Por OCTAVIO ALBEROLA
A diferencia de los procesos independentistas con un proyecto de transformación «socialista» de la sociedad, el ideal del «procés», la «Independència», no va más allá de proclamar en Cataluña una «República» y de promover con ella «un mayor bienestar del pueblo catalán». La ideología del «procés» obvia pues las diferencias sociales —de clase— para encarnar «un sol poble» que aspira a existir como Estado/Nación en el marco del proyecto neoliberal supranacional de la Unión Europea.
Para el «procés», la «autodeterminación» es el ejercicio del «derecho a decidir» del «poble català» de «eligir democráticamente» un gobierno para promover la secesión de Cataluña de España y constituirla en Estado/Nación, al mismo título que ésta última lo es hoy. El secesionismo es pues el medio por el cual el «poble català» intenta conseguir un Estado propio —como los demás Estados de la UE— para poder ejercer su soberanía... Es decir: ¡para conformarse —como lo hacen los demás pueblos de la UE— con votar cuando lo convoquen los que mandan!
Tal es pues el objetivo del «procés» promovido por las formaciones secesionistas catalanas, incluida la CUP; puesto que ésta, a pesar de pretenderse y proclamarse anticapitalista, lo ha apoyado sin sonrojarse demasiado hasta el día de hoy... Aunque, para marcar diferencias con las demás formaciones que promueven el «procés», intente disimular el abandono/aparcamiento de su anticapitalismo (socialismo) con un «radicalismo» (hiper)intransigente, demagógico y retórico en defensa de la República y de la «legitimidad» presidencial de Puigdemont…
Con un tal «independentismo» —cuya única validación política proviene del hecho de ser defendido por casi dos millones de «catalanes» y de ser reprimido por un Gobierno en manos de un partido heredero del franquismo y corrupto hasta la médula— no es de extrañar encontrarnos hoy con una República «interruptus» y a la espera de que los secesionistas se decidan a investir un «President de la Generalitat» compatible con el artículo 155 de la Constitución española o a la convocación de nuevas elecciones...
Es decir: que estamos ante un «procés» que, además de no avanzar y resignarse a que las instituciones catalanas sigan intervenidas, ya comienza a generar decepción… Y no solo por la incapacidad del secesionismo a salir del impasse y satisfacer las expectativas republicanas de sus seguidores sino también por ser cada vez más evidentes sus nefastas consecuencias: la exacerbación de las tensiones nacionalistas y la agudización de las divisiones en el seno de la clase trabajadora. Además, claro, del aparcamiento de la lucha contra los gobiernos de la burguesía en Cataluña y España. ¿Cómo, pues, no reconocer que una vez más los hechos confirman las enseñanzas del pasado sobre lo que se puede esperar del secesionismo nacionalista por muy «progresista» que se pretenda?
Un poco de historia
A pesar del irrefrenable optimismo de la fe en el progreso, la modernidad no ha conseguido impedir que la historia sea una larga y preocupante sucesión de decepciones. No obstante, sostenida por principios considerados ciertos e inamovibles, esa fe no ha cesado de proclamar «urbi et orbi» la primacía de la razón y la justicia para hacer posible —in fine— la soberanía y el bienestar del pueblo.
Desde 1789, con la Revolución francesa toma cuerpo la ilusión de un «pueblo, un país y la justicia». Un ideal que se encarna en la República y en su famosa y universal divisa: «libertad, igualdad, fraternidad». Pero rápidamente llega la decepción al hacerse evidente el carácter retórico, demagógico, de tal divisa. No solo porque detrás de la máscara de la «democracia» republicana hay unos ciudadanos más «iguales» y «libres» que otros, sino también por ser la «fraternidad» republicana un mito con el que se justifica la insolidaridad entre clases en las sociedades que solo las han abolido formalmente.
Desde entonces, todas las repúblicas pretenden ser «democracias»; pero, más allá del mito, la realidad es que todas son sociedades oligárquicas de explotación y dominación de clase, con un «demos» puramente simbólico. Y es así inclusive en las repúblicas surgidas como consecuencia del proceso de descolonización puesto en marcha al final de la Segunda Guerra Mundial, como también en aquellas que, siguiendo el modelo de la URSS, se proclaman «repúblicas populares socialistas»; pues también en estas repúblicas la burocracia y la «nomenclatura» del partido dirigente se han convertido en clase burguesa.
Ingenuidad o arribismo
Pese a una tal contradicción y a la «evolución» sin paliativos de estas repúblicas «socialistas» hacia el capitalismo, lo sorprendente es encontrar aún hoy entre los explotados y dominados a defensores de la República como ideal político para devolver al pueblo la soberanía, salir del capitalismo y llegar a una sociedad sin clases. Más grave aún, pretendiendo poder conseguirlo aliándose con sectores «soberanistas» de la burguesía devenidos secesionistas por los aleas de la lucha por el Poder.
Eso se ha producido en Cataluña y otros lugares como resultado de las infundadas perspectivas de «cambio» y de «ruptura» que algunos/as han creído abrirse con el «procès». Y no solo en la CUP, en la que el planteamiento soberanista presentado desde la «transversalidad» de la sociedad catalana actual, les ha llevado a olvidarse de su ideario «anticapitalista» (socialista) y a conformarse con reivindicar una República sin adjetivos, sino también en sectores de la extrema izquierda y de las organizaciones libertarias que apoyan tal reivindicación, reduciendo el derecho a decidir y la autodeterminación al voto… Además de justificar el replanteamiento de la «cuestión nacional» con la excusa de no abandonar el «retorno a la nación» a los populismos de derecha y con la ilusión de un hipotético «desbordo»…
Tras todas las decepciones producidas por las ilusiones fallidas desde la puesta en marcha de la modernidad hasta las recientes desilusiones de «cambios» y «rupturas», ¿cómo negar la necesidad y urgencia de fundar nuestra lucha por un mundo mejor en la experiencia histórica y no solo en la ilusión?
Ante tantas decepciones provocadas por ilusionarnos con lo que sabemos no funciona, ¿cómo es posible olvidar, no tomar en cuenta lo que sabemos?
No olvidemos, pues, que sabemos en qué han quedado todas las ilusiones de «desbordo», de llegar al socialismo (la democratización de la economía y de la sociedad para hacer posible la justicia y el bien común) a través de la constitución de «naciones independientes» y de «Estados socialistas». Que sabemos, además, que ningún proyecto con una visión emancipadora real podrá llevarse a término mientras subsista el capitalismo. Y que sabemos también que el secesionismo («independentismo») catalán está anclado mayoritariamente en un soberanismo republicano opuesto a cambiar las estructuras económicas y sociales capitalistas.
¿Cómo, pues, soñar en llegar a un «país en común» con un tal independentismo? ¿Cómo creer posible adoptar posiciones rupturistas con JxCat, el PDeCat y ERC que defienden el orden neoliberal existente y nunca proclamarán una república socialista? ¡A lo sumo una socialdemócrata, al estilo de lo que propugna el PSOE y todos sus aliados de la Internacional Socialista!
No olvidemos que la única manera de rearticular la cuestión social y la cuestión nacional desde una perspectiva emancipadora es a través de la reactivación de la lucha de clases. Y que eso es válido para Cataluña y España.
La experiencia histórica muestra que el socialismo solo es posible con la desaparición del Capitalismo, de los Estados/Nación, el Patriarcado y todas las estructuras de Poder en el seno de la sociedad.
¡No lo olvidemos!
4 mayo 2018
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