martes, 6 de marzo de 2012

Crítica al artículo «De la Intervención Política» [de Félix Rodrigo Mora]

Por Julio Reyero González
Maquinista ferroviario, escritor ocasional y azote ultramontano.

Estudios. Revista de Pensamiento Libertario, nº 1, (2012)

"El Félix de los Ingenios"

[Artículo «De la intervención política» del amigo Félix aquí]

Resumen:

En un momento de amenaza socioeconómica sin precedentes inmediatos, el movimiento libertario tiene dos necesidades imperiosas: responder a los planes de los poderes fácticos de aumentar las dificultades vitales de los trabajadores (restricción de la movilidad, encarecimiento del coste de la vida, paro, represión, etc.) con acciones estratégicamente efectivas y visibles, y ejercitar la inteligencia a la hora de actualizar y difundir la crítica al poder (desarrollada con acierto por los clásicos de los siglos XIX y XX) entendiendo sus nuevos mecanismos de opresión social. Esta última tarea cobra importancia en tanto en cuanto últimamente proliferan ideas que poco tienen que ver con el desarrollo de un movimiento racionalista como el anarquismo, que hunde sus raíces en los orígenes del socialismo y mucho antes en las ideas esparcidas por la Ilustración. Más bien al contrario, ese lenguaje lo hemos visto siempre como abono del pensamiento ultrarreaccionario bastante más antiguo que el capitalismo deshumanizado que sufrimos. Este artículo se centra en lo publicado por Félix Rodrigo Mora titulado «De la Intervención Política», no siendo el único ejemplo de Caballo de Troya en las publicaciones y conferencias recientes de ámbito libertario.


«El que quiera tener razón y hable solo,
seguro que logrará su objetivo.»
Johann Wolfgang von Goethe

«Cuanto más conservadoras son las ideas,
más revolucionarios los discursos.»
Oscar Wilde

Asistimos desde hace unos años a una utilización de ideas que de forma clásica han estado ligadas al ámbito reaccionario del pensamiento, para enjuagarlas con los conceptos más básicos del anarquismo. Así hemos podido asistir al parto de un engendro llamado anarconacionalismo, que no por casualidad ha sido defendido e instrumentalizado por personajes tan oscuros como el desafortunado Eduardo Rosza Florez. Del mismo modo, el ataque a la tecnología, al mismo método científico e incluso al racionalismo no resultará extraño al lector a poco que haya abierto el ojo y el oído. La exaltación del mundo rural mitificado, de las tradiciones culturales, de la maternidad como condición imprescindible para el completo desarrollo de la mujer, son una mirada hacia atrás bastante más dañina que la que convirtió en sal a la mujer de Lot según la fantasía bíblica, y que sin embargo parecen despertar simpatía en un movimiento libertario que sin embargo procede de la negación taxativa de todas estas fórmulas como principio básico de liberación.

Actualmente el materialismo, el racionalismo, el progreso, el cosmopolitismo, son ideas erosionadas, en crisis, que parecen haberse vuelto difíciles de defender sin que hayan cambiado un ápice las condiciones que provocaron su formulación. Más bien al contrario, la situación en la que nos encontramos hace urgente una nueva reivindicación de tales conceptos en un movimiento que dice tender hacia la emancipación de todas las estructuras atávicas de control social. Es «un mundo nuevo», el que se supone que llevamos en nuestros corazones, y no viejas fórmulas con atractivos envoltorios novedosos.

DE LA DIALÉCTICA POLÍTICA COMO ARTE

Siendo el artículo titulado «De la Intervención Política» un ejemplo de lo que estamos diciendo, es necesario subrayar algo previo a su análisis. A pesar de la reiteración de la «búsqueda de la verdad» y de la comprensión certera de la realidad, no hay mucho más que epítetos más o menos altisonantes y un juego dialéctico falaz. La elaboración de una explicación de la realidad parcial o totalmente errónea permite a su autor a continuación aplicar una crítica demoledora y exagerada que intenta llamar la atención del lector por su pseudorradicalidad. La dureza y aparente novedad de lo que se dice procura impedir que se caiga en la cuenta de aquello de lo que adolece. Y es que para presentar el escenario según lo hace, su autor no aporta ninguna fuente documental que avale la mayoría de sus acusaciones, se cita a sí mismo mucho más que a ningún otro autor (véase la bibliografía) y pasa por alto tanto el contexto como algunos sucesos históricos imprescindibles que han de tenerse en cuenta por su incalculable relevancia social cuando no cuadran con la tesis sostenida.

Así podemos atender como ejemplo a la parte en la que explica el ascenso al poder del PSOE por su utilización del movimiento antibelicista surgido en marzo de 2003 con motivo de la guerra de Irak. Cualquiera que haya vivido consciente y activo esas movilizaciones y el año que las sucedieron hasta las elecciones del 13 de marzo de 2004 recordará que las encuestas volvían a dar como ganador al Partido Popular, puesto que tanto el movimiento generado por el desastre del Prestige como el «No a la Guerra» se habían desinflado hasta un punto lejos de toda incidencia política. Son los atentados entre Atocha y El Pozo del día 11 y sobretodo su tratamiento mediático lo que da un vuelco a las expectativas electorales y recupera a una gran masa del electorado bajo la consigna de haber sido engañados. Pero para Rodrigo Mora ese hecho con sus cerca de 200 muertos simplemente no existió, o fue algo que ni siquiera merece la pena mencionar en su artículo a la hora de explicar esa coyuntura sociopolítica.

Qué decir de la idea de que a la derecha «se la estigmatizaba despiadadamente en tanto que supuesta continuadora del franquismo». No sé qué valor tiene tildar de despiadados a aquellos que critican que el Partido Popular se haya negado reiteradamente a condenar el golpe militar franquista, o que sus dirigentes hayan calificado a la dictadura de «período tranquilo» (Mayor Oreja) y entre los fundadores de Alianza Popular (protoPP) esté un ministro de Franco de los que se sentaban en Consejo a aprobar las penas de muerte del dictador además de ser responsable último de varias muertes por disparos de la policía durante su regencia en el Ministerio de Gobernación (sucesos de Vitoria, 1976). Pero detenernos en cosas como esta sería andarnos por las ramas, y nuestro interés está en la savia y las raíces del escrito de Rodrigo Mora.

HISTORIA, GEOPOLÍTICA, ARTE Y VISIÓN DE CLASE

Tras la lectura del ensayo podremos coincidir en la necesidad de autocrítica, reivindicada repetidas veces, en la desconfianza hacia las «revoluciones» de colorines y en la crítica a la socialdemocracia como algo fracasado a la hora de procurar una vida digna y libre, pero no podemos compartir los motivos que arguye Mora, y mucho menos su foco histórico, geopolítico y de clase.

Empezando por lo último, llama la atención que se hable de «clases populares» por lo que al plural se refiere. Hasta donde se había teorizado hasta hoy sólo existía una clase popular: el proletariado o clase trabajadora, ya sea en terrenos manuales o intelectuales, de aquí o del Japón. Aquellos que no disponen de la propiedad absoluta y sin interferencias de los medios de producción (importa poco que se disfracen de «autónomos» si se está ligado a licencias, impuestos sangrantes y un mercado capitalista basado en la competencia) son clase trabajadora, pueblo, en singular. Vive de su trabajo.

Observamos además una asociación constante de lo urbano (ciudad, ciudadano) a connotaciones negativas mientras se refuerza la sociedad rural, el campesino, sujeto revolucionario por excelencia. Dejando a un lado que la población urbana no deja de ser población rural que busca mejorar las condiciones de subsistencia, esta diferenciación ficticia es preocupante, porque ya que se quieren identificar los mecanismos de control social que el poder aplica internacionalmente, es escandaloso que olvidemos el principal: «divide y vencerás» (Julio César le tomó la delantera a Maquiavelo). Todos los días vemos y oímos cómo se habla de los parados al margen de los trabajadores como si las teóricamente buenas condiciones laborales de éstos tuviesen la responsabilidad del riesgo de exclusión de aquellos. Los funcionarios son vistos como algo aparte que nada tienen que ver con el resto de trabajadores y los que son «autónomos» (bonito eufemismo) constituyen igualmente otra clase diferente.

Si nos retrotraemos a uno de esos ejemplos de los que tan orgulloso está el movimiento libertario, la socialización de la Industria Cinematográfica, veremos cómo participaban trabajadores desempleados (nadie se queda de brazos cruzados), iluminadores, cámaras y guionistas y directores, por supuesto. Sin alguno de los elementos anteriores no hay película, y sin los productos colectivizados de la huerta valenciana no comen los trabajadores de la urbana fábrica de cervezas Damm, socializada en Barcelona, y tampoco el hortelano se puede echar su cañita (que lo hacían, mal que le pese al autor de la demonización moral del alcohol).

Recordar esto no es gratuito, incluso si no se ha pretendido desdibujar la unidad de clase con el plural del artículo, porque estas divisiones ficticias han sido una de las razones de la fragmentación social que vivimos y a la que se alude constantemente como responsable de facilitar la situación opresiva.

En el terreno geopolítico se falla igualmente de forma estrepitosa, aunque con peores consecuencias para el análisis. De una parte por el desconocimiento de las fuerzas que operan en el tablero mundial, y de otra por la emocional vena antiestadounidense que tan cultivada tenemos los europeos (variz diría yo). Hay que recordar, porque no aparece por ningún sitio en el ensayo de Mora, que bajo la apariencia de la legalidad internacional y el respeto a los derechos humanos, la «vieja Europa» no se comporta de forma muy diferente. En la guerra de Libia, por poner un ejemplo reciente, los estadounidenses no han sido la única fuerza terrorista (me atrevería a decir que ni la más importante), sino que Gran Bretaña y Francia han sido alumnos aventajados, en colaboración con uno de los países que menos acuerdos en materia de derechos humanos ha firmado: Qatar. Y más que alumnos, en ocasiones sería mejor decir maestros de los norteamericanos, porque los franceses fueron quienes les abrieron el camino en Indochina y en el cono sur americano por poner otros dos ejemplos (ver «Escuadrones de la Muerte: La Escuela Francesa», documental de Canal+ France que se puede encontrar en YouTube).

Es curioso que, en Mora, la actitud de culpabilizar como principal responsable del status quo español actual al recambio político con disfraz de izquierda, no tenga reflejo alguno en el plano internacional, y sólo señale a quien utiliza la fuerza de forma más evidente para nosotros: los EE UU. Se olvida de esta forma que los mismos países que condenaban en Europa la invasión de Irak, los vuelos de la CIA o Guantánamo, por ir contra las resoluciones de la ONU, preocupadísimos por el respeto a los derechos humanos, han hecho exactamente lo mismo con la resolución sobre Libia, han financiado y armado a grupos terroristas ultrarreligiosos, han bombardeado a la población civil y han hecho la vista gorda ante linchamientos y ejecuciones extrajudiciales [Véase Blog Vórtice Inmediaísta].

Es fundamental que entendamos, contrariamente a lo que se deduce del ensayo, que hoy por hoy sigue sin existir un único poder dominador que tome decisiones planetarias de forma absoluta. Los agentes en el tablero mundial geoestratégico, económico y religioso son múltiples y establecen alianzas diversas. La intoxicación informativa que sufrimos está constituida en parte por teorías diversas sobre un sólo núcleo de dominación. Se ha hablado de la Comisión Trilateral, de la Comisión Rockefeller, del Club de Roma, del Club Bilderberg, los Illuminatti, o en forma de lobby de presión los jesuitas, el Opus Dei, los judíos, etc. No es que estos grupos no existan, sino que su capacidad de acción es relativa, no absoluta. Lo que constituye una novedad en las acusaciones grotescas es la aportación Moránea en este sentido: «los hombres negros (y cada vez más las mujeres negras)». Ya hablaremos de esto.

Como decíamos, tampoco se puede compartir la manera que tiene Mora de enfocar la historia. El ejemplo que hemos puesto sobre el ascenso del PSOE al poder en 2004 es significativo, pero hay algo más grave. De forma reiterada pone el acento en la crítica a todas aquellas formulaciones políticas que han abierto algún tipo de brecha en la oscuridad de la sociedad feudal o caciquil española. Las Cortes de Cádiz, la Primera o la Segunda Repúblicas, son para Mora hechos máximos de dominación. Maniobras políticas para conformar el peor sujeto, el más alienado y menos libre, según él, de cuantos han existido. No sabemos qué opina de la abolición de la Inquisición, de la derogación del voto de Santiago que cargaban los campesinos sobre sus espaldas desde hacía más de 500 años, de la posibilidad de enterrar civilmente, del divorcio, el aborto, la despenalización de la homosexualidad, por poner algunos ejemplos. Todo ello obtenido a partir de esos hitos que desprecia como los peores de cuantos han ocurrido.

Pero no sólo hay una lectura coja de la historia, sino que en alguna ocasión no sabemos si se ignora el significado de las palabras o se emplea una ironía demasiado fina. Es la única explicación lógica que se puede encontrar a la expresión «el ultramontano mito de la Revolución francesa», donde hasta Mora «ultramontano» venía a hacer referencia a quienes reconocían la autoridad del Papa por encima de la del Emperador, es decir, a los reaccionarios católicos, que no creo que tengan nada que ver con una visión idílica de la citada Revolución francesa y sus ilustrados.

Precisamente por la influencia de la Ilustración hay situaciones que no se han perpetuado. Las tasas de analfabetismo o de mortalidad infantil podrían ser un buen ejemplo. Porque aun siendo conscientes de que las formas de control social han cambiado, nadie cabal podría considerar un perjuicio que hoy apenas haya gente que no sepa leer y escribir (salvo un nostálgico del Antiguo Régimen, por supuesto).

Esa influencia chocó frontalmente con la concepción social de la Iglesia, que llegó a condenar incluso la libertad de conciencia en su encíclica Quanta Cura (Pío IX, 1864), al mismo tiempo que defendía «el poder saludable que hasta el fin de los siglos debe ejercer libremente la Iglesia católica [...] así sobre los hombres en particular como sobre las naciones, pueblos y gobernantes supremos» (id.). Mientras el Capital defendía la propiedad privada de los bienes atesorados, la Iglesia iba mucho más allá: defendía la propiedad de la conciencia misma de las personas.

Sabemos que la Segunda República fue recibida por los revolucionarios españoles con algo más que escepticismo. Pero no porque fuese lo peor que les había pasado, sino porque intuían que simplemente se trataba de un cambio de chaqueta para vestir a la misma bestia. «Cambiarlo todo para que nada cambie» que decían en El Gatopardo, pero no para que todo cambie a peor, que es la aportación de Mora. Esta es la visión que hace que Fernando VII, el Carlismo, la dictadura de Primo de Rivera o la de Franco pasen desapercibidos como hechos influyentes nefastos en la sociedad que vivimos, a pesar de haber dejado muchos miles de cadáveres a su paso, entre ellos a muchas de las cabezas mejor amuebladas de nuestra historia reciente. Y con ello mucho miedo, que algo habrá influido en el estado de las cosas, digo yo.

Pero evidentemente el analfabetismo no puede ser una prioridad de combate cuando se utilizan expresiones como la siguiente: «las protervas [RAE: Perversas, obstinadas en la maldad] Misiones Pedagógicas, dirigidas a la aniquilación de la cultura de tradición oral». La perversión (la bondad y la maldad es terreno religioso) es ver como nocivo que la gente aprenda a leer, escribir, adquirir conocimientos por sí mismos y apreciar el arte, es decir, perversión es obstinarse en la ignorancia. La poesía, la literatura, el cine (¡oh! el protervo cinematógrafo), existen afortunadamente por encima de quien lo ignore, y ¡pobre del que lo ignore! Hasta ahora solamente la Iglesia había atacado la curiosidad del ser humano y condenado estas formas de expresión, por lo que resulta preocupante encontrarlo en el ámbito libertario.

Aquellos excomulgaron a Bacon por su pintura y Mora habla de la «modernidad estatofílica exacerbada» y el «agresivo progresismo burgués» de las vanguardias. Todo al saco. Como tratamiento de este tipo de afirmaciones simplistas es conveniente leer el artículo «Munch y el Anarquismo». La condena sin paliativos ni excepciones de todas las vanguardias estéticas supone, por si no nos habíamos dado cuenta, colocar como enemigos al dadaísmo o al surrealismo (entre otros), algunos de cuyos miembros compartían las ideas anarquistas.

De la misma forma, la selección de autores que a lo largo de su obra condena de la manera más atroz, sin matices, explica bastante las conclusiones a las que llega. Cuando caricaturiza a los estoicos o a los epicúreos, y los ilustrados del siglo XVIII o Nietzsche se llevan los ataques más furibundos, sabiendo las aportaciones que a los teóricos del anarquismo han hecho (en el caso de Nietzsche recíprocas), es inevitable preguntarnos si no estamos ante un discurso realmente reaccionario. Circula por YouTube un vídeo de un sacerdote profesor de un centro de «la Obra» que ante la pregunta sobre si censuran los libros a los jóvenes internos contesta: «¡Yo sé el efecto que produjo en mí Nietzsche y cuánto me costó quitármelo de encima! No quiero que los jóvenes pasen por ese trago». En efecto, si algo tiene de valor el filósofo del martillo no es la adhesión a doctrina política alguna, sino el estímulo del pensamiento. En ocasiones se le ha denigrado asociándole al nazismo por la utilización torticera que se hizo de su obra durante el III Reich. No debieron leer los epítetos que dedica a los alemanes ni el siguiente pasaje: «En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados. ¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el pueblo.” [...] Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Estado, al lugar en que todos, buenos y malos, se pierden a sí mismos: Estado, al lugar donde el lento suicidio de todos se llama “la vida” [...] Allí donde el Estado acaba, ¡mirad allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes de un mejor hombre?» (Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche.)

RESPECTO A LA CNT

En lo que atañe al sindicalismo revolucionario, y más concretamente a la CNT, se aprecia en el artículo una contradicción bastante evidente. No se puede ensalzar la fundación de una organización como esta y a continuación criticar lo que el autor da en llamar «economicismo». La CNT tiene una vocación revolucionaria, pero que no se haya desentendido de sus fines no quiere decir que no haya peleado desde el primer día (y antes como Solidaridad Obrera, FTRE y FRE) por conquistas parciales sociales y económicas. Esas conquistas parciales son parte inseparable de su esencia como organización sindical, y a ello se aplicó reivindicando 8 horas de jornada laboral en 1919 o firmando 30 horas semanales en el ramo de la construcción sevillana en 1936. Según lo que se deduce de la exposición de Mora esto debió ser fatal socialmente hablando, pues a los trabajadores les quedaban ahora más horas libres para consumir y volverse hedonistas (con su particular interpretación de lo que significa hedonismo). La visión supuestamente estoica y el elogio de la pobreza se dan de tortas con quienes establecieron ese mecanismo llamado CNT para poder vivir mejor y no pasar necesidades.

Y aprovechando la referencia a la Confederación, apuntaremos algo que podría haberse expuesto también en la crítica a la debilidad histórica. No podemos dejar de señalar que el crecimiento vertiginoso de la CNT durante los primeros meses de la II República, de 535.000 a cerca de 800.000 afiliados tras su Congreso de junio de 1931, contradice la tesis del artículo que gira en torno a la inevitable adhesión al Estado provocada por el fin de la Monarquía como operación política de gran calado. Sobre todo se advierte más el error si se tiene en cuenta que el efecto de estas «intervenciones políticas» de carácter espectacular lógicamente debe ser inversamente proporcional al tiempo transcurrido tras ellas. Solamente la ola represiva entre los años 1932 y 1934 logró un descenso en la adhesión a las posturas organizadas en torno al sindicalismo revolucionario.

MISOGINIA Y MELANOFOBIA

Podríamos hablar de machismo y racismo, pero habría que matizarlo. Utilizar la expresión «Estado feminista actual» es mucho más que una broma de mal gusto incluso aceptando que se han hecho malabarismos con determinadas leyes que se aplican dependiendo del género, por encima del «todos iguales ante la ley». El número de asesinatos y agresiones machistas, la mayor incidencia del paro en las mujeres, la existencia de colectivos semiesclavizados como son las «empleadas del hogar», la desregulación/marginación/explotación de las prostitutas en las calles y clubs de carretera, son ejemplos de realidades a tener en cuenta y que no tienen parangón con ninguna situación en que se encuentren los hombres en nuestra sociedad. Tachar cualquier iniciativa que trate de corregir lo más mínimo esta situación de «operación de ingeniería social» supone enfrentarse a cualquier acercamiento a la consecución de una igualdad social entre todas las personas, independientemente del género que tengan, únicamente por el hecho de no ser un movimiento revolucionario el autor de la medida. ¿Todo lo que se haga desde el poder es rechazable siempre? Más vale no pensar así. Ya hemos visto demasiadas veces al «pueblo» gritando vivan las cadenas. ¿Esto legitima el poder? No hay ningún motivo para pensar de este modo. Nunca ha sido vanguardista en un sentido de progreso social nada que haya surgido de las instituciones del Estado. Siempre han ido e irán a remolque de la contestación ciudadana, y los mecanismos de adhesión al Estado no se desarrollan por estas acciones. Ni siquiera de forma significativa hacen crecer las simpatías de la población a un elemento del sistema de partidos (PP, PSOE, IU, etc.) sino que el factor esencial que ha guiado la adhesión al Sistema y la participación en general con el voto a una candidatura en especial ha sido la amenaza de que la alternativa siempre es peor (acuérdense del vídeo de los rotwailers elaborado por el PSOE). Es decir, el miedo.

Es difícil superar en atrevimiento la identificación que hace el autor del «feminismo» (me gustaría saber qué entiende por tal cosa) como un elemento adoctrinador propagado por las élites, pero hay otro momento en que como mínimo está a la altura: la idea de «los hombres negros y las mujeres negras» como etnia organizada a escala planetaria que podría tomar el control del Imperio (a la sazón, EE UU) como en su día hicieron los germanos tras el declive de Roma. ¿Datos que avalen esto? Ninguno evidentemente. ¿A qué hombres y mujeres negras se está refiriendo? ¿Desde un etíope a un brasileño o a un aborigen australiano? No se sabe. ¿Todos los demás somos blancos, rojos o amarillos como en la cartilla escolar franquista? ¿De verdad es necesario advertir que los «negros» no son una etnia, y que su presencia en el ejército se explica por la misma razón que su presencia en las cárceles? Con acierto se podría tachar de racista la «versión negra» del complot judeomasónico que elabora Mora. Sin embargo con el párrafo escaso que le dedica es posible que sólo sea un miedo a la melanina que nos recuerda al de aquel personaje de la película Amanece que no es poco, por la que siempre estaremos agradecidos a José Luis Cuerda (con todas las subvenciones que se lleve).

¿CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR?

A la vista del artículo, y da la impresión de que en línea con la mayor parte de su obra, hay algo constantemente presente: si fuera verdad que los periodos históricos en los que desde el poder se han aplicado políticas, sociales o económicas, concordantes con lo que históricamente ha reclamado la clase social oprimida, son aquellos que más perjudiciales han resultado para la causa revolucionaria, se podrían deducir dos cosas:

a) Que de no haber existido esos periodos se hubieran dado mejores condiciones para provocar el cambio social deseado. En otras palabras: cuanto peor, mejor. Seguramente a nadie le resultará extraña la sentencia, por cuanto suele surgir en numerosas discusiones a menudo y sin demasiada reflexión. Cualquiera que se detenga un instante a observar la situación en muchos países africanos o asiáticos supongo que no encontrará las condiciones de revolución social que deberían darse con mucho mayor motivo que en Europa o EE UU a tenor del argumento. Sin embargo más de uno se quedaría sorprendido al ver la movilización de trabajadores que tuvo lugar el pasado mes de noviembre en Oakland, EE UU, donde miles de personas llegaron a bloquear los puertos de la ciudad (ver CNT nº 384). Sí, precisamente aquel lugar en el que según el artículo analizado no se mueven ni los péndulos de los relojes, y casualmente en un medio urbano tan denostado por el autor.

b) Que como sostiene incluso explícitamente al comparar la época actual con la de Maquiavelo, en esos periodos que siempre hemos tenido como represivos y subyugantes se vivía en condiciones mucho mejores para la conciencia y la libertad que en los actuales. Vaya por medio el reconocimiento a la dificultad (por no decir imposibilidad) de comparar formas de vida y pensamiento en periodos históricos distantes centenares de años y de los cuales tenemos noticia únicamente por los escritos del clero o de la nobleza, nunca de la clase social que soportaba esa sociedad en sus espaldas, porque excepto extrañas excepciones era analfabeta. Sólo se puede calificar de nuevo atrevimiento la afirmación de que «ahora las masas están ya casi del todo ultraadoctrinadas, amaestradas, desarraigadas, desposeídas, desustanciadas, capitidisminuidas, privadas de sus facultades reflexivas, [...], lo que entonces aún no sucedía del mismo modo y en el mismo grado, ni mucho menos.»

Es indudable que la situación actual es consecuencia de lo sucedido anteriormente, de avances y retrocesos en el campo de la libertad y de la dignidad vital, pero es tremendamente reaccionario pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, especialmente la (por lo visto) anhelada Alta Edad Media. Solamente el obispo de Granada en homilía antiabortista se ha atrevido a tamaña nostalgia compartida. ¿Casualidad?

LA RELIGIÓN EN EL SUBCONSCIENTE

Pero si hay algo por lo que «De la Intervención Política» deba ser criticado desde un punto de vista anarquista es por la influencia que se aprecia en el artículo del monoteísmo judeocristiano. Hemos comentado algunas cosas, pero merece la pena recordarlas de nuevo por su relación con esa doctrina religiosa, mayor de lo que aparentemente pueda parecer.

Se dice que «la verdad como categoría axial es el meollo de la lucha política revolucionaria». «Verdad (concreta y finita) contra propaganda: tales son los dos medios políticos a enfrentar», o también «El fundamento de la lucha política revolucionaria ha de ser la verdad, y su fuerza motriz el entusiasmo por la verdad». Fundamentalmente las religiones insisten a todas horas en ese término y han escrito ríos de tinta para combatir el relativismo, que establece variaciones en las formas de ver las cosas dependiendo de condicionantes individuales o colectivos como la cultura o las condiciones económicas que marcan un rol social, por poner dos ejemplos. De igual manera la duda permanente que aporta el escepticismo es una de las cosas que más nervioso pone a cualquier fanático que haya asentado una identificación absoluta entre el pensamiento y la realidad, y no hay más que escuchar las constantes arengas del clero pisoteándolo, en las que el término ocupa un papel protagonista. La conferencia impartida por Elena Sánchez en las Primeras Jornadas de Librepensamiento en el año 2008, organizadas por el Grupo Anarquista Volia, puede verse en Internet y es algo altamente recomendable para entender este asunto, así como la obra de Nietzsche titulada Verdad y Mentira en Sentido Extramoral. Contrariamente a la insistencia en la «verdad concreta y finita», casi siempre de carácter religioso, es imprescindible recuperar el relativismo y el escepticismo si queremos comportarnos con humanidad y no caer en comportamientos totalitarios, que siempre se han justificado en la necesidad de sacar al otro del error en el que se obstina.

Por otro lado el artículo tiene un defecto bastante frecuente en nuestra sociedad educada en los conceptos judeocristianos a los que hacíamos mención. «De la Intervención Política» explica en todo momento la historia y los mecanismos del poder nacional e internacional bajo el prisma de la unicidad. Todas las explicaciones de las causas históricas de los sucesos analizados pasados y presentes reducen la responsabilidad y el protagonismo a un único agente, casi siempre oculto bajo la fórmula impersonal (por ejemplo: «se tomó en las alturas la decisión»). Lo único que sacamos en claro es que responsabiliza a los EE UU en el plano internacional y a una única clase dirigente en España, que llega a decidir según Mora el cambio del régimen monárquico por el republicano, entre otras cosas. Se ignora de un plumazo la pugna entre la aristocracia, el clero y la burguesía que aunque han podido llegar a acuerdos en distintas épocas y lugares, otras veces han sido encarnizados enemigos en la lucha por el poder. Porque una cosa es que todos ansíen lo mismo, el control del poder, y otra que sean lo mismo y juntos decidan todos los rumbos que a lo largo de la historia han seguido los Estados. Y curiosamente siempre con éxito. En el ámbito internacional no se podrían comprender las guerras mundiales, ni la guerra fría pasada y presente, ni las «intervenciones humanitarias», ni el terrorismo internacional subvencionado en el patio trasero del contrincante, si no entendemos que los intereses son diversos y que el impulso a aumentar el poder por parte de todos los Estados a costa de otros es la clave de lo que sucede a nuestro alrededor. Resumiendo, el mundo es complejo y simplificarlo reduciendo toda explicación a una única causa equivocará el análisis. Esta reducción constante al uno es herencia del monoteísmo judeocristiano al que hacíamos referencia.

Por otra parte, es conocida la defensa del autor por algo que da en llamar el monacato revolucionario y su visión idílica de los orígenes del cristianismo. No es difícil pensar en varios autores de extensa obra que han hablado de esos periodos de forma radicalmente opuesta a la de Mora, pero por citar alguno haría mención, si se tiene interés en saber algo sobre el cristianismo en profundidad, a Karlheinz Deschner y su obra de incalculable valor titulada Historia Criminal del Cristianismo: «Al igual que atacaron verbalmente a los judíos (antes de pasar verbis ad verbera, de las palabras a los golpes... al expolio, a la persecución generalizada y a las grandes matanzas), desde el principio también riñeron los unos contra los otros hasta llegar a las manos, lo que comenzó mucho más pronto de lo que generalmente se cree». Así comienza el capítulo 3 del primero de 10 volúmenes con casi 100 páginas de referencias cada uno, fruto de la investigación más profunda que se haya hecho sobre el cristianismo al margen de los propagandistas religiosos. La visión de la Alta Edad Media no mejora, sobre todo en aspectos como la persecución a los herejes y la misoginia brutal que Mora suele dejar en un segundo plano para poner el acento en los fueros y los «Concejos abiertos» (¿para quién?).

La suspicacia frente a los conceptos compartidos con el mundo religioso que se encuentran en el artículo, hará que nos vuelva a sorprender la frase «... Lo mismo cabe decir del anticlericalismo burgués, una fe sobremanera fanática que había contaminado a amplios sectores populares convirtiéndolos en entusiastas de un capitalismo y un Estado laicos y modernizados». Llamarlo «fe sobremanera fanática» es una simple provocación sin lógica alguna (pues el anticlericalismo tiene unas sólidas raíces racionalistas), pero que seguramente deja a los verdaderos fanáticos frotándose las manos pues es la técnica que suelen emplear contra el ateísmo (sólo hay que echar un vistazo a las declaraciones que hicieron sobre la protesta contra la visita de Ratzinger el verano del año pasado). Pero hablar de «contaminación al pueblo» en el caso del anticlericalismo en este país es otra nueva broma de mal gusto. La religión y su institución principal en España, la Iglesia católica, no ha sido un elemento decorativo sobre el que distraer la atención para renovar la adhesión al Estado, sino uno de los pilares más fuertes de la opresión ejercida con brutalidad, por ese mismo Estado, sobre hombres, mujeres y niños.

Pero lo que en el artículo resulta especialmente preocupante es un hecho que hoy en día sirve de termómetro para alertar del origen de determinadas cosmovisiones. Quienes vayan a los clásicos del anarquismo del siglo XIX (Proudhon, Bakunin, Kropotkin...), o a los fantásticos propagandistas del siglo XX (Most, Malatesta, Goldman...), siempre encontrarán la denuncia de los tres pilares de la opresión: el Estado, la Iglesia y el Capital. Es decir, el poder político, el poder religioso y el poder económico. En todo el escrito «De la Intervención Política» su autor nos habla del poder político y económico, pero la Iglesia no juega ningún papel que a nuestro autor le merezca un comentario. Curioso. En un país en el que ha sido instigadora o amortizadora de montones de revueltas «populares», e incluso de guerras para sus propios fines. Su actitud durante, pero sobre todo después, de la «Guerra de la Independencia» o «Guerra Peninsular» puede ser un buen ejemplo, como lo son indudablemente las guerras carlistas.

Y es que la Iglesia, en esta «Reserva Espiritual de Occidente», ha tenido la sartén por el mango o a lo sumo lo ha compartido. Podríamos hablar de la genocida legislación antisemita de Sisebuto durante el siglo VII (¡ah! esa hermosa Alta Edad Media), o del obispo de Toledo Alfonso Carrillo de Acuña con jurisdicción propia sobre sus latifundios, castillos y un ejército de miles de vasallos hacia finales del siglo XV. Más cerca. En 1912 el secretario de la patronal catalana, Joaquín Aguilera, afirmaba que los jesuitas poseían «sin exageración un tercio de la riqueza capitalizada en España»; obispos como Gandásegui financiaron el levantamiento militar de 1936, al que después se alistarían masivamente cientos de religiosos. De hecho la Iglesia católica fue una de las fuerzas activas fundamentales para la victoria franquista; la propia dictadura fue adjetivada como nacionalcatólica por la aplicación de su moral como un hierro al rojo sobre el cuerpo social; llegaron a sustituir a la Falange incluso en la dirección de su Frankenstein llamado «Auxilio Social» (El Papel de la Iglesia en el Auxilio Social, Francisco González de Tena); los tecnócratas artífices del «milagro de la recuperación económica» no eran simplemente economistas políticos adictos a la modernidad tecnológica, sino miembros destacados del Opus Dei y estafadores profesionales, como se pudo ver tras el escándalo Matesa; al término del ciclo político dictatorial, el actual régimen «democrático» ratificó los acuerdos con la Santa Sede que seguimos sufriendo; desde entonces no ha dejado de aumentar la aportación a la Iglesia procedente del IRPF hasta los más de 250 millones de euros actuales; detrás de cada escándalo económico bursátil aparecía una sotana (Rumasa, Gescartera, Vayomer, Caja Sur, Nueva Rumasa); hemos visto manifestaciones ultra-reaccionarias homófobas y misóginas de cientos de miles de personas; los actos de Estado incluyen ceremonias católicas; las cruces siguen presidiendo las aulas públicas donde profesores pagados con fondos públicos dan propaganda católica como asignatura; se destinan cerca de 10.000 millones de euros anuales a cuestiones relacionadas directa o indirectamente con el catolicismo mientras aplican feroces medidas antisociales con la excusa de una crisis económica; es decir, sin ser la Iglesia la única fuerza a tener en cuenta para cambiar el status quo, no se puede despreciar su influencia, o lo que podría ser peor, tener simpatías hacia quienes más han combatido las ideas liberales, socialistas o comunistas (autoritarias y antiautoritarias) en todo el mundo, aquellos que se han fortalecido históricamente con el miedo, la ignorancia, el analfabetismo, el patriotismo, el racismo o la misoginia.

A MODO DE CONCLUSIÓN

La superación del momento actual de opresión sobre campesinos y trabajadores, del pueblo y de la ciudad, del mar o de la montaña, no está en fórmulas regresivas que son los primeros eslabones de nuestras cadenas. Era necesario contestar de alguna forma las graves ideas expuestas en el artículo «De la Intervención Política», aun a sabiendas de que algunos compañeros tienen la capacidad pero no el tiempo necesario para hacerlo mucho mejor, sin lugar a dudas. Al término de esta redacción me ha alegrado encontrarme con la obra La Revolución en la Crítica a Félix Rodrigo Mora (Javier Rodríguez Hidalgo, ed. El Salmón), y más aún con el Blog Centauro del Desierto, que también le dedica un gran ensayo titulado «Naturaleza, ruralidad y civilización o la invención de la tradición en la búsqueda de una arcadia rural». Tengo que reconocer y felicitar la maestría con la que han comprendido perfectamente dónde está el talón de Aquiles de esta supuesta dialéctica revolucionaria. Esta pequeña aportación considero que se suma a las anteriores y seguramente a la de otros que se esforzarán por desmontar aquellas ideas y prejuicios que no hacen sino segar la hierba bajo los pies de un débil movimiento libertario aún por renacer.

3 comentarios:

  1. Resulta que nuestro Félix de los ingenios tiene también su propio Blog en la Red, y aunque hay textos que no sean de su cosecha, «no se trata de que esté de acuerdo con ellos sino de que los considere, por una razón u otra, de utilidad». Por ejemplo éste que es sorprendente:

    «La satanización del varón heterosexual y del sexo heterosexual es uno de los rasgos más destacados de las sociedades "ricas" (cada vez menos ricas) de nuestro tiempo. Esto va unido a una imposición desde las instituciones estatales y capitalistas de la homosexualidad y el lesbianismo...»

    http://esfuerzoyservicio.blogspot.com/2012/03/la-conspiracion-del-movimiento-gay.html

    ¡Menudas lecturas que tiene este tipo!, y, lo peor, que sea publicado, y hasta escuchado, por gente y por organizaciones que se consideran libertarias.

    El Movimiento Libertario últimamente ha pérdido el rumbo, y viene muy bien que gente, como el compañero Julio, ponga las cosas en su sitio.

    ¡Qué razón tiene Julio! cuando dice: «Asistimos desde hace unos años a una utilización de ideas que de forma clásica han estado ligadas al ámbito reaccionario del pensamiento, para enjuagarlas con los conceptos más básicos del anarquismo...»

    Y cómo decía también nuestro compañero Pavel: «Por mi parte, sobre la compatibilidad de las luchas por la liberación nacional dentro del Movimiento Libertario, sólo hay una solución: hacer limpieza, mucha mierda se le ha metido en los últimos años.»

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  2. Saludos Krates. Lo que yo no entiendo, es como se puede complicar una cosa tan simple como el nacimiento de un ser.........Nacemos y nos educan...¿Quienes nos educan?.............¿Soy católico,soy musulmán,soy judío?...¿que soy?........ A mi me gustaría ser Anarquista.... que por encima de las mierdas, brotan las flores.

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  3. A pesar de la educación inicial de la que se parta, también se acumulan otras experiencias en la vida de cada cuál. Y a alguno/as les afectan algunas cosas que les hacen terminar desvariando, como a «nuestro amigo» F de los ingenios.

    Sigo diciendo que el Anti-Félix de nuestro compañero Julio R. es recomendable.

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