Nuevas investigaciones eximen al líder libertario de la responsabilidad en las matanzas de 1936 en el Madrid republicano.
Por JAVIER MEMBA
Hace 10 años, Jorge M. Reverte publicó La batalla de Madrid (Crítica) y afirmó en sus páginas que «Amor Nuño, de la CNT, y dirigentes de la JSU ordenaron la matanza de Paracuellos». Desde entonces, el 'entorno libertario' no ha ocultado su indignación con esa sentencia. Para sus compañeros del Sindicato de Transporte de la Confederación, donde Nuño militó y ocupó diversos cargos de responsabilidad desde su llegada a Madrid procedente de su Cudillero natal en 1934 hasta su detención en 1939, y para la familia asturiana de este anarquista fusilado el 17 de julio de 1940, Amor Nuño fue una cosa muy diferente. Así, para Carmen Águeda García, sobrina de la mujer de Nuño —María Asunción Maestre—, el libertario, además de miembro de la primera Junta de Defensa de Madrid «fue un idealista. Salvó a muchos durante la guerra. Los escondía en el número 41 de la calle O'Donnell».
Sin embargo, Paul Preston en El holocausto español (Debate, 2011), sostiene que Amor Nuño: «se mostró rotundamente partidario de los paseos al decir que la justicia expeditiva robustecía la moral revolucionaria del pueblo y le comprometía en la lucha a vida o muerte que teníamos entablada». Otro hispanista británico, el escocés Julius Ruiz, estima que «las antipatías de Preston hacia el anarquismo español» le llevan a hacer tales afirmaciones.
«Cuando Martínez Reverte publicó su libro, apenas se sabía nada de Amor Nuño. Lo cual, desde un punto de vista manipulador le convertía en una víctima propiciatoria», considera Jesús F. Salgado, un investigador de la Universidad de Santiago que acaba de publicar Amor Nuño y la CNT (Fundación Anselmo Lorenzo). «Sólo quedaba vivo Gregorio Gallego, que lo conoció escasamente, cuyos recuerdos dejó plasmados en su propio libro. Nadie podía defender a Nuño de una acusación tan grave, sobre todo al existir pruebas documentales que lo inculpaban». Pero, siempre según Salgado, «nadie había visto ni había tenido en sus manos el acta que menciona Martínez Reverte y él no aportaba copia del original».
Cuando, finalmente, Salgado localizó el documento en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, ducho como estaba en el escrutinio de las actas de la CNT, «todas ellas pulcramente escritas a máquina, la inmensa mayoría selladas y firmadas» le sorprendió que aquella fuera «una chapuza llena de correcciones, enmiendas y añadidos». Esto llevó a Salgado a pensar que aquello era un mero borrador que no había sido aprobado ni firmado por nadie. «Cuando cotejé la fotocopia del acta con la transcripción de la misma que había hecho Martínez Reverte, pude comprobar que faltaban palabras al inicio de su transcripción, palabras que daban un nuevo sentido al borrador del acta: eximían a la CNT como organización de la responsabilidad en las matanzas de Paracuellos y Torrejón, aunque indicaban que algunos de sus destacados militantes tenían que conocer su existencia desde el 8 de noviembre de 1936».
Salgado lo tiene claro: «Con la copia completa del borrador del acta en la mano y las informaciones incluidas en las memorias de los libertarios, la manipulación saltaba a la vista». Pero seguía existiendo la duda de quién había sido Amor Nuño. Duda que en cierto sentido comenzó a sembrar el propio Gregorio Gallego, «con la torpe caricatura de Nuño que dejó escrita», estima Salgado, al describirle como un «demagogo y populachero, optimista, impulsivo, fácil presa de extremismos».
Siguiendo el consejo de Carlos García-Alix, uno de los grandes expertos en el Madrid de la Guerra Civil, Salgado decidió consultar la Causa General Instruida por el Ministerio Fiscal sobre la Dominación Roja en España que, aún siendo claramente parcial —fue la instruida por la justicia franquista en la posguerra—, da noticia de hechos cuya veracidad nadie pone en duda. El Nuño que Salgado descubrió allí, según comprobó la policía del anterior régimen tras su detención, protegió a muchas personas de la suerte que les aguardaba por sus convicciones políticas y religiosas. Entre ellos destacó el dirigente falangista Manuel García Bengoa. Siempre según Sagado y según las noticias de la Causa General, García Bengoa propuso a Nuño colaborar en la delación de sus antiguos compañeros y lograr así el indulto. Pero el anarquista prefirió seguir siéndolo y enfrentarse al pelotón de fusilamiento. Paul Preston escribe que murió a consecuencia de las palizas que le dieron tras su detención. Salgado sostiene que en el paredón lo mató una bala que le entró por un ojo destrozándole la cabeza mientras su esposa y su madre se encontraban a la espera de ir a recoger el cadáver.
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