Por IGNACIO DE LLORENS
Decir que los empresarios son creadores de puestos de trabajo equivale a afirmar que las guerras se declaran para paliar los excesos demográficos. Es evidente que una guerra disminuye los efectivos de población, pero ni el más aventajado de los discípulos de Malthus se habría atrevido a sostener que las guerras se organizan para que toque a todos asiento en el metro.
Las guerras estallan por motivos ideológicos, políticos, económicos, religiosos, etc. La consecuencia inevitable de las mismas es la pérdida de vidas. Y, efectivamente, se produce a resultas de la contienda una disminución de la población, lo cual, en época de apreturas, es en sí mismo positivo. Pero el cinismo no ha llegado todavía al extremo de glosar a los matarifes como agentes del bien demográfico.
Sin embargo, este cinismo de ha enseñoreado ya con abrumadora ubicuidad de los medios de comunicación y la idea según la cual los empresarios son creadores de puestos de trabajo constituye uno de los más preciados tópicos dominantes. Los empresarios —¡habrá que recordarlo!— organizan sus empresas para ganar dinero, con exclusiva ambición de lucro personal, y del poder y ascendencia que se consigue a través de tan poderoso caballero. La consecuencia inevitable es la contratación de personal. El trabajador ocupa el puesto de trabajo, el cual sigue siendo propiedad del empresario, quien obtiene un beneficio del trabajo del operario. La obtención de este beneficio es el motivo de la empresa. Luego, si cada obrero obtuviese el global de lo que produce, el que no trabaja, luego no produce, no obtendría beneficio. El empresario no ocupa puesto de trabajo, en stricto sensu, no tienen lugar, luego se despide a sí mismo. Pero la lógica no impera en la empresa y el que por definición no tiene puesto es en realidad el propietario de todos los puestos de trabajo.
Así es que de la misma manera que a un soldado no se le denomina guardián demográfico, a un empresario no se le puede denominar creador de puestos de trabajo. Pero el Progreso no parece dispuesto a evitarnos ninguna afrenta. Y del mismo en que en la antigua épica homérica al nombre del héroe le acompañaba la cualidad sobresaliente de sus atributos y se nos referían las hazañas de «Héctor, el matador de hombres», «Aquiles, el de los pies ligeros», etc., al héroe por antonomasia de nuestra época se le conoce como «Empresario, el creador de puestos de trabajo». Y así como a aquéllos solían asistirles en sus refriegas dioses de toda laya que clavaban al enemigo puñaladas traperas, también a estos héroes de hoy vienen a socorrerles en sus combates con los desagradecidos disfrutadotes de sus puestos de trabajo toda suerte de personajes endiosados, diosecillos casquivanos del moderno Hades, tales como locutores de radio, columnistas de periódico agradecidos a sus empleadores, rigurosos y científicos profesores universitarios... virtuosos todos de mañas traicioneras.
Los héroes y diosecillos modernos han presentado batalla también en el proceloso Pontos del lenguaje, campo de batalla también en el que consiguen algunas de sus victorias más sonadas, logrando erosionar conceptos y transmutar significados. Así ha ocurrido con el término explotación, antaño fiero cíclope y hoy gatito doméstico. El término explotación actualmente se usa sólo referido a los casos draconianos, de lesa humanidad. Cuando uno trabaja 8 horas y cobra 20.000 pesetas, se le concede, por tan módico precio, que se sienta explotado. Si es el caso que uno gana 40.000 pesetas por las mismas horas, lo cual viene a constituir el sueldo base, pues ya no debe sentirse explotado, se le autoriza a que diga que «va tirando», aunque más le valdría ir recogiendo. Y pasado este ecuador ya nos encontramos ante más o menos «chollos». Pero explotación ha sido desde siempre todo sistema en el que el productor no obtiene lo que produce. Si ese alguien se apropia de lo que produce, ese alguien le roba, le explota. Así, explotarle a uno era robarle por el conocido timo de no darle todo lo que en buena lid le corresponde. Timo fácil de reconocer ya que suele ir acompañado de unas palmaditas en la espalda y de preguntar por la salud de la parienta y la prole del timado.
Lo que de alguna manera viene a dar cima a este cambalache lingüístico es el deslizamiento de términos operado para referirse al propietario y creador de puestos de trabajo. Donde toda la vida se había dicho Amo, Patrón, Burgués... ahora hay que decir Empresario. Y eso, además de cursi, produce un efecto empequeñecedor en quien lo pronuncia, y a la postre se va en camino de lograr que el trabajador sea un mero ocupador de puestos de trabajo, término que conllevará la noción positiva de disfrute de ese puesto. Por donde trabajar será, y ya va siendo, el goce, y la vida sin trabajo, curiosamente denominada paro, el castigo. Inversión de todo sentido.
Revista Archipiélago,
NÚMERO 4 / 1990
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