Por Ángel J. Cappelletti
Si algún concepto Práctico y operativo pudiera sintetizar la esencia de la filosofía social del anarquismo, éste seria el de la autogestión. Así como el mismo Proudhon, que utilizo por vez primera el termino anarquismo, dándole un sentido no peyorativo y usándola para designar su propio sistema socioeconómico y político, pronto prefirió sustituirla por otra (mutualismo, democracia industrial, etc.) que tuviera un significado positivo (y no meradamente negativo, como «anarquismo»), hoy podríamos considerar que el termino «autogestión» es un sinónimo bueno de «anarquismo».
Sin embargo, tal equivalencia semántica no se puede establecer antes de haber dejado establecida una serie de primicias y de haber hecho una serie de precisiones. La palabra «autogestión» y el concepto que presenta son de origen claramente anarquista. Más aun, durante casi un siglo ese concepto (va que no la palabra) fue el santo y seña de los anarquistas dentro del vasto ámbito del movimiento socialista y obrero. Ninguna idea separo más tajantemente la concepción anarquista y la concepción marxista del socialismo de la primera internacional que la de la autogestión obrera.
Pero en las últimas décadas, la idea y, sobre todo, la palabra, se han ido difundiendo fuera del campo anarquista, se han expandido en terrenos ideológicos muy ajenos al socialismo libertario y, por lo, mismo han perdido peso y densidad, se han diluido y rivalizado. Hoy hablan de «autogestión» socialdemócratas y eurocomunistas, demócratas cristianos y monárquicos.
autogestionadas durante la Revolución Española
A veces se confunde la «autogestión» con la llamada «cogestión», en la cual los anarquistas no pueden menos que ver un truco burdo de neo capitalismo. A veces, se le vincula con la economía estatal y se le ubica en el marco jurídico-administrativo de un estado, con democracia «popular» (Yugoslavia) o representativa (Israel, Suecia), etc. Una sombra de «autogestión» puede encontrarse inclusive en la «comunas campesinas» del mastodóntico imperio marxista confuciano de china. Y no falta tampoco rastros de la misma en regímenes militares (como el que se implanto en Perú en 1967) o en dictaduras islámico populistas (como en Libia). Pero la autogestión de la que hablan los anarquistas es la autogestión integral, que supone no sólo la toma de posesión de la tierra y los instrumentos de trabajo, si no también la coordinación y, más todavía la federación de las empresas (industrial, agraria y de servicio, etc.) entre sí, primero a nivel regional y nacional y, finalmente, como meta última, a nivel mundial.
Si la autogestión se propone en forma parcial, si en ella interviene (aunque sea desde lejos y como mero supervisor) el Estado, si no tiende desde el primer momento a romper los moldes de la producción capitalista, deja enseguida de ser autogestión y se convierte, en el mejor de los casos, en cooperativismo pequeño-burgués.
Por otra parte, no se puede olvidar que una economía autogestionaria es socialista -más aún, parece a los anarquistas la única forma posible de socialismo- no sólo porque en ella la propiedad de los medios de producción ha dejado de estar en manos privadas, sino también, y consecuentemente, porque el fin de la producción ha dejado de ser el lucro.
De hecho, el mayor peligro de todo intento autogestionario, inclusive del que alguna vez se dio en un contexto revolucionario (como en la España de 1936-1939), se cifra en la fuerte inclinación, que siglos de producción capitalista han dejado en la mente de los trabajadores, hacia la ganancia y la acumulación capitalista.
Una vez salvados todos los escollos previos (entre los cuales emerge uno tan duro y abrupto como el Estado), la autogestión deberá salvar todavía el más peligroso y mortal de todos: la tendencia a reconstruir una nueva forma de capitalismo.
Extraído de La ideología anarquista.
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