martes, 22 de mayo de 2012

Artistas y anarquistas…

Por H. RODERICK KEDWARD

Algunos, sin duda, fueron cerrados de espíritu y muchos fueron dogmáticos en ciertos aspectos, pero en general fueron de ideas abiertas, no sólo en el campo social y político, sino también en el reino de las artes. No se trata de que los anarquistas produjeran un estilo propio de literatura, ni de que fueran grandes pintores, escritores o críticos, pero su devoción a la libertad les acercó a los artistas creativos que estaban intentando liberarse de la ortodoxia y la tradición. Particularmente, en Francia, es difícil discernir dónde acaba la libertad y dónde comienza la anarquía.

Camille Pissarro fue un artista que empañó esta distinción. Notable pintor impresionista, creó paisajes en los que las figuras de campesinos se funden con el fondo en un mundo rústico compuesto por luz, sombra y color, y encontró críticas desfavorables. La mayoría de los críticos saludo al impresionismo con burlas, y el hecho de que Pissarro fuera también de ideas anarquistas y tuviera que exiliarse por un tiempo después de la Comuna de París, confirmó, a los ojos de los críticos, las sospechas sobre su arte. Hacia 1890 empezó a aceptarse el impresionismo y los cuadros de Pissarro compartieron este cambio de fortuna, pero él continuó haciendo apuntes y dibujos para las publicaciones anarquistas y escribió sobre La Conquista del pan de Kropotkin: «Confieso que si es una utopía, de todas maneras es un bello sueño.»

Paul Signac fue otro famoso pintor francés anarquista que inició la experiencia postimpresionista de construir sus cuadros con minúsculos puntos de color que el ojo a distancia combinaba en figuras y objetos. Creía que en la nueva sociedad que los anarquistas preparaban, el hombre corriente, el obrero, tendría tiempo y capacidad para apreciar todas las manifestaciones del arte, y definía al pintor anarquista como el que lucha «con toda su individualidad con su esfuerzo personal, contra las convenciones burguesas y oficiales».

ARRIBA: Plaza del Teatro Francés por Pissarro, el pintor impresionista
que tuvo que exiliarse por sus ideas después de la Comuna de París.
ABAJO:
El puerto de Portrieux por Paul Signac, otro artista que luchó
como anarquista contra las «convenciones burguesas y oficiales».


En las revistas anarquistas fundadas por Jean Grave, especialmente en La Révolte, estos dos artistas y muchos otros literatos y artistas de la época, como el poeta Mallarmé, el pintor Van Dongen y el escritor Alphonse Daudet estaban representados por dibujos, poemas o artículos. Muchos de ellos eran sólo colaboradores ocasionales y estaban lejos de simpatizar con cualquier clase de anarquismo, pero se sentían identificados en la libertad que los anarquistas pedían para cada individuo.

Mujer entre columnas por Kees Van Dongen. Otra muestra de arte vanguardista,
influenciado por las teorías que reclamaban para el arte un papel de crítica social.


En Inglaterra esta libertad anarquista ganó el entusiasmo de Oscar Wilde que firmó una petición a favor de los anarquistas de Chicago, abogó por la abolición de la propiedad para liberar al individuo, y en su libro The Soul of Man under Socialism expuso la idea de que artistas y anarquistas coinciden en su petición de un individualismo absoluto. Wilde manifestó extensamente esta conjunción con sus trajes, su conducta y su homosexualidad, por la cual fue legalmente penado y socialmente marginado. Tenía, por tanto, todos los motivos personales y artísticos para luchar por la libertad del individuo.

Sin embargo, Wilde no obtuvo la aprobación de todos los círculos anarquistas, ya que su preocupación fundamental era el arte y los artistas y no apoyó la opinión de que el arte debe tener una finalidad social. Por este motivo, sus obras teatrales no fueron incluidas por Emma Goldman en un estudio del drama contemporáneo en el cual señaló ciertas obras como poderosas propagadoras del pensamiento radical. Su admiración se dirigió en particular a Henrik Ibsen: «Ibsen, el enemigo supremo de toda vergüenza social, ha arrancado el velo de la hipocresía de su faz.» Escribió sobre El enemigo del pueblo: «En este drama Ibsen celebra los últimos ritos funerarios de un sistema social podrido y moribundo. De sus cenizas se eleva el individuo regenerado, el rebelde absoluto y valiente.» El «rebelde» es el Doctor Stockman, que decide revelar su descubrimiento de que los baños públicos de la ciudad están construidos sobre una ciénaga y son perjudiciales para la salud. Los intereses económicos, los prejuicios y el orgullo de la provincia se reúnen contra él y le dejan solo. En palabras de Emma Goldman, encuentra que sus enemigos son una «mayoría compacta», lo bastante sin escrúpulos para querer erigir la prosperidad de la ciudad «sobre un cenagal de mentiras y fraudes». Nunca podremos apreciar suficientemente el valor de esta obra así como el de Espíritus, que «ha sido como la explosión de una bomba que ha hecho temblar la estructura en sus cimientos».

Sus alabanzas, en términos anarquistas, se dirigen también a los dramaturgos alemanes Gerhardt Hauptmann y Frank Wedekind así como a Bernard Shaw y John Galsworthy, este último por Strife (Disputa), a la que considera la obra sobre el trabajo más importante después de Die Weber (Los Tejedores) de Hauptmann. Estas valoraciones vuelven sobre la larga tradición anarquista representada por Proudhon de que el arte y la literatura deben tener una finalidad social y, aunque Emma Goldman no era insensible al mérito artístico, prefería abiertamente la literatura que promovía la libertad social e individual.

El cortejo fúnebre por George Grosz. Los horrores de la I Guerra Mundial y sus consecuencias
forzaron a un número cada vez mayor de artistas a tomar partido por la reforma social.


Evocar esta libertad fue uno de los propósitos del celebrado director de cine Jean Vigo, que tenía 12 años cuando su padre, el anarquista Miguel Almereyda, fue encontrado estrangulado en la celda de una prisión en 1917. Almereyda había sido antimilitarista activo antes de la guerra y durante ésta se hizo cada vez más pacifista. Hacia la mitad de la guerra su situación social cambió, empezó a tener dinero, mientras que antes había vivido en la pura pobreza. ¿Fue un traidor? ¿Había recibido dinero alemán por sus escritos pacifistas? ¿Fue estrangulado en una cárcel francesa por este motivo? No se sabe, pero el joven Jean Vigo creyó que su padre había sido un pobre anarquista y revolucionario y él heredo la mayoría de sus ideas del ambiente anarquista francés en el que Almereyda había sido una figura tan destacada. En 1930 su film sobre Niza (À propos de Nice) expresaba las ideas anarquistas sobre la desigualdad. Comparaba la vida de los ricos y los cuerpos sanos y satisfechos de los veraneantes tostados por el sol con los cuerpos desnutridos, deformados, de los muchachos de las barracas, y en la vigorosa película Zéro de Conduite (Cero en conducta) presentaba una revolución de colegiales contra la rigidez de las autoridades escolares. Era una afirmación explícitamente anarquista para la cual Vigo se sirvió de sus amigos anarquistas como actores. Fue inmediatamente proscrita por las autoridades francesas. Ha sido reconocida como un tour de force técnico y es la fuente inspiradora y el precedente de la película de Lindsay Anderson If que estudia la autoridad y la rebelión en una public school inglesa.

Vigo manifestó sobre À propos de Nice: «Exhibiendo la atmósfera de Niza y las clases de vida llevadas en ella y, ciertamente en todas partes, el film… (ilustra) los últimos extremos de una sociedad cuya negligencia de sus responsabilidades te indigna y te conduce a soluciones revolucionarias.» Sus propias quedan oscurecidas, pues murió a los 29 años después de acabar su segunda gran película L’Atalante, que tiene como tema central una relación amorosa tiernamente realizada, mientras que la crítica social se logra con incisos que sacan a la luz la miseria de los obreros sin trabajo de París.

Vigo puede ser considerado un vigoroso expositor del mundo de su padre, de los círculos anarquistas de la preguerra en Europa y América, que no sólo discutían la revolución y la propaganda inflamada, sino la filosofía, la poesía y el arte de su tiempo. Por modesta que sea, forma parte de la explosión cultural que a principios de siglo consideró la libertad y la prueba como sus instrumentos para liberar nuevas formas, métodos e ideas creadoras.

El anarquismo no fue el único credo de la libertad y para muchos contemporáneos su faceta destructora fue el completo reverso de la libertad, pero sin este aspecto de innovación creadora habría faltado en la historia del anarquismo una de sus dimensiones vitales.

Los anarquistas. Asombro del mundo de su tiempo,
Capítulo IV: «Libertad y anarquía» (1970).

Escena de la última película de Vigo L’Atalante en la cual una
tierna
historia de amor se entrelaza con duras críticas sociales.

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