viernes, 31 de diciembre de 2021

¡Anarquistas contra la Libertad!

Por PAUL CUDENEC

Varias críticas bastante extrañas me han llegado durante las últimas semanas. Por el momento me voy a referir solo a una de ellos, la que me parece la más importante.

Siempre tuve la grata impresión de que la Libertad era una piedra angular intocable de la cosmovisión anarquista. ¡La palabra ciertamente aparece mucho en la literatura y la cultura anarquista! Sin embargo, resulta que a veces la Libertad no es nada bueno, según algunos camaradas con los que he estado intercambiando puntos de vista. Su problema era el concepto de libertad individual, que incluso insistieron en escribir entre comillas para dejar bastante claro su disgusto por el término.

La primera objeción que se les ocurrió fue que la libertad individual era parte del lenguaje de Donald Trump y de los 'libertarianos' armados en los Estados Unidos. Esto significaba, según la habitual antilógica que se ha puesto de moda, que cualquiera que creyera en la libertad individual estaba, por tanto, peligrosamente contaminado con las ideologías de la derecha capitalista estadounidense. Dejando a un lado este absurdo, hay un tema importante que acecha aquí, ya que es cierto que los capitalistas invocan la libertad individual en defensa de su mundo de explotación y desigualdad.

El concepto anarquista de Libertad implica necesariamente también un aspecto colectivo, reconociendo que la libertad del individuo depende de la libertad de la sociedad de la que forma parte. También está la cuestión de la responsabilidad, en el sentido de que los anarquistas no esperan que los individuos busquen su libertad a expensas de los demás, sino que tengan en cuenta su responsabilidad hacia lo que les rodea.

Como ha dicho un escritor anarquista: «La libertad real y la responsabilidad real están tan entrelazadas y son tan interdependientes en su significado que son casi inseparables». El hecho de que ese anarquista fuera yo (en mi libro Forms of Freedom de 2015) debería insinuar fuertemente que, de hecho, no estoy defendiendo el tipo de libertad del «yo primero» promocionado por los libertarianos capitalistas.

Pero esto es lo que aparentemente les pareció a mis críticos, simplemente debido a mi oposición al estado policial surgido del confinamiento global de nuestras libertades básicas impuesto a raíz del pánico generado por el coronavirus. Desde su punto de vista, es irresponsable quejarse de la pérdida de la libertad individual (perdón, «libertad individual») cuando estaba en juego el bien común de la comunidad, en este caso la necesidad de protegernos a nosotros mismos y a los demás del contagio.

No estoy de acuerdo con esto en dos niveles.

1: En el contexto específico de lo que está sucediendo hoy, no acepto que el virus sea una amenaza que justifique el despliegue actual de la represión autoritaria contra nuestras vidas, como ya he dicho. Por lo tanto, la libertad del individuo no está subordinada a una responsabilidad social basada en aceptar lo que es de hecho una sociedad sometida a una ley marcial. Además, debido a se ha exagerado masivamente la peligrosidad del virus como justificación de un acaparamiento totalitario-financiero del poder y la riqueza, la verdadera responsabilidad social está en la dirección opuesta.

Desde mi punto de vista, la libertad del individuo de buscar una vida tranquila simplemente de acuerdo con todo esto, manteniendo la cabeza agachada, queda anulada su responsabilidad de denunciar, desafiar la propaganda, y alertar a la sociedad a lo que está sucediendo e instar a la gente a resistir. Obviamente, desde los puntos de vista de mis críticos, este no es un argumento válido, porque parten del supuesto de que el virus es tan real y tan mortal como nos han dicho constantemente las autoridades y sus medios de comunicación.

Esto, en sí mismo, es profundamente problemático. ¿Qué pasó con eso de «cuestionarlo todo»? No es posible construir una crítica de la opresión sin estar preparado para desafiar las justificaciones utilizadas para justificar esa opresión. El argumento anarquista sobre la responsabilidad colectiva, si se trasplanta al suelo del engaño, crece al revés. La lógica que debería exigir que las personas actúen por el bien común se invierte y, en cambio, sirve para condenar a quienes actúan por el bien común y tratan de exponer el fraude.

2: El segundo nivel de mi desacuerdo con estos críticos se refiere a su interpretación ideológica de la responsabilidad y la libertad. Aquí, me parece que su pensamiento se aleja mucho de la perspectiva anarquista. De hecho, me ocupé de todo esto en Forms of Freedom. Ahora está disponible como pdf gratuito en la web de Winter Oak (al igual que los demás libros que he escrito) y para comprender mi posición con más profundidad, recomiendo echar un vistazo.

Este pasaje sobre la responsabilidad es particularmente relevante:

«Parte de la confusión que rodea al término responsabilidad surge de la manera en que se abusa de él para satisfacer ciertos propósitos. A menudo se confunde con la idea de conformidad u obediencia, no a los intereses de la colectividad, sino algo que se hace pasar por representante de esos intereses.»

Con esto me refería al Estado, por supuesto, como seguí explicando: la entidad que le dice a la gente que su responsabilidad de obedecer órdenes es más importante que su libertad individual. Como señalé en el libro, esta responsabilidad de obedecer la ley nunca se imagina que pueda surgir del juicio de un individuo, por los que se percibe como irresponsabilidad el 'tomar la ley en sus propias manos', sino que se considera necesaria en interés de un colectivo, claramente definido desde arriba en lugar de desde abajo.

Que esa ley sea buena o mala es irrelevante: «Lo importante es que la responsabilidad en cuestión se ve como algo que debe aceptarse independientemente de la libre conciencia de uno, y no como resultado de ella».

«Aquí hay un conflicto importante entre la responsabilidad falsa y la real, entre la responsabilidad impuesta y la libre, entre la responsabilidad dictada desde el exterior y la responsabilidad asumida desde el interior del individuo. En definitiva, quienes proponen una responsabilidad impuesta lo hacen porque temen la responsabilidad real que surge de dentro.

»Se puede invocar una responsabilidad impuesta para exigir obediencia a reglas arbitrarias construidas para defender los intereses egoístas de una minoría que mantiene el control de la riqueza robada mediante la violencia de la autoridad en todas sus formas. Una responsabilidad real bien podría llevar a individuos o comunidades a desafiar esas reglas arbitrarias y la falsa moralidad construida en torno a ellas.»

Quien defiende un deber de responsabilidad colectiva que implica la supresión de la libertad individual no está invocando una responsabilidad real, sino la impuesta.

«El individuo es parte de la colectividad y la colectividad está formada por individuos. Son el mismo ser vivo con los mismos intereses en el fondo

La libertad y la responsabilidad son dos aspectos de una misma cosa y también lo son el individuo y la colectividad. La colectividad necesita que los individuos sean libres, porque sin esa libertad el organismo social estaría muerto.

«Es importante para la colectividad que los individuos sean libres de vivir de acuerdo con las demandas más sutiles de su forma de ser, porque solo así la colectividad también puede vivir de acuerdo con las demandas más sutiles de su forma de ser.

»Una colectividad no puede ser libre a menos que los individuos que la integran sean todos libres. Un individuo no puede ser libre si no vive en una colectividad que es libre, es decir, en la que todos los individuos son libres.»

Dar la espalda a la relación simbiótica entre los intereses individuales y colectivos es darle la espalda al anarquismo. Se trata, de hecho, de adoptar una forma de pensar compartida por el liberalismo y el fascismo, que no son en absoluto los polos opuestos que podrían parecer, como explica este artículo.

Ambos sistemas de control (el primero más sutil que el segundo) se basan en mentiras. Retuercen la verdad, incluso invierten el significado de las palabras para imponer sus propios objetivos, como George Orwell nos mostró tan perfectamente en 1984.

Tanto el liberalismo como el fascismo utilizan un lenguaje que sugiere la plena participación de la población en el funcionamiento de la sociedad, que incluso parece implicar una especie de simbiosis como la antes mencionada. Los liberales etiquetan esta participación como «democracia» y, al menos hasta ahora, se han esforzado mucho para mantener esta ilusión, que es la principal justificación de la legitimidad de su sistema. Pero es solo una farsa, por supuesto. Siempre lo ha sido. El juego está manipulado de muchas maneras y en muchos niveles.

A los fascistas no les gusta el término «democracia» y prefieren hablar de «nación», que supuestamente es la incorporación de los intereses colectivos del pueblo. A veces incluso han robado el lenguaje del organismo social para dar la impresión de que hay algo natural en su sistema. Pero el organismo social, para los fascistas, nunca puede ser una entidad viva de individuos libres que actúen según sus propias conciencias, como lo es para los anarquistas. Su organismo imaginado es más como un robot, bajo el control total del Estado fascista.

La realidad detrás de la falsa democracia de los liberales y el falso organismo de los fascistas es la misma: una élite gobernante que solo pretende actuar en interés de todos. El desprecio por las «masas», por la «turba», por la «gran masa de guarros», el «infrahombre» es compartido por ambos sistemas porque son elitistas y autoritarios. Son sistemas que imponen el control de la clase dominante sobre el pueblo.

Desde la perspectiva de la clase dominante, la idea de que podríamos dirigir nuestras propias vidas y nuestras propias sociedades sin sus estructuras de control es peligrosa. Por eso hablan con miedo de «caer en la anarquía». Su peor pesadilla es que sus esclavos puedan liberarse. Es por eso que a menudo describen la naturaleza humana como egoísta, codiciosa y violenta, por lo que necesitan la mano firme del Estado liberal/fascista para mantenerla bajo control.

Es por eso que a veces prefieren decir que no existe la naturaleza humana en absoluto, rechazando así la idea anarquista empoderadora de que todos nacemos con la capacidad o tendencia natural de vivir de manera cooperativa y más o menos armoniosa.

Un pilar básico del liberalismo/fascismo es que no se puede confiar en nosotros para tomar nuestras propias decisiones, que básicamente somos unos irresponsables y que necesitamos el control y la «protección» de nuestros sabios y benevolentes líderes. Para mantenernos a salvo. De nosotros mismos.

Entonces, ¿por qué actualmente esta libertad viva surgida de la simbiosis individual-colectiva no es aceptada por todos los anarquistas? ¿Por qué vomitan la mentira liberal/fascista de que la libertad individual y el bien colectivo son incompatibles?

El problema, para mí, es que demasiados anarquistas están hoy completamente atrapados en lo que llamé «la restricción de pensamiento inherente del sistema dominante». Este asfixiante nuevo pensamiento contemporáneo niega por completo la sabiduría humana atemporal de la que surgió la filosofía anarquista. Es una forma de pensar que ve a los seres humanos como máquinas programables y maleables. La artificialidad triunfa sobre la autenticidad. Cualquier charla sobre el organismo social se considera reaccionario o próximo al fascismo (una inversión típica, como se señaló anteriormente; consulte también este artículo).

La noción de esencia se descarta de plano, la idea de lo innato puede provocar ataques de pánico, el significado se considera sin sentido, lo natural es algo reaccionario, la ética una construcción artificial, la calidad se considera una ilusión. No hay verdad ni realidad. Dos más dos pueden ser cinco si se adapta a la ideología basada en mentiras («liedology», «mentirología»).

Como escribí, «cualquier forma de pensar fuera de este marco cada vez más estrecho se vuelve imposible en un clima intelectual post-natural, post-humano, post-auténtico que efectivamente constituye una completa parálisis de la mente humana colectiva».

El nuevo pensamiento contemporáneo es binario, unidimensional. No comprende el pensamiento multidimensional y no puede abrazar la paradoja creativa. Solo puede ver la libertad individual y la responsabilidad colectiva como opuestos. Es incapaz de escuchar siquiera, y mucho menos comprender, argumentos del viejo pensamiento que se elevan por encima de sus dogmas vacíos y planos.

En resumen, se está atribuyendo la etiqueta anarquista, y una especie de parodia superficial de la ideología anarquista, a algo que no es anarquismo en absoluto. Este pensamiento pseudoanarquista no ha surgido de la filosofía anarquista y, por lo tanto, nunca puede ser otra cosa que una mala copia del anarquismo, un anarquismo zombi que parece real pero que carece de alma anarquista.

Este falso anarquismo es el enemigo jurado del verdadero anarquismo. Al robar el cuerpo del anarquismo, destierra el anarquismo real del mundo. Siempre que surge el anarquismo real, este anarquismo zombi lo señala con el dedo acusador y lo declara peligroso. Esto es antianarquismo, anarquismo al revés, anarquismo invertido.

He estado hablando de todo esto durante años. A veces me he preguntado si es tan importante como todo eso, si no podría simplemente aceptar algunas diferencias filosóficas con camaradas en aras de trabajar y hacer campaña juntos. Pero ahora que los anarquistas se están enfadando conmigo por creer en la libertad, puedo ver muy claramente aquello que me preocupaba todo el tiempo.

26 abril 2020

(Artículo traducido desde AMOR Y RABIA) 

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