lunes, 24 de diciembre de 2018

Animales

VOX, el partido facha que defiende
los valores patrios representados
en la caza y el toreo.

Por JUAN CÁSPAR

Que en un país del sur de Europa, exista la execrable tradición cultural de torturar a un pobre bicho hasta su muerte no debería ser para estar orgulloso. A no ser, claro está, que nos refiramos a otra clase de orgullo vinculado al facherío de toda la vida de Dios. Seguro que no es casualidad, pero sí causalidad, que los defensores de las corridas de toros las emparenten con los más nobles valores patrios. Solo basta observar a ese ente animado que lidera Vox, montando gallardamente a caballo al lado de uno de esos profesionales matarifes, empecinado en la reconquista de Andalucía. No, no es una caricatura surgida de alguna mentalidad progre, esta gente se retrata a sí misma para regocijo u horror del personal mínimamente despierto. Desde que, más o menos, tengo uso de razón, las corridas de toros me han parecido una atrocidad indescriptible solo admisible para espectadores despiadados.

Las respuestas populares a mis ingenuas reivindicaciones antitaurinas, pasaban desde la más detestable indolencia, tipo «hay cosas más importantes», hasta inicuas y/o cretinas acusaciones de ignorancia sobre dicho arte españolista. Por muchas vueltas que demos a un debate, pobremente plagado de lugares comunes, la crueldad es inherente a este deleznable arte del que parecen disfrutar tantos seres humanos. Bueno, quizás, tal y como sostienen los animalistas, los espectadores ávidos de sangre se van reduciendo en número. No es que uno tenga una confianza excesiva en el progreso moral de la especie humana, pero al menos parece que, al menos con menor frecuencia, no estamos obligado a escuchar estupideces justificadoras de la tortura. Esta denuncia de la crueldad sobre los animales nos empuja, necesariamente, a una mínima reflexión sobre otras actividades que tienen a la muerte de un ser vivo como protagonista. Es el caso de, lo han adivinado, la caza que, al margen de su actividad como mera subsistencia económica, resulta también un deporte muy del gusto y alborozo de unos cuantos seres supuestamente pensantes.

La afición a la caza de los
anteriores jefes de Estado.

De nuevo, tenemos que vincular la defensa de la cultura cinegética con determinadas fuerzas políticas de triste, patética y peligrosa naturaleza reaccionaria. Vaya por delante, que no quisiera, al igual que los múltiples partícipes del circo político, caer en la inevitable demagogia de algún tipo. No obstante, no necesitamos mucho recorrido para vincular corridas y cacerías con una España casposa y reaccionaria, que asoma sin mucho esfuerzo tras este forzado revestimiento democrático e incluso con algunos ramalazos progres. Recuerden ustedes con espanto a aquel anciano monarca, ese mismo amamantado y educado por la dictadura, posando sonriente al lado de un paquidermo al que acababa de abatir. Si hay un porcentaje apreciable de seres supuestamente conscientes que no muestra la más mínima repulsa ante semejante instantanea, más que habitual en el mundo de la clase dirigente, es que efectivamente no valemos mucho como especie. Para tranquilidad de los biempensantes, hoy está al frente del reino un tipo mucho más moderno, que incluso, estoy seguro, muestra algo de sensibilidad animalista.

23 diciembre 2018

domingo, 16 de diciembre de 2018

El viaje de Kropotkin a Siberia

Mapa de Siberia oriental
cartografiado por Kropotkin
.

Por JUAN POSTIGO

Siendo muy joven, antes de haber cumplido los veinte años, el príncipe Piotr Kropotkin decidió como destino para su promoción en el ejército una lejana región en la vastísima estepa siberiana. Por aquel entonces, en el año 1862, pocos hubieran podido llegar a ver algún atractivo a esa comarca tan apartada, la del río Amur, que había sido anexionada recientemente a Rusia y que, según parecía, contaba con un clima extremadamente riguroso, con una geografía salvaje y con una población rústica literalmente desconectada del mundo. Sin embargo, para Kropotkin, que tenía en mente estudiar en la universidad y descubrir algunos de los principales misterios de la naturaleza que hasta entonces solo había leído en Humboldt y en Ritter, aquel «Misisipi del Lejano Oriente», como él mismo llamó a la zona, le ofrecía además la oportunidad de observar las conductas sencillas de una gente que, sin interesarse demasiado por las sofisticaciones de la capital, sobrevivía sin problemas al margen de toda civilización.

A pesar de ello, quien estaba destinado a ser uno de los grandes ideólogos del anarquismo, en realidad se crió rodeado de toda clase de lujos y comodidades. Según contó en sus Memorias de un revolucionario, su padre poseyó multitud de sirvientes: «mil doscientas almas en tres provincias diferentes», además de grandes extensiones de cultivos y un sinfín de lujos accesorios. En su casa trabajaban cuatro cocheros que cuidaban de una docena de caballos, había cinco cocineros, doce camareros y un número indeterminado de doncellas. Como a su padre le gustaba la música, casi todos los empleados tocaban la viola o el clarinete: el ayudante del mayordomo era al mismo tiempo afinador de pianos y flautista, el sastre tocaba la trompa, y el repostero, la trompeta.

Cuando era un niño se acostumbró por tanto a verse rodeado de gente extraña, a las visitas, los agasajos y los convites nocturnos (las fiestas se celebraban en su casa con bastante frecuencia); pero al mismo tiempo, de forma paralela, tuvo igualmente oportunidad de contemplar, muy de cerca, los últimos coletazos de la servidumbre en su país. Los tan comunes casamientos forzosos entre siervos, que causaban desconcierto entre la juventud, o los alistamientos obligados en el ejército, que conducían al soldado a una vida de penurias caracterizada por el exilio perpetuo, la vigilancia permanente o los azotes con varas de abedul («Os haré fustigar hasta que se os caiga la piel a tiras» era la amenaza más repetida entonces a los nuevos reclutas de procedencia humilde), acababan muchas veces en suicidios. De todo ello fue testigo Kropotkin. También de los esperpénticos excesos que se producían en la corte del zar. Un año antes de partir a Siberia, fue nombrado sargento del Cuerpo de Pajes, y fue allí donde definitivamente vio «lo que ocurría entre bastidores», la «inutilidad» de los espectáculos y el sinsentido de la teatralidad que envolvía las ceremonias más rutinarias. En cualquier acto oficial, todo alto funcionario, civil o militar, se esforzaba por atraer con sus excesivas reverencias la mirada del emperador, porque un mínimo movimiento de cabeza, o quizás incluso una sonrisa suya, bastaba para tranquilizar al súbdito.

Kropotkin veinteañero y dibujo suyo
sobre una de sus expediciones siberianas.

Exactamente dos décadas más tarde, el mismo zar de Rusia, Alejandro II, sería brutalmente asesinado en un atentado con bomba que le arrancó las dos piernas. No obstante, las raíces revolucionarias se habían establecido con anterioridad. En una sociedad con un 98 por 100 de campesinos (de los cuales solamente una ridícula minoría eran libres), con un número reducido de fábricas donde las jornadas laborales llegaban a las 19 horas, y ante la presencia de una nobleza terrateniente que acaparaba ignominiosamente las riquezas, muchos sectores de la población comenzaron a mostrar abiertamente su descontento. La propia ciudad de San Petersburgo, cuya primera piedra se colocó en 1703 bajo las órdenes de Pedro el Grande en aquel terreno acuático que obligaría a efectuar constantes remodelaciones, estaba llamada a ser la capital del lujo, hasta el punto de que el desorbitado número de suntuosos carruajes que llegó a albergar en sus primeros tiempos se acabó convirtiendo en un espectáculo visual conocido internacionalmente. Además de esto, en el plano intelectual, económico y social, fue siempre evidente que Rusia había vivido al margen de Occidente, prescindiendo de buena parte de los más grandes hitos culturales e históricos que caracterizaron al continente europeo, como pudieron ser el Renacimiento, la aparición de los Estados nacionales, la exploración ultramarina, o la Ilustración. Es por eso que, ya en el siglo XVIII, se despertaron en Rusia los primeros movimientos revolucionarios (la primera huelga general data allí de 1749, y el transgresor libro de Alexandr Radíschev, Viaje de San Petersburgo a Moscú, se publicó en 1790).

Fue, así pues, en Siberia donde surgieron los fundamentos reformadores de Kropotkin. En esa etapa conoció al poeta Mijáilov, condenado a trabajos forzados, que le recomendó la lectura del Sistema de las contradicciones económicas de Proudhon. Contemplando el orden pausado de la naturaleza, la conducta pacífica de aquellos pueblos desconocedores de las complejas estructuras estatales, Kropotkin comenzó a aborrecer la macrocefálica burocracia de su país y abrazó el nihilismo. Pronto abandonó la carrera militar y se enroló en el Círculo de Chaikovski, un movimiento surgido en San Petersburgo que pretendía hacer a las gentes del campo sabedoras de algunas importantes ideas expresadas en la literatura prohibida. Como el resto de los miembros de ese grupo, él también se «disfrazaba» de campesino antes de adentrarse en las aldeas rurales, tratando de mimetizarse en el entorno y de adoptar las formas de comportamiento locales. Inmediatamente después de esto, Kropotkin participó en el movimiento naródniki, similar en los propósitos al anterior, que sería eliminado por la policía en 1874 y que le llevaría a partir de entonces a padecer encarcelamientos y protagonizar fugas, exilios y escapatorias. Finalmente alcanzó universal reconocimiento como pensador y científico. Sus dos obras más importantes, La conquista del pan (1892) y El apoyo mutuo (1902), plantearon en origen al lector la posibilidad de crear sociedades más igualitarias, menos sujetas a los empeños de una minoría mediante el establecimiento de gobiernos sin Estado, tal y como él veía que se producían las interacciones naturalmente. Hoy, sin embargo, estos escritos son vistos más bien como un conjunto de interesantísimos planteamientos utópicos.

12 noviembre 2018

lunes, 10 de diciembre de 2018

¿Hombres blancos con chalecos amarillos?


Los conservadores de Les Républicains tardaron poco en sumarse al apoyo a los gilets jaunes ('chalecos amarillos'), al ver la envergadura del movimiento. A la izquierda, el Partido Socialista francés se encuentra dividido y Mélenchon y La France Insoumise, acusados de intentar recuperarlo pretenden alinearse con él, animando a las izquierdas a sumarse para superar la «ceguera» que supone no apoyarlo.

La noticia de las numerosas movilizaciones en Francia durante la última semana se ha extendido por Europa, especialmente después de los altercados del pasado sábado. Es difícil recordar protestas tan multitudinarias, continuadas en el tiempo y con tanta relevancia social en este país desde la nuit debout (movimiento de las plazas en Francia que nació a partir de la Loi Travail y que se comparó rápidamente con el 15-M español) o los disturbios de las Banlieues (iniciados en la periferia de París a causa de la muerte de dos jóvenes árabes que se extendieron por toda Francia y parte de Europa, siendo los enfrentamientos con la Policía y la quema de vehículos la expresión del descontento y la frustración de buena parte de la juventud que se sentía excluida). Pero si es difícil encontrar semejanzas entre los dos ejemplos citados, puede que sea más difícil todavía hacerlo con el movimiento de los ‘gilets jaunes’ ('chalecos amarillos').

También las organizaciones que se posicionan a la izquierda de Mélenchon y los sindicatos están desconcertados ante la relevancia de lo que está ocurriendo. Si el 16 de este mes todavía no sabían si convocar o no a la movilización, a lo largo de la semana las posiciones han ido cambiando; en algunos casos para acercarse (NPA, Lutte Ouvrière, PCF) y en otros para plantear una alternativa más verde con los ‘gilets verte’ ('chalecos verdes'), movimiento complementario y con mucho menor seguimiento que centra su protesta en la dimensión ecológica y proponen la mejora de las condiciones salariales, el transporte público y de las movilidades menos contaminantes.

Algo similar ha ocurrido con los sindicatos, con discursos contradictorios desde los diversos sectores de actividad, las direcciones y las bases sindicales. En el transcurso de uno de los conflictos laborales más importantes de los últimos años en Francia, el del sistema ferroviario de la SNCF, las centrales también se movieron en la incertidumbre con respecto a los gilets jaunes. Muchos de los movilizados en este conflicto se sentían cerca de aquéllos; como Fanny, de 31 años, militante de izquierdas con un fuerte discurso de clase y sindical, que en la concentración de Lyon del 17 decía que «mucha gente con la que hemos hablado de la SNCF nos ha dicho que irían a los bloqueos». Sin embargo, la dirección del sindicato CGT se ha movido entre declaraciones contradictorias, unas renegando del movimiento por sus vinculaciones con la extrema derecha y otras de otros dirigentes planteando que el sindicato debe sumarse porque tiene mucha aceptación entre la opinión pública. El sector de transportes de Force Ouvrière ha llamado directamente a sus afiliados y simpatizantes a participar en las protestas, lo contrario que CFDT Transports, el mayoritario en el sector.

El éxito de la convocatoria y su extensión temporal ha hecho que todos los actores políticos y sociales basculen sus posiciones con respecto a la movilización. El Gobierno y En Marche!, su partido, han combinado la contundencia con la matización. Macron les acusó de terrorismo social, pero gente de su partido ha pasado de una oposición frontal a comprender y tolerar sus demandas, aunque rechazando las formas. El propio presidente de la República, tras condenar los altercados violentos de la semana pasada, anunció una reunión para replantear el modelo francés de transición ecológica.

Los gilets jaunes nacieron con un objetivo claro: oponerse a la subida del precio de los carburantes. Se presentaron como un movimiento apolítico y enmarcaron su discurso en la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, centrando sus principales reivindicaciones y soluciones en el ámbito del consumo y pretendiendo, si no una bajada, al menos el mantenimiento de los precios de los carburantes. Este enfoque se nutre del ciudadanismo patriótico francés, cuya simbología (la bandera y el himno nacional) recuperaron, y en los primeros días de movilizaciones no hubo referencias al cambio climático o el ecologismo.

El crecimiento de los gilets jaunes ha tenido como consecuencia la apertura y matización de las posiciones, la incorporación del ecologismo y un mayor acento en los salarios que en la capacidad de compra. También ha hecho menos nítido el perfil de las personas movilizadas, y desde el sábado pasado se han sucedido agresiones racistas y homófobas y violencia contra personas que se quejaban por los bloqueos que han empañado su imagen. El contenido de sus discursos se ha vuelto más político, sumando a la protesta por la pérdida de poder adquisitivo la reivindicación de dimisión de Macron; siempre bajo un lema difuso («démocratie d’avenir», «una democracia de futuro»). Como señalaba en Lyon Edgar, de 42 años: «Cada día pagamos impuestos más altos por todo, así no se puede vivir (...) nos hemos dado cuenta de para quién gobierna Macron».

Justine, una militante de izquierdas de 69 años, ya jubilada, afirmaba: «Aquí hay de todo, gente como nosotros: trabajadores y autónomos y gente con pequeños negocios». Sin embargo, se ha convertido en habitual que militantes de izquierda (y Twitter) llame la atención sobre la presencia preponderante de hombres blancos y su utilización de mensajes racistas, contra los inmigrantes, anti-parlamentarios y contra «la gente que vive a costa del Estado». Como decía Justine: «He escuchado muchas tonterías racistas, pero yo no me he quedado callada».

Los discursos anti-élites, el empeoramiento de las condiciones de vida, el fuerte apego a lo nacional en la simbología y la presencia de discursos xenófobos y anti-inmigración pueden allanar el terreno a la extrema derecha, que desde un primer momento mostró su cercanía al movimiento. Buena parte de la literatura académica que ha investigado este tipo de populismo en Europa ha señalado estas condiciones como óptimas para su aparición y desarrollo. Sus líderes han mostrado su apoyo y hay una presencia frecuente de estética y simbología de extrema derecha en las movilizaciones. Le Pen ha mostrado su compromiso con los gilets jaunes, ha interpelado al Gobierno y ha aumentado el clima de tensión y crispación. Éste ha sido, precisamente, uno de los argumentos de éste para atacarlos y uno de los miedos de la izquierda.

Parece evidente que en Europa la movilización y la auto-organización ya no son terreno exclusivo de la izquierda, pero sería un error considerar a este movimiento como un artefacto de la extrema derecha. No obstante, también es evidente que ésta ha pretendido en los últimos años re-apropiarse de los repertorios de la movilización ciudadana en Europa para llenarlos de contenidos reaccionarios. De esta forma, aunque es difícil juzgar a un grupo de tal envergadura de forma conjunta y sin matices, es innegable que la oscura nube de la extrema derecha viene ensombreciéndolo desde el primer momento. Por este motivo, las diferentes izquierdas están intentando recuperarlo hacia posiciones más centradas en el aumento de los salarios y las condiciones laborales, en las mejoras de los transportes públicos (en pleno conflicto del SNCF) y en la crítica a las políticas neoliberales del Gobierno de Macron.

martes, 4 de diciembre de 2018

Lecciones griegas


Así se libraron del partido de extrema derecha en la isla de Creta

Profesores y activistas explican cómo expulsaron de la isla al partido xenófobo Amanecer Dorado. Creta se ha convertido en la primera gran región de Grecia sin presencia de la formación ultranacionalista.

Por JESSICA BATEMAN

La colada cuelga de los balcones de un modesto bloque de apartamentos en la calle Irodotou, en Heraclión, la capital de Creta. Fuera, los niños montan en bici y los mayores juegan a las cartas en una cafetería. Pero antes de mayo de este año, este edificio era diferente. Un cartel rezaba: «Amanecer Dorado, región de Heraclión». El partido griego ultranacionalista y de extrema derecha utilizaba esta calle como su sede local.

Fueron los profesores locales los que primero se dieron cuenta de su influencia. «Dos de mis estudiantes de 13 años tenían problemas familiares», recuerda Maria Oikonomaki, de 50 años. «Amanecer Dorado se acercó a ellos en cafeterías y en el gimnasio, presentándose ante ellos como familia y protectores. Les llevaban a tomar café y les daban clase de historia griega».

Entonces vino la violencia, incluido el apuñalamiento de dos trabajadores paquistaníes. «Pensé: Dios mío, ¿qué está pasando en este barrio?», recuerda Oikonomaki. A pesar de los ataques, Amanecer Dorado podría haber mantenido su posición en Heraclión —o haber echado raíces— si los residentes de la ciudad no hubiesen decidido defenderse.

Amanecer Dorado se formó en 1980 y se mantuvo como un partido marginal hasta la devastadora crisis financiera que empezó en 2009. Mientras la confianza en los principales partidos se debilitaba, la narrativa de Amanecer Dorado evocando el pasado de Grecia como una gran nación arruinada por la inmigración tocó la fibra sensible de algunos votantes desilusionados. Además de convertirse en el tercer mayor partido en el Parlamento de Grecia, también estableció un ala paramilitar callejera que atacaba regularmente a inmigrantes y opositores políticos.

«Como Amanecer Dorado es un movimiento de base, el apoyo local es fundamental para su éxito», sostiene Daphne Halikiopoulou, profesora asociada en la Universidad de Reading y experta en Amanecer Dorado. «Actuaba en zonas donde sabía que podía construir una buena presencia y expandió significativamente su organización», añadió.

La zona que eligió en la capital fue el suburbio oriental de Nea Alikarnassos. Un barrio obrero con una larga historia de inmigración desde Asia Menor y Europa del Este. Muchos de sus residentes estaban empleados en la construcción y perdieron su trabajo durante la crisis. Amanecer Dorado abrió aquí discretamente su oficina en 2011.

Inicialmente, el movimiento antifascista de Creta puso en marcha el contraataque. «Nuestra filosofía es no permitir a la extrema derecha ocupar el espacio público», señala Konstantinos (no es su nombre real), un militante antifascista de unos 20 años. «En países cálidos como Grecia, el espacio público es donde la clase obrera pasa su vida. Dondequiera que haya fascistas, también tienes que hacer sentir tu presencia.»

Así que cuando se enteraron de la nueva oficina, Konstantinos y otros activistas organizaron una asamblea vecinal. «Existía un consenso general en que la gente no quería a Amanecer Dorado en la zona, pero no vino una cantidad de personas suficiente en apoyo a la asamblea», afirma. «Nos dimos cuenta de que no podíamos tener una presencia continua en la zona. Intentamos mantenerles fichados, pero no podíamos hacer mucho más», añade.

En septiembre de 2012, todo cambió. En un crimen que impactó a todo el país, el destacado rapero antifascista Pavlos Fyssas fue asesinado bajo las órdenes de Amanecer Dorado. Estallaron grandes protestas y 69 miembros del partido, incluido su líder, Nikolaos Michaloliakos, y 18 diputados, fueron detenidos y acusados de dirigir una organización criminal. Su juicio sigue abierto.

Tomar las calles y hablar con la gente sobre fascismo

«Antes de esto, la gente no tenía esa actitud de miedo hacia Amanecer Dorado, simplemente creían que había que educarles», explica Haris Zafiropoulos, un activista de 27 años de Izquierda Nueva Actual, una coalición de grupos de izquierdas. 


Activistas como Zafiropoulos iniciaron una nueva estrategia: salir a la calle y participar en conversaciones cara a cara sobre el fascismo y por qué hay que combatirlo. «Todos los fines de semana íbamos al barrio y hablábamos con gente», señala Zafiropoulos. «Creta sufrió mucho de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Pueblos enteros fueron incendiados. Intentamos recordar a la gente lo que ha pasado antes y lo que está pasando ahora», añade.

Mientras tanto, profesores en toda la isla se movilizaron para abordar la radicalización que estaba teniendo lugar en las escuelas. «La forma en que se movían los fascistas dentro de la comunidad de estudiantes era muy inteligente y a escondidas, al principio no nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo», sostiene Fotis Bichakis, fundador de la Liga de Profesores Antifascistas de Creta. «Era fácil manipular a jóvenes estudiantes que se sentían frustrados».

Los profesores trabajaron juntos para preparar clases en las que se enseñase historia de una forma menos nacionalista y se explicasen y enfrentasen las ideologías fascistas. La primavera siguiente, 56 escuelas colaboraron en un festival antifascista.

«Celebramos la cultura de todos los grupos migrantes de la isla, compartiendo su música, tradiciones y las historias de cómo llegaron a Grecia», señala Bichakis, del que se ha convertido en un festival anual. «Adoptamos la filosofía de unir a toda la gente posible: padres, profesores y estudiantes. Intentamos hacer entender a Amanecer Dorado que sus ideas no tienen lugar en nuestra región. Y así fue como ganamos».

Los profesores optaron por no ver a los estudiantes ya captados por el partido como causas perdidas. «Siempre tuvimos fe en que podrían volver a los ideales democráticos», afirma Bichakis. «A medida que vieron a más de sus compañeros uniéndose al antifascismo, empezaron a cuestionarse si habían sido engañados», añade.

Oikonomaki cree que la estrategia frenó la radicalización de sus alumnos. «Teníamos estudiantes de Albania, Rumanía y Bulgaria», cuenta. «Yo les decía que Amanecer Dorado defiende que el resto de la gente es inferior a los griegos. ¿De verdad pensáis eso de vuestro amigo John del que os sentáis al lado todos los días?», les preguntaba.

Activistas militantes también tomaron la polémica decisión de enfrentarse violentamente al grupo. En abril de 2018, Konstantinos y en torno a otros 70 antifascistas organizaron un ataque nocturno contra la oficina de Heraclión. «Destrozamos todo lo que había de valor: los suelos, los techos, el aire acondicionado», asegura. «Creemos que eso fue para ellos la gota que colmó el vaso». De hecho, Amanecer Dorado hizo las maletas y se marchó dos semanas después.

No todo el mundo de la comunidad está de acuerdo con la violencia. «Es importante que no parezcamos dos lados de la misma moneda», cuenta Zafiropoulos.

Konstantinos, sin embargo, no está arrepentido. «¡Funcionó!», dice. «Puede que no seamos capaces de evitar que los miembros de Amanecer Dorado se conviertan en estrellas en los medios, pero podemos impedirles echar raíces en la sociedad griega. Creta es la primera gran región de Grecia en no tener presencia de Amanecer Dorado... Les hemos impedido tener un espacio para reproducirse», añade.

En el resto de Grecia, la extrema derecha parece estar en auge de nuevo. La disputa del país con Macedonia por su nombre ha llevado a un aumento del nacionalismo y se han producido ataques violentos contra políticos y solicitantes de asilo. Halikiopoulou cree que el activismo antifascista como el utilizado en Creta puede funcionar «a nivel local». «Pero la oposición no se puede ni debe confinar a la izquierda antifascista. Necesitamos algo a un nivel más organizado y popular», añade.

Oikonomaki tiene miedo de decir que la batalla ha terminado. «Podemos comunicar fácilmente qué era Amanecer Dorado y por qué era malo», señala. «Pero la crisis no ha acabado y la gente sigue queriendo culpar a alguien. El fascismo escondido es casi más peligroso».

3/12/2018