domingo, 12 de mayo de 2013

Carta a María Dolores de Cospedal


Por HELENO SAÑA

11 - mayo - 2013

Muy sra. mía:

Tanto por mi avanzada edad como por la vida recoleta que llevo en la ciudad alemana donde resido, no es costumbre mía dirigir cartas personales a los administradores y representantes de la res publica, sea para elogiarles o criticarles. Y si excepcionalmente no me atengo a esta norma habitual de conducta y le hago llegar las presentes líneas se debe al carácter realmente insólito de las declaraciones que ha hecho Vd. a mediados de este mes sobre la problemática de los llamados «escraches».

Vd. ha calificado de «puro nazismo» las manifestaciones de protesta de grupos de ciudadanos que indignados por la praxis inhumana y brutal de los deshaucios y otras injusticias sociales, han organizado ante los domicilios de determinados políticos y personajes púbicos. Con ello ha cometido Vd. un doble despropósito: relativizar implícitamente los crímenes cometidos por las hordas de la SA, la SS y la Gestapo y meter en un mismo saco a quienes actuaban por motivos tan abyectos como el racismo y a quienes salen a la calle impulsados por el noble propósito de expresar su solidaridad con las víctimas de la grave injusticia social reinante en el país. Expresarse en los términos de que Vd. se ha valido significa ante todo un ultraje a los seis millones de judíos asesinados en los campos de exterminio nacionalsocialistas y a los miles y miles de antifascistas eliminados por Hitler y sus esbirros. En el caso de que no lo haya hecho ya —cosa que no creo— me permito sugerirle que peregrine Vd. a Auschwitz para que se haga in situ una idea directa y óptica de lo que fue el infierno nazi y el suplicio del holocausto. Allí aprendería Vd. a llorar por el dolor ajeno y a avergonzarse quizá de haber trazado su siniestro paralelo entre los verdugos nazis y las almas altruístas que salen en defensa de los parias privados de pan y de cobijo.

En vista de su inconcebible actitud, no puedo dejar de preguntarle: ¿En qué escuelas y centros docentes se educó Vd.? ¿Qué aprendió Vd. en las clases de historia a que seguramente asistió o de las lecturas de los libros de historia que haya podido consultar? ¿Ha echado Vd. siquiera una breve ojeada a la inmensa bibliografía existente sobre el III Reich, tema que yo mismo sentí la necesidad de abordar hace ahora muchos años en mi libro Noche sobre Europa y en no pocas de mis obras en lengua alemana? En todo caso, una de las cosas que Vd. por lo visto no ha aprendido todavía es a ceñirse a la lógica de los hechos y al fair play, dos imperativos morales que toda persona está obligada a cumplir, pero especialmente las que, como Vd., desempeñan cargos públicos.

En lo único que coincido con Vd. es en su rechazo de la violencia como forma de protesta. Pero dicho esto le pregunto: ¿Ha oído Vd. hablar de la violencia estructural practicada de continuo y de las más diversas maneras por la democracia representativa tan admirada por Vd? A su apología apodíctica de este sistema de gobierno le respondo: por muy legitimada que esté por las leyes constitucionales, todo modelo de democracia representativa se deslegitima a sí mismo a partir del momento en que se convierte en un sistema al servicio de la arbitrariedad, la injusticia social y la corrupción. No tener en cuenta este último factor significa pensar y argumentar en términos abstractos y totalmente alejados de la realidad. Por muy legales que hayan sido las elecciones y los votos que lleven a un partido al poder, si falta a las leyes más elementales de la ética, se despoja a sí mismo automáticamente de toda legitimidad verdadera y digna de este nombre. Es la diferencia entre la concepción formal y la concepción moral de la política. Vd. se atiene sólo a la primera e ignora totalmente la segunda, que es precisamente la decisiva, como nos han enseñado los grandes maestros del pensamiento universal desde los clásicos griegos.

En cuanto al término «totalitarismo» al que Vd. aludió en otra de sus tomas de posición, no es lícito aplicarlo a quienes protestan pública y (pacíficamente) contra el desgobierno imperante en nuestro país, sino que más bien corresponde a los políticos que esperan o exigen del pueblo soberano que acepte este estado de cosas quedándose quietecito en casa y sin decir esta boca es mía. Si la humanidad ha hecho algunos progresos y superado los aspectos más sombríos de la historia universal es porque han existido siempre personas que han tenido el coraje de practicar lo que desde Henry David Thoreau se llama civil desobedience y para quienes Albert Camus encontró la feliz definición de l''homme révolté. El derecho de resistencia pasiva o activa contra cualquier forma de opresión y de injusticia es un derecho natural como el amor o la libertad, y por ello un derecho que todo político tiene el deber de respetar y aceptar. Quienes, como Vd., ponen en duda o rechazan este derecho natural no hacen más que demostrar palmariamente su desconocimiento de los principios fundamentales de la cultura política.

Sus declaraciones sobre la supuesta ilegitimidad de las protestas populares contra los responsables directos o indirectos de los desahucios y otros escándalos sociales están motivadas por su conocido celo polémico, palabra que, como Vd. no ignorará, en su acepción etimológica originaria significa guerra. Y no otra cosa que una declaración de guerra en toda la regla son los ataques que Vd. ha dirigido contra quienes hacen uso práctico de su derecho a encararse a plena luz del día contra los abusos del poder económico y político. Y este es el momento adecuado para decirle a Vd. que los fascistas a los que Vd. ha aludido no se encuentran en las filas de estos activistas sociales, sino en otra parte. Si Vd. buscara a los verdaderos fascistas allí donde están y les dirigiera los ataques que Vd. ha dirigido a quienes no merecen más que elogios, prestaría Vd. un gran servicio a la nación.

¿Y qué significa, por último, su peregrina ecuación mental de que «sin políticos no hay política y sin política no hay democracia» y de que «jugar a que la diana sea el político es ir contra la democracia»? Aquí vuelve Vd. a incurrir en generalizaciones abstractas carentes de toda validez argumentativa. Nuestro país es un ejemplo paradigmático de que un número mayor o menor de políticos se ha dedicado y sigue dedicándose más a servirse a sí mismo y a sus compañeros de profesión que a la democracia y al bien común, y ello empezando por los privilegios materiales y de otro orden que aprovechándose de su status especial se adjudican a sí mismos, sin importarles lo más mínimo que al mismo tiempo millones de compatriotas suyos se mueran de hambre y de miseria. Por lo demás, ¿a quien pedir cuentas si no a quienes gobiernan y son responsables del estado de la nación?

Más allá de la profunda indignación que me han causado sus declaraciones, creo que en el fondo es Vd. una persona digna de lástima. ¿Qué otra cosa se puede sentir por quienes, como Vd., se dedican a hacer carrera saltándose a la torera las reglas más elementales de la honestidad y la rectitud? ¿Cabe acaso mayor desventura que la de vivir y obrar al margen o en contra de la verdad y el bien ? Por muy segura y ufana que se sienta Vd. del alto puesto que ocupa en su partido y en la vida política, es Vd. a mi modesto juicio una persona alienada que ha perdido por ello la noción de lo que son los verdaderos valores y bienes. Y el primer signo de su estado de autoalienación es que Vd. obre de la manera que obra con la conciencia tranquila y creyendo incluso que está Vd. consumando un acto heroico.

Lamento haberle escrito una carta como ésta, pero mi insobornable amor a la verdad y mi no menos insobornable solidaridad con quienes Frantz Fanon llamaba les damnés de la terre, no me permitían otra opción, máxime cuando los condenados de la tierra, lejos de encontrarse únicamente en la población del Tercer Mundo, han pasado también a formar parte de la de nuestro país.

Le saluda atentamente

Heleno Saña

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