jueves, 17 de abril de 2014

El pasado criminal clerofascista croata


Por FERNANDO VALLEJO

Pero donde la Puta hizo lindezas fue en Croacia y su anexo de Bosnia-Herzegovina, en las que el fundador del Partido Fascista Croata de los ustashi Ante Pavelic, el Poglavnik, con el apoyo financiero y militar de los nazis alemanes y el espiritual de los obispos locales instauró una sangrienta dictadura racista que masacró poblaciones enteras de serbios, judíos y musulmanes* o los deportó a campos de exterminio, y cuyos efectos se han seguido sintiendo en la reciente guerra de desintegración de eso que parecía el país de Yugoslavia pero que en realidad era una deleznable colcha de retazos tejida por el odio de católicos, ortodoxos y musulmanes, tres plagas de la humanidad que no pueden convivir porque se repelen.

Pavelic, el Poglavnik, era católico. Pavelic Poglavnik es como Hitler Führer, Mussolini Duce y Franco Caudillo. ¡Lo máximo! Tengo aquí enfrente una foto suya rodeado por el episcopado católico: diez travestidos con batas de mujer y cintas rojas, cinco a la derecha y cinco a la izquierda y el Poglavnik en el centro con traje de militar y botas como un gallo entre sus gallinas. El primero a su derecha es el arzobispo de Zagreb Alojzije Stepinac, y el primero a su izquierda el arzobispo de Sarajevo Ivan Saric. Entre los ocho obispos restantes han de estar Axamovic de Djakovoy, J. Gavic de Banja Luka y Salis Sewis, segundo de Stepinac. Stepinac fue vicario general de las Fuerzas Armadas ustashis por nombramiento del Vaticano, presidente de la Conferencia Episcopal Croata, miembro del parlamento ustasha, arzobispo primado de Zagreb y más adelante cardenal y beato: Wojtyla se lo beatificó a los croatas a cambio de uno de esos recibimientos triunfales a lo Tito y Vespasiano que tanto le gustaban a ese pavo real de cola permanentemente desplegada. Fue a Stepinac a quien como arzobispo primado le correspondió anunciar desde el púlpito de la catedral de Zagreb la fundación del Estado Independiente de Croacia, que en realidad era el «Estado Criminal Fascista de Croacia», un apéndice del Tercer Reich. Pavelic lo condecoró con la Gran Cruz de la Estrella, tan merecida como la beatificación: convirtió merced a un régimen de terror a doscientos cincuenta mil ortodoxos serbios al catolicismo y le ayudó al Poglavnik a liquidar a otros setecientos cincuenta mil y al ochenta por ciento de los judíos yugoslavos. Hoy es el santo patrono del genocidio y se le reza para prevenir contra las minas quiebrapatas. Tras la derrota nazi fue acusado de traición y lo condenaron a dieciséis años de trabajos forzados pero a los cinco ya estaba libre y fue entonces cuando Pío XII lo purpuró. Se dio en adelante a abogar por el uso de la bomba atómica, a lo Mac Arthur, como el gran medio para catolizar a Rusia y Serbia. «El cisma de la Iglesia Ortodoxa —decía— es la maldición más grande de Europa, casi tanto como el protestantismo. Ahí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad». Yo reformularía su primer enunciado así: La Iglesia católica, la ortodoxa y la protestante son la maldición más grande de la humanidad, casi tanto como el Islam.


En cuanto a Ivan Saric, fue pionero en su juventud de la Acción Católica de Pío XI, el partido político internacional de la Puta precursor del fascismo, y era el arzobispo de Sarajevo cuando ascendieron al poder los ustashis, con quienes colaboró como colabora el hígado con el páncreas. Escribió una «Oda a Pavelic» en que le dice: «Usted es la roca sobre la que se edifica la libertad y la patria. Protéjanos del infierno marxista y bolchevique y de los avaros judíos que pretenden con su dinero manchar nuestros nombres y vender nuestras almas». Y en la hoja episcopal de Sarajevo precisaba: «Hasta ahora, hermanos míos, hemos laborado por nuestra religión con la cruz y el breviario, pero ha llegado el momento del revólver y el fusil». Por algo los capellanes del ejército ustashi prestaban juramento entre dos velas y ante un crucifijo, un puñal y un revólver. «Aunque yo lleve el hábito sacerdotal —decía—, con frecuencia tengo que echar mano de la ametralladora». Era gallina pero de pluma en ristre y con testosterona en la sangre. Auxiliado por la policía ustasha se apoderó de los bienes de los judíos sefarditas de Sarajevo, a los ortodoxos los llamaba «cismáticos» y a él lo llamaban «el verdugo de los serbios». Derrotados los nazis huyó con Pavelic, el obispo Gavic y quinientos curas a Austria y luego a España donde escribió un libro en alabanza de Pío XII. Por su parte Pavelic huyó disfrazado de cura a Roma, desde donde, ayudado por la Commissione d'assistenza pontificia, se trasladó a Argentina cargado de oro para acabar muriendo en un monasterio de franciscanos en Madrid bendecido por el Papa. «Santo Padre —le decía Pavelic de rodillas a Su Santidad en una visita a Roma cuando era el Poglavnik—: Cuando la benévola providencia de Dios permitió que tomase en mi mano el timón de mi patria resolví firmemente y deseé con todas mis fuerzas que el pueblo croata, siempre fiel a su glorioso pasado, también permanezca fiel en adelante al apóstol Pedro y sus sucesores y, profundamente compenetrado con la ley del evangelio, se convierta en el Reino de Dios». Andaba siempre rodeado de curas y algunos formaban parte de su guardia personal.

¡Qué no hicieron! Al obispo ortodoxo octogenario de Sarajevo, Simonic, lo estrangularon; al de Banja Luka, Platov, también octogenario, le herraron los pies como caballo, le sacaron los ojos y le cortaron la nariz y las orejas; y al de Zagreb, Disitej, lo torturaron. A trescientos sacerdotes ortodoxos los asesinaron. En cuanto a los serbios ortodoxos laicos, los fusilaban, los degollaban, los empalaban, los estrangulaban, los torturaban, les sacaban los ojos, los descuartizaban a hachazos y los arrojaban al Neretva y al Danubio. En los primeros ocho meses los católicos ustashis con sus curas asesinaron a trescientos cincuenta mil entre serbios y judíos. Del historiador Karlheinz Deschner, que ha consagrado su vida a denunciar los crímenes de la Puta, tomo lo anterior y la siguiente lista de curas ustashis que hicieron grandes méritos en la causa del Crucificado en Yugoslavia por los saqueos, incendios y matanzas de ortodoxos que perpetraron: Pilogrvic de Banja Luka; Tomas y Hovko de Prebilovci y Surmancilos; los jesuitas Lipovac, Cvitan y Kamber, jefe de la policía de Doboj; los franciscanos Vukelic, Zvonimir, Medic, Prlic, Frankovic; el franciscano Simic, gobernador de Knin; el franciscano Soldo, organizador de la masacre de Capljna; los franciscanos Dragicevic, Cvitkovic y Lelicic del monasterio de Shiroki Brijec desde el que limpiaban su región de ortodoxos; el cura Cievola, del convento franciscano de Split; el cura Ivo Guberina, de la guardia personal de Pavelic y dirigente de la Acción Católica; el cura Bralo, patrocinador de la división aérea la Legión Negra. Los ustashis se hacían retratar con cadenas de lenguas y de ojos colgándoles de los hombros y a su Poglavnik le regalaron un cesto con cuarenta libras de ojos humanos. Devotos católicos, se reunían en las iglesias a comulgar, rezar y planear masacres.


El solo párroco de Rogolje, Branimir Zupancic, masacró a cuatrocientos. Pero la palma de la matanza se la llevan los franciscanos. El prior del convento franciscano de Cuntic, Castimir Hermann, dirigió una que empezó en la iglesia ortodoxa de Glina y duró ocho días. Y de los doscientos mil serbios y judíos asesinados en el campo de la muerte de Jasenovac, cuarenta mil se deben al franciscano Miroslav Filipovic quien en calidad de comandante de ese campo y ayudado por sus colegas de orden Brkljanic, Matkovic, Matijevic, Brekalo, Celina y Lipovac los liquidó en cuatro meses. Otro franciscano, el seminarista Brzica, en ese mismo campo y en la sola noche del 29 de agosto de 1942 decapitó a mil trescientos sesenta con un cuchillo especial. Al Papa teólogo Ratzinger le recomiendo muy encarecidamente el campo de la muerte de Jasenovac, el Auschwitz croata, para que empiece con él una esclarecedora gira por los campos de concentración croatas que fundó Pavelic en su Reino de Dios: los de Jadovno, Pag, Ogulin, Jastrebarsco, Koprivnica, Krapje, Zenica, Star Gradishka, Djakovo, Lobograd, Tenje y Sanica. y que vaya preguntando en cada uno, con dolor de teólogo en el alma y alzando la vista al cielo arrodillado: «¿Por qué permitiste esto, Señor?» Que es lo que justamente le quiero preguntar ahora a Pío XII: ¿Por qué permitiste eso, Pacelli? ¿O me vas a decir que no te enteraste? Por eso en estos instantes en que escribo «el Señor» te está cauterizando el culo en los infiernos.

¡Claro que se enteró! Cómo no se iba a enterar si tenía montada por todo el orbe la más formidable red de espionaje que no conocieron la Stasi, la KGB ni el Scotland Yard, con tentáculos en los cinco continentes e islas anexas y constituida por una falange ubicua de curas, monjas, seminaristas, obispos y nuncios, tartufos unos, lacayos todos, cuyos informes se iban canalizando desde las más humildes parroquias hasta los obispados y las nunciaturas y de éstas hasta El Vaticano. Ni una palabra salía de la boca de Su Santidad respecto a las masacres de que le informaban. Sufría el santo pero el estadista callaba.

La puta de Babilonia, 2007


   * En el caso de los musulmanes Vallejo se equivoca en parte, la dictadura de Pavelic respeto al Islam e incluso entre las milicias ustachas había algunos musulmanes (sin olvidarnos de la División Sandschar de las Waffen-SS). Los «musulmanes» o eslavo-musulmanes a los que se querrá referir será a los antifascistas.
 

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