El nacionalismo se adaptaba tan perfectamente a la doble misión de domesticar a los trabajadores y despojar a los extranjeros que atrajo a todo el mundo, es decir, a todo aquel que detentara o deseara detentar una porción de capital.
Durante el siglo XIX, y en particular durante su segunda mitad, todo poseedor de capital invertible descubrió que tenía raíces entre los campesinos movilizables que hablaban su lengua materna y adoraban a los dioses de su padre. El fervor de semejantes nacionalistas era transparentemente cínico, ya que se trataba de hombres que ya no tenían raíces entre los parientes de sus padres: habían encontrado la salvación en sus ahorros, rezaban por sus inversiones y hablaban el idioma de la contabilidad. Sin embargo, habían aprendido de los estadounidenses y de los franceses que aunque no pudieran movilizar a sus paisanos en tanto leales servidores y clientes, sí podían movilizarlos en tanto leales italianos, griegos o alemanes, o en calidad de leales católicos, ortodoxos o protestantes. Lenguas, religiones y costumbres se convirtieron en materiales para la construcción de Estados-nación.
Esos materiales eran medios y no fines. El objetivo de las entidades nacionales no era afianzar lenguas, religiones o costumbres, sino afianzar economías nacionales, convertir a campesinos en trabajadores y soldados, y a los Estados dinásticos en empresas capitalistas. Sin el capital no habría municiones ni suministros, ni ejército nacional ni nación.
El ahorro y las inversiones, los estudios de mercado y la contabilidad de costos —las obsesiones de la ex clase media racionalista— se convirtieron en las obsesiones dominantes. Estas obsesiones racionalistas no solo se hicieron soberanas sino también excluyentes. A los individuos que tenían otras obsesiones, obsesiones irracionales, se les encerraba en manicomios y psiquiátricos.
Las naciones solían ser monoteístas pero ya no era imprescindible que lo hubieran sido; su antiguo dios o dioses carecían ya de importancia, salvo en calidad de materiales de construcción. Las naciones eran monoobsesivas y si el monoteísmo servía a la obsesión dominante, entonces se le movilizaba.
FREDY PERLMAN
El persistente atractivo del nacionalismo
(1984)
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