miércoles, 13 de marzo de 2019

Marussia Bakunin: historia de la emancipación de una mujer con apellido embarazoso


Nº 367 / febrero 2019

Una intensa existencia la de María, llamada cariñosamente Marussia, tercera hija de Mijaíl Bakunin, reconocida por sus contemporáneos por sus altas cualidades científicas y morales. Tras su muerte, acaecida en 1960, su nombre permanecerá en la sombra y será olvidado, sobre todo a causa de la fuerte presencia de figuras masculinas —colegas e intelectuales—, comprendido su amadísimo sobrino Renato Caccioppoli, gran genio de las matemáticas.

Nacida en Siberia en 1873, tras la muerte de su padre en Berna se traslada a Nápoles con la familia, acogida por el abogado socialista Carlo Gambuzzi, amigo íntimo de Bakunin que proveerá todas las necesidades de la familia, casándose a continuación con la viuda de Bakunin. El mismo Malatesta le había definido como uno de los primeros socialistas italianos.

Y es en la Nápoles hambrienta y en constante ebullición de los años precedentes a la Primera Guerra Mundial donde crecen «los tres niños Bakunin»: Carlo, Sofía y Marussia.

La casa de Gambuzzi era un cenáculo cultural y político.

Entre los ideales de libertad, de estímulos individuales, la generosidad y el afecto del abogado, Marussia y sus hermanos pudieron ir a las mejores escuelas de la ciudad.

María se licencia jovencísima en Química pura con un trabajo sobre la isometría geométrica, concepto incomprensible para muchos de nosotros, pero que para ella era como el pan cotidiano.

Implicada constantemente en el laboratorio de química entre teoría y experimentación de campo, obtendrá la cátedra de Química orgánica y el título de profesora emérita.

Se casará con su profesor, Agostino Oglialoro, director del Instituto; no tendrán hijos.


Una foto emblemática de 1896 la inmortaliza con una amplia falda larga, mantilla y sombrero en medio de un numeroso grupo de licenciados; es la única mujer.

Ciertamente Marussia llevaba un apellido embarazoso y si bien parece que nunca se definió anarquista, indiscutiblemente tenía un carácter fuerte y generoso y un gran sentido de la justicia, cualidades humanas y coraje a raudales que manifestó siempre coherentemente. Algunas anécdotas de su vida abonan tales presupuestos.

Paseando en calesa por Vía Toledo de Nápoles tuvo que domar al caballo embravecido. En otra ocasión salvó a la hermana caída en un pozo descolgándose con una cuerda y agarrándola por el pelo.

Durante el fascismo se negó a tener un hijo, presentándose a los exámenes de química vestida de militar, a pesar del decreto de las autoridades que ordenaba tener hijos a todos los militares. Definió el episodio como una bufonada, una patética puesta en escena, y se salvó sólo gracias a la providencial intervención de su marido.

Se cuenta que cuando los alemanes quemaron las bibliotecas universitarias, María se sentó cerca de las llamas con los brazos cruzados. El comandante alemán, sorprendido por el gesto, dio la orden de retirarse y los daños fueron limitados. Por este gesto, Benedetto Croce quiso en 1944 que presidiera la Academia Pontiana, una asociación cultural de antigua creación que había sido suprimida por el gobierno fascista.

En mayo de 1938, su sobrino Renato, con ocasión de la visita a Nápoles de Hitler, contrató a una orquestina para que tocara La Marsellesa. Gracias a su intervención, Marussia convenció a las enfurecidas autoridades, que lo querían encarcelar, sobre la incapacidad del sobrino de entender y querer, y le mandaron a un manicomio una temporada.

Efectivamente, María es recordada sobre todo como la tía de Renato Caccioppoli, hijo de su hermana Sofía, cuya actividad antifascista se manifestó incluso con actos sarcásticos con los que tomaba el pelo al régimen. Durante el fascismo, después de la prohibición a los hombres de pasear perros de talla pequeña (para salvaguardar su virilidad), Caccioppoli acostumbraba pasear, por las calles de Nápoles, como forma de contestación, con un gallo con collar y correa.

En 1914 el ministro Nitti la encargó ir a estudiar las escuelas profesionales de Bélgica y Suiza, consideradas en la época como la vanguardia en métodos de enseñanza. Marussia constató con amargura la existencia de enseñanza distinta para los varones y las mujeres. Para resolver el problema de la escolarización italiana afirmó con determinación que tocaba a los ricos, mediante tasas, el honor de pagar la educación de los pobres.


«Ni votos ni mil plegarias» es una famosa afirmación suya.

No hay que recordar más que su casa de Vía Mezzocannone, con sus innumerables gatos que, durante muchísimos años, hasta el final, fue lugar de encuentro y acogida de los exponentes del mundo cultural, de los perseguidos y de los refugiados.

En Nápoles, de su memoria queda una placa en la puerta de la Facultad de Química y un paseo en la periferia.

Saltamontes

viernes, 8 de marzo de 2019

Feminismo y Humanismo


Por FEDERICA MONTSENY

Cierto amable y anónimo amigo me remite un ejemplar de un periódico, diciéndome: «Por si te interesa».

El periódico en cuestión es El Pueblo, de Valencia, y señalado por el mismo remitente veo un artículo que se titula «El tercer sexo» y firma Antonio Dubois.

El escrito —¡cómo no!— habla del feminismo y de las mujeres. Hay en él opiniones muy apreciables y bastante acertadas, y he pensado que merecía el comentario de una mujer, que, como tal, preocúpase preferentemente de los problemas de su sexo y a la que, como muy bien supuso el que tuvo la atención de remitirme el ejemplar del diario valenciano, interesan esas cuestiones del feminismo, aunque sólo sea para combatirlas y situarlas en el punto donde han de partir todas las inquietudes humanas: la transformación de una sociedad injusta y el abandono de una moral y unas preocupaciones que sólo han servido para esclavizar a la mujer y desviar a la especie toda.

Le dedicaré, por tanto, otro artículo al tema del feminismo, que quizá no hará más que repetir lo dicho en anteriores sobre el mismo asunto trazados, ya que dada su permamente actualidad y su lamentable y errónea tendencia, opino que el feminismo merece continuas críticas, y la emancipación de la mujer, máximo problema de los tiempos presentes, el esfuerzo modesto de los que en ella y en su influencia bienhechora, tenemos puesta nuestra esperanza.

Antonio Dubois, en su artículo, divide en dos al feminismo: Uno es el que, según él, «conserva todos los encantos poéticos de la mujer» y otro —el del «Tercer sexo», movimiento formidable que tiene su cuna y su fuerza en Inglaterra— el rudo, acre, despótico, imperativo, con la falta de feminidad que caracteriza a las mujeres solteronas, que odian a los hombres porque no han podido casarse.

El «Tercer sexo», partido numerosísimo —lo que indica el gran contingente de mujeres que la guerra sentenció, con su monstruosa 'devoración de hombres', a la soledad forzosa— tan numeroso que lanza la cifra de un millón 700.000 adherentes, es el que quiere derribar del Poder al hombre y, desde él, imponer su dictadura a la humanidad. Sin embargo, Antonio Dubois, humorísticamente opina que unos cientos de miles de matrimonios aplacarían las iras reivindicadoras de ese millón y medio de mujeres energúmenas.

Este ha sido, el del llamado «Tercer sexo», el movimiento feminista más importante en Inglaterra. El otro, el que «conserva todos los encantos poéticos de la mujer», es lo que se ha bautizado con el nombre de socialismo cristiano, de importación de los países latinos, donde logró adquirir, particularmente en Francia, ciertos ribetes reformistas por haberlo adoptado las mujeres intelectuales y doctas, de tímida tendencia izquierdista. Más aclarado aún: es el propio feminismo anglo-sajón, perfumado y suavizado por la galantería y la espiritualidad humanista y ligera de las razas meridionales.

En España no existe el feminismo del «Tercer sexo». No existe tampoco el socialismo cristiano. En realidad, no existe feminismo de ninguna clase y si alguno hubiese, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante, que su arribo al Poder significaría una gran desgracia para los españoles. Afortunadamente, no sucederá tal cosa.

En cuanto a los feminismos europeos, o las dos clases en que divide el feminismo Antonio Dubois, estimo, como siempre, que ambos adolecen del mismo defecto capital, suavizado en uno, áspero y estridente en otro: la falta de humanismo, de este amor a la humanidad que forma el más preciado y generoso fundamento de todos los ideales.

Es más aún: examinando fríamente el feminismo, sus puntos, sus programas máximos y mínimos, sus figuras y sus actuaciones, se llega a sacar la conclusión de que él, su fuerza retrógrada y coercitiva, suave o áspera —lo mismo da, pues quizá es más reaccionario el latino, con sus ribetes de socialismo o mejor, 'sillonismo', que el anglo-sajón, con sus pintorescas ansias revolucionarias de despechadas— representa un factor muy importante y muy grave, puesto al servicio de la reacción y con posibilidades de entorpecer el camino de las ideas modernas. Es decir, el feminismo, partido de Estado, de privilegio, de mando, de intolerancia religiosa y moral, de asperezas de sexo, de brutalidad dominadora o de falsa suavización de costumbres, puede convertirse, en el proceso evolucionista de los tiempos modernos, en el revulsivo que coarte la libertad del hombre, y de las mujeres, minoría por desgracia, que han logrado despojarse del lastre de los siglos transcurridos en el obscurantismo y el embrutecimiento intelectual.

Yo creo que la cuestión de los sexos está clara, meridianamente clara: Igualdad absoluta en todos los aspectos para los dos; independencia para los dos; capacitación para los dos; camino libre, amplio y universal para la especie toda. Lo demás es reformismo, relativista, condicional y traidor en unos; reaccionario, cerril, intransigente y dañino en otros.


¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre! Propagar un feminismo es fomentar un masculinismo, es crear una lucha inmoral y absurda entre los dos sexos, que ninguna ley natural toleraría.

Antonio Dubois, comprendiendo por una parte el problema, por otra desbarra. Desbarra como desbarran cuantos, sin tener ideas verdaderamente avanzadas, quieren dar explicación y solución a fenómenos y cuestiones modernas.

Y dice, defendiendo el feminismo que él estima útil y verdadero «el insinuante y tierno que acabará por esclavizarnos»: «El día que la mujer legisle y administre, las grandes instituciones básicas de la sociedad en crisis: familia, educación, natalidad, justicia, asistencia social e higiene, hoy vacilantes en los brazos del hombre, se sostendrán con más solidez en las manos de ellas.»

El día que la mujer legisle y administre, continuarán las injusticias, los privilegios, las desigualdades, las miserias y las luchas, porque las bases de la actual sociedad, que Antonio Dubois cree podrá apuntalar el feminismo que conserva todos los encantos poéticos de la mujer que los tenga, no hay fuerza humana que las apuntale, ya que ellas, por podridas e injustas, están condenadas a morir.

He aquí el error fundamental del reformismo, que, como todos los partidos políticos, y hasta como nosotros mismos, ven en la mujer, como madre, educadora y compañera del hombre, un auxiliar precioso y un elemento decisivo para las ideas que se disputan la hegemonía del pensamiento; El reformismo, sea femenino o masculino, cree poder apuntalar a la actual sociedad con concesiones y paliativos. De ahí el origen del socialismo cristiano de Inglaterra y del feminismo meridional, impulsado y favorecido por los partidos políticos de izquierda, feminismo más peligroso que el otro y que en un porvenir no muy lejano verémosle representando el freno tradicionalista en los grandes acontecimientos sociales que se avecinan.

Por esto yo repetiré siempre que el feminismo, sea el que fuere, suave o áspero, reformista o ultramontano, no puede ser jamás un factor evolutivo ni un valor de renovación social. A lo sumo, con sus reformismos, una pequeña conquista arrancada a las preocupaciones y al ancestralismo.

Socialmente, acepta y exige privilegios que si son injustos disfrutándolos los hombres, también lo serán si los disfrutan las mujeres. Humanamente, tolera todas las coacciones de la moral y de la religión, es ordenado y metódico y cuando se vuelve revolucionario es por despecho y no por justicia, y, en ciertos aspectos, da la razón a cuantos hombres no consideran digna de ser igual en libertad y en derechos a la mujer. Es casi una desviación del sexo y en algunos momentos una regresión, representando un peligro para las mismas mujeres que no estén conformes con sus normas e intolerancia. No es capaz de ser demoledor, generoso, abnegado, valiente y altivo ante la sociedad y ante la vida. Carece de comprensividad, de ansias de justicia y de dignificación. Está fosilizado por los prejuicios y la moral reinantes y jamás comprenderá, sea suave o áspero, meridional o anglo-sajón, reformista o reaccionario, satisfecho o despechado, lo que es un ideal de armonía absoluta, de paz completa, de universalismo amplísimo, de evolución infinita y de libertad y perspectivas sin límites.

1 octubre 1924

viernes, 1 de marzo de 2019

Las intervenciones militares por la democracia y la libertad que solo han sembrado muerte y miseria


Por ALBERTO RODRÍGUEZ GARCÍA

Después de millones de muertos, generaciones perdidas, guerras interminables y destruir pueblos enteros, Estados Unidos se quiere retirar de Oriente Medio como si no hubiese sucedido nada.

Esta es la fórmula que mejor resume la política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio y gran parte del mundo. Cualquier país que intente desarrollarse de forma independiente fuera de la órbita gringa está condenado a ser demonizado, a sufrir sanciones, a la desestabilización y, en los peores casos, su destrucción. Todo en nombre de la democracia.

Las guerras en nombre de la democracia y la libertad

La democracia y la libertad; esos dos términos tan utilizados y cuyo significado ya apenas importan. Palabras tan potentes que inspiraron movimientos revolucionarios, hoy están vacías de contenido. En nombre de la democracia y la libertad se han cometido algunos de los crímenes más crueles de la historia moderna.

En nombre de la democracia, Estados Unidos y Reino Unido financiaron el golpe de estado de 1953 contra el primer y último líder elegido de forma democrática con el voto libre de los iraníes, Mohammad Mosaddegh. Su figura fue condenada al olvido por haberse atrevido a cometer el peor de los crímenes: oponerse a convertir Irán en un satélite estadounidense durante la guerra fría.

El golpe contra Mosaddegh marcó el principio de una ola de intervenciones en Oriente Medio que todavía hoy siguen desangrando la región y dejando un rastro de muerte allá por donde pisan las botas de los marines.

En 1958, en nombre de la libertad, 14.000 marines desembarcaron en Líbano para proteger al maronita Camille Chamoun de una rebelión de musulmanes y cristianos que querían acabar con las políticas libanesas hostiles hacia el proyecto de Gamal Abdul Nasser. Poco importaba a EEUU la voluntad del pueblo en este momento, así como poco importaba a EEUU que Camille Chamoun estuviese intentando alargar su presidencia de forma anticonstitucional.

Gamal Abdul Nasser fue demonizado, tuvo que enfrentar la insurgencia de los Hermanos Musulmanes y estuvo a punto de ser asesinado en varias ocasiones. Al parecer era demasiado peligroso que quisiera unir a los árabes fuera de la lógica de la Guerra Fría.

Desde entonces, prácticamente todos los escenarios de Oriente Medio han vivido en primera persona la injerencia norteamericana. Una injerencia agresiva y depredadora. Una injerencia que en prácticamente ningún caso ha sido exitosa.

El derrocamiento de Sadam Husein en 2003 bajo la excusa de las armas de destrucción masiva —que nunca existieron—, aunque en un principio pareció ser la gran victoria de EEUU en la región, hoy se ha convertido en el máximo exponente del fracaso de sus intervenciones junto con la de Libia y ahora también Siria.

El Irak post-Sadam Husein se ha convertido en un cementerio a gran escala. La invasión norteamericana y su falta de planificación a largo plazo provocó indirectamente la creación del Estado Islámico. Y ahora, tras dos décadas de violencia y más de medio millón de muertos, el gobierno que supuestamente tendría que ser un títere estadounidense, no oculta sus simpatías por Irán.

Libia, que con Muhammad Gadafi era uno de los países más ricos, prósperos y estables de África, ahora es un estado fallido dominado por 'señores de la guerra' en el que Al Qaeda en el Magreb Islámico y el Estado Islámico se han asentado sin ningún problema.

¿De qué sirvieron estas guerras?

¿En qué mejoraron las vidas de las personas que las sufrieron? ¿Es eso la democracia? ¿Cuál es el precio de la libertad? ¿Qué libertad?

«No quiero vivir con miedo», es lo único que me dice una amiga de Damasco mientras escribo este texto. La gente solo quiere vivir en paz. ¿De qué sirve perder la juventud? Las guerras por «democracia y libertad» lo único que han provocado es miseria y dolor; generaciones enteras sin poder tener un proyecto de futuro.

¿Qué autoridad moral tienen para decidir que en determinado lugar del mundo hace falta llevar la democracia, los mismos que callan cuando Israel viola sistemáticamente los Derechos Humanos en Gaza? Desde la Casa Blanca no dudan en jalear intervenciones en países que le resultan incómodos, pero guarda silencio cuando las Fuerzas de Defensa de Israel utilizan fósforo blanco o balas de mariposa. Guardan silencio. Guardan silencio como si guardasen luto en el funeral de su decencia.

El petróleo no es suyo. El gas no es suyo. Los minerales no son suyos. La tierra no es suya. Y sin embargo, desde el otro lado del mundo en Washington, a casi 6.000 kilómetros de Oriente Medio, se permiten decidir qué es lo que los pueblos quieren y cuál debe ser su futuro.

Los oficiales norteamericanos no es que se crean con la potestad de decidir el futuro de los árabes; es que actúan como si la tuviesen. Actúan como si fuesen los caballeros de un canto de trovadores que van, como en los relatos medievales, recorriendo el mundo cazando monstruos. Pero la única verdad que existe es que ellos son los monstruos.

Estados Unidos, en lugar de preocuparse por destruir el mundo, debería preocuparse por respetar el Derecho Internacional y por cuidar a su propia población. Porque un país que permite que 45.000 de sus ciudadanos mueran anualmente por falta de acceso al sistema sanitario, no tiene autoridad moral alguna para juzgar a terceros.

Cuanto peor mejor. Así funciona la política exterior norteamericana.

Irán lleva 40 años de demonización constante. Irán lleva 40 años sufriendo sanciones que tienen como objetivo agravar la crisis, hundir la economía y generar descontento provocando la miseria de la población. Irán lleva 40 años enfrentando la insurgencia de grupos armados que reciben financiación y armamento desde EEUU y cuya colaboración no oculta la CIA. Y sin embargo, desde Washington nos dicen que la amenaza para la estabilidad mundial son los iraníes. Y desde los voceros de la Casa Blanca nos insisten en que la situación de Irán es provocada al 100% por los Ayatolás, y que hay que liberar al pueblo del yugo al que está sometido. Pero seamos honestos, ¿quién puede creer a estas alturas que la libertad importa lo más mínimo?

Es vergonzoso escuchar al presidente estadounidense del momento decir que Irán necesita democracia. Es vergonzoso porque fueron los estadounidenses quienes derrocaron al gobierno democrático de Mosaddegh para colocar de nuevo al gobierno títere del Shá.

Estados Unidos ya es un imperio decadente. Donald Trump comprende que medio siglo de intervenciones en Oriente Medio no han servido para absolutamente nada. Que invertir en seguir desestabilizando Oriente Medio como hasta ahora es como tirar dinero a un pozo sin fondo. Trump se ha dado cuenta que ni siquiera los que fueran sus títeres le tienen respeto. Por eso se retira. Pero se retira como si no hubiese sucedido nada.

Desde la primera intervención en 1953 ha habido mucha historia. Una historia de violencia, que ha provocado la muerte de millones.

Hay generaciones perdidas, generaciones que solo conocen la guerra. El integrismo islámico ha hecho a algunas regiones volver a la Edad Media. En algunas regiones el tráfico de personas está a la orden del día. En ningún país han mejorado las condiciones de vida gracias a las intervenciones estadounidenses. No hay ni más democracia, ni más libertad. Pero Donald Trump se retira, como si no hubiese sucedido nada.

14 febrero 2019