domingo, 3 de febrero de 2019

El poder es violencia


Por LEV TOLSTOI

Los reformadores hacen más o menos como los tártaros de Crimea, que quitaban a sus prisioneros los grilletes y las cadenas, pero solamente después de haberles despellejado las plantas de los pies y espolvoreado las heridas con astillas muy menudas. (…) No se inutiliza un instrumento de servidumbre hasta que no hay otro preparado, y es importante saber que nunca faltan tan terribles instrumentos. La esclavitud moderna es la consecuencia de nuestras leyes sobre la tierra, los impuestos y la propiedad. Unos tratan de rebajar los impuestos que pesan sobre los trabajadores y que sean los ricos quienes soporten las mayores cargas fiscales. Otros proponen abolir toda la propiedad privada para la tierra, y ya se han hecho experimentos en esta dirección en Nueva Zelanda. Por fin, los socialistas, con el objetivo de socializar los medios de producción, como medidas transitorias, gravar la renta y las herencias y restringir los derechos de los capitalistas y patronos.

Pero si el propósito final es abolir la esclavitud moderna, parece que para conseguirlo debiera pedirse la abolición pura y simple de las leyes que la favorecen. Al examinar con alguna atención las reformas propuestas, cualquiera se convence sin esfuerzo de que todas esas reformas, todos los proyectos prácticos inmediatamente realizables, y todas las concepciones teóricas que tienden a mejorar la suerte de los trabajadores se limitan a sustituir las leyes existentes por nuevas disposiciones legislativas que, una vez más, modificarán la forma de esclavitud pero no la harán desaparecer. (…) En su forma primera, la esclavitud no era otra cosa que un medio para obligar a los hombres a trabajar. Después de haber revestido diversos aspectos, que la disimulaban más o menos —propiedad de la tierra, impuestos, propiedad de los bienes de consumo y de los medios de producción—, la esclavitud vuelve a su antigua forma apenas modificada: la obligación de trabajar del modo y en la actividad que otros deciden. Resulta por tanto evidente que la supresión de una de las tres causas de la esclavitud mencionados no hará desaparecer la esclavitud, sino que tan sólo cambiará su forma, como ocurrió en otro tiempo en Rusia. (…) En este sentido, es preciso convenir que la esclavitud no depende exclusivamente de los tres principios en los cuales se apoya hoy por hoy la legislación moderna, sino de la posibilidad misma de legislar, de ejercer el poder, que se han atribuido algunos hombres para redactar leyes útiles a sus intereses, y deducir así que la esclavitud existirá mientras exista ese mismo poder. (…) En otras época, fue útil a los que gobernaban tener esclavos de quien disponer libremente, (…) hoy están interesados en mantener el actual sistema de repartición y división del trabajo, y hacen leyes para obligar a los hombres a someterse a las exigencias de esta organización. La causa fundamental de la esclavitud radica pues en la existencia misma de cualquier ley.


La causa de la desdichada condición de la clase trabajadora es la esclavitud. La causa de la esclavitud es la existencia de leyes. Las leyes se apoyan en la violencia organizada. Por lo tanto, no se podrá remediar la condición de los trabajadores sino destruyendo la violencia organizada. Pero la violencia organizada es inseparable del gobierno: es el gobierno. ¿Y podemos vivir sin gobierno? «¡Será el caos, la anarquía, la pérdida de todos los resultados de la civilización, la vuelta de todos los hombres a la barbarie primitiva!» gritan. (…) Supongamos que mil ladrillos están colocados unos sobre otros, formando una estrecha columna de centenares de metros de alto. Si tocáis uno solo de esos ladrillos, los demás se derrumbarán y romperán. Pero que no se pueda quitar un solo ladrillo o darle el menor golpe sin que toda la columna se desmorone no prueba de ningún modo que sea razonable dejar todos esos ladrillos apilados de esa manera tan estúpida y peligrosa. Por el contrario, prueba que es preciso poner fin a un arreglo que no ofrece seguridad.

La esclavitud de los hombres es consecuencia de las leyes. Las leyes fueron establecidas por los gobiernos. Para liberar a los hombres no hay más que un medio: la destrucción de los gobiernos. ¿Cómo derribar los gobiernos? (…) Los conquistadores realizaban sus acciones a costa de esfuerzos personales; eran activos, valientes y crueles. Los gobernantes consiguen su objeto mediante la astucia y la mentira. Por ello, en otras épocas, para realizar la violencia de los hombres armados, debían armarse los hombres y oponer a la violencia armada otra violencia igualmente armada. Pero hoy que el pueblo está amenazado no sólo por la simple violencia, sino por la astucia que sirve a aquélla de eficaz auxiliar; es preciso, para destruir la violencia, desenmascararla y hacer patentes las mentiras en las que se apoya.

«Estas ideas generales, justas o injustas, son inaplicables». Esto me contestan los hombres que se hallan cómodos en su posición, y que no creen posible ni deseable cambiarla en lo más mínimo. «En todo caso», añaden, «debería usted decir lo que es preciso hacer, y cómo convendría organizar la sociedad». (…) ¿Qué es preciso hacer? La respuesta es muy sencilla, muy clara, y todo hombre puede aplicarla, pero no es la que esperaban los individuos de la clase acomodada, absolutamente convencidos de que están llamados no a corregirse a sí mismos (pues piensan que no pueden ser mejores), sino a instruir y a organizar a los otros hombres; ni como la esperaban los trabajadores, persuadidos de que los responsables de su miseria son los capitalistas, y que les bastará, para ser siempre dichosos, tomar y poner al alcance de todos los bienes de lujo de los cuales los capitalistas son los únicos que hoy disfrutan. Esta contestación es muy sencilla y fácilmente aplicable, porque impulsa a cada uno de nosotros a hacer obrar a la única persona sobre la cual tenemos un poder realmente legítimo y cierto, es decir, uno mismo, y que se resume en estas palabras: todo hombre que quiera mejorar no solamente su propia situación, sino también la de sus semejantes, deberá dejar de cometer los actos que son causa de su esclavitud y la de los demás hombres. Deberá, en primer lugar, dejar de participar, ni voluntaria ni obligatoriamente, en la acción de los gobiernos, y por lo tanto, no aceptar jamás las funciones de soldado, ni de capitán, ni de ministro, ni de recaudador de impuesto, ni de alcalde, ni de jurado, ni de gobernador, ni de parlamentario, pues todas ellas se ejercen con apoyo de la violencia. En segundo lugar, no debe pagar al os gobiernos ni los impuestos directos ni los indirectos, ni recibir dinero del estado en forma de sueldo, pensiones o recompensas, ni pedir jamás un servicio a los establecimientos sostenidos por el Estado (…) Y en tercer lugar, no deberá solicitar jamás que la violencia de los gobiernos le garantice la propiedad de una tierra ni de un bien cualquiera. (…)

No sabemos, ni podemos prever ni determinar, según hacen nuestros pretendidos hombres de ciencia, cómo tendrá lugar este debilitamiento de los gobiernos y esa liberación de los hombres. No sabemos cuáles serán las formas de la vida social en los diversos momentos. (…) Sé que todos estamos tan fuertemente sometidos a la violencia que nos es muy difícil vencerla, pero haré, sin embargo, todo cuanto pueda para no favorecerla, para no ser su cómplice, y me esforzaré en no aprovecharme jamás de lo que fue adquirido o está defendido por la violencia.

No tengo sino una vida, ¿y por qué en esta vida tan corta me convertiría, contra la voz de mi conciencia, en colaborador de vuestros horribles crímenes?

No quiero ser y no será más lo que era.

Lo que saldrá de todo esto lo ignoro, pero creo que no puedo engendrar nada malo si obro siempre como mi conciencia me ordena.

(1900)

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