Marinos de Kronstadt, el 'orgullo y gloria de la revolución' duramente reprimidos en 1921. |
Por IGNACIO DE LLORENS
1. Coyuntura revolucionaria
En 1917 la CNT contaba apenas con siete años de existencia, buena parte de los cuales los había pasado en la clandestinidad. Este año trascendental para la historia del presente siglo lo iba a ser también para la organización anarcosindicalista. En agosto, seis meses después de la revolución rusa popular de febrero y tres meses antes del golpe de Estado bolchevique, la CNT iniciaba el período de las grandes huelgas revolucionarias e insurreccionales, sumándose de esta forma a los esfuerzos que en otros países (Hungría, Italia, Alemania…) llevó a cabo el movimiento obrero en lo que sería la coyuntura revolucionaria más importante para Europa. Los fracasos de los movimientos obreros de Italia y Alemania iban a dejar el terreno expedito para el triunfo del fascismo y el nacionalsocialismo; la consolidación del poder bolchevique sobre las ruinas de la revolución popular conduciría al comunismo cuartelario. El totalitarismo, en sus dos rostros, se iba a enseñorear de Europa.
En España el proceso fue distinto, pero a la postre el resultado, la dictadura franquista, iba a ser parecido. No obstante, a menudo los historiadores han querido ver en las características esenciales de la CNT la razón de la imposibilidad de que triunfase por aquel entonces en España una revolución socialista. Lejos de esa opinión, mantenemos que la condición libertaria del movimiento obrero español no fue una dificultad, sino su mérito, y si no pudo sumarse a la coyuntura revolucionaria europea con mayor éxito fue debido a causas colaterales. A la CNT le pilló pronto esta situación, pues salvo en Cataluña, y en menor grado en Levante y Andalucía, su implantación era todavía escasa en el resto del país; he ahí el aislamiento de las huelgas del 17 y del 19 (La Canadiense) que tuvieron como escenario la Cataluña industrial.
Hay que tener en cuenta también un factor externo de crucial y dramática importancia: la represión. A la ascensión del anarcosindicalismo se intentó oponer todos los medios represivos posibles al alcance del Estado y la burguesía: contratación de bandas de pistoleros, organización de cuerpos represivos paramilitares (el somatén), suspensión y burla de los derechos constitucionales (ley de fugas, deportaciones masivas, detenciones ilegales, etc.), creación y fomento por parte de la burguesía de un sindicato obrero amarillo (denominado «Sindicato Libre»), connivencia y complicidad de ejército y policía con los pistoleros y actuación ilegal de los propios cuerpos represivos… En estas circunstancias mucho fue lo que se hizo. Prueba, precisamente, del potencial revolucionario de la CNT fue el macabro despliegue represivo dispuesto para acabar con ella.
Es de considerar, asimismo, el hecho de que la CNT no fue la creación de vanguardia iluminada alguna, ni quedó conformada definitivamente en su congreso fundacional. En la creación de la organización anarcosindicalista convergieron muchos factores: la tradición obrerista de la Primera internacional y la experiencia más reciente de asociacionismo obrero (Solidaridad Obrera, etc.), la confirmación en el rechazo a la injerencia y supeditación política (las experiencias con lerrouxistas, republicanos y socialistas de partido), la propia tradición del pensamiento libertario y la referencia al sindicalismo revolucionario francés (CGT) de entonces. De la confluencia de todas estas corrientes nació la CNT, pero fue mediante la experimentación en la lucha social y en la convivencia orgánica como se fue ajustando constantemente a sus objetivos de emancipación. Ilegal en 1911, pocos meses después de su fundación, no volvió a abrir públicamente los sindicatos hasta 1916. Se comprende, pues, la dificultad que encontró en su incorporación al proceso revolucionario europeo. Empero, llegó a plantearse esa posibilidad, y aunque en su primer congreso nacional, el del teatro La Comedia de Madrid en 1919, se discutió la adhesión a la III Internacional soviética sirvió también, como veremos, para reconocer la necesidad de expandirse y trabar lazos con organizaciones revolucionarias internacionales afines.
2. La proyección internacional de la CNT: El Congreso de la Comedia (1919)
El primer congreso de la CNT constituyó un interesante debate y puesta en común de experiencias. Respecto al análisis de los sucesos revolucionarios rusos, que aquí nos ocupa, hay que situarlo dentro de un contexto general de búsqueda de contactos y proyección internacional, aspecto éste que a menudo es orillado ante la importancia del debate que suscitó la adhesión a la III Internacional.
Las noticias de la abolición del zarismo y el inicial éxito de la revolución popular de febrero fueron acogidas en los medios obreros libertarios con entusiasmo. El posterior golpe de Estado bolchevique de Octubre, presentado como una revolución socialista, fue recibido también con fervor. Luego se vería que los bolcheviques emprendieron medidas dictatoriales para poner fin a la participación popular, maniatar los soviets, supeditar los sindicatos y las cooperativas a la política del Gobierno, y acabar declarando ilegal todo grupo político o sindical, llegando incluso a prohibir el derecho de tendencia dentro del propio partido. Pero todas estas medidas que ya en 1918 llevarían al régimen bolchevique hacia un Estado totalitario no fueron conocidas ni calibradas hasta tiempo después.
Vaya en descargo de los libertarios el hecho de estar entre los primeros en criticar el absolutismo despótico comunista, pero las críticas y testimonios a este respecto empezaron a ser conocidas a partir de 1920, cuando E. Goldman, A. Berkman, P. Kropotkin, R. Rocker, L. Fabbri… comenzaron a publicar sus opiniones, vivencias y análisis, a las que se fueron sumando años después las de los propios anarquistas rusos: Maximov, Arshinov y, principalmente, Volin.
Así, pues, en los medios anarquistas internacionales se saludó la Revolución rusa con alborozo, viendo en ella no un modelo a seguir, ya que se desconocían los pormenores de lo que estaba ocurriendo, sino una referencia de transformación social, la prueba de que era posible derribar el régimen burgués. Como afirma el historiador Josep Termes, el impacto de la revolución rusa sobre la CNT fue emocional. En la prensa confederal y anarquista en general menudearon los artículos cargados de lirismo y ditirambos en favor de los bolcheviques, a quienes se veía como héroes revolucionarios. Pocos fueron los que se atrevieron a señalar los fundados indicios autoritarios de éstos, desmarcándose de cuanto estaba poniendo por obra el nuevo estado comunista. Entre ellos cabe destacar a Federico Urales, José Prat, Dionysios, pero, como afirma Termes, «Todo ello, unas gotas de agua en el mar de la adhesión anarquista y anarcosindicalista en la revolución de los soviets».
En el congreso de 1919 se abordó, pues, explícitamente el tema del apoyo a la Rusia bolchevique al tratar el punto del orden del día referente a la adhesión a la III Internacional auspiciada desde Moscú. Se sostuvo una ardua y acalorada discusión. En el bando crítico, expresando la opinión negativa a dar la adhesión a la Internacional moscovita, la voz solitaria del representante asturiano Eleuterio Quintanilla. Del otro lado estaban las opiniones incautas de anarquistas llevados por el entusiasmo irreflexivo: Manuel Buenacasa y Eusebio Carbó, a las que se sumaron las del sector marxista que por entonces se había afiliado a la CNT, no por coincidencia ideológica, sino por creerla el único instrumento revolucionario del proletariado hispánico, pues veían en la UGT una tibia expresión obrera demasiado controlada por el PSOE. Este grupo estaba formado por Arlandís, Nin y Maurín, principalmente. En unos como en otros la adhesión venía condicionada mayormente por la actitud de los socialistas, que en su congreso de diciembre habían acordado seguir en la II Internacional. Andreu Nin lo manifestó abiertamente: «Yo que he pertenecido al Partido Socialista hasta el día que éste acordó en su congreso permanecer en la II Internacional, os anuncio (…) que me he dado de baja en él para luchar incondicionalmente con vosotros en el puro terreno de la lucha de clases». Por su parte, Buenacasa expresó: «Puesto que los socialistas no lo han hecho (…) nosotros, que no somos socialistas, debemos estar unánimemente de acuerdo para apoyar la revolución rusa»; y en un mismo sentido opinaba Carbó.
La posición de Quintanilla fue la que cabía esperar que adoptara una organización que en ese mismo congreso se había definido como comunista libertaria. Quintanilla delimitó con agudeza el concepto de comunismo libertario que encarnaba la CNT y el comunismo autoritario que representaban los bolcheviques. Pero el debate estaba completamente decantado del lado de la adhesión. El entusiasmo reinante ante el éxito revolucionario ruso y la actitud juzgada de insolidaria y traicionera de los socialistas pudo más que el riguroso análisis de Quintanilla. No obstante, la intervención de Salvador Seguí consiguió matizar la adhesión de la CNT a la III Internacional, la cual, a propuesta de Seguí, fue sólo provisional. Delegados cenetistas irían a ver sobre el terreno cuál era la situación.
La intervención del «Noi del sucre» fue crucial. Acostumbrado a discutir y negociar con patrones egoístas y faltos de visión, a los que había que parar los pies; conocedor de la forma como había que llevar una discusión con gobernadores, militares y políticos; sabedor como nadie de cómo conducirse en un mitin o asamblea, de lo que dio una prueba asombrosa durante la huelga de La Canadiense (1919), Seguí tenía una visión estratégica extraordinaria. Si repasamos su intervención en este punto del Congreso, vemos que de hecho consigue hacer que la adhesión sea una crítica formal y libertaria, y que la III Internacional acabe siendo la posibilidad de la CNT para salir del aislamiento en el que vivía, cosa que sucedió. Seguí empezó por dar la razón a la opinión mayoritaria del Congreso, como hizo en el mitin de las Arenas en 1919, pero luego empezó a introducir valoraciones críticas, más fáciles de asimilar de este modo. Sus críticas eran muy diplomáticas, pero cruciales: la «aparente entronización de una dictadura», el monopolio de la economía por el Estado en lugar de la deseable gestión directa de los sindicatos, etc. Y, finalmente, propone y consigue que la adhesión provisional a la III Internacional sea entendida como un paso hacia la constitución de «la verdadera internacional de los trabajadores», que no puede ser la moscovita, a cuya organización se procederá mediante la convocatoria que hará la CNT aprovechando la proyección y los contactos que habrán de brindarle su adhesión condicional (y crítica) a la III Internacional. Como puede verse, la intervención de Seguí es en sí misma todo un tratado de estrategia. Siempre hemos creído, dicho sea de paso, que la pretendida versión que tras el asesinato de Seguí ha querido ver la inminencia de su «evolución» hacia la política de partido era completamente errónea. Nunca hubo en Cataluña tantos políticos (Layret, Companys, el propio gobernador Bas…) «tocados» de anarquismo, con talante libertario y deshaciéndose en elogios hacia la CNT como en la época en que Seguí los invitaba a su tertulia del Café Español del Paralelo. Los que «evolucionaban», seguramente a su pesar, eran esos políticos.
Volviendo al Congreso, hay que tener en cuenta, como afirmábamos anteriormente, que el tema de la III Internacional no fue más que una medida inserta dentro de la concepción internacionalista que se abría paso en la CNT. Lo importante acabó siendo la necesidad de mantener contactos internacionalistas con vistas a plantear a la burguesía nacional un combate en todos los frentes, recabando el boicot a las mercancías de los países donde los trabajadores hubieran declarado una huelga. Esa «verdadera internacional revolucionaria», por oposición a la falsa (la III Internacional) sería la AIT, creada en Berlín en 1922, aunque no tuvo nunca la fuerza necesaria y deseable.
De este modo, Simó Piera, que fuera secretario del comité de huelga de la Canadiense, y uno de los militantes más allegados a Seguí, expone: «La CNT creía que había llegado la gran oportunidad de utilizar su fuerza para intentar la tan esperada insurrección general del proletariado no sólo en Iberia, sino en toda Europa. Orientada nuestra acción por este camino; iniciaremos los primeros pasos de aquel ambicioso movimiento social. Fueron nombrados delegados para entrevistarse con las organizaciones sindicales de otros países, Evelio Boal en Portugal; Salvador Quemades, en Francia; Eusebio Carbó, en Italia; Ángel Pestaña, en Alemania y en Rusia, y yo en Holanda, donde al final de agosto se celebraba el Primer Congreso Sindicalista organizado tras la guerra mundial». El resultado de todas estas gestiones fue dispar, pero en todo caso, no tuvieron los frutos apetecidos.
3. El viaje de Ángel Pestaña a Rusia
La delegación cenetista que debía visitar Rusia pasó por múltiples vicisitudes. De entrada hubo varias propuestas para determinar la Comisión. En primer lugar se pensó en Eleuterio Quintanilla, el más crítico con la experiencia soviética, y el doctor sevillano Pedro Vallina, pero ambos declinaron por problemas personales. Luego se nombró a Eusebio Carbó y a Salvador Quemades, quienes tras visitar previamente las organizaciones sindicales italianas y francesas, debían reunirse en París para partir hacia el país de los soviets.
El ambiente de optimismo y entusiasmo reinante durante la celebración del Congreso tenía por cruel contraste una dura situación política nada halagüeña. Perseguida la CNT, declarado el lock-out por la patronal y en pleno apogeo los atentados de los pistoleros, la vida de los militantes obreros libertarios se hacía muy difícil. La situación internacional que encontraron los emisarios cenetistas tampoco era como para que cundiera el optimismo. Viajando sin apenas pecunio y sin pasaportes, sufrieron todo tipo de percances. El resultado fue que Pestaña, comisionado en principio para ir a Francia y Alemania, tuvo más suerte que Quemades y Carbó, detenidos, y acabó recayendo en él la misión de visitar Rusia. En efecto, llegado a Berlín, tuvo conocimiento de la convocatoria del II Congreso de la Internacional, y solicitó permiso a la CNT para asistir en calidad de delegado. Concedido éste, burló el bloqueo y el 27 de junio, a más de un mes de su salida de Barcelona, llegó a Petrogrado.
Los comunistas rusos tenían una opinión muy buena de la CNT. A ello algo debían haber contribuido el cenetista Pere Foix, que visitó Rusia por su cuenta y, principalmente, Víctor Serge, a la sazón militante bolchevique y antiguo anarquista relacionado con la banda Bonnot… Serge estuvo viviendo en Barcelona durante 1916-1917. Allí frecuentó los ambientes confederales y fue amigo personal de Salvador Seguí.
Desilusionados de los socialistas, los bolcheviques quisieron ganarse a los sindicalistas revolucionarios y, en palabras de Lenin, conseguir la adhesión «de los mejores anarquistas». Con esa predisposición fue recibido y tratado Ángel Pestaña. Invitado por Zinoviev a formar parte del Comité Ejecutivo de la III Internacional, Pestaña no dejó por ello de sentirse incómodo. Como representante de una organización sindical poco tenía que hacer entre políticos de partido. Así es que, expresados sus inconvenientes, se le invitó a participar en las reuniones preliminares a la fundación de la Internacional Sindicalista Revolucionaria, a cuyo posterior congreso fundacional celebrado al año siguiente acudiría la segunda delegación de la CNT.
Ángel Pestaña, primero de los delegados de la CNT para la III Internacional. |
Durante las sesiones deliberativas del II Congreso de la III Internacional, Pestaña quedó desfavorablemente impresionado no sólo por lo que se decía, sino, ya de entrada, por el método puesto en práctica en el Congreso para discutir y tomar las decisiones. Acostumbrado a las asambleas confederales, que tienen a gala y orgullo la práctica de la democracia directa, no comprendía el delegado de la CNT la encarnizada lucha que desató la composición del «Presidium» del Congreso. Más tarde comprobó hasta dónde llegaba el poder de dicho órgano: «El presídium es el Congreso, lo demás su caricatura, la del congreso, quiero decir (…). La presidencia tiene la iniciativa del Congreso, puede proponer y disponer a su antojo, los delegados no hacen más que discutir…». Con el agravante de que esa discusión constante a la sombra del Presidium quedaba también mediatizada y sometida al arbitrario juicio de la presidencia. De este modo, mientras los delegados tenían que ceñirse a diez minutos como máximo para sus exposiciones, la réplica de los miembros del Presidium no tenía límite. Así le sucedió al propio Pestaña, que tuvo que soportar un discurso de tres cuartos de hora de Trotski criticando su anterior intervención de diez minutos, sin que se le concediera el derecho de réplica. Y, por si fuera poco, se acabaron aprobando acuerdos que no habían sido siquiera puestos a discusión.
Las intervenciones del delegado de la CNT tuvieron un marcado cariz crítico. A pesar de los intentos por ganarlo para la causa bolchevique, Pestaña no consintió en silenciar su voz. Desde el más estricto criterio anarcosindicalista criticó la idea de que el partido bolchevique se debiera al éxito de la Revolución rusa: «La revolución, según mi criterio, camaradas delegados, no es, no puede ser, la obra de un partido. Un partido no hace una revolución; un partido no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de estado no es una revolución». Criticó la supeditación de las organizaciones obreras a los partidos, según la teoría leninista de «las correas de transmisión» y se opuso a la misma subordinación del Congreso y de la Internacional a los dictados de los comunistas rusos. Con todo, el mandato que la CNT le había otorgado, cumpliendo la resolución del congreso de la Comedia, era de adhesión y, como él mismo reconocía, sólo otro acuerdo orgánico podía revocarlo. De ahí que la decisión de abandonar la Internacional no se tomara hasta cierto tiempo después, cuando se pudo reunir la CNT y se conoció el informe desfavorable de Pestaña.
Al margen de las actividades del Congreso, Pestaña confeccionó «tres o cuatro artículos publicados en Pravda tratando del espíritu combativo de nuestra organización, de sus características y persecuciones. También hablaba en uno de ellos de la participación de la mujer en nuestras luchas sociales». Además de un informe para la III Internacional sobre las organizaciones sociales en España.
Durante los cerca de dos meses que Ángel Pestaña permaneció en Rusia tuvo ocasión de conocer a buena parte de los más destacados representantes del movimiento obrero internacional y trató personalmente con la plana mayor del partido comunista ruso. A pesar de la constante disidencia que expresó el delegado cenetista, los bolcheviques no renunciaron a hacerlo de los suyos. La CNT era una de las organizaciones obreras con mayor potencial revolucionario. Trotski invitó a Pestaña a fundar el PCE: «Confío que el camarada Pestaña será uno de los fundadores del partido», y sabemos por Maurín que «personalmente, Pestaña, produjo una excelente impresión a los dirigentes comunistas, sobre todo a Lenin, que enseguida descubrió lo que Pestaña era: un obrero inteligente y puritano, dotado de un gran don de observación y de sentido crítico, para quien la idea de libertad era la piedra angular de su edificio ideológico».
No obstante, vaya en honor de Pestaña su empecinamiento en no apartarse del criterio libertario y el saber resistirse a los cantos de sirena bolcheviques. Años más tarde, cuando Pestaña funda el Partido Sindicalista y se aleja de la CNT, no caerá en la contradicción de desdecirse de su brillante y breve discurso de Moscú contra la idea de los partidos políticos revolucionarios. El Partido Sindicalista sólo cobraba vida como portavoz de las aspiraciones revolucionarias obreras, no como agente de ninguna revolución.
Ese «gran don de observación y de sentido crítico» que alababa Lenin en Pestaña, queda patente en los textos que a raíz de su estancia en la URSS escribió desde la cárcel de Barcelona. Por más y mejor que los bolcheviques quisieran adornar la realidad, no escapó a Pestaña el carácter dictatorial del nuevo régimen y la situación misérrima en que vivía el pueblo ruso. A este respecto comenta Víctor Serge: «y delante de los lindos esquemas ilustrados con círculos verdes y triángulos azules y rojos, Ángel Pestaña retorcía una sonrisa burlona murmurando «tengo fuertemente la impresión de que me están tomando el pelo…». Pestaña no se lo dejó tomar, y la CNT fue un apetitoso bocado que no llegó a las fauces del despotismo bolchevique, pero faltó muy poco, un pelo, en este caso el de Gastón Leval, miembro de la segunda delegación cenetista en el país de los soviets. A los que acompañaban a Leval, Nin, Ibáñez y Arlandís les hicieron una fenomenal rapada. Años más tarde, durante la guerra y la revolución española, la política de Stalin se centrará en destruir la CNT, empeñada en probar que era posible realizar una revolución en libertad, justamente todo lo contrario de lo que habían hecho los comunistas rusos.
4. Los comunistas de la CNT: La segunda delegación
El viaje de regreso de Pestaña fue muy agitado. Pasó por Italia, donde fue detenido y se le confiscaron los papeles. Cuando por fin pudo llegar a Barcelona le esperaba una larga estancia en una celda de la cárcel Modelo. Allí escribiría su Memoria para el Comité Nacional, así como sus dos libros sobre su estancia en la URSS: Setenta días en Rusia, lo que yo vi y Setenta días en Rusia, lo que yo pienso.
El encarcelamiento de Pestaña formaba parte de todo el sistema represivo articulado para desmontar la CNT y diezmar sus filas. El mismo secretario general de la Confederación, Evelio Boal fue asesinado aplicándosele la tristemente conocida «ley de fugas», como después cayó Seguí en un atentado y como fueron asesinados más de trescientos sindicalistas libertarios. Así, encarcelados, deportados, exiliados, cuando no asesinados los militantes libertarios más connotados, Nin y su grupo consiguieron llegar al Comité Nacional. Intentaron utilizar su influencia en el Comité para desviar a la CNT hacia posiciones marxistas bolchevizantes y publicaron incluso un manifiesto contra los anarquistas. No conociéndose el informe de Pestaña, se decidió organizar una nueva delegación para visitar el país de los soviets, respondiendo al llamamiento lanzado por Moscú invitando a la CNT a participar en el congreso constitutivo de la Internacional Sindical Roja. Opina Peirats que esta segunda delegación fue hecha en connivencia con los soviéticos, disgustados con la gestión de Pestaña y felices de contar con un Comité nacional cenetista pro bolchevique; así, escribe Peirats: «Esta delegación (…) fue fabricada por Moscú para enderezar lo que conceptuarían entuertos de Pestaña. Y por cierto que cumplió su cometido». Los miembros de la comisión, elegidos en un Pleno de Barcelona, el 28 de abril de 1921, fueron: Andreu Nin y Joaquín Ibáñez, del Norte. A ellos se les añadió en última instancia Gastón Leval, al que propuso el sector anarquista, escamado con razón del bolchevismo de la comisión.
Gastón Leval era el pseudónimo más utilizado por el anarquista francés Pierre Piller. Prófugo del servicio militar, había estado viajando por España y se había ganado la confianza de los medios anarquistas. No pudo asistir al Congreso de la Comedia por estar preso en Valencia. Como conocedor de varios idiomas y siendo de confianza se le propuso para acompañar a la comisión bolchevique de la CNT. Leval escribió varios textos narrando con abundancia de detalles su viaje y estancia en Rusia. En uno de ellos se pregunta: «¿Por qué fueron nombrados cuatro comunistas para representar a la CNT?». A lo que ya hemos apuntado respecto de la represión sufrida por los principales militantes libertarios, añade Leval la «disponibilidad» de los elegidos, lo cual vendría a corroborar la opinión de Peirats referente a la conspiración con los comunistas rusos. En este sentido puede hablarse, utilizando la expresión del anarquismo francés, de «engaño» por parte del grupo de Nin. La presencia de Leval se debió, según Maurín, a la propuesta que hizo Arlandís de que los grupos anarquistas designaran también un representante. Justamente Arlandís era el más libertario de todos ellos: ex anarquista individualista, tenía un hermano militante en los círculos anarquistas de Madrid y durante el Congreso de la Comedia todavía se declaró libertario, aunque luego añadió que ello era compatible con la defensa de la dictadura del proletariado. Pronto saldría de su error, y en Rusia optó por la dictadura y abandonó los planteamientos libertarios.
Gastón Leval se añadió al resto de la comisión en Berlín, donde pudo constatar el carácter comunista de sus «compañeros». Rudolf Rocker, el libertario alemán, tuvo ocasión de conocerlos a su paso por la capital alemana: «Esta delegación, que no había sido elegida por ningún congreso de la CNT, y cuyos gastos de viaje incluso fueron pagados por Rusia, estaba desde el comienzo decidida a entregar la CNT al Komitern. El único de sus miembros que constituía una honrosa excepción era el anarquista francés Gastón Leval», quien, dicho sea de paso, costeaba su viaje con aportaciones de los grupos anarquistas de Barcelona.
5. Gastón Leval y la liberación de los anarquistas rusos
Nada más llegar a Rusia, en junio de 1921, Gastón Leval entró en contacto con Víctor Serge. Este tenía por entonces una actitud que a Leval le resultó sorprendente. Afiliado al PC ruso, en conversaciones privadas criticaba con dureza al régimen, a la Cheka, a Lenin… pero públicamente se abstenía de ello e incluso escribía artículos elogiosos. Comoquiera que Leval, a quien esta actitud le parecía hipócrita y meliflua, así se lo manifestó, y acabó ganándose las antipatías de Serge, que lo omite en sus Memorias e incluso atribuye a Arlandís cosas de Leval.
Por su parte Xavier Paniagua, que ha estudiado la figura de Leval a fondo, en su artículo citado viene a suponer que la visión negativa que éste sacó de la Rusia soviética se debía a que «Sus contactos fueron fundamentalmente con anarquistas que se oponían al gobierno bolchevique». Este argumento puede esgrimirse si la persona supuestamente influenciada no fuese ya anarquista, pero cuando un anarquista como Leval mantiene contactos con correligionarios suyos, lo que cabe esperar es una confirmación de criterios tendentes a ser compartidos. Pero tampoco resulta justo dar a entender que Leval tuvo contactos monocolores. Antes al contrario, participó de las deliberaciones del Congreso, donde contrastó visiones y opiniones con la variopinta representación internacional allí congregada. Tuvo el «honor» de conocer personalmente a lo más florido del aparato comunista, incluyendo a Lenin y Trotski. Se entrevistó con generales soviéticos; con Alexandra Kolontai, la bolchevique a la que se obligó a disolver su grupo Oposición Obrera; con Steinberg, socialista revolucionario de izquierda y ministro en el primer gabinete bolchevique, por no citar al mismo Serge y a sus propios colegas comunistas de delegación. Prueba del interés de Leval en conocer por sí mismo la realidad social rusa fueron sus visitas a las escuelas, a la cárcel, su constante trato con gente de todo tipo. Y cuando las sesiones del Congreso llegaban a su término presentó la solicitud para quedarse unos meses más integrándose en la plantilla de cualquier empresa como obrero, pero se le denegó.
Junto con las pesadas deliberaciones del Congreso, donde poco podía hacer Leval, ya que la adhesión de la CNT debía ser revocada por la decisión del conjunto de los afiliados y no de sus delegados, su tarea más relevante llevada a cabo durante su estancia en Rusia fue la de liberar a un grupo de prisioneros anarquistas, catorce en total, entre los cuales estaban los más destacados del movimiento libertario ruso: Maximov, Yarchuk y Volin.
Cuando nada más llegar a Rusia llegó a conocimiento de Gastón Leval la noticia del encarcelamiento indiscriminado de anarquistas, decidió iniciar una serie de gestiones para intentar conseguir su liberación. Visitó al jefe de la temible Cheka: Félix Dzerzhinski, a Lunacharski y hasta llegó al mismo Vladimir Ilich Ulianov. Para entonces ya había conseguido penetrar en la cárcel de Butirka y entrevistarse con Volin. Sorprendido Leval de que sus compañeros estuvieran incomunicados y se les prohibiesen las visitas, tuvo que hacerse pasar por ruso y entrar arropado por el grupo de esposas de los anarquistas rusos.
Volin desmintió una por una las burdas acusaciones de contrarrevolucionarios y aliados de los generales blancos que utilizaban los bolcheviques para retenerlos en prisión sine die y sin que se les hubiese incoado proceso alguno.
Pero en un primer momento de nada sirvió la gestión de Leval. Los congresistas no tenían interés en que todo este asunto ocasionara un incidente con sus anfitriones. Para Víctor Serge «los delegados extranjeros formaban una multitud más bien decepcionante, encantada de gozar de privilegios apreciables en un país hambriento, pronta a la admiración, perezosa para el pensamiento. Se veían en ella pocos obreros y demasiados políticos».
Los anarquistas presos, por su parte, decidieron declarar la huelga de hambre, medida que fue secundada en otros presidios rusos, donde llegaron a morir algunos reos. Comoquiera que no parecía que esta medida surgiera efecto, al undécimo día de huelga, Leval consiguió arrastrar a una comisión de congresistas internacionales a entrevistarse con Lenin. Después de mucho insistir, el nuevo zar les recibió. La comisión había decidido pedir la libertad no sólo de los anarquistas sino de todos los izquierdistas detenidos. Durante esta entrevista Leval rebatió una por una las acusaciones que Lenin lanzó contra Volin y sus compañeros, y Lenin quedó en una posición difícil ante el resto de miembros de la comisión. Acabó prometiendo que estudiaría el caso.
Finalmente el Gobierno se avino a que sólo los catorce anarquistas de Butirka que hacían huelga de hambre saliesen de la cárcel, pero no para quedar en libertad sino para ser expulsados de por vida del país. No obstante, los días pasaban sin que se cumpliera esa resolución. Leval pensó que la estaban dilatando con el propósito de que acabase el Congreso y se olvidara todo el asunto. Así es que enterado de una visita de cortesía de Trotski a los delegados italianos, acompañado de Arlandís se personó en el lugar de la reunión y decidió abordar directamente a Trotski, recordándole el compromiso suscrito. La reacción de éste fue colérica, le agarró de las solapas de la chaqueta, le increpó y acabó reconociendo frenéticamente que cumplirían la promesa.
Poco tiempo después los anarquistas rusos de Butirka se dirigían al exilio, donde encabezarían el movimiento de disidencia libertaria. Por su parte, los delegados de la CNT llegaron a España. A Leval se le dio la mitad del dinero recibido por el resto para costear el viaje de vuelta, sin duda en agradecimiento a los servicios prestados.
Cuando la CNT pudo reunirse de nuevo, en el pleno de Zaragoza de 1922, se conocía ya la Memoria de Pestaña, así como el informe de Leval, todo lo cual sirvió para, a pesar de lo alegado por Nin, deshacer el vínculo condicional dado a la III Internacional en el Congreso de 1919. Y desde entonces la conferencia cenetista pasó a apoyar la creación de una Internacional sindicalista revolucionaria, la AIT, creada ese mismo año.
La historia de estos delegados de la CNT es dispar. Andreu Nin pasó muchos años en Rusia, donde fue secretario de la Internacional Sindical Roja, aunque ya desvinculado de la CNT. Próximo a las posiciones de Trotski, cayó también en desgracia y regresó a Barcelona, donde además de realizar meritorias traducciones de escritores rusos al catalán (Tolstoi, Pilniak, etc.), fundó el POUM. Fue asesinado en 1937 por los estalinistas del PCE. Maurín, compañero de Nin en los intentos por crear un partido marxista no estalinista, sufrió prisión durante la dictadura franquista y acabó sus días en el exilio. De Ibáñez sabemos que vivía en Rusia en 1927 y que compartía el entusiasmo comunista por la burocracia y el autoritarismo; por entonces hizo de cicerone al notario Diego Hidalgo de visita en el país de los soviets.
Gastón Leval tuvo el acierto de recorrer las colectividades libertarias surgidas a raíz de la Revolución del 36 y escribió posteriormente el mejor texto testimonial sobre las mismas, que fue durante mucho tiempo una de las pocas referencias al respecto. Fundó grupos, publicaciones y editoriales libertarias en Francia y en 1978, poco antes de morir, visitó por última vez Barcelona. Entonces pudimos oírle una conferencia sobre las colectividades en las que hizo un alarde de memoria. Nos dio la sensación de que era un hombre tranquilo, inteligente y satisfecho. Alguien en quien poder confiar.
6. Lenin, perfil de un dictador
Tanto Ángel Pestaña como Gastón Leval salieron de Rusia convencidos de que el camino para la liberación popular no era el seguido por los bolcheviques. Como había escrito Kropotkin: «nos han enseñado cómo no hay que hacer una revolución».
Lenin, presidiendo el Primer Congreso de la Internacional Comunista. |
Los dos delegados libertarios de la CNT contribuyeron también a engrosar la corriente de crítica libertaria contra el Estado comunista. Para Pestaña era del todo inaceptable la instauración de un sistema policíaco: «El terror es tan intenso que nadie vive tranquilo ni seguro. Una delación, cualquier incidente, una sospecha no más, basta». Este terror había llegado a instaurarse porque los bolcheviques acabaron con la revolución popular. Gastón Leval lo expresa duramente: «Anulación de los soviets como factores de creación administrativa y organizaciones sindicales y obreras formadas y en formación; anulación también de la Asamblea constituyente que implicaba la eliminación de todos los demás partidos y la supresión total del derecho de expresión del pensamiento». Así se acabó con la revolución.
Coinciden también ambos delegados cenetistas en atribuir la responsabilidad de la instauración de la dictadura del terror a Lenin, contrariamente a lo que ha venido siendo la interpretación de la izquierda marxista, deseosa de salvar la figura de Lenin y con ella la teoría leninista. Para esta burda operación de salvamento se ha transferido a Stalin toda la culpabilidad, maniobra avalada por el mismo régimen comunista ruso a partir de Jruschev.
Cuando Pestaña publicó sus textos sobre Rusia, en 1924, todavía Stalin no se había adueñado de la situación, y la descripción que el delegado cenetista nos ofrece de Lenin no es precisamente la de un benefactor de la humanidad, sino la de un dictador. Pestaña esboza un somero perfil psicológico del nuevo zar, en el que destaca por encima de cualquier otro rasgo su carácter autoritario. De este modo, comenta: «Todo lo reduce a principios autoritarios, a normas rápidas, a cuestiones de uniforme». Resulta paradójico que Lenin posea, en opinión de Pestaña, un carácter típicamente germano. De ello se deriva una trágica impostura, pues el pueblo ruso no comparte en absoluto los rasgos de su dictador. «El pueblo ruso es apático, lento en el proceder y de una indolencia inconcebible aún para los latinos (…). Enemigo del método, de la fórmula, del ordenamiento, todo lo deja al azar, a lo casual, a lo accidental (…) todo en él, pensamiento y acción, está saturado de misticismo, de dinamismo espiritual». De ahí la dureza de la dictadura leninista: no sólo es una imposición de determinados criterios políticos, sino además la imposición de un régimen y formas de vida que violentan de raíz el carácter mismo del pueblo. Escribe Pestaña: «Lenin vivía subyugado por el concepto materialista de la historia que de sus estudios obtuviera Marx. No encontró otra solución al problema social que la de encuadrarlo en una serie de fórmulas y de pragmatismos. Nada de pensamientos, de voluntades, de iniciativas concordantes. Esto tiene sabor burgués y demócrata. Nada de caracteres y de temperamentos. En la sociedad no ha de haber más que un temperamento, un carácter, una voluntad, una iniciativa y un pensamiento. A la mayoría de los hombres les sobra, pues, el cerebro y el corazón. De esta reducción del hombre, de querer destruir lo que en él hay de más elevado e íntimo, es de donde surge el conflicto moral, el choque que había de conmover más profundamente a la Rusia revolucionaria, la tragedia de la revolución».
Por su parte, para Gastón Leval el «éxito» de Lenin se debía no a su talento, sino a su capacidad para la maniobra política y su hipocresía. En sus textos, según hubiesen sido escritos antes o después de la conquista del poder, para uso interno del partido o para su publicación, dirigidos a un público de militantes internacionales o sufridos súbditos, llegaba a sostener opiniones dispares y contradictorias. Para él todo era válido con tal de llegar y mantenerse en el poder. Para Leval resultaba evidente que Lenin debía su «éxito» a su maquiavélica amoralidad.
Sumándose a una de las tesis centrales de lo que será la interpretación libertaria de la Revolución rusa, cuya mejor formulación la encontramos en La revolución desconocida, de Volin, Leval afirma que «esencialmente todo el estalinismo se encuentra en el leninismo».
Por último, Leval hubiera suscrito las siguientes palabras de Pestaña, que constituyen un balance de la aportación a la disidencia al totalitarismo comunista de los delegados libertarios de la CNT: «Hemos estado en Rusia. Hemos visto cómo se ejerce la dictadura del proletariado, es decir, lo que como tal se considera, y hemos visto al pueblo gemir bajo la más atroz tiranía, soportar las más horrorosas persecuciones, someterlo a la más inicua explotación. ¿Y quién vejaba, escarnecía y vilipendiaba al pueblo? ¿La burguesía? No. Un partido surgido de la revolución y que aún hoy dice gobernar en nombre de la clase más atrozmente oprimida… ¿Dictadura del proletariado? Dictadura de los que han tomado al proletariado por sufrido asno sobre el que poder cabalgar confiadamente».
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