Con la descolonización de los países árabes, surgieron unos movimientos políticos populistas y, a la vez, nacionalistas, que debidos a algunos matices socializantes se les consideró bajo el nombre de «socialismo árabe». (Aunque bajo el nombre de «socialismo» se puede agrupar muchas ideologías completamente opuestas —el término significa lo contrario a «individualismo»—, el concepto más conocido en nuestro mundo occidental está relacionado con el movimiento obrero en sus dos vertientes: la marxista —socialdemócrata y comunista— y la libertaria o anarquista.) El primero en utilizar y dar a conocer este tipo de «socialismo», sui generis, fue el del egipcio Nasser, le siguieron los baasistas de Siria e Irak y el régimen libio de Gadafi. También ocurrió algo similar tras la independencia de Argelia. Aquí os pongo un texto de Historia 16 sobre este tipo de «socialismo» (el argelino). Socialismo con el que no me identifico, ni simpatizo, debido a su carácter religioso (pero completamente enemigo del islamismo radical) y autoritario. Por muy revolucionario que lo disfracen:
De acuerdo con los documentos programáticos de la ideología del régimen, en el Programa de Trípoli (junio de 1962) y en la Carta de Argel (abril de 1964) se abordaba ya la asunción de un socialismo solidarista que en la Carta Nacional de 1976 se convertirá en tema principal proclamándolo opción irreversible del pueblo, destinada a suprimir la explotación del hombre por el hombre.
Ahora bien, como en otros países árabes, el socialismo argelino va a ser específico, es decir, nacionalista, islámico y contrario al marxismo. Es más, para muchos el socialismo argelino será ante todo la aplicación de una teoría económica basada en el capitalismo de Estado: reforma agraria, desmantelamiento de la empresa extranjera, nacionalizaciones y apropiación colectiva de los medios de producción.
La incompatibilidad existente entre el socialismo argelino y el marxismo quedaba expuesta en la Carta Nacional: el socialismo en Argelia no procede de ninguna metafísica materialista ni se vincula a ninguna concepción dogmática ajena a nuestro genio nacional. Su edificación se identifica con la expansión de los valores islámicos, elemento constitutivo básico de la personalidad del pueblo argelino.
Las razones socioculturales de la incompatibilidad eran fundamentalmente tres: el rechazo de la lucha de clases y del materialismo ateo, y el seguidismo de un modelo extranjero.
La lucha de clases era, de hecho, un elemento social bastante ajeno a la realidad argelina por diversos factores. Como indica Bernard Cubertafond en L’Algerie contemporaine, por un lado, la solidaridad de clan en el marco de la gran familia seguirá siendo el mecanismo principal en contra de la pauperización absoluta y las oposiciones regionales y étnicas tenderán a ser más fuertes que las oposiciones de clase, e incluso podrán neutralizarlas. De otro lado, el proletariado argelino no se había forjado una sólida conciencia de clase.
Unido a esto, la lucha de clases no era políticamente deseada por un régimen basado en la estrategia del frente nacional y para el que el impulso del desarrollo pasaba por la cohesión de todas las categorías sociales. Ahmed Taleb Ibrahimi, ministro de Cultura, lo explicaba en 1972: la revolución argelina no surgió de la lucha entre distintas clases sociales de un mismo país. Fue el resultado del combate de todo un pueblo, contra la ocupación extranjera.
Con respecto al materialismo, su concepción de la religión como forma de alienación del pueblo no podía reconciliarse con un régimen que proclamó al Islam elemento básico de su ideología.
La gran importancia de la cuestión religiosa en Argelia proviene del hecho de que la condición musulmana de los argelinos fue casi la única vía por la que éstos pudieron afianzar una identidad cultural y una existencia nacional que los colonos negaban. En tanto que Francia sólo distinguía franceses musulmanes de acuerdo a su estatuto local religioso, los argelinos encontraron en la personalidad islámica la manera de afirmar su especificidad. Ser musulmán era ser argelino. Por ello el hecho islámico tuvo un gran alcance movilizador y legitimador en la guerra de liberación: el llamamiento a la lucha del FLN el 1 de noviembre de 1954 apelaba a la restauración del Estado argelino soberano, democrático y social en el marco de los principios islámicos, la guerra fue definida como yihad (guerra por el Islam) y los combatientes argelinos como muyahidin (luchadores en la yihad).
Asimismo, el internacionalismo de los oprimidos que implica el marxismo (la internacional obrera) no casaba bien con el internacionalismo islámico, para el que la cohesión no se funda en relación con las distintas clases sociales sino en la condición de musulmanes de todos sus miembros y en la igualdad entre todos ellos.
Finalmente, el nacionalismo radical de la revolución argelina veía con sospecha un marxismo elaborado en el extranjero, pensado para una sociedad extranjera y trasplantado a Argelia bajo la influencia extranjera: a los marxistas argelinos, messalistas y del PCA (después convertido en Parti d’Avant-Garde Socialiste, PAGS), se les considerará sospechosos debido a las vinculaciones que tenían con el PC francés y el comunismo internacional.
Cuando en 1962 llegó el momento de levantar los fundamentos del Estado las voces que se alzaron a favor de la proclamación de un Estado laico (sobre todo desde la federación en Francia del FLN y el Partido Comunista Argelino) no encontraron eco suficiente y en la Constitución de 1963 el Islam fue proclamado religión del Estado, se estableció que el presidente de la República perteneciese a esta religión y se exigió la necesidad de construir una moral socialista que respetase los valores árabo-islámicos.
La confesionalidad del Estado se manifestará a través de múltiples signos (la bandera, las fiestas, la organización de la peregrinación a La Meca, la expansión de la construcción de mezquitas, el nombramiento de un Ministerio de Asuntos Religiosos y de un Consejo Superior Islámico, la amplia cobertura de la predicación islámica en los medios de comunicación, la creación de universidades islámicas, la adopción del derecho musulmán para el estatuto personal de los argelinos) y se caracterizará por su vocación monopolizadora de la religión.
La nacionalización del Islam por parte del Estado se llevará a cabo sistemáticamente por medio del control de las mezquitas, la funcionarización de los imanes y la persecución de toda voz disidente de un Islam oficial encargado de legitimar las orientaciones políticas del régimen.
Gema Martín-Muñoz, «Argelia: la revolución frustrada».
CUADERNOS DEL MUNDO ACTUAL, 49. Historia 16 (1994).
CUADERNOS DEL MUNDO ACTUAL, 49. Historia 16 (1994).
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