RBA reúne en un volumen 17 de sus ensayos, la mitad inéditos en español, que dudan sobre la capacidad racional
ANTONIO ASTORGA / ABC.
Bertrand Russell, el escéptico melancólico, el ingenioso irredento que afiló la «navaja de afeitar de Guillermo de Ockham —fraile franciscano inglés, inventor del principio de parsimonia: cuanto menos se supone, mejor—, ha resistido maravillosamente el paso del tiempo. Ni una partícula de ácaros hay en sus Ensayos escépticos» (RBA), que reúne el pensamiento de un genio cuya vida fue gobernada por el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Russell navegó por un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. Y en una miniatura mística halló la visión anticipada del cielo que persiguen santos y poetas. Era lo que estaba buscando.
Hace sesenta años se publicó un ramillete de estos ensayos escépticos, y ahora se agavillan completos —la mitad de ellos inéditos en español— para gozo de la tribu de los «russellianos». Joaquim Palau, director general de RBA, vindica como absolutamente actuales las ideas de Russell: «La gran sorpresa, a pesar de que el mundo cambie ahora y parece que esté dando un giro de 360 grados, es que los ensayos de Russell dan otra vuelta de tuerca de 360 grados. Me recuerdan al impacto que causa en el lector Ortega, gente de una extraordinaria capacidad intelectual y con un dominio prodigioso de la lengua y la exposición». He aquí el filón del autor británico para los moradores de citas:
Nacionalismo: «Es un ejemplo extremo de creencia ferviente en materias inciertas».
Guerra y paz: «En tiempo de paz, la verdad se considera un simple gesto de mala educación, pero en período de guerra se la juzga delictiva».
La moralidad: «Con una buena dosis de escepticismo podemos empezar a construir una moralidad nueva, que no se base en la envidia y la represión, sino en el anhelo de una vida plena y en la comprensión de que en los demás seres humanos hemos de ver un apoyo y no un estorbo. No se trata de una moralidad imposiblemente austera, pero su adopción convertiría a la Tierra en un paraíso».
El marxismo: «El Capital, de Marx, es, en esencia, una recopilación de atrocidades narradas con el fin de estimular el sentimiento marcial contra el enemigo. Naturalmente, estimula también el ardor bélico del enemigo. Y trae consigo la guerra de clases, que profetiza. La estimulación del odio es lo que ha dado a Marx esa tremenda fuerza política, por haber logrado con éxito pintar a los capitalistas como merecedores de la mayor reprobación moral».
Psicología y política: «Si la gente fuese realmente feliz, no estaría llena de envidia, de furor y de espíritu destructivo. Aparte de las necesidades de la vida, se necesita libertad de sexo y paternidad, al menos tanto en la clase media como entre los asalariados».
Anarquismo: «En todo proyecto ordenado para arreglar el molde de la vida humana es necesario inyectar algo de anarquismo, lo suficiente para impedir la inmovilidad que conduce al decaimiento, pero no bastante para romperlo todo».
Educación: «Las autoridades educativas no ven a los jóvenes, como se supone que hace la religión, como a seres humanos dotados de un alma que es preciso salvar. Los ven como una materia prima para sus grandiosos proyectos sociales, como futura “mano de obra” de las fábricas, como “bayonetas” para la guerra o vaya usted a saber cuántas cosas más. La sabiduría comienza allí donde se venera la personalidad humana».
En el corazón de Russell resonaban gritos de dolor: niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, «carga odiosa para sus hijos», y el eco de la soledad, pobreza y dolor que convierten en una burla la existencia humana». Deseaba ardientemente aliviar el mal. Pero no podía, y sufría a rabiar.
ANTONIO ASTORGA / ABC.
En un discurso en Trafalgar Square, Londres,
a favor del Desarme Nuclear (1962).
a favor del Desarme Nuclear (1962).
Bertrand Russell, el escéptico melancólico, el ingenioso irredento que afiló la «navaja de afeitar de Guillermo de Ockham —fraile franciscano inglés, inventor del principio de parsimonia: cuanto menos se supone, mejor—, ha resistido maravillosamente el paso del tiempo. Ni una partícula de ácaros hay en sus Ensayos escépticos» (RBA), que reúne el pensamiento de un genio cuya vida fue gobernada por el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Russell navegó por un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. Y en una miniatura mística halló la visión anticipada del cielo que persiguen santos y poetas. Era lo que estaba buscando.
Hace sesenta años se publicó un ramillete de estos ensayos escépticos, y ahora se agavillan completos —la mitad de ellos inéditos en español— para gozo de la tribu de los «russellianos». Joaquim Palau, director general de RBA, vindica como absolutamente actuales las ideas de Russell: «La gran sorpresa, a pesar de que el mundo cambie ahora y parece que esté dando un giro de 360 grados, es que los ensayos de Russell dan otra vuelta de tuerca de 360 grados. Me recuerdan al impacto que causa en el lector Ortega, gente de una extraordinaria capacidad intelectual y con un dominio prodigioso de la lengua y la exposición». He aquí el filón del autor británico para los moradores de citas:
Nacionalismo: «Es un ejemplo extremo de creencia ferviente en materias inciertas».
Guerra y paz: «En tiempo de paz, la verdad se considera un simple gesto de mala educación, pero en período de guerra se la juzga delictiva».
La moralidad: «Con una buena dosis de escepticismo podemos empezar a construir una moralidad nueva, que no se base en la envidia y la represión, sino en el anhelo de una vida plena y en la comprensión de que en los demás seres humanos hemos de ver un apoyo y no un estorbo. No se trata de una moralidad imposiblemente austera, pero su adopción convertiría a la Tierra en un paraíso».
El marxismo: «El Capital, de Marx, es, en esencia, una recopilación de atrocidades narradas con el fin de estimular el sentimiento marcial contra el enemigo. Naturalmente, estimula también el ardor bélico del enemigo. Y trae consigo la guerra de clases, que profetiza. La estimulación del odio es lo que ha dado a Marx esa tremenda fuerza política, por haber logrado con éxito pintar a los capitalistas como merecedores de la mayor reprobación moral».
Psicología y política: «Si la gente fuese realmente feliz, no estaría llena de envidia, de furor y de espíritu destructivo. Aparte de las necesidades de la vida, se necesita libertad de sexo y paternidad, al menos tanto en la clase media como entre los asalariados».
Anarquismo: «En todo proyecto ordenado para arreglar el molde de la vida humana es necesario inyectar algo de anarquismo, lo suficiente para impedir la inmovilidad que conduce al decaimiento, pero no bastante para romperlo todo».
Educación: «Las autoridades educativas no ven a los jóvenes, como se supone que hace la religión, como a seres humanos dotados de un alma que es preciso salvar. Los ven como una materia prima para sus grandiosos proyectos sociales, como futura “mano de obra” de las fábricas, como “bayonetas” para la guerra o vaya usted a saber cuántas cosas más. La sabiduría comienza allí donde se venera la personalidad humana».
En el corazón de Russell resonaban gritos de dolor: niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, «carga odiosa para sus hijos», y el eco de la soledad, pobreza y dolor que convierten en una burla la existencia humana». Deseaba ardientemente aliviar el mal. Pero no podía, y sufría a rabiar.
Otra cita de este filósofo británico que también se podía haber añadido, pero como el artículo se ha publicado en ABC... Pues, lógico que no salga:
ResponderEliminarDios: «Todo el concepto de Dios es un concepto derivado del antiguo despotismo oriental. Es un concepto indigno de los hombres libres».