en las urnas. Empieza en el alma de la mujer. (…) tendrá toda la libertad que sus mismos esfuerzos alcancen a obtener (…) cortando el lazo del peso de los prejuicios, tradiciones y costumbres rutinarias.»
En conclusión, ante la emancipación como ante el sufragio, muestra su escepticismo vital sin llegar a estar en contra, pues no defiende una vuelta al pasado («ni relegar a la mujer a su antigua esfera, la cocina y al amamantamiento de las crías»), pero tampoco se deja cegar por lo que considera fetichismos sociales, algo que queda a medio camino, inconcluso e insuficiente para mejorar, real y efectivamente, la situación de la mujer.
El matrimonio, una farsa
Dentro de las instituciones a las que dirige una ácida crítica se encuentra el matrimonio, al que considera «una farsa para pagar tributo a la opinión pública», «un arreglo económico, un pacto de seguridad». En su ensayo titulado Matrimonio y Amor parte del presupuesto de que «el matrimonio y el amor nada tienen en común, son completamente antagónicos», y no hace concesiones, cuando afirma, de un modo radical, que a la mujer la condena «a una vida de dependencia, al parasitismo, a una completa inutilidad», convirtiéndola en «un ser que está sometido a otro ser». Por el contrario, para la autora «el amor no necesita protección, se basta a si mismo», idea que enlaza con su denuncia permanente contra el puritanismo propio de la época. En su ensayo La Hipocresía del Puritanismo desarrolla el motivo de su crítica: «el puritanismo fijó una concepción de vida inamovible; se basa en la idea calvinista por la cual la existencia es una maldición que se nos impuso por mandato de Dios. Con la finalidad de redimirse, la criatura humana ha de penar constantemente, deberá repudiar todo lo que le es natural, todo sano impulso.» Y a decir de la autora, Norteamérica es uno de los países donde se refugió el «provincianismo puritano», «la fortaleza de los eunucos puritanos»; razón no le faltaba si consideramos la cantidad de veces que sus conferencias fueron canceladas y ella misma fue detenida por el solo hecho de expresar sus ideas. Cuando en el mismo ensayo afirma que «los métodos preventivos para regular la fecundidad femenina, aun los más seguros y científicos, son absolutamente prohibidos; y la sola mención de ellos podrá atraer a quien los enuncie el calificativo de criminal», habla con conocimiento de causa, al haber sido condenada ella misma a cárcel por tal motivo. Creía firmemente que ni el Estado ni la religión podían decidir sobre un asunto que pertenecería a la más absoluta y responsable libertad personal. La llamada «ley seca», que prohibía la venta de alcohol, también la considera una farsa, pues por propia experiencia sabe que «en ningún sitio se encuentran tantos borrachos como en las ciudades donde rige el régimen prohibitivo». Concluye citando a Hippolyte Taine, que «el puritanismo es la muerte de la cultura, de la filosofía y de la cordialidad social; es la característica de la vulgaridad y de lo tenebroso».
Un pensamiento tan avanzado y vanguardista para la época la hizo también pionera en la defensa pública de los homosexuales.
Anarquista
En lo que respecta a su planteamiento anarquista, en palabras de Peirats, parte de un rechazo tanto de los regímenes totalitarios (sean estos fascistas o comunistas) como del régimen democrático a la usanza; para ella la pretendida 'democracia' implica un grosero sofisma, no debe esperarse nada bueno de los gobiernos, pues el progreso verdadero se abrió paso pese a ellos; el progreso está en relación con el decrecimiento de la autoridad. Los inventos, los descubrimientos, son los individuos quienes los han llevado a cabo a despecho de los tabúes religiosos y gubernamentales. Todas nuestras conquistas lo han sido pese al Estado, en conflicto y lucha con él (un monstruo frío según Nietzsche). El individuo es la verdadera realidad concreta, mientras que el «Estado», la «sociedad» o la «nación» son meras abstracciones. Las instituciones estatales van y vienen, pero el individuo persiste. Hubo un tiempo en que se desconocía el Estado, y sin embargo el hombre existía sin gobierno organizado. A decir de Goldman, éste tomó forma con la imposición de los físicamente fuertes sobre los débiles, de una minoría sobre la mayoría. Tanto el poder secular como el sacerdotal nacieron para dar una apariencia legal a la explotación. Lo mismo puede decirse del constitucionalismo y la democracia. Quisieron inculcarnos que el hombre es malo por naturaleza, y que hay que conducirlo de la mano y enderezarlo. Fue la voluntad liberadora quien abrió el camino a la ciencia, la filosofía, el arte y la industria, mientras que el racionalismo fue condenado como blasfemo. El genio del hombre atraviesa las cavernas del dogma y perfora los gruesos muros de la tradición reaccionaria. No hay individualidad posible sin libertad, y la libertad constituye una terrible amenaza para la autoridad. Sin embargo para la autora, adscrita a la corriente individualista, «no hay conflicto entre los instintos sociales e individuales». El individuo es el corazón de la sociedad y ésta es igualmente importante para la ayuda mutua y el bienestar social. El anarquismo es la filosofía de la soberanía del individuo y la teoría de la armonía social. Representa un orden social basado en la agrupación libre de los individuos, con el propósito de producir verdadera riqueza social, un orden que garantizará a cada humano un acceso libre a la tierra y un gozo completo de las necesidades de la vida, de acuerdo a los deseos individuales, gustos e inclinaciones («la libertad individual y la equidad económica, las fuerzas gemelas para el nacimiento de lo que es transparente y verdadero en el hombre»). Sobre este particular resulta ilustrativo leer lo que la autora escribe en sus memorias acerca del Congreso Internacional Anarquista que tuvo lugar en Ámsterdam en 1907, tras los fracasados intentos de 1893 en Chicago y 1900 en París, por haber sido ambos prohibidos por las autoridades de los respectivos países: «era ciertamente un buen detalle a tener en cuenta sobre la democrática América y la republicana Francia que un congreso anarquista internacional, prohibido en ambos países, pudiera ser celebrado abiertamente en la monárquica Holanda (…) Todavía más extraordinaria fue la actitud de la prensa en Ámsterdam. Incluso los periódicos más conservadores nos trataban, no como a criminales o lunáticos, sino como a un grupo de gente seria que se había reunido con un propósito serio». Uno de los principales tema del encuentro fue la discusión entre las ideas individualistas, al modo de Ibsen (el más fuerte es el que permanece solo) o las cooperativistas de Kropotkin (la ayuda mutua y la cooperación es lo que proporciona los mejores resultados). Goldman niega que el anarquismo implique una elección entre ambas tendencias, pues abarca a las dos: «la verdadera función de la organización es ayudar al desarrollo y crecimiento de la personalidad (…) la individualidad, por esfuerzo cooperativo con otras individualidades, alcanza su más alta forma de desarrollo». «El problema consiste en preciarse de ser uno mismo, dentro de la comunión de la masa de otros seres y de sentir hondamente esa unión con los demás, sin avenirse por ello a perder las características más salientes de sí mismo. Esto me parece a mí que deberá ser la base en que descansa la masa y el individuo, el verdadero demócrata y el verdadero individualista, o donde el hombre y la mujer han de poderse encontrar sin antagonismo alguno.»
Emma Goldman se mantuvo siempre fiel a la máxima de que el fin no justifica los medios (lo que no le impidió defender el derecho a un juicio justo y con todas las garantías de quien ejecutó un atentado, con independencia de su reprochable acción); en este sentido sale al paso frente a los críticos al anarquismo, que lo tachan de ser una doctrina violenta, alegando que «el elemento más violento en la sociedad es la ignorancia y que su poder de destrucción es justamente lo que el anarquismo está combatiendo». «Alguien ha dicho que se requiere menos esfuerzo mental para condenar, que lo que se requiere, para pensar (…) El anarquismo reta al hombre a pensar, a investigar, a analizar cada proposición.» En su opinión son los gobiernos los que con frecuencia llevan a cabo terribles demostraciones de violencia, fuerza y coerción. El orden derivado de la sumisión y mantenido con terror poca seguridad garantiza, aunque ese es el único «orden» que los gobiernos han mantenido. La verdadera armonía social crece naturalmente de la solidaridad de intereses. En una sociedad donde esos que siempre trabajan nunca disponen de nada, mientras esos que nunca trabajan disfrutan de todo, la solidaridad de los intereses no existe, de aquí que la armonía social sea un mito. La única forma en que la autoridad organizada enfrenta esta situación grave es extendiendo todavía más los privilegios a esos que han monopolizado la tierra y esclavizando aún más a las masas desheredadas. De esta manera, el arsenal entero del gobierno —leyes, policía, soldados, las cortes, prisiones—, está acérrimamente involucrado en «armonizar» los elementos más antagónicos de la sociedad. La más absurda excusa para la autoridad y la ley es que sirven para disminuir el crimen. Aparte del hecho de que el Estado es en sí mismo el más grande criminal, rompiendo toda ley escrita y natural, robando en la forma de impuestos, asesinando en la forma de guerra y pena capital, ha llegado a verse completamente superado en su lucha contra el crimen. Ha fallado totalmente en destruir o tan siquiera minimizar el terrible azote de su propia creación.
Según se afirmaba en el editorial de un periódico de la época, «El Anarquismo es una doctrina ideal, que es ahora, y siempre será, absolutamente impracticable. Algunos de los más dotados y bondadosos hombres de todo el mundo creen en él. El solo hecho de que Tolstoi sea anarquista es una prueba concluyente de que no enseña la violencia». Goldman recoge a lo largo de su autobiografía los diferentes momentos en que tres anarquistas distintos, Voltairine de Cleyre, Louise Michelle y Errico Malatesta, a pesar de haber sufrido cada uno de ellos un atentado con pistola contra su vida, ninguno de los tres accedió a llevar a su respectivo agresor a los Tribunales.
Como pacifista convencida consideraba la guerra «el insaciable monstruo», y el patriotismo «el último recurso de los canallas». En su autobiografía hace suyas las palabras de su gran maestro Lev Tolstoi, quien definió el patriotismo como el principio que justifica el entrenamiento de asesinos en masa, un oficio que requiere mejor equipamiento para el ejercicio de matar hombres que el de fabricar artículos de primera necesidad como calzado, ropa y casas; un oficio que garantiza mayores beneficios y mayor gloria que el del honesto trabajador. Su postura tolstoiana finalmente la llevó al destierro ruso por parte de las autoridades estadounidenses, en un momento de fervor patriótico desmedido que no admitía ni una sola crítica a su participación bélica en la Primera Guerra Mundial. En sus memorias recoge un pasaje que refleja el diferente tratamiento que se daba en Europa entonces a los antimilitaristas como ella, cuando tuvo ocasión de estar en Francia en 1907 y supo del juicio contra nueve antimilitaristas por haber distribuido un manifiesto contra los soldados; así mientras a ella misma una acción parecida le supuso la deportación, a los franceses se les permitió exponer libremente sus ideas en el juicio y fueron condenados a penas menores.
«Comprendí que tras la diferencia entre el procedimiento legal francés y americano había una diferencia fundamental en la actitud hacia la revuelta social. Los franceses habían ganado con la Revolución la comprensión de que las instituciones no son ni sagradas ni inalterables y que las condiciones sociales están sujetas a cambio. Los rebeldes son, por lo tanto, considerados en Francia como los precursores de futuras agitaciones.
»En América, los ideales de la Revolución están muertos, son momias que no deben ser tocadas. De ahí el odio y la condena dirigidos al rebelde social y político en los Estados Unidos.»
Hay otro pasaje en sus memorias que da una idea de cómo estaba el ambiente pre-bélico en aquellos momentos en Estados Unidos y hasta que punto no se admitía una opinión contraria a la intervención de dicho país en la I Guerra Mundial. William Buwalda era un soldado del ejército norteamericano convencido de su profesión y con quince años de servicio a sus espaldas; en San Francisco entró por curiosidad a un mitin antimilitarista de Emma Goldman, y aunque no coincidía para nada con sus ideas, se acercó al final de la conferencia a estrechar su mano, tras lo cual es detenido y sometido a consejo de guerra. Se le impuso una condena a cinco años de prisión militar y fue expulsado del ejército, y ello a pesar de que en el juicio sus superiores afirmaron que había sido un soldado ejemplar durante los quince años en el ejército. Finalmente, como resultado de una campaña a su favor, el presidente Roosevelt acordó su indulto tras cumplir diez meses en la cárcel. Sobra decir que la actitud intolerante del ejército le hizo cambiar a Buwalda de parecer y terminó convencido de la razón que asistía a Emma Goldman en su antimilitarismo.
Muchos de los envites contra la libertad de expresión tenían como efecto y consecuencia la creación de una Free Speech League en la ciudad donde las autoridades habían prohibido la celebración de algún evento pacífico; las ligas eran promovidas por intelectuales y liberales, que sin coincidir con las ideas de Emma Goldman, sin embargo creían en su derecho a expresar sus opiniones sin censura y rechazaban el despotismo del departamento de policía. Pensaban con Voltairine de Cleyre que «la libertad de expresión no significa nada si no significa la libertad para decir lo que otros no quieren oir». La situación llegó a ser tan absurda que por ejemplo, sólo en el mes de mayo de 1909, la policía de New York suspendió once conferencias de Emma Goldman sobre teatro, como la titulada «Henrik Ibsen pionero del drama moderno».
En su ensayo titulado California se refiere a la Revolución mexicana con gran esperanza, como «el acontecimiento más preñado de nuestros días», considerando que «cualquiera que sea el comienzo o el final de la Revolución, ésta ha superado las limitaciones de las consideraciones políticas, hacia la meta de la emancipación económica: ¡Tierra y Libertad!». Tuvo la ocasión de visitar México en 1909 tras serle retirada la nacionalidad estadounidense. En una ocasión fue ella quien reunió el dinero de la fianza para dejar en libertad al mexicano Ricardo Flores Magón en Estados Unidos y este a su vez escribió, desde la cárcel, dos años antes de morir, una carta haciéndose eco de la injusticia cometida con la deportación de Goldman y Berkman a Rusia por parte del gobierno estadounidense.
La causa del pueblo cubano en 1898 también llevó a Goldman a recorrer varias ciudades de los Estados Unidos, para denunciar la política imperialista del gobierno de este país con relación a la guerra que tenía lugar en la isla del Caribe y para recoger fondos que les permitieran a los luchadores cubanos continuar hasta el final por la causa de su independencia.
La decepción de la Revolución Rusa
Mención especial merece la cuestión de la Revolución rusa. Su lucha contra cualquier clase de totalitarismo no se detiene ante la tendencia que éste presente, ya sea fascista o comunista. Para ella, que inicialmente defendió a los bolcheviques desde América, fue una enorme decepción comprobar in situ las grandes contradicciones e injusticias que estaban teniendo lugar en la Rusia revolucionaria. Deportada por los Estados Unidos en contra de su voluntad, albergaba la esperanza de al menos regresar a su país natal en unas circunstancias bien distintas a como lo había abandonado, ahora ya liberado del despótico poder zarista y constituido en una república de trabajadores libre. Dos años en Rusia le hicieron cambiar radicalmente su parecer. La masacre de Kronstadt por el Eejército Rojo y la persecución masiva de anarquistas la llevan finalmente a abandonar su madre patria después de dos años. Como escribe en sus memorias «en mis primeros días en Rusia, la cuestión de las huelgas me desconcertaba bastante. La gente me había dicho que el menor intento de huelga era aplastado y los participantes enviados a la prisión. No lo había creído», sin embargo más tarde pudo comprobar que las cárceles estaban llenas de presos políticos, que discrepaban de las ideas políticas del partido, así como de «campesinos y trabajadores, culpables de exigir un trato y unas condiciones de vida mejores». A su arribo a Petrogrado llegan rumores de huelga; la población estaba descontenta porque un invierno especialmente crudo los tenía aislados de víveres, entre el hambre y el frío, pero las autoridades habían prohibido la reunión convocada por los obreros para discutir la manera de mejorar esa situación; «la tormenta se desató incluso antes de lo que nadie esperaba. Comenzó con la huelga de los trabajadores de la fábrica de Troubestskoy. Sus peticiones eran bastante modestas: un aumento en las raciones de comida, como se les había prometido hacía tiempo, y también la distribución del calzado disponible», sin embargo soldados armados fueron mandados a dispersar a los trabajadores reunidos en las fábricas. Como respuesta los obreros de cinco fábricas más también se sumaron a la huelga, nuevamente dispersada por el ejército. Pronto la inicial petición de pan y combustible por parte de los obreros «se amplió con demandas políticas, gracias a la arbitrariedad y crueldad de las autoridades (…) Se declaró la ley marcial y se ordenó a los trabajadores volver a sus fábricas so pena de ser privados de sus raciones. Esto no consiguió el más mínimo resultado, tras lo cual varios sindicatos fueron prohibidos, y sus dirigentes y los más recalcitrantes huelguistas metidos en prisión (…) La huelga seguía extendiéndose a pesar de las medidas más extremas. Las detenciones se sucedían (…) Los trabajadores estaban decididos, pero estaba claro que pronto serían sometidos por el hambre. No había forma de que los ciudadanos pudieran ayudar a los huelguistas, ni aunque tuvieran algo que dar. Todas las avenidas que llevaban a los distritos industriales de la ciudad estaban cortadas por las tropas concentradas. Además, la población misma vivía en la necesidad más espantosa. La poca comida y ropa que podíamos reunir era una gota en el océano. En esta situación tensa y desesperada se introdujo un nuevo factor que daba esperanzas de algún arreglo. Eran los marineros de Kronstadt». Estos marineros y soldados, que habían constituido el apoyo más firme de los bolcheviques en la Revolución de Octubre, se solidarizaron con los obreros en huelga de Petrogrado, solicitando, entre otras, libertad de reunión para los sindicatos y las organizaciones de campesinos, así como libertad para todos los presos políticos y sindicales tanto de las prisiones como de los campos de concentración soviéticos. La respuesta de las autoridades rusas fue una orden firmada por Lenin y Trotski, en la que denunciaban dichas peticiones como conspiración contrarrevolucionaria, exigiendo su rendición total e inmediata, so pena de exterminio. Una última petición desesperada de Emma Goldman y Alexandr Berkman al presidente para que el conflicto no fueran resuelto por las armas, sino por un acuerdo, no tuvo eco. Diez días de aislamiento y continuo ataque de la artillería y la aviación terminó con las esperanzas y la vida de decenas de millares de hombres, y la ciudad ahogada en sangre en la primavera de 1921. Para conocer más detalles sobre Kronstadt, véase la obra de Volin La revolución desconocida y la de Paul Avrich Kronstadt 1921.
En palabras de Goldman «atreverse a dudar del divino derecho de los gobernantes era de nuevo castigado con la muerte». Tras estos hechos, y la ejecución en la cárcel de sus amigos Fania y Aaron Baron, decidieron abandonar Rusia definitivamente, empeño que no estuvo exento de dificultades y peligros y que implicó un deambular por diferentes países europeos negándoseles sistemáticamente el visado, como apátridas en tierra de nadie. Las autoridades soviéticas no deseaban que personajes tan conocidos internacionalmente como eran Goldman y Berkman explicaran al mundo su decepción con la Revolución de Octubre. Y eso fue exactamente lo que hicieron, a través de sus escritos y conferencias, además de tratar de ayudar desde el extranjero a la gran cantidad de presos políticos que abarrotaban las cárceles y campos de concentración rusos. Paradójicamente ello les acarreó no pocas enemistades e incomprensión entre numerosos intelectuales y liberales de Europa y Estados Unidos.
Al final de su vida se implica totalmente con la lucha del pueblo español frente al fascismo, y apenas un año después de que se perdiera definitivamente esa batalla, fallece en Canadá como consecuencia de una hemorragia cerebral, el 14 de mayo de 1940. Tal vez su cuerpo no pudo sobreponerse al golpe que le supuso tan amarga decepción. Durante los tres años que duró la Guerra Civil española (1936-1939) visitó el país en tres ocasiones, viviendo al principio momentos de gran esperanza ante la revolución libertaria que se estaba fraguando a la par que la guerra (con colectivizaciones de tierras y fábricas). Pero aquella alegría inicial se fue tornando en tristeza cuando finalmente el bando de los golpistas liderado por el general Franco gana la guerra y comienza una nueva etapa en la historia española marcada por más de tres décadas de dictadura. La voz de Emma Goldman clamó entonces a los cuatro vientos contra el pacto de no intervención acordado por Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, excepción hecha de Alemania e Italia que sí apoyaron a los fascistas alzados, lo que en la práctica supuso el aislamiento internacional del gobierno democrático frente a la aviación nazi de Hitler y Mussolini. Inútiles fueron sus reiterados llamados contra la pasividad de Francia e Inglaterra, lo que le generó tal dolor e impotencia que llegó a afirmar que preferiría morir en España a vivir en Inglaterra, su país de residencia en aquel entonces.
Emma Goldman fue una lectora voraz, que siempre llevaba un libro cuando iba a dar sus conferencias para no aburrirse si era detenida. Hablaba alemán, ruso, yidish, inglés y bastante francés. Fue la difusora de las obras de Henrik Ibsen, y su interés por la literatura se refleja en la cantidad de conferencias que dio sobre el Drama; sus autores favoritos, además del dramaturgo noruego, eran los rusos Tolstoi, Dostoyevski, Gorki, pero también Emerson, Thoreau, Walt Whitman, George Sand, Lord Byron, Mary Wollstonecraft, su hija Mary Shelley, George Elliot, Oscar Wilde, E. Allan Poe, por citar sólo algunos.
Por otro lado, escritores tan diferentes como Frank Kafka o Henry Miller manifestaron su interés por la autora; así el sociólogo M. Löwy en su libro sobre el primero refiere que «el interés de Kafka por Emma Goldman se explica (…) por su simpatía y su atracción hacia las mujeres valientes e insumisas que no temen enfrentar los obstáculos». A su vez R. Drinnon afirma que «Henry Miller, el escritor, señala su encuentro con la revolucionaria como el hecho 'más importante de su vida' y el que le da nuevo impulso y orientación». También el cine se hizo eco de esta extraordinaria mujer en la película Reds (Rojos) de Warren Beatty que refleja una parte de su vida.
Entre sus obras publicadas se encuentra Anarquismo y otros ensayos de 1911, Mi desilusión en Rusia de 1925, su autobiografía Viviendo mi Vida de 1934, y la publicación de la revista Madre Tierra entre los años 1906 a 1917.
Charo González Arias / Abogada
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