20/11/2015
Lamentablemente, no es la primera vez que CNT se ve obligada a sacar una nota en relación a ataques perpetrados por los integristas de DAESH (también conocido como IS o ISIL). En ocasiones anteriores, como en los atentados contra activistas de izquierda en Suruc en julio o contra manifestantes por la paz en Ankara en octubre, ambas en Turquía, expresamos nuestras condolencias a las víctimas y nuestra solidaridad a todas aquellas que luchan contra esta enésima encarnación del estado totalitario. Ahora, en París, ataques aún más indiscriminados, si cabe, se han cebado con la población en general, dejando claro lo que vale una vida humana para los fanáticos religiosos. Nuestra actitud no puede ser diferente. Nuestros argumentos no pueden cambiar. Repetimos la condena de estos hechos en términos categóricos.
Han pasado ya algunos días desde que se produjeron los ataques y es posible calibrar mejor su alcance y las reacciones que han suscitado. En menos de una semana el gobierno francés se ha declarado en estado de guerra, ha cambiado considerablemente sus prioridades a nivel internacional y ha intensificado su campaña de bombardeos aéreos en Siria. A nivel europeo, se ha puesto en cuestión la política de recepción de refugiados de Oriente Medio, a pesar de que la inmensa mayoría de los implicados en los ataques eran europeos de origen (franceses y belgas). Y los partidos de extrema derecha en casi todo el continente se están poniendo las botas haciendo campaña en contra de la población musulmana, inmigrante o no. La repulsiva campaña de carteles (no vamos a decir cuáles, para no darles cancha) que se está viendo recientemente en las calles de algunas ciudades españolas es una muestra más.
El oportunismo de quienes aprovechan la tragedia para difundir un mensaje de exclusión, aparte de ser vergonzoso y abominable, les acerca peligrosamente a los planteamientos de los autores de la masacre. Es evidente que el objetivo de los integristas era atacar de forma indiscriminada a la población, sin importar distinciones de clase, raza, nacionalidad o credo. No en vano, entre los fallecidos hay muchos musulmanes, tanto franceses como extranjeros. En todo caso, como ya se ha dicho en comunicados anteriores, las principales víctimas a nivel mundial del DAESH y de otros grupos integristas son sus propios correligionarios. Esa es un de las principales características de los integristas religiosos, sean del credo que sean: considerar a todos los seres humanos bajo un único prisma que anula las diferencias y mete a todos los que no se identifican con su estrecho fanatismo en un mismo saco, el de los impíos merecedores de la muerte. Pero ésa es exactamente la misma actitud del racista o del totalitario, aunque bajo un argumento diferente. Su estrechez de miras divide a la humanidad en dos bandos nítidamente diferenciados, enfrentados entre sí por el motivo que sea, supuesto conflicto que le sirve para argumentar en contra de los otros. Por eso su discurso se acaba pareciendo mucho al de los integristas, porque promulga la exclusión forzosa de todos los que no satisfacen sus criterios de pertenencia al grupo, tan ficticios como los del creyente. En última instancia esta retórica de la división y el enfrentamiento, de la uniformidad impuesta, es la que permite que florezca de manera malsana el conflicto, al reforzarse mutuamente los actos de exclusión y odio. Por eso no es de extrañar que, aparte de los islamistas, los otros autores de masacres terroristas recientes en Europa hayan sido neonazis o supremacistas blancos, como Breivik en Noruega.
Desde CNT no nos cansaremos de repetir que hay muchos musulmanes laicos, progresistas y amantes de la libertad con los que tenemos muchos más en común que con estos neandertales arios, neonazis y fascistas, europeos. Todos los defensores de un estado totalitario, sea con una excusa teocrática, racial o simplemente bajo el paso de la oca, manu militari, como el régimen de El Assad, están, en última instancia del mismo lado y son enemigos por igual de quienes no toleramos la imposición. Precisamente por ello, reafirmamos nuestra solidaridad con todas sus víctimas, ahora en París, pero también en Líbano, en Turquía, en Bangladesh, donde varios blogueros laicos han sido asesinados recientemente a machetazos, o en las mismas Siria e Iraq. Víctimas entre las que se incluyen, no lo olvidemos, los refugiados sirios que han llegado a las costas europeas, arriesgando sus vidas en precarias embarcaciones. Vienen huyendo del mismo horror integrista que el DAESH ha impuesto en las calles de París, o de la pesadilla cotidiana de las bombas de barril con las que el régimen dictatorial de El Assad castiga a la población civil de las zonas que no controla. Porque aunque ahora parezca que éste es un mal menor, no lo es, desde luego, para sus víctimas. Lo cierto es que el DAESH no hubiera llegado a ser lo que ahora es sin la cómplice pasividad del régimen de El Assad, que le dio manga ancha desde un principio, consciente de que su radicalismo le permitiría presentarse, andando el tiempo, como baluarte frente a los integristas o como mal menor en la ecuación, para mantenerse en el poder, aunque fuese de sólo una parte del país. Ahora, la reconsideración de la estrategia internacional de Francia le da la razón y demuestra que El Assad y el DAESH se necesitan mutuamente más de lo que cualquiera de ellos querría reconocer. Puede resultar comprensible que a raíz de los atentados de París el gobierno francés renuncie a su exigencia de que El Assad abandone el poder como paso previo para un proceso de paz en Siria, y sitúen a la guerra contra el DAESH en lo alto de su lista de objetivos. Pero esto no hace sino reforzar a los sectores islamistas de la oposición y compromete a los pocos moderados que quedan sobre el terreno, que llevan tiempo viendo con desesperación como se les exige que se centren en la lucha contra el DAESH, aun a costa de desviar fuerzas del enfrentamiento contra el régimen, como condición para recibir apoyo y armamento. No es de extrañar que la política occidental en el terreno se haya revelado como un rotundo fracaso, hasta extremos rocambolescos. Y mientras tanto, los bombarderos rusos siguen castigando las posiciones de todas las milicias enfrentadas al régimen, para permitir su supervivencia, con la excusa, de nuevo, de la lucha contra el terror. Desde luego, no son éstas las condiciones para favorecer a la oposición laica frente a un régimen autoritario y otros grupos integristas.
Por otro lado, contrariamente a lo que afirman quienes piden que se impida la entrada en Europa a los refugiados, con la excusa de que puede haber numerosos integristas entre ellos, estos constituyen la mejor defensa contra el integrismo y la dictadura. Conocen demasiado bien los horrores que ambos traen a la población civil y se han visto forzados a huir de ellos. Su mero acto de escapar constituye la evidencia de que rechazan el integrismo y la imposición y de que apuestan por una vida plena y digna sin, desde luego, renunciar a su cultura. No cabe duda de que puede haber casos aislados en los que algún integrista intente utilizar esta complicada vía para entrar en el continente, pero por lo que se ha visto en los atentados islamistas de los último años, incluido éste de París, la mayoría de sus perpetradores son nacionales, o residen en el país en el que atentan, o en otros vecinos. Por no hablar de los integristas de extrema derecha, claro. Más bien pareciera que quienes ya se oponían a la llegada de refugiados, por el motivo que fuese, han sumado este argumento falaz a su arsenal. Por el contrario, como ya dijimos en un comunicado anterior, sumar a los refugiados a nuestras luchas cotidianas (contra el paro, los recortes, por una calidad de vida mínima, etc.) es la mejor garantía de defensa contra el espectro autoritario, excluyente y homogeneizador que nos amenaza desde tantos bandos.
Pero todo lo anterior no quiere decir que creamos que tocar canciones de Lennon en un piano en la escena de la masacre o que colgar el cartel de Bienvenidos refugiados en las instituciones públicas vaya a hacer algo por cambiar las cosas. La actitud de la izquierda biempensante y acrítica, que siempre sabe modular su discurso para no comprometerse, no puede ser la nuestra. A los totalitarios hay que derrotarles en muchos frentes, desde luego, en el discurso y socialmente, pero también en los frentes de batalla, en la medida de lo posible, porque ni con neonazis ni con islamistas cabe diálogo alguno. Es cierto, cada caso requiere medidas proporcionales y adecuadas. A nadie se le escapa que no es lo mismo luchar en Kobane que oponerse a una manifestación de Pegida las calles de Dresde. Pero ambas situaciones forman parte de una lucha global contra el autoritarismo y la imposición y exigen tomar partido y hacerlo consecuentemente.
Quien no vea más allá de la pantalla del telediario pensará que esta afirmación es estatista y que se puede usar para justificar el papel de los ejércitos nacionales en la crisis. Es cierto que son éstos los que bombardean las posiciones del DAESH en Siria e Iraq, porque sólo ellos cuentan con los medios necesarios para hacerlo. Pero quienes combaten a los islamistas en el terreno son fuerzas populares, desde las unidades del Ejército Libre de Siria hasta las milicias kurdas del YPG y el YPJ y sus aliados. Sólo ellos han conseguido avances importantes sobre el terreno, que les han llevado recientemente a controlar Hassakeh y abrir la ruta hacia Raqqa. Es imprescindible aumentar de forma inmediata el apoyo y la solidaridad internacional que éstas reciben y sobre todo, en el caso de los kurdos, exigir al gobierno turco que deje de atacar sus unidades. Desde el momento en que éste, con la excusa de la lucha contra el terrorismo, combate a grupos de orientación laica y revolucionaria, como en Rojava (norte de Siria), se convierten en lo mejores valedores de DAESH y le dan un importante balón de oxígeno, como ya se ha comentado en otras ocasiones anteriores.
Por todos lados que miramos, pareciera que el ámbito de la libertad se va haciendo más pequeño. Las filas de quienes la defendemos, cada cual en la medida de nuestras posibilidades y circunstancias, están cada vez menos pobladas. Muchos, presa del miedo, empiezan a asumir un discurso totalitario que está siempre, en última instancia, cortado por un mismo patrón. Aceptan renunciar a sus libertades, a cambio de la seguridad que les prometen quienes ya no la pueden garantizar. Ese es el discurso del DAESH, cuando proclama que los territorios en los que se ha impuesto están libres de crimen; el de los gobiernos occidentales, cuando imponen estados de excepción o el de la ultraderecha, cuando promete un mundo falsamente idílico, construido sobre una uniformidad cultural y racial. Es urgente resistir esta narrativa envenenada, bajo cualquier forma que se presente. Sólo la solidaridad entre quienes seguimos apostando por la convivencia y la resistencia frente a la imposición, religiosa o de cualquier otro tipo, pueden conseguir superar éste clima de terror y avanzar hacia el mundo justo, libre y en paz que anhelamos. Esta solidaridad se puede concretar de muchas formas. Cada cual debe encontrar la suya. Mientras tanto, lamentamos amargamente todas las víctimas inocentes de los totalitarios y los integristas y condenamos sus acciones. También en París.
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