martes, 1 de mayo de 2012

LA HISTORIA DE LOS ORÍGENES DEL 1º DE MAYO

Por Samuel Yellen
De American Labour Struggles.
Versión castellana de Sofía Yvars Fdez.
Indymedia, 03/05/2005

El anarquismo y la «línea de Chicago»

El pánico de 1873 marcaba al mismo tiempo el nacimiento de un movimiento obrero nacional con conciencia propia y la aparición de un socialismo realista que venía a sustituir a los vagos deseos utópicos de los primeros socialistas, que se limitaban a mantener elevadas conversaciones intelectuales y a elaborar escritos románticos. A partir de esta fecha, los socialistas, en vez de poner de modo idealista sus esperanzas en el mañana, comenzaron a actuar sobre el presente, organizando desfiles contra el hambre, manifestaciones de parados, huelgas, reuniones multitudinarias y mítines políticos. En un principio, actuaron como Partido Obrero de los Estados Unidos, cuya fundación data de 1876, y que desempeñó, como ya hemos visto, un papel de suma importancia en las huelgas de ferroviarios de 1877, especialmente en Chicago y en San Luis. Después del fracaso de las huelgas de ferrocarriles, el Partido Obrero se convirtió en Partido Obrero Socialista, cuya principal función era la acción política, aunque mantenía relaciones amistosas con los Sindicatos. Cuando se produjo este cambio, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Obrero Socialista ordenó que se celebraran reuniones de masas para presentar a los órganos legislativos las resoluciones en favor de la ley de las ocho horas, de la supresión de toda conspiración contra los trabajadores y de la adquisición de las líneas de ferrocarril y telégrafos por el gobierno federal.

Plaza de Haymarket en Chicago (1905)


Pero el movimiento social americano se resintió también del cisma que se había producido en la Primera Internacional, dividiéndose en dos facciones en virtud de sus diferencias en los métodos de lucha y en las cuestiones tácticas. Los internacionalistas pensaban que había que armarse en secreto y preparar directamente la revolución social, controlando estrechamente las actividades sindicales y políticas, a las que consideraban como actividades auxiliares, para evitar que naufragaran en las peligrosas aguas del oportunismo. Los seguidores de Lasalle, por su parte, trataban de acceder gradualmente a una nueva sociedad mediante la educación, la organización política y el juego parlamentario. Durante algunos años, los lasallianos dirigieron la política del partido, e incluso en Chicago, bastión de la orientación sindicalista y de los elementos revolucionarios, se entregaron a la lucha electoral. Pronto surgió un conflicto, sin embargo, en relación con las organizaciones militares de trabajadores. La más importante de éstas, la Lehr und Wehr Verein, había sido creada en 1875 por los socialistas alemanes de Chicago para defenderse de las intimidaciones físicas de que eran objeto de parte de los viejos partidos en las campañas electorales; la necesidad de tal protección se había puesto en evidencia una vez más durante la huelga de ebanistas de julio de 1877, cuando la policía irrumpió en las reuniones pacíficas, atacando con inusitada brutalidad a los asistentes a las mismas. Cuando el Partido Obrero Socialista, a través de su Comité Ejecutivo Nacional, repudió esas organizaciones militares, la postura de los elementos revolucionarios de Chicago se hizo aún más antagónica. La hostilidad de este sector se agudizó todavía más en 1880, tras el desalentador fracaso de los Socialistas en las elecciones; los revolucionarios atacaron a los moderados por el pacto que habían concertado ese mismo año con el partido «Greenback». Por otra parte, el único concejal socialista que fue reelegido en Chicago no pudo ocupar su puesto debido a los sucios manejos de la junta democrática del Ayuntamiento. Y los revolucionarios resaltaron la inutilidad de pretender llegar a una nueva sociedad por métodos electorales. Con la oleada de refugiados procedentes de Alemania, arribados al país a raíz del decreto antisocialista de 1878, aumentó el número de los grupos revolucionarios, que celebraron finalmente una convención en Chicago, en octubre de 1881.

Johann Most

Pero hasta la llegada de Johann Most a América, los grupos revolucionarios no se lanzaron a la acción. La aparición de Most (discípulo de Bakunin y Nechaiev, y fundador de la Asociación Internacional del Pueblo Trabajador, de ideología anarquista, y a la que se conocía a la sazón con el nombre de «Internacional Negra») marginó a los socialistas parlamentarios. En teoría, Most no era un anarquista puro; sin embargo, en la práctica, defendía los métodos anarquistas de acción terrorista contra las instituciones eclesiásticas y estatales llevados a cabo por propia iniciativa por los individuos, con el fin de no poner en peligro al movimiento en el caso de que se capturara al autor de una acción concreta de este tipo. Solamente las armas, creía Most, colocaban en cierta medida al trabajador en pie de igualdad con la policía y el ejército. Publicó un panfleto titulado La ciencia de la guerra revolucionaria. Manual de instrucciones para el uso y fabricación de nitroglicerina y dinamita, algodón de pólvora, fulminato de mercurio, bombas, espoletas, venenos, etc., etc. Preconizaba la creación de partidas de hombres armados y el exterminio de la «ralea de miserables», «ralea de reptiles», «raza de parásitos», etc. En otro panfleto, titulado Beast of Property («La bestia de la propiedad»), declaraba que en la actual sociedad no cabía transacción alguna, y que sólo tenía sentido la guerra sin cuartel hasta que la bestia de la propiedad «haya sido acorralada en su última guarida y destruida enteramente».

Aguijoneados por la actividad agitadora de Most, los representantes de los grupos revolucionarios antiparlamentarios de 26 ciudades se reunieron en Pittsburg el 14 de octubre de 1883 para reorganizar la Asociación Internacional del Pueblo Trabajador. Allí surgieron de nuevo dos tendencias, que sólo tenían en común su oposición a la acción política. Los delegados de Nueva York y de las ciudades del Este, dirigidos por Most, eran partidarios de los métodos anarquistas individuales, en tanto que los delegados de Chicago y de las ciudades del Oeste, bajo la dirección de Albert Parsons y August Spies, preconizaban una mezcla de anarquismo y sindicalismo que terminó siendo conocida bajo el apelativo de la «línea de Chicago». Este grupo estaba más próximo al sindicalismo que al anarquismo, ya que reconocía al sindicato como «grupo embrionario» de la nueva sociedad y como unidad de lucha contra el capitalismo. Sin embargo, el sindicato no debía luchar por reivindicaciones superficiales y oportunistas (salarios más altos, menos horas de trabajo...), sino que debía aspirar a la extinción completa del capitalismo y al establecimiento de una sociedad libre. En la lucha contra el capitalismo, no debía recurrir a la acción política, y tenía que desconfiar de toda autoridad centralizada y precaverse de las posibles traiciones de sus dirigentes. Sólo se debía confiar en la acción directa de la base. Únicamente faltaban dos principios para que la «línea de Chicago» se ajustase por completo al sindicalismo moderno: la huelga general y el sabotaje, prácticas que en aquel momento no habían sido objeto de un desarrollo teórico.

Albert Parsons

Como la facción occidental superaba ampliamente en efectivos a la oriental, la Convención ratificó la importancia del sindicato, declarándose en ella que la táctica principal a la que había que recurrir era la de la acción directa (la fuerza y la violencia). La plataforma de la Internacional, publicada en Alarm, periódico de Chicago dirigido por Parsons, decía entre otras cosas:


El orden social actual se basa en la expoliación de los no propietarios por los propietarios. Los capitalistas compran el trabajo de los pobres por salarios de supervivencia, quedándose con la plusvalía... De este modo, mientras los pobres cada vez tienen menos oportunidades de progresar, el rico se hace cada vez más rico mediante el robo... Este sistema es injusto, insensato y homicida. Por lo tanto, los que sufren bajo él y no quieren ser responsables de su continuidad deben esforzarse por destruirlo por todos los medios posibles y con la máxima energía... Los trabajadores no pueden esperar ayudas exteriores en su lucha contra el sistema existente, sino que deben librarse de él por su propio esfuerzo. Hasta el momento, ninguna clase privilegiada ha renunciado a su tiranía, y tampoco los capitalistas de hoy dejarán escapar sus privilegios y su poder si no se les fuerza a ello... Por consiguiente, es evidente que la lucha del proletariado contra la burguesía debe asumir un carácter violento y revolucionario, y que con las luchas salariales no puede alcanzarse el objetivo perseguido... En las actuales circunstancias la única solución es la fuerza... Agitación para organizarse, organización para la rebelión; tal es el camino que han de seguir los trabajadores si quieren liberarse de sus cadenas.

El programa abogaba, pues, sin disimulo por la destrucción del orden político y económico existente.

En Chicago, debido a la larga serie de atrocidades cometidas por la policía, muchos trabajadores se unieron a la Internacional, de forma que sólo esta ciudad contaba con más de la tercera parte de los cinco o seis mil miembros de la organización. En Chicago estaban además los dirigentes más inteligentes y capaces, como Parsons, Spies, Samuel Fielden y Michael Schwab. Los internacionalistas de Chicago publicaban en total cinco periódicos: Alarm, en inglés, con una tirada quincenal de dos mil ejemplares; el diario Chicagoer Arbeiter-Zeitung, en alemán, dirigido por Spies, con una tirada de 3.600 ejemplares; el Fackel y el Verbote, también en alemán, y el Boudocnost, en bohemio. Pronto este núcleo revolucionario penetró en el movimiento sindical, y bajo su influencia, el Sindicato de Cigarreros Progresistas invitó en junio de 1884 a todos los sindicatos de la ciudad a que se separaran de la conservadora Asamblea Mixta del Comercio y la Industria y organizaran un nuevo Sindicato Obrero Central, con una política militante. Cuatro sindicatos alemanes respondieron al llamamiento (los de los trabajadores del metal, los carniceros, los carpinteros y ensambladores y los ebanistas) y se aprobó una declaración de principios en la que se afirmaba: que todas las tierras son patrimonio de la colectividad; que la riqueza está producida por el trabajo; que no puede existir armonía entre el capital y el trabajo, y que todo trabajador debía separarse de los partidos políticos capitalistas y consagrarse a la lucha sindical. Desde un principio, el Sindicato Obrero Central estuvo en contacto con el grupo internacionalista. El Partido Obrero Socialista, por su parte, siguió integrado en la Asamblea Mixta.

A lo largo de un año, el nuevo Sindicato Obrero Central experimentó un lento crecimiento, pero a fines de 1885 contaba ya con 13 sindicatos, frente a 19 de la Asamblea, y en pocos meses sobrepasó a su rival, llegando a contar con 22 sindicatos, entre ellos los 11 más importantes de la ciudad. Mantenía contactos con la Internacional, y colaboraba con ella en reuniones y manifestaciones. Comenzó asimismo una importante labor de agitación en pro de la jornada de ocho horas, aunque sus motivaciones en esta campaña diferían de las de la Asamblea y los Caballeros del Trabajo, ya que consideraban que el objetivo último no era la reducción de la jornada laboral, sino la consecución del frente obrero común y la lucha de clases. En octubre de 1885 aprobó la siguiente resolución, propuesta por Spies:

Acordamos hacer un urgente llamamiento a la clase asalariada para que se arme y pueda esgrimir contra sus explotadores el único argumento eficaz (la violencia), y acordamos también que a pesar de que esperamos bien poco de la implantación de la jornada de ocho horas, nos comprometemos firmemente a ayudar a nuestros hermanos más atrasados en esta lucha de clases con todos los medios de que disponemos, haciendo frente resueltamente a nuestro común opresor: los aristócratas vagabundos y los explotadores. Nuestro grito de guerra es: «¡Muerte a los enemigos de la raza humana!»


La iniciativa del movimiento en pro de la jornada de las ocho horas en Chicago se dejó en manos de la Asociación de las Ocho Horas, integrada por la Asamblea Mixta, el Partido Obrero Socialista y los Caballeros del Trabajo, pero el Sindicato Obrero Central colaboró también activamente en la campaña. El domingo anterior al 1º de mayo organizó una enorme manifestación de apoyo a la jornada de ocho horas, en la que participaron 25.000 personas, y hablaron Parsons, Spies, Fielden y Schwab. Cuando llegó el momento de la lucha, la mayor parte de los que intervinieron en el movimiento en pro de la jornada de ocho horas en Chicago actuaron bajo las banderas del Sindicato Obrero Central y de la Internacional.

Se arroja la bomba

La huelga comenzó en Chicago con un gran despliegue de fuerzas y con fundadas esperanzas de éxito. Como se había decidido de antemano, el día 1 de mayo fueron a la huelga 40.000 obreros, y su número se elevó a 65.000 en un plazo de tres o cuatro días. Además, no representaban a la totalidad de las fuerzas del movimiento en la ciudad, ya que más de 45.000 obreros consiguieron la reducción de la jornada de trabajo sin necesidad de declararse en huelga; la mayor parte de ellos (unos 35.000) trabajaban en las casas de embalaje. Por otra parte, había ya varios miles de obreros en huelga en el Lake Shore, el Wabash, el Chicago, el Milwaukee, el St. Paul y en otros muelles de carga, en protesta contra el empleo de trabajadores no sindicados. Ante tal movimiento de masas, el jefe de policía Ebersold temió encontrarse con dificultades, y el sábado 1 de mayo mantuvo acuartelados a todos los agentes y policías de la ciudad; a sus efectivos se sumaron detectives de Pinkerton*, previamente contratados por los ferrocarriles, y enviados especiales seleccionados en su mayor parte en la Grand Army of the Potomac. Pese a todos estos preparativos bélicos, el sábado transcurrió pacíficamente. La ciudad, con todas las fábricas paradas y miles de huelguistas paseando por las calles con sus familias, tenía un aire de fiesta. Hubo desfiles y mítines populares con discursos en bohemio, polaco, alemán e inglés.

Ante las imprevistas proporciones y la solidaridad provocada por la huelga, los hombres de negocios e industriales más importantes se unieron para aplastarla. El 27 de abril se creó en Chicago la Western Boot and Shoe Manufacturers Association (Asociación de Fabricantes de Botas y Zapatos del Oeste), integrada por 60 empresas representadas directamente y 160 adheridas por carta, para desarrollar una actuación conjunta. Las principales fundiciones de hierro y acero, y también las de cobre y latón, declararon que rechazarían la reivindicación de las ocho horas. El día 1 por la mañana tuvo lugar, en el despacho de Felix Lang, una reunión de los principales Órganos decisorios para discutir los procedimientos que debían utilizarse para hacer frente a los huelguistas. Por la tarde se unieron a ellos, en el hotel Sherman, los representantes de todos los almacenes de madera y de las fábricas de cajas y material de embalaje, y la industria maderera decidió de común acuerdo no hacer concesiones a los trabajadores. Pese a ello, el lunes 3 de mayo la huelga se había extendido de modo alarmante. Barcos madereros bloqueaban el río cerca de la lonja de madera, y se esperaba que otros 300 buques cargados de madera engrosasen la flota de embarcaciones inactivas. La industria de la construcción, que se encontraba en pleno auge, sufrió una repentina paralización. Las grandes fundiciones de metal y los vastos muelles de carga estaban bloqueados. Era necesaria una acción agresiva para romper la huelga. El lunes, las porras de la policía comenzaron a disolver mítines y manifestaciones.

Aquella tarde se produjeron graves disturbios en la McCormick Harvester Works (Segadoras McCormick). Allí, el malestar databa de hacía tiempo. Había surgido a mediados de febrero, cuando Cyrus McCormick declaró el lock-out contra sus 1.400 obreros en respuesta a la petición de éstos de que la empresa abandonase la discriminación contra algunos de sus compañeros que habían tomado parte en una huelga anterior ocurrida en la fábrica. En los dos meses siguientes, esquiroles, detectives de Pinkerton y policías habían atacado a los obreros en paro con salvajismo desenfrenado. Bogart y Tllompson dicen a propósito de aquel período:

La policía de Chicago reflejaba la hostilidad de la clase de los patronos, considerando las huelgas como prueba per se de que los hombres habían asumido una postura de oposición a la ley y el orden. Durante aquellos meses de inquietud obrera, un pasatiempo común de la policía consistía en que un escuadrón montado o un destacamento en formación cerrada disolviese a porra limpia cualquier grupo de trabajadores. La porra era un instrumento imparcial: golpeaba por igual a hombres, mujeres, niños y mirones. Fue la policía, junto con los detectives de Pinkerton, la que añadió la poderosa levadura del rencor al enfrentamiento. Para los obreros representaba un ejemplo concreto y odioso de autocracia contra la que protestaban.

Pero una provocación aún mayor de la policía tendría lugar la tarde del lunes 3 de mayo. Aquella tarde, unos 6.000 cargadores de madera se reunieron cerca de Black Road, a un cuarto de milla aproximadamente de las instalaciones de McCormick, para elegir una comisión que fuera a entrevistarse con los propietarios de los almacenes de madera. Mientras August Spies hablaba a la reunión, un grupo de 200 obreros se separó espontáneamente de la muchedumbre de huelguistas, se dirigió hacia la fábrica McCormick y empezó a molestar a los esquiroles que, en aquellos momentos, marchaban a sus casas. A los diez o quince minutos había allí más de 200 policías. Mientras tanto, Spies, que todavía estaba hablando, y los huelguistas que asistían a la reunión, al ver coches patrulla y oír el tiroteo, se dirigieron hacia McCormick, pero la policía les salió al paso. Porras y revólveres disolvieron a la multitud; la polida tiró deliberadamente a dar a los huelguistas que corrían, y hubo al menos cuatro muertos y numerosos heridos.

August Spies

Spies, indignado ante aquel nuevo ultraje, corrió a la imprenta del Arbeiter-Zeitung y compuso, en inglés y alemán, la siguiente proclama:

¡VENGANZA!
¡A LAS ARMAS, TRABAJADORES!

Los amos han enviado contra vosotros a sus sabuesos: a la policía; esta tarde, en McCormick, han matado a seis de vuestros hermanos. Asesinaron a los pobres desgraciados porque, como vosotros, se atrevieron a desobedecer la todopoderosa voluntad de vuestros patronos. Les asesinaron porque osaron pedir la disminuci6n de su jornada de trabajo. ¡Les asesinaron para demostraros, «ciudadanos libres de América», que debéis estar satisfechos y contentos con lo que vuestros amos tengan a bien claros, si no queréis morir!

Durante años habéis soportado las humillaciones más abyectas; durante años habéis aguantado iniquidades inconmenbles; habéis trabajado hasta morir, habéis sufrido las punzadas del hambre y de la miseria, vuestros hijos han sido sacrificados al dios de la fábrica. En resumen, durante todos estos años habéis sido esclavos miserables y obedientes. ¿y para qué? ¿Para satisfacer la avidez insaciable, para llenar los cofres de un amo perezoso y ladrón? jCuando ahora le pedís que aligere vuestra carga, envía a sus sabuesos a dispararos, a asesinaros!

Si sois hombres, si sois hijos de aquellos nobles padres que derramaron su sangre para liberaros, os levantaréis con toda vuestra fuerza, como Hércules, y destruiréis al monstruo repugnante que quiere destruiros. ¡A las armas os llamamos! ¡A las armas !

Vuestros hermanos

Una segunda circular convocaba un mitin de protesta para el día siguiente por la tarde en el viejo Haymarket en la calle Randolph.

El martes 4 de mayo por la mañana, la policía atacó a una columna de 3.000 huelguistas cerca de la calle Treinta y Cinco. Los ataques a los grupos de huelguistas continuaron durante las primeras horas de la tarde, destacándose uno que se produjo entre las calles Dieciocho y Morgan, en la parte sur de la ciudad. No obstante, el alcalde Carter H. Harrison autorizó la reunión de masas, y a las 7,30 de la tarde la gente comenzó a congregarse en Haymarket Square, centro del distrito de los almacenes de madera y las fábricas de material de embalaje. De 8 a 9 de la noche estuvieron presentes en la reunión unas 3.000 personas, entre ellas el alcalde Harrison, que asistió como espectador para cerciorarse de que no se alteraba el orden. A media manzana de allí se encontraba la comisaría de la calle Desplaines, donde estaba preparado un numeroso destacamento de policía. La reunión fue muy tranquila. Spies habló a la multitud desde un coche situado ante la fábrica Crane Bross. A continuación, habló Parsons, ciñéndose al tema de la reivindicación de las ocho horas; le sucedió Fielden. A eso de las 10, una amenazadora tormenta comenzó a dispersar a los reunidos; Spies y Parsons se habían marchado ya. Sólo quedaba Fielden hablando a los pocos centenares de personas que aún permanecían. El alcalde Harrison, viendo que la reunión transcurría pacíficamente y creyendo que todo había terminado, la abandonó poco después de las 10, se pasó por la comisaría de la calle Desplaines para informar de que no había habido problemas, y se marchó a la cama.

No obstante, pocos minutos después de irse el alcalde, el inspector John Blonfield, odiado en toda la ciudad por su historial de brutalidades, encabezó un destacamento de 180 policías para disolver la reunión. No existía ninguna excusa para aquella expedición, fuera del deseo de Blonfield de romper algunas cabezas más, según las declaraciones del gobernador Altgeld, que años después afirmó: «... Ese capitán Blonfield fue el verdadero responsable de la muerte de los policías.» La policía se detuvo a poca distancia del coche del orador, y el capitán Ward ordenó a la multitud que se dispersase. Fielden respondió que aquella era una reunión pacífica. Cuando el capitán Ward se dio la vuelta para dar una orden a sus hombres, alguien arrojó una bomba desde algún lugar de la acera, ligeramente al sur de donde se encontraba el coche. La bomba hizo explosión en medio de los policías e hirió a 66, siete de los cuales murieron más tarde. Presa de histeria, la policía abrió fuego inmediatamente y disparó descarga tras descarga sobre la multitud, matando a varias personas e hiriendo a 200. El terror se apoderó del barrio; se llamó a los médicos; las farmacias se llenaron de personas heridas.

Explosión en Haymarket Square

Todavía hoy no se sabe con seguridad quien arrojó la bomba. Hay tres posibilidades:

1) El gobernador Altgeld, en su mensaje de gracia redactado el año 1893, sostuvo que la bomba había sido arrojada como represalia contra las atrocidades cometidas por Blonfield y la policía:

... Se ha demostrado aquí que la bomba fue arrojada por alguien que buscaba una venganza personal; que el proceder de las autoridades tenía que dar lugar inevitablemente a algo asi; que, desde años antes del asunto de Haymarket, se habian producido numerosos disturbios obreros; y que en varias ocasiones muchos trabajadores inocentes de todo delito habían sido muertos a sangre fria por los detectives de Pinkerton, sin que fuera juzgado ninguno de los asesinos. Las pruebas descubiertas en la encuesta del juez de instrucción y enumeradas aquí demuestran que, al menos en dos ocasiones, las víctimas recibieron los disparos que pusieron fin a su vida cuando escapaban y no podían, por tanto, disparar, y no obstante nadie fue castigado por ello; que en Chicago había habido numerosas huelgas en las que algunos miembros de la policía no sólo se pusieron en contra de los obreros, sino que interrumpieron y disolvieron mítines pacíficos sin tener autorización legal para ello, y en muchos casos golpearon brutalmente a personas inocentes de todo delito.

2) No debe destacarse apresuradamente la posibilidad de que el hecho fuese obra de un agent provocateur. En aquella época, los policías de Chicago eran muy capaces de idear un plan semejante. Al día siguiente de la bomba, el inspector Blonfield declaró:

Tomaremos activas medidas para capturar a los dirigentes de todo este asunto. La acción de anoche demostrará que sus discursos sobre las bombas y la dinamita no eran una pura fanfarronada... El ataque de que fuimos objeto fue brutal y cobarde...

La frase señalada demuestra quizá un deseo previo de probar que los «discursos sobre las bombas» no eran una «pura fanfarronada».

3) Es muy probable que el culpable fuese Rudolph Schnaubelt, anarquista cuñado de Michael Schwab. El hecho de que fuese detenido en dos ocasiones y puesto en libertad las dos, en unos momentos en que la policía detenía y mantenía detenidos a todos los anarquistas y simpatizantes a los que podía echar mano, despierta la sospecha, casi la seguridad, de que se deseaba que Schnaubelt estuviese lejos para poder condenar a los ocho dirigentes más importantes. Bogart y Thompson dicen al respecto:

En una declaración que ahora se encuentra en el Illinois Historical Survey (Archivo Histórico de Illinois), hecha por el Sr. Wallace Rice el 25 de junio de 1919, y corroborada por los Sres. Clarence S. Darrow y George A. Chilling, todos los cuales estaban en situación de conocer la verdad del asunto, el Sr. Rice afirmó: «Todos los periodistas informados que se encontraban en el lugar de los hechos tenían la impresión de que la bomba fatal había sido fabricada por Louis Lingg y arrojada por Rudolph Schnaubelt. Muchos de ellos creían además que la policía lo sabía y que permitió escapar a Schnaubelt, después de haberle detenido, porque no podía conectarle de ningún modo con los hombres que después fueron condenados, con la posible excepción de Lingg y de Michael Schwab, que estaba casado con una hermana de Schnaubelt. Se creía que Lingg era el único de los acusados que sabía que la bomba existía y que iba a ser lanzada. Schnaubelt, cuando fue puesto en libertad por la policía, escapó lo más de prisa y lo más lejos que pudo de la escena del delito, y cuando se formularon acusaciones contra él, se dijo que se encontraba en el sur de California, cerca de la frontera mejicana, desde donde podía escapar fácilmente del país...

Al revisarse el caso siete años después del juicio, el juez Gary admitió que era muy posible que Schnaubelt fuese culpable y que la policía hubiese puesto por dos veces en libertad al verdadero sospechoso. Y añadio: «Pero no es importante que fuese Schnaubelt u otro el que arrojó la bomba.»

Los periódicos adoptaron una actitud de pánico, no sólo en Chicago, sino en todas partes. Pidieron que se ejecutase inmediatamente a todos los subversivos. En el plazo de unos días, la policía detuvo a los anarquistas y revolucionarios más destacados de la ciudad —Spies, Fielden, Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg, Oscar Neebe— ya muchos otros, incluidos los 25 impresores de la Arbeiter-Zeitung. El único que faltaba era Parsons, a quien la policía no pudo capturar pese a su minuciosa búsqueda. Cuando se hizo pública la muerte del policía Mathias J. Degan, la prensa exigió que los culpables compareciesen inmediatamente ante el Gran Jurado. Durante semanas, atizó el terror del público. Sus titulares clamaban: Bestias Sangrientas, Rufianes Rojos, Fabricantes de Bombas, Portadores de Banderas Rojas, Anarcodinamiteros, Monstruos Sangrientos. El Chicago Tribune dijo el día 6 de mayo: «Esas serpientes se han cobijado y se han alimentado al calor de la tolerancia, hasta que al fin se han atrevido a atacar a la sociedad, a la ley, al orden y al gobierno.» El Chicago Herald, el 6 de mayo: «La chusma, instigada a matar por Spies y Fielden, no se compone de americanos. Son los desechos de Europa que han llegado a estas costas para abusar de la hospitalidad y desafiar la autoridad de esta nación.» El Chicago Inter-Ocean, el 6 de mayo: «Durante meses y años, estos apestados han estado divulgando sus doctrinas sediciosas y peligrosas.» El Chicago Journal, el 7 de mayo: «Debiera hacerse rápidamente justicia con estos anarquistas. La ley de este Estado es tan clara respecto de la complicidad con un crimen que los juicios serán breves.»

Atizar la histeria pública se convirtió en la principal actividad de la policía. El inspector Blonfield y el capitán Schaack, en especial, deseaban mantener vivo el fermento de odio y temor nacido de la bomba para que no decreciese la excitación de los ciudadanos. Tres años más tarde, en el curso de una entrevista, el jefe de policía Ebersold confesó: «Después del 4 de mayo [de 1886] mi deseo era que las cosas se tranquilizaran lo antes posible. El estado general de inquietud era nocivo para Chicago. Por otra parte, el capitán Schaack quería que las cosas siguiesen moviéndose, quería que se encontrasen bombas aquí, allá, en todas partes... Cuando logramos destruir las asociaciones anarquistas, Schaack quería mandar hombres para organizar inmediatamente otras nuevas.» La policía se incautó de la lista de suscriptores de la Arbeiter-Zeitung y llevó a cabo una larga serie de redadas. Irrumpió en locales de reunión, imprentas y viviendas, y realizó registros; todas las personas sospechosas de tener la más remota relación con el movimiento radical fueron detenidas. La policía se encargó de que las redadas fuesen fructíferas. Todos los días se descubrían municiones, rifles, espadas, mosquetes, pistolas, bayonetas, porras, literatura anarquista, banderas rojas, pancartas incendiarias, cartuchos, puñales, balas, plomo, material para fabricar torpedos, moldes para balas, dinamita, bombas, granadas, cápsulas fulminantes, artefactos infernales, trampas secretas, galerías de tiro subterráneas. Cada hallazgo hecho público por la policía era coreado por la prensa. Se difundió el rumor de que Herr Most había salido de Nueva York con dirección a Chicago, sin duda, para encargarse de la dirección de los próximos asesinatos, y la policía montó un espectáculo en la estación. Se reunió una multitud para esperar la amenazadora llegada, pero Herr Most no apareció. Se preparaba cuidadosamente el ambiente para el juicio.
Los Mártires de Haymarket Square

«¡Que se oiga la voz del pueblo!»

A mediados de mayo se reunió el Gran Jurado, que acusó inmediatamente a Ausgust Spies, Michael Schwab, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg y Oscar Neebe, todos ellos miembros destacados de la Internacional, del asesinato de Mathias J. Degan el día 4 de mayo. El juicio se fijó para el día 21 de junio ante la Audiencia Criminal de Cook County, actuando como juez Joseph E. Gary. El fiscal Julius S. Grinnell se encargó de la acusación. Asumieron la representación de los acusados William P. Black, William A. Foster, Sigmund Zeiser y Moses Salomori. El juicio comenzó al mismo tiempo que la policía llevaba a cabo sus alarmantes hallazgos, mientras los periódicos recitaban historias de complots anarquistas para realizar asesinatos en masa y mientras el público reclamaba la ejecución inmediata de los acusados. Cuando comenzaba el interrogatorio preliminar de los candidatos a formar parte del jurado, Parsons, que había burlado la búsqueda policíaca durante seis semanas, entró en la sala y se sometió voluntariamente a juicio, yendo a sentarse junto a sus camaradas en el banquillo de los acusados.

Los «Mártires de Chicago»

Desde un principio, dos hechos impidieron que el juicio tuviese ningún parecido con un juicio imparcial: En primer lugar, el juez Gary obligó a los ocho acusados a figurar en el mismo proceso, lo cual aumentaba el riesgo de que se admitiese todo género de pruebas. En segundo lugar, el jurado fue nombrado fraudulentamente mediante un procedimiento extraordinario: no se eligieron los candidatos para el jurado del modo normal, sacando nombres de una caja; el tribunal encargó de seleccionarlos a un alguacil especial designado por la fiscalía. Un hombre de negocios de Chicago, Otis S. Favor, hizo una declaración jurada de que dicho alguacil le había dicho en presencia de testigos: «yo me encargo de este caso y sé lo que tengo que hacer. Estos tipos van a ser colgados como yo me llamo... Estoy llamando a gente que los acusados tendrán que recusar, perdiendo así el tiempo y agotando el número de recusaciones que les están permitidas. Así, luego tendrán que aceptar a quien quiera la acusación.» Gracias al hábil interrogatorio del juez, hombres que admitían abiertamente sus prejuicios contra los acusados eran declarados aptos para formar parte del jurado y tenían que ser recusados por la defensa. Se tardaron 21 días en seleccionar al jurado y fueron examinados 981 candidatos, finalmente, la defensa agotó todas sus posibilidades de recusación, y fueron elegidos los 12 miembros definitivos del jurado, entre ellos un pariente de una de las víctimas de la bomba.

En su discurso preliminar, tras el comienzo de la fase probatoria el 14 de julio, el fiscal Grinnell aseguró al jurado que el hombre que había arrojado la bomba comparecería ante el tribunal. Evidentemente, la acusación era incapaz de cumplir lo prometido. No obstante, al principio intentó fabricar, mediante el testimonio de dos supuestos anarquistas que eran testigos de la acusación, un complot terrorista para dinamitar todas las comisarías cuando apareciese la palabra «Ruhe**» en la Arbeiter-Zeitung. El testimonio quedó muy debilitado en el contrainterrogatorio. Cuando aquello falló, se presentaron otras extrañas pruebas. Un testigo llamado Gilmer que, según se demostró en el contrainterrogatorio, era un perjuro profesional que con toda probabilidad había sido pagado para testificar, juró que había visto a Spies, Schwab y Schnaubelt pasarse un objeto que parecía una bomba, y que también había visto a este último arrojar la bomba en medio de los policías. Por otra parte, varios policías intentaron probar que Fielden les había disparado desde detrás del coche desde el que se habían pronunciado los discursos, pero sus afirmaciones resultaban contradictorias. El gobernador Altgeld decía en su mensaje de gracia, respecto de los testigos y los testimonios presentados por la acusación:

Se ha demostrado que gran parte de las pruebas presentadas en el juicio habían sido fabricadas; que algunos de los principales funcionarios de la policía, guiados por un celo equivocado, no sólo aterrorizaron a hombres ignorantes metiéndoles en la cárcel y amenazándolos con torturarlos si se negaban a jurar lo que ellos deseaban, sino que ofrecieron dinero y trabajo a los que consintieron en hacerlo. Asimismo se ha demostrado que proyectaron deliberadamente crear conspiraciones ficticias para lograr la gloria consiguiente a su descubrimiento. Además de las declaraciones, incluidas en las actas, de algunos testigos que juraron haber recibido pequeñas sumas de dinero, también hay varios documentos que lo corroboran.

Pese a la niebla emocional que logró crear, la acusación, como observaba Altgeld, nunca descubrió quién había arrojado la bomba ni pudo demostrar la existencia de una conspiración en la que hubiesen participado los acusados.

Pronto se puso de manifiesto que los hombres estaban siendo juzgados por sus ideas, aunque no se permitió, a la defensa que presentase testimonios relativos a la teoría del anarquismo. Sobre la base de que los principios generales del anarquismo propugnaban la destrucción de todos los capitalistas, el juez Gary permitió a la acusación establecer una conspiración concreta. El jurado fue bombardeado con lecturas procedentes de artículos incendiarios del Alarm y de la Arbeiter-Zeitung. Además, la policla exhibió sobre una mesa colocada ante el jurado toda clase de bombas, dinamita y mecanismos infernales, aunque dichos artefactos destructivos hubiesen sido encontrados la mayor parte de las veces semanas después a kilómetros de distancia del lugar del delito y no tuviesen ninguna relación con los acusados. El despliegue produjo el efecto deseado: creó una atmósfera de terror. En varias ocasiones, la defensa hizo objeciones a la presentación de pruebas irrelevantes con el fin de crear un clima emocional, pero el Tribunal las rechazó. El juez Gary puso también de manifiesto su parcialidad de otras maneras, como señaló más tarde Altgeld. Mientras obligaba a la defensa a limitarse, en sus contrainterrogatorios, a los puntos concretos tratados por la acusaci6n, permitía que el fiscal se perdiese en cuestiones totalmente ajenas a aquellas que eran objeto del interrogatorio de los testigos. Por otra parte hizo, cuando podía oírle el jurado, observaciones insinuantes que resultaron más perjudiciales para los acusados que cualquier cosa que hubiera podido decir el fiscal. Foster, uno de los defensores, alegó que no existían pruebas de que las palabras, escritas o habladas, de que los acusados hubiesen ejercido influencia alguna sobre el culpable del lanzamiento de la bomba, ni de que los acusados hubiesen sido instigadores del delito. Insistió en llevar el caso como un asunto de homicidio, puesto que tal era la acusación; se limitó a la ley y a los hechos. Intentó incluso admitir la existencia de cierta locura criminal en las palabras de los acusados, pero éstos se negaron.

El resumen de los hechos ante el jurado comenzó el 11 de agosto. El último en hablar fue el fiscal Grinnell, cuyas palabras finales fueron: «La ley está por encima del juicio, la anarquía está sometida a juicio. Estos hombres han sido seleccionados, elegidos por el Gran Jurado y acusados porque eran dirigentes. No son más culpables que los miles de hombres que les siguen. Señores del Jurado, declaren culpables a estos hombres, hagan un escarmiento con ellos, cuélguenlos, y habrán salvado nuestras instituciones, nuestra sociedad.» Como se preveía, el 20 de agosto el jurado dictó un veredicto de culpabílidad y fijó la pena de muerte en la horca para siete de los acusados, haciendo una excepción con Oscar Neebe, que fue condenado a quince años de prisi6n. Una moción presentada por la defensa en septiembre pidiendo un nuevo juicio fue rechazada por el juez Gary, y se preguntó a los convictos si deseaban decir algo antes de que se dictase sentencia. Estos pronunciaron elocuentes discursos que duraron tres días, dirigidos, por encima del tríbunal, a los trabajadores de todo el mundo. Tras un largo resumen de sus creencias, Spies dijo:

Estas son mis ideas. Constituyen una parte de mí mismo. No puedo renunciar a ellas, ni lo haría aunque pudiera. Y si creéis que podéis destruir esas ideas que cada día ganan más terreno, si pensáis que podéis destruirlas enviándonos a la horca, si queréis una vez más condenar a la gente a la pena capital porque se ha atrevido a decir la verdad -y os desafío a citar una sola mentira que hayamos dicho-, os repito, si la muerte es la pena que se impone al que proclama la verdad, ¡pagaré ese elevado precio desafiante y orgullosamente! Llamad a vuestro verdugo.

George Engel dijo:

Odio y combato no al capitalista individual, sino al sistema que le concede esos privilegios. Mi mayor deseo es que los trabajadores sepan quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos.

Y, desafiante como se había mostrado a lo largo de todo el juicio, el joven Lingg, de veintiún años, declaró:

Repito que soy enemigo del «orden» existente, y repito que combatiré con todas mis fuerzas mientras me quede vida. ..Os desprecio. Desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra autoridad basada en la fuerza. ¡Colgadme por ello!

El día 9 de octubre, el juez Gary pronunció la sentencia que había señalado el jurado.

Su ejecución se aplazó mientras se llevaba el caso ante el Tribunal Supremo de Illinois. Tras varios meses de examen, el Tribunal Supremo admitió que el juicio había incurrido en errores legales, pero confirmó en septiembre de 1887 el veredicto del tribunal inferior. Un intento de apelar al Tribunal Supremo de los Estados Unidos fracasó cuando este organismo decidió que no tenía jurisdicción sobre el caso. Varias organizaciones laborales pidieron el perdón de los condenados. La American Federation of Labor (Federación Americana del Trabajo) aprobó una resolución en ese sentido, y la Noble Order of the Knights of Labor (Noble Orden de los Caballeros del Trabajo) no hizo otro tanto únicamente porque se lo impidió personalmente Powderly, que odiaba a los anarquistas y quería mantener a su grupo ajeno a toda relación con ellos. Durante los últimos días, Fielden y Schwab pidieron clemencia y solicitaron que se conmutase su sentencia. Los demás pidieron libertad o muerte. El gobernador Oglesby conmutó la sentencia de Fielden y Schwab condenándoles a cadena perpetua, y éstos se reunieron con Neebe en la penitenciaría del Estado en Joliet. Lingg escapó al patíbulo haciendo estallar en su boca un tubo de dinamita la víspera de la ejecución. Los otros cuatro fueron colgados el día 11 de noviembre de 1887.

Les colocaron rápidamente al cuello los lazos corredizos, les pusieron las capuchas y se apresuraron a dirigirse a las trampilla. Entonces, de detrás de las capuchas, surgieron estas palabras:
Spies: «Llegará un tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy estranguláis.»
Fischer: «Viva la anarquía...»
Engel: « ¡Viva la anarquía! »
Fischer: « ¡Este es el momento más feliz de mi vida! »
Parsons: «¿Se me permitirá hablar, hombres de América? ¡Déjeme hablar, sheriff Mason! ¡Que se oiga la voz del pueblo! Oh...»

En el funeral desfilaron 25.000 trabajadores. William P. Black, que había sido uno de los defensores, habló ante las tumbas:

... Yo amaba a estos hombres. No les conocía hasta que entré en contacto con ellos en su hora de dolor y angustia. A medida que pasaba los meses y hallaba en las vidas de aquellos con los que hablaba el testimonio de su amor por el pueblo, de su paciencia, su ternura y su valor, mi corazón abrazó su causa... Digo que, cualesquiera que sean los errores que estos hombres hayan podido cometer, el pueblo a quien amaban y por cuya causa han muerto puede cerrar el volumen, sellar la historia y dedicar su voz a alabar sus heroicas acciones y su sublime autosacrificio.
Monumento a la memoria de los Mártires de Chicago

Derrumbamiento de la Internacional Negra

Una parte de la furia pública despertada por la bomba de Haymarket se desvió hacia la huelga en pro de la jornada de ocho horas. Surgió la confusión entre los trabajadores, y sus filas se escindieron. Utilizando como excusa los supuestos descubrimientos de complots anarquistas, la policía atacó a los trabajadores reunidos de forma aún más salvaje que antes. Los dirigentes obreros eran detenidos sin contemplaciones. Antes de que transcurriese una semana desde el 4 de mayo, los huelguistas comenzaron a ceder ya volver al trabajo. Muchos de ellos, especialmente los cargadores, encontraron sus puestos ocupados por esquiroles. Esta rendición desordenada del movimiento en pro de una jornada de trabajo más reducida no se limitó a Chicago. El 22 de mayo de 1866, Bradstreet's informó de que de los 190.000 huelguistas que había en un principio en los Estados Unidos, no quedaban más que 80.000, y de que muchos de éstos habían sido víctimas de lock-out. En Chicago, sólo quedaban 16.000 de los 65.000 que había al principio. Aunque es cierto que, de los 190.000 huelguistas del país, 42.000 lograron que triunfase su reivindicación y que, como se ha dicho, 150.000 lograron una jornada más reducida sin necesidad de declararse en huelga, estas concesiones duraron poco. En cuanto el movimiento remitió, los patronos anularon sus concesiones. En un mes el total de obreros que seguían gozando de una jornada más corta conseguida por medio de la huelga o concedida voluntariamente, descendió en casi una tercera parte, de 200.000 a 137.000 aproximadamente. En octubre, mediante un lock-out, los empaquetadores privaron a sus 35.000 obreros de la jornada de ocho horas que les habían concedido sin huelga en mayo. El 8 de enero de 1887, Bradstreet's podía informar a la nación de que «puede darse por sentado... que, en cuanto al pago de los salarios anterior por una jornada de trabajo más reducida, el total de los que todavía disfrutan de esa concesión no pasa de los 15.000, si es que llega a ese número».

No fue sólo el movimiento en pro de la jornada de ocho horas el que resultó perjudicado por el constante fuego graneado de la prensa. La teoría y la práctica radicales cayeron en desgracia para muchos años en las organizaciones obreras. Powderly expresó su extrema, antipatía a los elementos revolucionarios:

Un principio crucial de los socialistas y anarquistas furibundos es hacer propaganda siempre que se les presenta la ocasión. Si se crea una nueva sociedad de trabajadores, estos extremistas se hacen miembros de ella e intentan hacer triunfar sus ideas. Con frases hipócritas y fingida humildad, se congracian con hombres que les despreciarían si revelasen sus verdaderos sentimientos, y cuando han logrado ganarse sus simpatías, han introducido entre los miembros de la sociedad una cuña que, tarde o temprano, les escindirá.

EL ZALAMERO DEFENSOR DE LA ANARQUÍA pocas veces hace por sí mismo algo para promover los fines del movimiento del que forma parte. Se asegura los servicios de tontos que cumplirán órdenes por lealtad a los principios o por ignorancia. Es totalmente cierto que juegan con la ignorancia de los trabajadores; también cierto que desdeñan todo esfuerzo por levantar el manto de ignorancia que se cierne sobre la suerte de éstos. Si el pueblo llega a estar educado, no tendrán para él ninguna utilidad ni la anarquía ni el monopolio...

Los improperios incesantes de los periódicos, las revistas y los púlpitos eran aún más virulentos que los de Powderly. Las caricaturas de Thomas Nast y de otros dibujantes representaban a infames anarquistas de barbas pobladas y aspecto extranjero engañando al jornalero, asesinando al ciudadano respetable de la escondiéndose de la policía debajo de una cama. La Nation acusó a los ocho convictos de ser unos cobardes, unos «gallinas», por intentar apelar en lugar de dejarse colgar valerosa y alegremente como los nihilistas rusos, más remotos y románticos.

Algunos de los ataques a las facciones radicales fueron menos toscos, más sutiles, velados por una imparcialidad y una objetividad fingidas. Uno de éstos fue el estudio seudocientífico del profesor Cesare Lombroso, publicado en una revista filosófica, el Monist, en el cual, tras un alarde impresionante pero equívoco de cuadros, figuras y jerga antropológica, concluyó que los anarquistas y comunistas pertenecían al tipo criminal. Para llegar a esa conclusión, analizó las fisionomías de 100 anarquistas arrestados en Turín, de 50 fotografías de communards y de las fotografías del libro de Schaack sobre los anarquistas de Chicago; y encontró abundantes pruebas en «la plagiocefalia exagerada, la asimetría facial, otras anormalidades craneales (ultra-braquicefalia, etc.), mandíbulas muy anchas, zigomas exagerados, senos frontales enormes, anomalías dentales, de las orejas, de la nariz, de la coloración de la piel, viejas heridas, tatuajes, anomalías psicopatológicas». Fue el condenado Michael Schwab, todavía preso en la penitenciaría de Joliet, quien se encargó de señalar al profesor Lombroso ciertos errores fundamentales: 1) Que lo más probable es que no exista un tipo criminal antropológico y físico que sea hereditario; 2) que el delito es fundamentalmente un producto del ambiente; 3) que al estudiar las fisionomías, nuestro juicio se ve influido por reacciones emocionales; 4) que es fácil y frecuente que se seleccionen inconscientemente los materiales para corroborar las conclusiones deseadas; 5) que el anarquismo no es un término preciso y concreto que permita distinguir a sus supuestos partidarios de los del comunismo, socialismo, liberalismo, etc. No obstante, el estudio del profesor Lombroso pronto trascendió a los periódicos más populares y proporcionó una base «científica» a la actitud del público respecto a los anarquistas y revolucionarios.

Pese a aquella prolongada oleada de odio, en 1889 se creó una Amnesty Association (Asociación para la Amnistía) para desarrollar la campaña en favor de la libertad de Neebe, Fielden y Schwab. Pero el gobernador Fifer, que sucedió a Oglesby, no quiso oír hablar del asunto y la Asociación para la Amnistía tuvo que esperar hasta 1893, año en que el cargo de gobernador de Illinois fue ocupado por John P. Altgeld. Este recibió una petición con 60.000 firmas. Si hubiese presentado su perdón como un acto de gracia, basándolo en que los condenados ya habían pasado siete años en la penitenciaría, probablemente hubiera sido aplaudido por la comunidad y su conciencia hubiera quedado tranquila. Pero insistió en realizar una investigación a fondo, y descubrió que se había cometido un error legal irreparable y monstruoso, no sólo con los tres hombres que todavía permanecían en la cárcel, sino también con los cinco que habían muerto. Cuando escribió su mensaje de gracia, que probaba de modo irrebatible que los ocho acusados no habían sido sometidos a un juicio imparcial y que la acusación no había logrado establecer ninguna relación entre ellos y la persona desconocida que arrojó la bomba en Haymarket; cuando demostró que el tribunal, el jurado y el fiscal habían actuado bajo la influencia de la histeria deliberadamente creada e intensificada por la prensa y la policía de Chicago, lo que hizo en realidad fue acusar a la comunidad de asesinato legal. Como consecuencia, al perdonar a Neebe, Fielden y Schwab, atrajo sobre su cabeza una tormenta a la que sólo ganaba en intensidad la que habían sufrido los propios anarquistas. «Pero, dándose cuenta desde un principio de que la posición legal del gobernador era inexpugnable, los ultrajados guardianes de la sociedad se apresuraron a recurrir a su arma favorita, descargando sobre el propio Altgeld una ola de vituperios tan intensa y prolongada como pocos hombres públicos han sufrido en alguna ocasión. Si no podían impugnarse sus argumentos, al menos se podían poner en duda sus motivos, destruir su reputación y arruinar su carrera política y prqfesional; a esos fines dedicó la prensa sus esfuerzos, apoyada activa o pasivamente por las nueve décimas partes de las personas más respetables de la vida americana, con un fervor y una persistencia casi fanáticos.»

Las facciones radicales del movimiento obrero tardaron en recobrarse de aquel período de persecuciones. Tras el asunto de Haymarket, la Internacional Negra quedó pronto reducida a un pequeño grupo de intelectuales, al retirarse los obreros atemorizados. Aunque la modificación conocida con el nombre de «la línea de Chicago» reapareció más adelante, el anarquismo como teoría y como táctica nunca recuperó su influencia sobre el movimiento obrero de los Estados Unidos. Los trabajadores se volvieron hacia la Federación Americana del Trabajo, más conservadora, que contaba en su haber con la energía desplegada con ocasión del movimiento en pro de la jornada de ocho horas y con la aprobación de una resolución pidiendo la liberación de los ocho condenados. La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo perdió partidarios como consecuencia de su traición oficial durante la huelga y de su negativa oficial a pedir el perdón de los condenados. Entre la clase obrera, los anarquistas ejecutados fueron considerados mártires del trabajo, y su monumento funerario en el Cementerio Waldheim se convirtió en un santuario visitado todos los años por miles de personas.


* Miembros de la Pinkerton Detective Agency, fundada por Allan Pinkerton en 1850 y continuada por sus descendientes. Suministraba sistemas de alarma y guardia a la industria privada, y más tarde rompehuelgas, sobre todo durante el período de intensas luchas sociales de comienzos del siglo XX. (N. del T.)
** «Silencio» en alemán (N. del Administrador del blog)

1 comentario:

  1. Que interesante explicación sobre los orígenes del día 1 de mayo. La fuerza de los trabajadores de la industria en aquel momento fue completamente determinante para llegar a donde estamos hoy.

    Marcos

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