jueves, 25 de octubre de 2018

Por qué en España no se juzga la apología del franquismo


Hablamos con dos expertos en la materia para dilucidar las razones que explican la impunidad de aquellos que siguen ensalzando los símbolos de un régimen criminal tras 40 años de democracia.

Por MARÍA ALTIMIRA

Cada una de las miles de calles bautizadas con nombres de generales, capitanes o coroneles franquistas hacen, diariamente, apología del régimen dictatorial y criminal que gobernó España durante casi cuatro décadas. Cada una de las banderas franquistas exhibidas en manifestaciones ensalzan una ideología responsable de la muerte y desaparición de cientos de miles de personas.

Muchos grupos de ideología franquista, pero incluso ayuntamientos democráticos como el del pueblo toledano de Guadamur, que proyectó imágenes de Franco en la fachada de su castillo, exaltan la represión política que pisoteó con impunidad los derechos humanos de los españoles que no comulgaban con un régimen ilegal y genocida.

Pero España, a diferencia de Alemania respecto del nazismo, sigue sin juzgar la apología del franquismo tras 40 años de democracia. «El código penal alemán tipifica la apología del nazismo como un delito, algo que no sucede en el caso español», explica a VICE News Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia.


De acuerdo con Carlos Slepoy, experto en Derecho Penal Internacional y representante de un grupo de querellantes en el proceso judicial que la magistrada argentina María Servini de Cubría inició contra el franquismo y algunos de sus exaltos cargos, la diferencia es que «el franquismo no fue derrotado y que, hasta hoy, ningún tribunal lo ha condenado por crímenes de guerra o de lesa humanidad» como sucedió en el caso del nazismo.

El Tribunal de Nuremberg —que condenó a la horca y a cadena perpetua a altos cargos del III Reich— probó, explica Ibarra, «que el régimen liderado por Adolf Hitler se sustentaba en una ideología racista y supremacista».

Su inclusión como delito en el código penal alemán se ampara en esta sentencia, explica el presidente del Movimiento contra la Intolerancia. Para que en España pasara algo similar y teniendo en cuenta la inacción del sistema judicial español al respecto «sería necesario que el Tribunal Penal Internacional, un tribunal ad hoc como el que juzgó el genocidio de Ruanda o el tribunal de cualquier país amparándose en la justicia internacional condenara el franquismo y a sus responsables por crímenes imprescriptibles —como lo son los crímenes de guerra, contra la paz o de lesa humanidad—», precisa Ibarra.

Slepoy considera que un fallo como el descrito por Ibarra allanaría el camino para penar cualquier manifestación de apología del régimen dictatorial. Si el franquismo es considerado como una ideología criminal que incita al odio, su enaltecimiento también lo sería.

El letrado sostiene, sin embargo, que si hubiera voluntad política también podría incorporarse el ensalzamiento del franquismo como delito en el código penal sin necesidad de que hubiera jurisprudencia en la materia. En este sentido, se refiere a la tipificación de enaltecimiento al terrorismo que sí recoge de forma explícita este conjunto de normas punitivas.


Con todo, Slepoy opina que nada de esto ha sido posible «debido al hecho de que todavía hay jueces de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo que simpatizan con esta ideología y políticos herederos del franquismo» que ponen trabas a la justicia internacional.

Lo cierto es que el ejecutivo del PP se negó a extraditar a Argentina a parte de los 19 investigados por torturas y homicidios en la causa que instruye Servini contra el franquismo pese a las instancias de la ONU para que el gobierno español accediera a la petición de la magistrada. Tampoco sirvió de nada la instrucción que envió la jueza al Ministerio de Justicia del gobierno popular para interrogarlos en España el pasado mes de abril.

El ejecutivo mantuvo que la ley otorga a España la competencia para enjuiciar a sus propios ciudadanos, que la materia investigada había prescrito y que buena parte de los supuestos delitos penales no eran considerados como tales cuando se llevaron a cabo. Así y con el amparo en la Ley de Amnistía de 1977 el gobierno ha conseguido hasta ahora evitar la reapertura de cualquier debate relativo al franquismo, aunque lo cierto es que dicha legislación vulnera todos los tratados internacionales en materia de derechos humanos suscritos por España.

«Si ni siquiera se permite juzgar a los responsables, condenar el enaltecimiento de la ideología franquista parece aún más improbable», lamenta el letrado. No le falta razón a Slepoy. En octubre de 2013, el PP rechazó incluir la apología del franquismo como delito en la reforma del código penal impulsada por el entonces ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón.

11 abril 2018

viernes, 19 de octubre de 2018

'La sombra de la ley': una visión torticera de la historia


España 1921. Son los años de plomo, el auge del anarcosindicalismo es respondido con la violencia estatal. Las calles de Barcelona se llenan de armas, vicio, corrupción e ideales. Aníbal Uriarte (Luís Tosar) es enviado a Barcelona para colaborar con las autoridades en la búsqueda de unas armas robadas al Ejército a punta de pistola. Allí conocerá a una joven anarquista, Sara (Michelle Jenner) a mafiosos, policías corruptos y anarquistas de las dos tendencias; la política y la violenta.

 Por ENRIKE GARCÍA FRANCÉS*

Ir al cine hoy en día es una opción solitaria y casi pasada de moda o eso es lo que te viene a la cabeza al acudir a un estreno y estar solo 12 personas ante la gran pantalla. Hay películas que invitan a recuperar estas viejas tradiciones aún a sabiendas que todas las películas, o casi todas, del cine español que han tratado la recuperación de la memoria histórica lo han hecho desastrosamente. Pero la película de Daniel de la Torre se adentra en un periodo pocas veces retratado en la gran pantalla; los años de plomo del terrorismo estatal contra el movimiento anarcosindicalista. Como precedentes la adaptación al cine de la novela de Eduardo Mendoza La verdad del caso Sabolta o los dos trabajos históricos publicados en los últimos meses: Apóstoles y asesinos de Antonio Soler y Qué sean fuego las estrellas de Paco Taibo II.

El film:

Desde el punto de vista artístico es una superproducción al estilo de Hollywood con una imagen muy bien tratada y con unos artistas que hacen un trabajo excelente; a destacar la interpretación de Luís Tosar y de Ernesto Alterio. La trama es trepidante, aunque con pausas que ralentizan la acción, y se sitúa en la Barcelona del verano de 1921, cuando ocurrió el 'Desastre de Annual' al que se hace referencia continuamente en el film. El director recrea una Barcelona gris con sus miserias y corruptelas, con sus cabarets y sus fábricas, con persecuciones de coches y tiroteos, con escenas que recuerdan inevitablemente a Los intocables de Elliott Ness.

Daniel de la Torre intenta recrear en la obra los años de plomo que abarcan desde 1919 a 1923 en un espacio de pocos días, lo que le lleva a cometer errores históricos de «bulto». La acción se inicia con una huelga en la MZA donde sus trabajadores reivindican la jornada de ocho horas; lo que nos lleva a recordar la huelga de La Canadiense de 1919. Ante el auge del anarcosindicalismo la Patronal organiza un frente violento contra los sindicalistas, frente en el que cuenta con el apoyo del gobernador militar Martínez Anido, con la banda de pistoleros mafiosos del Barón, personaje que representa a la figura histórica del Barón Köenning, y con la oposición de parte de la Policía. En el bando anarquista se reflejan dos bandos enfrentados; el mayoritario encabezado por el dirigente sindical Salvador Ruíz, personaje que parece esconder la figura de Salvador Seguí asesinado por pistoleros del Sindicato Libre en 1923, y el minoritario de los grupos de acción partidarios de la respuesta violenta ante la violencia de las autoridades.


Realidad histórica:

La Barcelona a la que llega el policía Aníbal Uriarte es una Barcelona bajo el mando del gobernador militar Martínez Anido, con una Patronal preocupada por el auge del anarcosindicalismo que busca una alianza con una banda de mafiosos encabezada por el «Barón» y con un cuerpo de policía corrupto y torturador enfrentado con otra parte del cuerpo legal y ético.

La Barcelona real a la que hubiera llegado en el julio de 1921 el policía Aníbal Uriarte hubiera sido la Barcelona del terror, donde el gobernador civil, no militar, Martínez Anido conocido como «el sanguinario» había tejido una trama de terrorismo estatal orquestada desde el mismo Gobierno de España, que es el que le dio amplios poderes no sólo en Barcelona también en Zaragoza y Valencia, para acabar con el auge que está experimentando la CNT; por lo que es impensable que desde el Gobierno estatal se mandase a nadie a investigar lo que ocurría en Barcelona.

Por ello Aníbal Uriarte nunca hubiese llegado a la Barcelona real de 1921. Pero en caso de que si hubiera llegado hubiera descubierto esa trama de terrorismo de Estado que se cimentaba en cuatro patas; un grupo paramilitar de sicarios bajo el nombre de Sindicato Libre dedicado a asesinar a anarcosindicalistas en el que había personajes como el Barón Köenning o Antonio Soler «el Mallorquín», una Federación Patronal que financiaba a dichos sicarios, una Policía torturadora y asesina bajo el mano de Arleguí, mano derecha de Anido y que gustaba de torturar personalmente a los detenidos, que expedía salvoconductos a los asesinos del Libre por si eran detenidos y por último una Ley de Fugas aprobada por el presidente Dato, causa de su asesinato a manos de un grupo de acción anarquista, que legalizaba los asesinatos extrajudiciales. Esta red de terrorismo asesinó a más de 500 anarquistas entre 1919 y 1923.


Frente a este terrorismo de Estado había una parte minoritaria del movimiento libertario que se organizó en pequeños grupos de acción para devolver los golpes. Se calcula que mataron a unas 70 personas: pistoleros del Libre, empresarios, chivatos, policías y figuras destacadas como el presidente Dato o el cardenal Soldevila.

Es el trato que se da en la película a las discrepancias dentro del ámbito libertario lo que supone una burda manipulación de la historia y una forma de «embarrar» lo que era y lo que es la lucha y la defensa de «La Idea». Dentro de la CNT había dos tendencias: la pacífica representada por Salvador Seguí y mayoritaria dentro de la organización y la partidaria de la acción violenta representada por los Grupos de Acción. La crítica a Salvador Seguí, Salvador Ruíz en la película, fue despiadada por parte de los Grupos de Ación llegándole a acusar de traidor pero nunca llegaron a enfrentarse violentamente y mucho menos llegaron a matar a Salvador, lo mataron los asesinos del Libre, para hacerse con el control de la CNT. En la historia de la CNT, desde su fundación a la actualidad, y del movimiento anarquista ha habido, y las hay, grandes discrepancias pero nunca llegaron al enfrentamiento violento entre ellos. Intentar «vendernos» que los anarquistas violentos asesinaron a un dirigente cenetista para hacerse con el control de la organización es una aberración para el movimiento libertario.

Otras licencias que se toma el director como la de cambiar el destino del barón Köenning son fruto de la trama cinematográfica y otras son más «anecdóticas» como la de usar los colores rojinegros cuando en la realidad no se usaron combinados hasta 1931 o la de hacer transcurrir la acción en otoño o invierno cuando los hechos que se usan de referencia en la película, 'Desastre de Annual', ocurrieron en un mes de julio allá por 1921.

12 octubre 2018

    * Historiador y militante de CGT-Aragón. Colaborador de AraInfo. 

viernes, 12 de octubre de 2018

Joe Hill. Sindicalismo con banda sonora

 

Introducción al libro de Carlus Jové Joe Hill. Sindicalismo con banda sonora

Salt Lake City no es sólo conocida por sobornar al Comité Olímpico para poder celebrar los Juegos de Invierno del 2002. Esta ciudad estadounidense también fue donde Joe Hill vio la luz por última vez antes de ser ejecutado, acusado sin apenas pruebas concluyentes de un crimen que él siempre negó haber cometido. El tiempo qué duró su proceso judicial estuvo marcado por fuertes protestas en todo el país e incluso provocó tensiones entre el gobierno federal estadounidense y el sueco por un lado, y el del estado de Utah por el otro. En su funeral, más de 30.000 personas se manifestaron para honrar la vida y obra del que ya se había convertido en un mito y voz de la clase trabajadora de EEUU.

Pero, ¿quién fue este personaje capaz de provocar tanto revuelo? Para la mayor parte de la gente el nombre de Joe Hill puede no significar nada. Sin embargo, si preguntamos a cualquier sindicalista estadounidense seguro que el nombre le resulta, como mínimo, familiar. El legado musical de Joe Hill en ese país, a pesar de no ser su tierra natal, ha pasado de generación en generación y forma parte de la tradición musical obrera de Estados Unidos. Sus canciones han sido editadas por varios sindicatos; reconocidos cantautores como Woody Guthrie y más actualmente Billy Bragg han interpretado sus temas en más de una ocasión.

A pesar de la gran divulgación de sus canciones en los países de habla inglesa y en su propio país, Suecia, la realidad es que su trayectoria musical y personal pasa bastante inadvertida. Sin embargo, también podemos encontrar múltiples referencias a su obra continuamente. Bandas actuales de rock sueco como Refused o Randy han utilizado canciones o versos en sus discos. Incluso la serie de dibujos animados Los Simpsons le hizo un guiño en una ocasión al llamar a un conductor de tren Casey, nombre que Hill puso a un maquinista esquirol en una de sus canciones. Otro ejemplo ilustrador es la utilización por parte de la Confederación Nacional de Trabajo (CNT) de una frase de Hill a modo de eslogan, «¡no te lamentes, organízate!», en los años setenta y ochenta. Incluso el expresidente de Estados Unidos, Bill Clinton, le rindió tributo en una ocasión, seguramente sin saberlo, cuando utilizó la expresión «pie in the sky», creada por el mismo Joe Hill como verso de su canción The preacher and the slave.

Todo esto nos puede mostrar hasta qué punto puede ser interesante conocer la historia de Joe Hill, y más teniendo en cuenta que ésta va íntimamente ligada al desarrollo de la Industrial Workers of the World (IWW), primera central sindical estadounidense en desafiar abiertamente al capitalismo y en plantear una lucha unitaria de los trabajadores, independientemente de su género, raza o cualificación profesional.

No obstante, hacer una biografía de Joe Hill puede resultar una tarea algo complicada. Él mismo decía que era un ciudadano del mundo, alguien que había nacido en un lugar llamado planeta Tierra y que los detalles no importaban mucho. Su afición a ocultar los datos sobre su propia vida nos fuerza a hablar de él en base a la información proporcionada por otras personas, lo que puede suponer una falta de rigor en ocasiones. Pero ésta no pretende ser una biografía escrupulosa ni minuciosa. Lo que aquí intentaremos mostrar es cómo la vida de una persona se vinculó a la lucha de una época y cómo su obra, en este caso musical, influyó en el desarrollo de los acontecimientos transformándose en una parte más de ellos, seguramente la menos dramática.

Casi todas las luchas que han intentado cambiar el mundo se pueden relacionar con una canción o cualquier otra manifestación artística. Ahí están La Internacional, la canción de los partisanos italianos Bella Ciao o los himnos populares anarquistas A las barricadas e Hijo del Pueblo, que inundaron las calles de Barcelona durante la revolución de 1936. La música une, emociona, transmite sensaciones e ideas. El arte no es sino un reflejo de la sociedad y del momento en que nace.

¿Fue Joe Hill un cantautor con alma revolucionaria o fue, por el contrario, un revolucionario con alma de cantautor? Podríamos dedicarnos a especular sobre este tema a lo largo y ancho de este librito, pero sería una pérdida absoluta de tiempo. Lo único que nos importa aquí es que, indiscutiblemente, su vida y obra se pusieron al servicio de la emancipación de la clase trabajadora y que contribuyó, en lo que pudo, a hacer de éste un mundo más libre y justo. Todo lo demás es materia de discusión para noches de insomnio.

7 octubre 2018

lunes, 1 de octubre de 2018

¡El caos!


El Caos cumple, dentro del Orden Social, funciones importantes. La primera consiste en que, fuera del Orden Social, está el Caos. —¿En qué quedamos, maestro?: ¿dentro o fuera? —Bueno, entendámonos: en realidad, la idea del Caos está dentro del Orden, porque es aquí donde se habla del Caos; pero, en esa idea, la realidad del Caos está fuera, porque, si no, a ver cómo se habría constituido este Orden sobre el Caos. ¿Está claro? —Lo que está claro es que es un lío de cuidao. Pero venga, de verdad de la buena: ¿ha habido caos antes de esto? ¿Hay caos por ahí fuera? Fuera de este Orden, por definición, nadie puede asomarse para ver lo que hay: porque si lo que se ve es orden, es que no está fuera; y si no ve orden, no ve nada, porque nuestros ojos no están hechos para ver mas que ideas. ¿Antes de esto?: nadie había para que nos dijera lo que había. Y, sin embargo, los políticos, los Padres de la Patria, los ideólogos, los sabelotodo, tienen que estar a cada paso amenazando con el Caos, y adoctrinando así a su gente, a sus mujeres, a sus niños: «Hay que acatar la Ley, por más que sea dura; o también infringirla, pero pagando la pena que corresponda según ley. Hay que situarse en este mundo, y cumplir, en la medida que uno pueda, con sus obligaciones laborales, y domésticas y ciudadanas; y progresar uno —eso sí— en su situación (es una aspiración legítima), y procurar crear para los suyos las mejores condiciones de desarrollo. Pero tu libertad termina —ya lo sabes— en donde empieza la libertad de tu vecino. Ya sé que estas recomendaciones son poco originales y brillantes, para los anhelos vagos y desordenados que uno siente, según dice, de vivir; pero también se puede vivir dentro de las normas: siempre quedan los fines de semana y las vacaciones y tu jardincito delante de la casa para igualar el césped. Y, además, sobre todo, que si nos pusiéramos todos a no reconocer derechos ni deberes, a despreciar las instituciones y las normas, a vivir cada cual según le viniera en gana, ¿qué iba a ser de nosotros, de toda la Sociedad?: sería el desorden de todos los egoísmos desatados, sería la ley de la Jungla; volveríamos a la Edad Media, a la Edad de Piedra, volveríamos al Caos, del que tanto trabajo y disciplina ha costado salir, y construir esta Sociedad, más o menos buena, más o menos perfecta, pero que te ampara y te sustenta, y que siempre será mejor que volver al Caos.» ¡Uf! Es una maravilla y un consuelo que todavía sigan naciendo niños que no acaban de sentirse convencidos por razones tan sensatas y se quedan rezongando por lo bajo.

—Es natural: ellos no han visto el Caos. —¿Y ustedes sí, señores míos? ¿Se refieren ustedes a la guerra civil española?, ¿a los años del estraperlo?, ¿a los asfixiaderos de judíos en Alemania?, ¿a las matanzas atómicas en el Japón?, ¿a los pudrideros de niños en Indochina?, ¿a los holocaustos de automovilistas todos los fines de semana? No sabíamos que esas cosas estuvieran antes y fuera de este Orden. —Bueno, eso son deficiencias de la máquina, errores en el camino, sacrificios que hay que pagar en aras de lo esencial, que es el mantenimiento (y el progresivo perfeccionamiento) de un Orden Social y de una Autoridad íntegra y justa. —Y eso ¿para qué? —Pues para no caer en la anarquía, en el caos, en el exterminio de los unos por los otros. —Porque usted cree que, si faltase el Orden y la Autoridad... ¿eh? —¡No cabe la menor duda!

«El hombre es lobo para el hombre.» Tal es la fe que funda y justifica el Estado. Sobre ese dictamen una cosa hay cierta: que a los fundadores del Orden, a sus detentadores y a sus defensores, les es absolutamente necesario: necesario creer en él, necesario que se crea en él; si no, están perdidos. Esto es verdad. En cuanto a la verdad del dictamen mismo, eso ya... ¿Quién ha visto a los hombres antes de que fueran hombres, esto es, de que estuvieran socialmente organizados, que tuvieran sus instituciones y autoridades, sus leyes más o menos escritas, y sus hogares y sus dioses? ¿Quién ha visto a los hombres cuando eran lobos? Bastante lobos se ve que son de cuando en cuando ahora, dentro de este Orden. Pero ¿fuera?, ¿antes?

Lo que es las especulaciones de la Ciencia, cuanto más honradas menos van a decirnos sobre el asunto. Tomemos lo de los monos: seamos primos más o menos lejanos de las especies de simios que por ahí malamente sobreviven. Se deduce que algún aire de familia deberíamos tener con ellos. Bien, y ¿qué hay con los monos? Ni siquiera se distinguen por ser muy feroces para con otros animales (son todos —hay que confesarlo— menos animales de presa que, por ejemplo, los tigres o los tiburones o los hombres), y desde luego en el trato entre ellos mismos, si pecan de algo, es de fraternales y sobones, dados a instituciones tan eróticas y cooperativas como la de espulgarse mutuamente, y no por cierto a la de liquidarse los unos a los otros; como tampoco, por cierto, lo suelen hacer los lobos. ¿Querría decir aquel dictamen «Hombre para hombre como lobo para cordero»?

Cierto que ya, en cuestión de monos, recuerdo haber leído hace años un libro divulgativo de un señor Robert Ardrey, americano, titulado African Genésis, a Personal Investigation into the Animal Origins and Nature of Man, donde descubre que, si bien descendemos del mono, es de una rama especial, que eran precisamente depredadores y sabían manejar la porra, como primer atributo de humanidad. Para que se vea a dónde pueden llegar los esfuerzos de la Ciencia por sostener la idea de que, por Naturaleza, somos más bien malos y no se nos puede dejar sueltos.

Y por parte de los etnógrafos, que podían hacernos ver lo que pasa en sociedades más salvajes y más cercanas, como antaño se decía, al estado natural, dejando ya a Malinowsky y a Cristóbal Colón, con la inolvidable aparición de los mansos indios del Caribe y los felices trobriandros del Pacífico, lo más que podían descubrir más tarde los ojos lúcidos y cándidos de Margaret Mead era, en alguna de sus islas, a unas pocas leguas apenas de distancia, un pueblo feroz, constituido sobre la guerra, la disciplina y la dureza, y otro pueblo muy poco constituido, entregado a la dulzura, la despreocupación y los amoríos. Así, ejemplarmente, la Ciencia nos enseña que no puede enseñarnos nada sobre nuestra Naturaleza, nada que apoye o que contradiga la creencia de que somos por naturaleza egoístas y desenfrenados y que, por tanto, Ley, Justicia, Administración, Vigilancia y Número de Identidad es lo que nos conviene y necesitamos.

Que conste, por otra parte, que la misma falta de razón tenemos para creer que los hombres seamos intrínsecamente buenos, como los chimpancés, y para tener una fe positiva en que, si nos libráramos de toda autoridad y freno, nos portaríamos como mansos, sociables y bien avenidos. No: lo único limpio y razonable es la falta de una fe y de la otra, de optimismo como de pesimismo. Un pesimismo negro y profundo es el fundamento de cualquier fascismo, que, convencido de que los hombres, dejados sueltos, no son capaces de otra cosa que de destrozarse y recaer en las tinieblas de la Jungla, se lanza a salvarlos, movido por un Futuro luminoso, estableciendo el Orden total y perfecto, del que ya no quepa escape ni resquicio. Y el fascismo —ya se sabe— no es más que el espejo grotesco de la vulgaridad, y cualquier socialismo, cualquier -ismo, cualquier fe en la organización y el perfeccionamiento de la organización está sostenido en el mismo dogma implícito del pesimismo sobre la naturaleza de los hombres. Pero a ese pesimismo no puede responderle ningún optimismo, que sería el reverso del mismo dogma, y por tanto igual, sino la falta de optimismo y pesimismo, el no saber que los hombres tengan naturaleza alguna.

Nadie ha visto, ni puede verlo, el esquema entero de la Historia, a la manera que San Agustín y Orosio, y otros más tarde, han creído verlo: haría falta ser el Ojo de la Providencia y estar en el mirador del Juicio Final, empezando por creer que hay tal Ojo y tal Juicio; lo cual no se sabe. Si no lo hubiere, el que lucha contra el Orden Establecido estará sencillamente haciendo por disipar los restos de un engaño y un fantasma sanguinolento; si lo hubiere, el que lucha contra el Orden habrá estado a su manera colaborando a la construcción del Orden. Pero en cualquier caso, el que se meta en ello debe saber que está jugándoselas a un juego de cuyo resultado nada sabe. Y hasta puede ser muy bien que las formas del combate, sin que él se dé cuenta, hayan cambiado, según la conveniencia táctica de los tiempos, hasta parecer volverse del revés: que en otros tiempos la lucha consistiera en defendernos de la Naturaleza hostil y la Barbaria, y en estos tiempos consista en defendernos de la organización vencedora de la naturaleza y la barbarie; y que, parodiando lo que dicen Ellos, los que antaño jugaban a asolar las murallas de las ciudades, sean los mismos que ahora juegan a construir murallas de bloques suburbanos en torno a los restos de las ciudades.

Por lo pronto, rapaz (y a esto es a lo que tienes que atenerte), el único caos que conoces es este en que te encuentras envuelto y consumido cada día: un caos ciertamente conseguido por vía de organización y de organización de la organización: el caos de los semáforos y las señalizaciones; el caos de los horarios y los cambios de horario; el caos de la Economía, de las progresivas escaladas de precios y salarios, de las inflaciones, devaluaciones y sobresaltos del Dinero; el caos de la planificación, de los planes de edificación de bloques, de los planes de estudios cambiantes a velocidad progresivamente acelerada. Y cada nuevo funcionario que, movido por la mejor buena fe -pongamos-, intenta con nuevos planes, nuevos formularios y remodelaciones, acudir a los defectos de la organización y perfeccionarla está de hecho contribuyendo al aumento del caos organizativo. Eso es, rapaz, hoy por hoy, el Caos. No será un mar de olas y turbiones, sino de papeles, cifras, organismos, siglas de Empresas y de Partidos, planes, constituciones; pero es igual: es en ése en el que te estás ahogando.

9 diciembre 1978