[Este artículo de Juan García Oliver fue publicado originariamente desde la Prisión celular, el 27 de febrero de 1932, tras la insurrección del Alto Llobregat y que en 2007 el periódico Tierra y Libertad recuperó de sus archivos.]
Hace solamente unos quince años, los trabajadores de Cataluña dieron patentes pruebas de haber superado la tradición histórica de su pueblo. Cataluña, la Cataluña auténtica, la que trabaja y piensa, había relegado al olvido, como quien se desprende de algo que por anticuado es inservible, el anhelo separatista que de una manera tan pobre e insustancial se empeñaban en sostener un puñado de sacristanes investidos de los atributos de la literatura. La Historia de Cataluña de Víctor Balaguer, ni siquiera era leída por las personas más cultas de la intelectualidad catalana. El pueblo, hacía tiempo que había dejado de leer los acaramelamientos patufetistas a lo Folch y Torres, quien solamente conseguía entretener los ocios de las estúpidas hijas de los burgueses.
El trabajador catalán pensaba y obraba por encima de sus estrechas fronteras locales. Todo lo más, recogiendo la parte sana de su espiritualidad: ofrecía a los pueblos ibéricos un tipo de organización proletaria que, como la CNT, permitía, dentro de sus amplios principios federalistas, la posibilidad de estrecha y fraternal convivencia de todas las regiones peninsulares. Cataluña se superaba ella misma, y aparecía ante el mundo revestida del más elevado sentido de universalidad.
La CNT dio un serio golpe a todos los localismos, regionalismos y separatismos de España. Por primera vez, los españoles encontraron un punto de convivencia y mutua compenetración. La espiritualidad federalista e internacionalista del anarquismo, habían obrado el milagro. Tocaba a un puñado de aventureros de la política, el ser los atentadores y destructores de este caso de simpatía y fraternidad ibérica, que ojala pueda ver restaurado y hecho extensivo a todos los pueblos del globo.
Mientras que por un lado, la CNT se dedicaba a la gigantesca labor de dar una unidad federalista a los trabajadores españoles (elemento indispensable para poder realizar sobre bases sólidas la gran revolución social que se proyectaba en nuestro país), había por otro lado en Cataluña un pequeño núcleo de tenderos, curas y ratones de sacristía que se dedicaban a hacer política separatista. Nadie les hacía caso. Vivían ahogados por la gran gesta revolucionaria que llevaban a cabo los trabajadores de Cataluña y España. Pero vino la dictadura de Primo de Rivera y, con ella, la idiota política de perseguir a esos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía, produciendo una leve exaltación de aquel sentimiento de catalanidad que tan acertadamente definiera el poeta José Carner, y que nada tenía de común con sentido político separatista, de los cuatro logreros de la política de cuatro barras y la estrella solitaria.
Con la persecución de los pocos separatistas, vino la desbandada hacia el extranjero y los comploteos ridículos de gentes que, inútiles para el trabajo, se pasaban el tiempo en las mesas de café diciéndose pestes unos de otros y demás tonterías por el estilo. Nada grande ni de importancia acometieron aquellos separatistas contra la dictadura primoriverista, ni por la obtención de su cacareada independencia. París, el de la holganza, la bohemia y la golfería, se les ofrecía con todos los atributos de sus reducciones ¿Quién, de aquellos vividores que se decían separatistas, pensaba sinceramente en la independencia de Cataluña? Bien claro se ha visto: ninguno.
El separatismo de los separatistas de Cataluña, la idealidad de esos hombres que hace unos meses, cuando dirigían sus peroraciones al pueblo, se llenaban la boca con aquellas expresiones de «queridos hermanos», «os quiero como a hijos míos» y demás zarandajas paternalistas, ha quedado demostrado hasta la evidencia que tanto su separatismo como su idealismo quedaba reducido a un afán de comerse a Cataluña, a San Jorge y a la misma Generalidad, antigualla carcomida que con muchas prisas y sudores extrajeron de los archivos históricos tan pronto como los gobernantes de Madrid tuvieran un poco sobre los patriarcales bigotes de Macià.
De hombres y políticos traidores ¿qué se podía esperar? El humillado por un superior gusta de humillar a sus inmediatos inferiores. Aquellos políticos hambrientos de sinecuras, arriaron la bandera del separatismo solamente porque se les tolerara el comer a dos carrillos. Por de pronto, se comieron las barras y la estrella solitaria; después, todo cuanto ha caído bajo sus fauces abiertas, hasta su propia vergüenza.
Pero había unos hombres, los anarquistas, que les estorbaban durante su cotidiano deglutir. Los anarquistas les decían a los trabajadores cuántos apetitos inconfesables esconden las melifluas palabras de los políticos, aun cuando esos políticos se denominen de «la Izquierda catalana». Y a medida que los anarquistas conseguían que el pueblo trabajador fuera dejando, despreciativamente, a los políticos que comían y a los que estaban a dieta esperando su turno, los hombres de ese partido que se denomina Izquierda Republicana de Cataluña, palidecían de ira al pensar que la propaganda anarquista, de seguir extendiéndose, amenazaba con arrancarles la pobre Cataluña que ellos se tragaban.
Fue entonces cuando los políticos agazapados en la Generalidad, se juraron el exterminio de los anarquistas. Aún retumba el eco de las palabras de amenaza pronunciadas por Lluhí y Vallescá en el Parlamento, al referirse a los dirigentes de la Federación Anarquista Ibérica. Reciente aquella expresión rufianesca de Companys, al decir después de la huelga general de septiembre, que había que apretarles los tornillos a los extremistas de Barcelona. Cálidas y de actualidad resultan todavía, aquellas declaraciones de Macià en las que decía que era de suma necesidad expurgar a Cataluña de los elementos morbosos.
Se han cumplido las amenazas de Lluhí y Vallescá, los deseos de Companys y las saludables intenciones de Macià. Los hombres de la Federación Anarquista Ibérica, los extremistas, los morbosos, ya están presos los unos, y ya marchan hacia la deportación los otros.
¿Qué más os falta, señores de la Izquierda Republicana de Cataluña? ¿Ya podéis comer y digerir bien? ¿Para cuándo ese Estatuto ridículo que no podría servir ni para regir los destinos de una sociedad de excursionistas?
Desde hace años, la CNT, organismo anarquista y revolucionario, bajo sus principios federalistas acogía a todos los trabajadores de España, dándoles al mismo tiempo una unidad espiritual. Hoy, los elementos verdaderamente sanos de la CNT, los no contaminados por el virus político y burgués, que es casi decir todos sus militantes, han reemprendido la magna tarea de refundir en una sola idealidad los sentimientos del proletariado ibérico. Frente a los militantes anarquistas de la CNT, se levantan con su política localista y regionalista, aquellos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía de ayer, muy bien enchufados hoy a las arterias de Cataluña, pretendiendo destruir la solidaridad del proletariado español.
Dentro del palacio de la Generalidad, elaboraron un Estatuto que decían concretaba las aspiraciones de Cataluña. Hubo una farsa de plebiscito para su aceptación. El Estatuto será o no será aprobado por las Constituyentes ¿Qué más da? Cataluña, y esta vez de una manera verdaderamente democrática, ha dicho ya cuál tiene que ser su Estatuto, su auténtica manera de vivir para el futuro... Cataluña, solidaria otra vez del resto de España, desprecia a sus políticos, y mientras que en Corral de Almoguer, Almarcha y otros pueblos hispanos izaban la enseña revolucionaria como símbolo de sus apetencias renovadoras, Fígols, Cardona, Berga, Tarrasa, en un bello amanecer, cuando las brumas se disipaban, descubrían al mundo un nuevo porvenir bajo el aleteo electrizado de sus rojos y negros. Ya pueden los enchufados enemigos del proletariado catalán, amenazar a los componentes de la Federación Anarquista Ibérica, y pedir que se aprieten los tornillos a los extremistas y propugnar exterminios de «morbosos».
No importa, Cataluña ha dicho ya, y eso de una manera que no deja lugar a dudas, que quiere vivir sin políticos, sin burgueses, sin millonarios, sin curas, ni ratones de sacristía. El obrero catalán se funde otra vez con el obrero de España y del mundo entero. Por encima de la Izquierda Catalana y de sus encubiertos corifeos.
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