lunes, 10 de diciembre de 2018

¿Hombres blancos con chalecos amarillos?


Los conservadores de Les Républicains tardaron poco en sumarse al apoyo a los gilets jaunes ('chalecos amarillos'), al ver la envergadura del movimiento. A la izquierda, el Partido Socialista francés se encuentra dividido y Mélenchon y La France Insoumise, acusados de intentar recuperarlo pretenden alinearse con él, animando a las izquierdas a sumarse para superar la «ceguera» que supone no apoyarlo.

La noticia de las numerosas movilizaciones en Francia durante la última semana se ha extendido por Europa, especialmente después de los altercados del pasado sábado. Es difícil recordar protestas tan multitudinarias, continuadas en el tiempo y con tanta relevancia social en este país desde la nuit debout (movimiento de las plazas en Francia que nació a partir de la Loi Travail y que se comparó rápidamente con el 15-M español) o los disturbios de las Banlieues (iniciados en la periferia de París a causa de la muerte de dos jóvenes árabes que se extendieron por toda Francia y parte de Europa, siendo los enfrentamientos con la Policía y la quema de vehículos la expresión del descontento y la frustración de buena parte de la juventud que se sentía excluida). Pero si es difícil encontrar semejanzas entre los dos ejemplos citados, puede que sea más difícil todavía hacerlo con el movimiento de los ‘gilets jaunes’ ('chalecos amarillos').

También las organizaciones que se posicionan a la izquierda de Mélenchon y los sindicatos están desconcertados ante la relevancia de lo que está ocurriendo. Si el 16 de este mes todavía no sabían si convocar o no a la movilización, a lo largo de la semana las posiciones han ido cambiando; en algunos casos para acercarse (NPA, Lutte Ouvrière, PCF) y en otros para plantear una alternativa más verde con los ‘gilets verte’ ('chalecos verdes'), movimiento complementario y con mucho menor seguimiento que centra su protesta en la dimensión ecológica y proponen la mejora de las condiciones salariales, el transporte público y de las movilidades menos contaminantes.

Algo similar ha ocurrido con los sindicatos, con discursos contradictorios desde los diversos sectores de actividad, las direcciones y las bases sindicales. En el transcurso de uno de los conflictos laborales más importantes de los últimos años en Francia, el del sistema ferroviario de la SNCF, las centrales también se movieron en la incertidumbre con respecto a los gilets jaunes. Muchos de los movilizados en este conflicto se sentían cerca de aquéllos; como Fanny, de 31 años, militante de izquierdas con un fuerte discurso de clase y sindical, que en la concentración de Lyon del 17 decía que «mucha gente con la que hemos hablado de la SNCF nos ha dicho que irían a los bloqueos». Sin embargo, la dirección del sindicato CGT se ha movido entre declaraciones contradictorias, unas renegando del movimiento por sus vinculaciones con la extrema derecha y otras de otros dirigentes planteando que el sindicato debe sumarse porque tiene mucha aceptación entre la opinión pública. El sector de transportes de Force Ouvrière ha llamado directamente a sus afiliados y simpatizantes a participar en las protestas, lo contrario que CFDT Transports, el mayoritario en el sector.

El éxito de la convocatoria y su extensión temporal ha hecho que todos los actores políticos y sociales basculen sus posiciones con respecto a la movilización. El Gobierno y En Marche!, su partido, han combinado la contundencia con la matización. Macron les acusó de terrorismo social, pero gente de su partido ha pasado de una oposición frontal a comprender y tolerar sus demandas, aunque rechazando las formas. El propio presidente de la República, tras condenar los altercados violentos de la semana pasada, anunció una reunión para replantear el modelo francés de transición ecológica.

Los gilets jaunes nacieron con un objetivo claro: oponerse a la subida del precio de los carburantes. Se presentaron como un movimiento apolítico y enmarcaron su discurso en la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, centrando sus principales reivindicaciones y soluciones en el ámbito del consumo y pretendiendo, si no una bajada, al menos el mantenimiento de los precios de los carburantes. Este enfoque se nutre del ciudadanismo patriótico francés, cuya simbología (la bandera y el himno nacional) recuperaron, y en los primeros días de movilizaciones no hubo referencias al cambio climático o el ecologismo.

El crecimiento de los gilets jaunes ha tenido como consecuencia la apertura y matización de las posiciones, la incorporación del ecologismo y un mayor acento en los salarios que en la capacidad de compra. También ha hecho menos nítido el perfil de las personas movilizadas, y desde el sábado pasado se han sucedido agresiones racistas y homófobas y violencia contra personas que se quejaban por los bloqueos que han empañado su imagen. El contenido de sus discursos se ha vuelto más político, sumando a la protesta por la pérdida de poder adquisitivo la reivindicación de dimisión de Macron; siempre bajo un lema difuso («démocratie d’avenir», «una democracia de futuro»). Como señalaba en Lyon Edgar, de 42 años: «Cada día pagamos impuestos más altos por todo, así no se puede vivir (...) nos hemos dado cuenta de para quién gobierna Macron».

Justine, una militante de izquierdas de 69 años, ya jubilada, afirmaba: «Aquí hay de todo, gente como nosotros: trabajadores y autónomos y gente con pequeños negocios». Sin embargo, se ha convertido en habitual que militantes de izquierda (y Twitter) llame la atención sobre la presencia preponderante de hombres blancos y su utilización de mensajes racistas, contra los inmigrantes, anti-parlamentarios y contra «la gente que vive a costa del Estado». Como decía Justine: «He escuchado muchas tonterías racistas, pero yo no me he quedado callada».

Los discursos anti-élites, el empeoramiento de las condiciones de vida, el fuerte apego a lo nacional en la simbología y la presencia de discursos xenófobos y anti-inmigración pueden allanar el terreno a la extrema derecha, que desde un primer momento mostró su cercanía al movimiento. Buena parte de la literatura académica que ha investigado este tipo de populismo en Europa ha señalado estas condiciones como óptimas para su aparición y desarrollo. Sus líderes han mostrado su apoyo y hay una presencia frecuente de estética y simbología de extrema derecha en las movilizaciones. Le Pen ha mostrado su compromiso con los gilets jaunes, ha interpelado al Gobierno y ha aumentado el clima de tensión y crispación. Éste ha sido, precisamente, uno de los argumentos de éste para atacarlos y uno de los miedos de la izquierda.

Parece evidente que en Europa la movilización y la auto-organización ya no son terreno exclusivo de la izquierda, pero sería un error considerar a este movimiento como un artefacto de la extrema derecha. No obstante, también es evidente que ésta ha pretendido en los últimos años re-apropiarse de los repertorios de la movilización ciudadana en Europa para llenarlos de contenidos reaccionarios. De esta forma, aunque es difícil juzgar a un grupo de tal envergadura de forma conjunta y sin matices, es innegable que la oscura nube de la extrema derecha viene ensombreciéndolo desde el primer momento. Por este motivo, las diferentes izquierdas están intentando recuperarlo hacia posiciones más centradas en el aumento de los salarios y las condiciones laborales, en las mejoras de los transportes públicos (en pleno conflicto del SNCF) y en la crítica a las políticas neoliberales del Gobierno de Macron.

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