sábado, 10 de diciembre de 2011

Amigos de la patria ¡Enemigos del pueblo! (y II)

Por Juan Armada

Las fuentes doctrinales originarias del nacionalismo se reducen a dos grandes modelos: uno, el liberal y, otro, el naturalista. El primero tiene su génesis en las corrientes representadas por Hobbes, Locke, Montesquieu y Rousseau, que culminan en la Revolución Francesa.

Esta doctrina formula la idea de nación como contraposición al poder político de la monarquía absoluta. La reivindicación de protagonismo político para el Tercer Estado, especialmente parar la burguesía, trae consigo un concepto de nación como «un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y representados por la misma legislatura» (Sièyes). En esta definición está encerrada toda la carga liberal y revolucionaria de este nuevo concepto de nación: sólo dejando de ser súbditos y convirtiéndose todos en ciudadanos, se puede lograr una legislatura común para todos, nacida del ejercicio de la voluntad política de los ciudadanos. Estamos ante un concepto liberal, racionalista, utilitarista, individualista y, sobre todo, jurídico de nación. Según este concepto de nación, España sería una nación.

La corriente naturalista del nacionalismo se basa en la idea de comunidad de cultura. Su argumentación está elaborada básicamente por dos filósofos alemanes: Herder y Fichte. Esa corriente nacionalista surge como una reacción, en un momento histórico y político, a las ideas de la Ilustración y a las ideas positivistas de las que beben todas las escuelas del socialismo en el siglo XIX (anarquismo, entre otras).

Estas ideas ilustradas, basadas en el cosmopolitismo, en el racionalismo, y básicamente en la concepción de todo ser humano como un fin en sí mismo y nunca como un medio, lo que podríamos llamar «dignidad humana»; se les opone, por estas corrientes románticas, una concepción naturalista de la nación, en la cual el pueblo sería una entidad metafísica superior a los individuos, que estaría definida por una cultura, idioma, historia, religión y costumbre, manifestación todo ello del volksgeist (espíritu del pueblo), de la que no puede renegar el individuo y a la que debe someterse.

A esta visión naturalista de la nación de Herder, Fichte, en un contexto en el que Alemania estaba ocupada por Napoleón, le añade la necesidad de construir una organización política, un Estado, que promocione y oponga esta identidad a la de otro Estado-nación. Esta es la ideología que da forma a todos los nacionalismos recalcitrantes de hoy en día. Según este concepto de nación, España sería un Estado que absorbe a varias naciones.

Tanto en los procesos de creación de sentimientos nacionales en los Estados consolidados, como en los propios movimientos nacionalistas que aspiran a dotar a su comunidad de un Estado, se van a dar una serie de trazos comunes que carecen del mínimo rigor científico, pues los hechos demuestran lo contrario: 1) la humanidad se halla dividida naturalmente en naciones, 2) cada nación tiene su carácter particular, 3) el origen de todo poder político es la nación, 4) para su libertad y autorrealización, los hombres deben identificarse con una nación, 5) las naciones sólo pueden realizarse en sus propios Estados, 6) la lealtad a la nación es anterior a las demás lealtades, 7) la condición primaria de libertad y armonía global es el fortalecimiento de la nación y su cultura. Por eso, la 1ª Internacional, muy acertadamente, califica al nacionalismo como la religión del Estado moderno.

Para fomentar este sentimiento de identidad cultural y territorial, los nacionalistas capitalizan, haciendo, sobre todo, un uso instrumental del idioma para dividir, enfrentar y fomentar identidades territoriales homogéneas y contrapuestas. Consecuentemente, todas las escuelas del socialismo presentes en la 1ª Internacional se dedican a propagar lo contrario, en base a un concepto del hombre distinto: una sola naturaleza humana dividida en clases, castas, amos y esclavos, desorganizada en Estados.

Desde un punto de vista anarquista, ninguna organización libertaria puede fomentar el uso de un idioma para estos fines. Ni la CNT, ni ninguna organización libertaria tienen, ni han tenido nunca como cometido, combatir el idioma castellano en Galicia, País Vasco o Cataluña. Porque los signos de identidad que se fomentan en el anarquismo son contrapuestos al nacionalismo.

El anarquismo no tiene por objetivo exaltar valores tradicionales, ni idiomas, ni territorios, ni culturas supuestamente ancestrales ¡porque sí! Los nacionalistas precisamente hacen una exaltación de identidades imaginariamente puras y ancestrales, para justificar una estructura política en un territorio que en un futuro puedan regentar.

Si en su día los anarquistas se dotaron del esperanto para hacer del idioma, nada más, que un instrumento de comunicación y no un instrumento para hacer política de reinos taifas; y la CNT cuando era poderosa no rendía pleitesía a las campañas lingüísticas para «hacer patria», se debe a que los anarquistas de antaño, desde luego, de tontos no tenían ni un pelo…

Desde el punto de vista biológico, el género humano es una entidad identitaria en sí misma, porque aun sobreviviendo solamente una tribu de África como los «kikuyu», prácticamente el 100% el material genético de la especie humana estaría salvado. Desde el punto de vista de los derechos, nadie tiene un mayor o menor derecho por nacer en un lugar determinado, o ser de una raza, sexo o por hablar un idioma. Desde un punto de vista cultural, no existen territorios ni idiomas culturalmente homogéneos y puros desde tiempos inmemorables, porque la endogamia ya desapareció antes de Marco Polo, afortunadamente. Es más, esas señas culturales de identidad nacional, son parte integrante del control y división social organizado en Estados que combate el anarquismo. Por tanto, el anarquismo es partidario de la justicia social y del avance cultural y no de la perpetuación de tradiciones y fronteras.

Los idiomas, tradiciones, costumbres, territorios, etc. no tienen derechos sobre las personas; los derechos los tenemos las personas sobre los idiomas, costumbres, territorios, etc. para cambiarlos, anularlos o redefinir nuestra relación con ellos... Como así ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad y también ha hecho el movimiento libertario, apoyando un idioma internacional y estableciendo en el municipio libre (y no en la provincia, región, país, etc.), el territorio donde es posible autogestionar socialmente nuestras vidas en democracia directa, porque es el territorio donde uno vive y se relaciona. Las federaciones de productores de la futura sociedad libre, no tiene por objetivo reeditar fronteras, banderas, idiomas o identidades nacionales, sino garantizar y coordinar la economía de esos municipios libres, tendiendo a la mayor autonomía.

Pero es más: ¡el anarquismo es una cultura en sí mismo! Partiendo de las ideas ilustradas y positivistas, los anarquistas decimonónicos construyen una forma de vivir y un programa social de futuro, de PROGRESO.

Los avances científicos durante finales del siglo XIX en las ciencias de la salud y en las ciencias naturales, en la ingeniería, el urbanismo, en las ciencias de la educación y en otras ciencias sociales, se conjugaron con la filosofía libertaria dando lugar a nuevas formas de relacionarse, de vivir, de sentir, de pensar: La alimentación, la higiene y la salud, el nudismo, el esperanto, la familia, la escuela racionalista, la naturaleza, la ciudad-jardín… construyeron una cultura libertaria hoy en desuso, que no se afinca en tradiciones, religiones y costumbres históricas, que no tienen nada de revolucionarias, ni de populares.

La mediocridad de la militancia libertaria de hoy en día, y la llegada de oportunistas a un movimiento débil ya desde la segunda mitad del siglo XX, son los responsables de los múltiples disparates que se han dicho (y se dicen), y de la imagen patética que ofrece el movimiento libertario, al ser incapaces de recoger el bagaje cultural, el buen saber hacer y los VALORES que nos legaron nuestros compañeros.

A un anarquista de antaño, le suena a disparate la martingala del anarcoindependentismo, o que la CNT de una región haga campaña a favor de un idioma, para combatir a otro idioma, realzando así una supuesta frontera imaginaria para reclamarle al territorio de al lado supuestos agravios históricos.

¿Acaso ese conflicto entre paletos centralistas y paletos periféricos requiere de nuestra atención para posicionarnos del lado de alguno de los dos? El conflicto freudiano que plantea el nacionalismo no tiene cabida en el movimiento libertario. Si en Galicia, País Vasco y Cataluña hoy se hablan dos idiomas, mayoritariamente, nosotros no debemos tomar por bandera que se hable uno sólo, o impidiendo en nuestra propaganda el uso de alguno de los dos, en base a supuestos derechos territoriales históricos; porque el discurso anarquista es un ideal incardinado en el terreno de la ética, de la libertad, de los derechos y deberes positivos del hombre, del momento actual, que se puedan transponer a una nueva sociedad futura; y no en la obediencia y exaltación de tradiciones y folclore demodé e idiomas que «hacen patria». El anarquismo no fomenta el orgullo nacional, sino que promueve una nueva comunidad plenamente humana, portadora de nuevos valores.

Las personas no somos un instrumento al servicio de alguien o de algo, impuesto, superior y ajeno a nuestra decisión, a nuestra realidad presente, que es de la que brotan nuestras raíces. El discurso de identidades culturales puras y enfrentadas desde tiempos inmemorables de las que nos tenemos que sentir orgullosos, es radicalmente contrario a lo libertario, además de rotundamente falso y pueril. ¿Quién diseña esas identidades? ¿Aportan algo positivo? Acaso, ¿verdaderamente existieron?

Entrando en la guerra de idiomas a favor de los «centralistas» o de los «periféricos», entramos en la guerra de identidades territoriales imaginarias y, por tanto, estamos siendo fagocitados por un ideario político que no tiene nada que ver con nuestra identidad libertaria, donde la dignidad humana ocupa el vértice y no un territorio históricamente diseñado (o que se quiere diseñar) por poderes fácticos. Si hoy se hablan dos idiomas en Galicia, País Vasco y Cataluña, es algo que no tiene mayor relevancia para la inmensa mayoría de las personas que convivimos con ellos. Y el que quiera dársela en el movimiento libertario, es que busca otra cosa, diga lo que diga…

Mi familia es la humanidad y mi patria es el mundo… no es una frase romántica, es un programa de futuro, y yo no pienso dar marcha atrás para encontrar en el pasado una supuesta edad de oro o de pureza perdida de la que hablaba, pero en la cual no creía, J.J. Rousseau.

CNT, 350 (noviembre 2008)

2 comentarios:

  1. Excelente texto, claro y conciso, que coincide en su argumentación al 100% con lo que hemos expuesto desde la primera entrada en este blog. A pesar de la penetración de ideas reaccionarias y empobrecedoras -como el nacionalismo o el primitivismo- en los degradados medios libertarios actuales, es esperanzador saber que queda alguien con verdadero espíritu ácrata. Nosotros tampoco nos resignamos y por eso seguimos adelante con este blog.

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  2. Rotundo y acertado, ya va siendo hora de que lo libertario vuelva a ver la luz y siga por el camino recto del internacionalismo y a la lucha de clases y no a la lucha estúpida entre patriotas recalcitrantes que nada tienen que ver con la sociedad que algun@s queremos ver o al menos soñar. Salud

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