martes, 25 de agosto de 2020

¡Kropotkin tenía razón!

 Colonia de vampiros ('Desmodus rotundus').
 
El vampiro es un murciélago americano que arrastra mala fama, ya que se alimenta de sangre, sangre que chupa del ganado doméstico. Debe cenar todas las noches, porque, de lo contrario, tras dos noches en ayunas moriría de hambre. El día lo pasa dormido en grutas u otras oquedades agrupándose con otros ejemplares en colonias, especialmente hembras. Cuando un ejemplar no ha comido, pide alimento a otro que la regurgita y comparte, así para la próxima vez devuelve el favor. Aquellos que no comparten el alimento son rápidamente detectados y excluidos, los cuales para ser readmitidos tienen que ser más generosos. Los vínculos generosos de estos mamíferos hematófagos no solo se producen entre parientes, también se hacen con los conocidos, y cuantas más amistades tengan mayores serán las garantías para poder sobrevivir. Su supervivencia se debe a esta cooperación, rivalizar entre ellos sería completamente inútil. Un ejemplo de que entre los animales la lucha de la vida no se basa en una riña o disputa de todos contra todos; hay muchas estrategias de supervivencia como la velocidad, el tamaño, los venenos, púas y corazas, el camuflaje o el engaño, entre otros más, pero el acto de colaborar y unirse resulta ser de lo más eficaz.
 
En 1880 el zoólogo ruso, de origen alemán, Fiodorovich Kessler pronunciaba una conferencia en San Petersburgo en la cual presentaba su tesis de cómo la ayuda mutua entre los animales es un factor importante en su evolución y supervivencia. Otro compatriota suyo, años después, se sirvió de tales argumentos para rebatir en una revista científica a otro eminente naturalista inglés que defendía el punto de vista contrario. El inglés se llamaba Thomas Huxley, que propugnaba por lo que él llamó «la lucha por la existencia», presentando la naturaleza como un sangriento y cruel combate de gladiadores donde el más fuerte sobrevive y deja descendencia; y el ruso era Piotr Kropotkin, divulgador científico y militante anarquista, cuya serie de artículos se publicarían bajo el título de El Apoyo Mutuo.
 
Y, a modo de presentación, podemos partir de un pequeño esbozo biográfico de este personaje interesante y poco conocido por la gran mayoría.
 
Piotr A. Kropotkin nació en Moscú en 1842 en el seno de una familia de la alta aristocracia rusa. Fue una de las figuras teóricas más relevantes del anarquismo mundial (del comunismo libertario en concreto). Desde muy joven rechazó su título nobiliario de 'príncipe' —aunque así se le conociese, muy a su pesar— y se sensibilizó por la causa de los oprimidos, en especial de los siervos. Entró en el elitista Cuerpo de Pajes del Zar e ingresó en la academia militar en 1857; allí estudió ciencias, filosofía e historia, entre otras cosas. También conoció las ideas radicales y liberales que corrían por el resto de Europa. Al salir de ella se incorporó como oficial en un regimiento en el este de Siberia, donde exploró y cartografió regiones incógnitas, entró en contacto con los nativos y observó la naturaleza siberiana. Tras ver la situación de los presos políticos deportados, la arbitrariedad de los mandos y la absurda disciplina militar, decidió abandonar la vida castrense en 1867.
 
Estudió en la Universidad de San Petersburgo geografía y matemáticas, hizo un viaje por los lagos de Finlandia y fue el primero en darse cuenta que durante las glaciaciones del Cuaternario los hielos ocuparon grandes extensiones de tierra continental, mucho más de lo que se creía entonces. Le propusieron a un puesto en la Sociedad Geográfica Rusa que rechazó, lo consideraba un privilegio mientras se mantuviesen las malas condiciones de vida del pueblo ruso. Abandonó un prominente futuro académico y de investigación científica para optar por el activismo revolucionario y social. 
 

El anarquista Kropotkin rebatió magistralmente
al calvinista Huxley.

 
En 1872, al año siguiente de la Comuna de París, salió de Rusia y visitó Suiza, donde ingresó en la Primera Internacional junto los moderados, pero que tras conocer a los bakuninistas de la Federación del Jura, simpatizó con sus ideas y se hizo anarquista como ellos. Regresó a Rusia y se relacionó con los sectores antizaristas y revolucionarios del populismo ruso. Fue encarcelado por las autoridades en 1874 en la fortaleza-cárcel de Pedro y Pablo de la entonces capital rusa. Enfermó de escorbuto y lo internaron en el hospital de la prisión, desde allí se fugó con ayuda externa en 1876. Se trasladó a Suecia, Inglaterra (donde para poder sustentarse, escribió artículos de divulgación en varias publicaciones científicas, y así dar a conocer en Occidente los descubrimientos rusos) y Suiza. En Suiza conoció a J. Guillaume, E. Malatesta y E. Reclus, pero también a quien sería su compañera de por vida: Sofía Anániev. En 1878 tuvo en una breve estancia en España tras la separación entre bakuninistas y marxistas.
 
En 1879 fundó el periódico Le Révolté, donde escribió sus artículos de ideología libertaria. La militancia anarquista y la divulgación científica fueron sus dos dedicaciones. Tras el asesinato del zar Alejandro II por populistas en 1881, fue expulsado de Suiza como otros refugiados, por instigación del Gobierno zarista. Reclus compiló una serie de textos de Kropotkin que se transformaron en su primer libro impreso Palabras de un rebelde. Se refugió primero en Inglaterra —desde donde escribió el Obituario dedicado a Darwin, en el que ya cuestionaba el viraje que llevaba su visión competitiva de la naturaleza— y después en Francia, en el pueblecito de Thonon-les-Bains siguió escribiendo para su periódico y colaboró con la Enciclopedia Británica. Por coherencia, rechazó una invitación para ingresar en la Real Sociedad Geográfica británica.
 
Tras los sucesos de una manifestación obrera de Lyon, Kropotkin junto otros anarquistas fue detenido por «internacionalista» en 1882, durante el juicio hizo una magistral declaración de principios. Condenado a cinco años. Impartió clases a sus compañeros presos. Muchos intelectuales y científicos pidieron su excarcelación, entre ellos Alfred Wallace (coautor junto a Charles Darwin de la teoría de la selección natural) al contrario que Huxley y Spencer que se negaron.
 
Dibujos de Kropotkin del río Amur y la taiga siberiana. 

Anotaciones de los afluentes del río Vitim y mapa.

 
Amnistiado a los tres años se exilió a Gran Bretaña, bajo la condición de que abandonase su militancia activa, aquí termina el Kropotkin agitador y comienza el teórico. Con una vida más tranquila se dedicó a hacer conferencias y siguió escribiendo artículos varios. Colaboró en la fundación de Freedom en Inglaterra y La Révolte en Francia, periódicos de difusión del ideal ácrata. Allí, en Inglaterra, se publicaba La conquista del pan donde reflejaba su modelo social anarco-comunista. Más tarde, tras unos artículos previos, salió en 1902 El Apoyo Mutuo como refutación a los postulados socialdarwinistas. Además de Campos, fábricas y talleres, La Gran Revolución y Memorias de un revolucionario, añadamos también varios folletos. Le ofrecieron la Cátedra de Geografía en Cambridge, que Kropotkin también rehusó tal oferta. En 1912 también intervino en el Primer Congreso Eugenésico manifestando su oposición a tal práctica. Antes de regresar a su país natal escribió otra serie de artículos en defensa del neolamarckismo y contra la teoría del plasma germinal de August Weismann.
 
En 1897 hizo su primera gira de conferencias por los EEUU, el tema era sobre el apoyo mutuo en la naturaleza y la sociedad humana. Visitó en la cárcel a Alexandr Berkman, preso por atentar contra un gran empresario industrial que contrató matones para reprimir una huelga. La segunda gira fue en 1901, donde asistió a varias conferencias académicas, sin olvidar a los compañeros anarquistas que organizaron actos. Aprovechó su estancia para divulgar la literatura rusa. Tras la reacción zarista que acabó con la Revolución de 1905, su casa de Londres fue refugio de exiliados rusos.
 
Su credibilidad disminuyó entre los anarquistas cuando tras estallar la Primera Guerra Mundial Kropotkin apoyó a los aliados de la Entente contra los Imperios Centrales, animando a los obreros a participar en esta gran matanza debido a su vehemente germanofobia. ¡Nadie es perfecto, los seres humanos tenemos también defectos! Por este 'gran error' se le condenó y fue arrinconado y apartado del movimiento libertario internacional.
 
En el verano de 1917 regresó a Rusia tras el derrocamiento del zar, en Moscú fue consultado algunas veces por el Gobierno Provisional. Al tomar el poder los bolcheviques en noviembre, Kropotkin se trasladó a Dmitrov. Sus relaciones con éstos fueron distantes, mientras tanto muchos anarquistas eran encarcelados por la Cheka, policía política predecesora de lo que fue la KGB, era ya muy viejo y estaba débil no pudiendo intervenir en ningún evento de aquellos años de la Revolución Rusa. En su casita de madera (ahora museo) fue visitado por varios personajes como el ucraniano Nestor Majnó, la 'anarcofeminista' Emma Goldman y, también, por el mismo Lenin. Cuando le sobrevino la muerte, el 8 de febrero de 1921, estaba escribiendo Ética: Origen y evolución de la moral. La familia rechazó la oferta de un funeral oficial, fue enterrado en Moscú, cuyo sepelio fue organizado por lo que quedaba de la Federación de Grupos Anarquistas de Moscú, ya que la mayor parte estaban presos. A su entierro, a pesar de la nevada, asistieron unas 20 mil personas, fue la última gran manifestación antigubernamental de masas que hubo en Moscú hasta la desaparición de la Unión Soviética. Esto sucedió semanas antes de la brutal represión de los marinos y obreros de la isla-fortaleza de Kronstadt en manos del Ejército Rojo de Trotski, en marzo de 1921.
 

Dibujo suyo de la cárcel francesa y
retrato que se le hizo tras su salida.

Funeral multitudinario de Kropotkin en Moscú.

 
 El pensamiento multidisciplinar de Kropotkin giraba en torno a que desde el apoyo mutuo en el reino animal se llegaba a unos principios morales básicos, y así poder alcanzar un modelo social más equitativo y libertario, anteponer el socialismo al individualismo. Pretendió demostrar que, en contra de lo que se cree, el ideal ácrata se podía corroborar con unas bases científicas. Rechazó el marxismo, por considerarlo «metafísica económica» y autoritario (junto al liberalismo, son las dos caras de la misma moneda), igual que al parlamentarismo representativo (que no es verdadera democracia porque no es directa,) y todo aquello que tuviese que ver con el Estado. Mientras hubiese injusticias y desigualdades sociales, prefirió el activismo político al privilegiado mundo académico y científico, aunque mantuviese su fe ciega en el progreso tecno-científico como solución a los problemas sociales (sin prever la posible manipulación por el capitalismo que lo financiaba y, por consiguiente, su nefasto impacto medioambiental). Siempre mantuvo una postura contraria al protagonismo que se da unos pocos en detrimento de muchos, al reconocer que las grandes ideas filosóficas y las teorías científicas no son obra de una sola persona sino de su tiempo. Fue el autor más leído en el mundo hispanohablante por los trabajadores e intelectuales de las primeras tres décadas del siglo XX. Y sus ideas se intentaron llevar a cabo en las comunas-libres majnovistas de los años de la Revolución rusa y en las colectivizaciones anarquistas que hubo durante la Guerra Civil española.
 
Para el próximo año 2021, en febrero, se cumplirá el centenario de su fallecimiento, y para ello editamos este número especial de AMOR Y RABIA (el 75) en su recuerdo. Kropotkin —a pesar de su 'gran error'— es uno de los librepensadores más reconocidos en el «mundillo» libertario; por ello se ha escrito, y se escribirá, mucho sobre él, y más en las próximas fechas. Pero, también se le conoce —aunque algo menos— por su aportación a las ciencias naturales; en especial, su defensa y divulgación de la teoría (o ley) de la ayuda mutua de Kessler como factor importante en la evolución biológica y también su influencia en la historia de la humanidad. En su momento, entre la «comunidad científica» inglesa fue respetado, aunque considerado un personaje singular debido al contraste de su procedencia y lo que defendía ideológicamente. Por ser anarquista se le ninguneó, aduciendo que se dejaba llevar por ello, como si los otros, Darwin, Huxley o Spencer, por muy científicos y prestigio que tuviesen, no careciesen de ideología política y prejuicio alguno que les condicionase su visión de las cosas. Pero, no es cuestión por mi parte de repetir más de lo mismo, ya que Kropotkin también aportó algo más a tener en cuenta.
 
Cuando vemos los documentales televisivos sobre naturaleza, siempre nos la presentan como un inmenso campo de batalla en el que todos los animales para sobrevivir tienen que estar eternamente luchando. Aunque podemos utilizar metafóricamente la expresión «lucha» como la capacidad de resistencia y adaptabilidad ante las adversidades y las inclemencias del medio que les rodea para poder seguir adelante —esa fue intención original que el mismo Darwin nos expuso—, lo más frecuente en entenderse es directamente una guerra sin cuartel entre todas las partes, una extrapolación del ideal competitivo de la economía de mercado o capitalismo dominante al mundo natural. Pero, aunque no incidan demasiado, también vemos cómo los depredadores se agrupan para cazar grandes presas que por sí solos no podrían; así como estas presas forman manadas para protegerse —varios pares de ojos y orejas ven y oyen mejor que un solo par—, incluso haciendo frente a los atacantes. El hecho de ayudarse les beneficia más que perjudica, así consiguen sobrevivir, y, por ende, poder llegar a tener más descendencia. Kropotkin en su libro El Apoyo Mutuo nos expuso varios ejemplos, algunos de ellos observados directamente por él mismo en sus estudios de campo siberianos. Pero esta cooperación va más allá del reino animal, incluye todos los seres vivos.
 

Quién dijo eso de «homo homini lupus» no tenía
ni idea de la naturaleza social del lobo.

 
Esta lucha por unos recursos limitados es lo que influyó en la teoría de la selección natural de Darwin y Wallace. Selección implica la acción y efecto de elegir a una o varias cosas entre otras, separándolas y eliminándolas, para elegir lo que se considere mejor, lo más apto. Lo que nos conduce a ver un tipo de competencia en la que unos ganan y otros pierden, esto es lo que el sistema capitalista ha utilizado como pilar teórico de su estructura socioeconómica. Mientras lo que vemos en la naturaleza es variedad de seres vivos, no hay una especie de criba que de lo contrario haya reducido tal multiplicidad viviente. Biodiversidad llamamos a esa gran variedad de vida rodeada de vida que tenemos, si se reduce perderíamos un gran potencial de vida, despilfarro que no se puede permitir esta nuestra biosfera, con sus ciclos de la materia y flujo de la energía.
 
En la «Red de la Vida» que conforma nuestra naturaleza, los carnívoros dependen de los herbívoros, así como éstos de las plantas. Si desaparecen las plantas, no habría animales herbívoros y, por ende, animales carnívoros. Si los carnívoros desaparecen, los herbívoros esquilmarían las plantas y terminarían muriendo por inanición. Los grandes depredadores controlan las poblaciones de grandes herbívoros, permitiendo el crecimiento de plantas, como árboles. La sombra de los árboles impediría el crecimiento de hierbas y arbustos, así los grandes herbívoros controlan la expansión de tales árboles, y dará crecimiento a otra vegetación que permitirá la existencia de pequeños herbívoros, alimento de pequeños y medianos carnívoros. Y los grandes carnívoros controlan a los pequeños y medianos carnívoros que podrían eliminar los pequeños herbívoros. Cuanto mayor sea el número de actores en este escenario, mejor irá la función. No es una sino varias las cadenas tróficas que se entretejen. 
 
Aparte de alimento, las plantas desprenden el oxígeno necesario para la respiración de los animales. Sin plantas no hay animales, y sin animales tampoco habría variedad de plantas. Además, las plantas con flor —que son la mayor parte— dependen de los insectos polinizadores, a cambio de alimento ellos portan el polen con las que son fecundadas y se reproducen. Por otra parte, tenemos a los pájaros frugívoros que tras comer el fruto expulsan sus semillas al pasar por su tracto digestivo, ayudando a su dispersión. Los animales se alimentan y las plantas pueden crecer y multiplicarse. Esto también es más coordinación que competencia.
 
Sin olvidar, que las plantas son los 'productores primarios' que conforman la base sobre la que se sustenta la llamada «pirámide trófica» natural, sin estos cimientos toda la estructura se derrumba, y esto se debe a una relación basada en la colaboración, y no la competencia. La mayoría de las plantas están vinculadas a otros organismos pluricelulares que sin ellos no sobrevivirían, estoy hablando de los hongos (nuestras setas son los cuerpos fructíferos de ellos). Alianza hongo-planta que existe desde hace 400 millones de años y no es complicada, el hongo proporciona los nutrientes del suelo a la planta por sus raíces y, a su vez, la planta pasa los azucares que obtiene por fotosíntesis al hongo. Esta relación basada en el apoyo mutuo: las micorrizas, es la que sostiene todos nuestros ecosistemas terrestres, sin ella no estaríamos aquí. Recordemos que las primeras plantas ni tenían raíces. Sin olvidar, que por el suelo de todo el bosque las raíces de los árboles y los micelios de los hongos están comunicados entre sí en una vasta red solidaria, los nutrientes que faltan en una zona son trasladados desde otra. Aquí no se ven lucha ni competencia, y luego nos hablan de la importancia que tienen el mundo natural. En los ecosistemas marinos la base se sustenta en el fitoplancton, y los detritívoros tienen un papel de relevancia. Los pequeños peces pueden formar enormes cardúmenes, que cuando se mueven por los océanos aparentan ser un monstruoso animal y varias especies de depredadores, como delfines, tiburones y atunes, se coordinan para pescarlos, otras dos estrategias de supervivencia basadas en el apoyo mutuo. Incluso en el fondo marino las bacterias se asocian para intercambiar gases, no compiten por los recursos. ¡Kropotkin no andaba muy descaminado en su visión de la naturaleza!
 
Pero, siempre hay tramposos, los «listillos» que sacan provecho del asunto, en este caso, por ejemplo, los hongos parásitos. Los parásitos, aunque estén ahí, poco (que no quiere decir nada) aportan al funcionamiento del mecanismo que mueve el sistema; aunque, esta relación simbiótica, cuanto más fuerte sea, hace que las plantas puedan ser más resistentes a tal parasitismo. El parasitismo como la depredación (animales que comen plantas, y animales que comen animales que comen plantas) son relaciones de interdependencia que pueden acelerar el proceso de diversificación, al ser un método de control de poblaciones, permitiendo que otras especies diferentes existan, incrementando tal biodiversidad, o tengan un papel sanitario entre las poblaciones al eliminar los ejemplares enfermos o tarados y así evitar epidemias. En este caso, podríamos considerar la selección natural como algo adicional en la naturaleza, de importancia secundaria pero no esencial y vital. Es como los aditivos que se añaden al hormigón que ayudan, pero no son importantes. El hormigón es una mezcla de arena y grava con cemento y agua, al juntarlos ya comienza el fraguado, al añadirles aditivos solo aceleran o retrasan el endurecimiento, pero son irrelevantes a tal proceso. Pero, todavía a la selección natural, desde el mundo académico y la comunidad científica, se la sigue desde el siglo XIX otorgando una importancia no justificada, como vemos en los documentales televisivos.
 
Entre los hongos también tenemos a los saprófitos, descomponedores de material vegetal, como la hojarasca y la madera muerta de nuestros bosques. Estos organismos son el equivalente a los carroñeros entre los animales. Materia descompuesta que luego es asimilada por los seres vivos que forman el mantillo del suelo de los bosques, para generar los nutrientes que sean absorbidos otra vez por hongos y plantas, y plantas que serán alimento de los animales, en un ciclo constante de reciclaje, nada se desperdicia. Todo está relacionado, no hay competencia sino todo lo contrario, coordinación. Incluso podemos considerar al bosque como un gran ser vivo, cuando se forma un claro tras el derrumbe de un árbol, pronto es sustituido por otro, similar al proceso de cicatrización de una herida en nuestra piel. Lo que nos conlleva a considerar que el funcionamiento de los ecosistemas y los organismos no difieren tanto.
 

Sin la vieja alianza hongo-planta no existirían
nuestros ecosistemas terrestres.

 

 ¿Y qué decir de los líquenes? Dos seres vivos distintos que hacen un solo ser vivo. Esta unión de hongos y algas o cianobacterias es el ejemplo más perfecto de apoyo mutuo: la simbiosis. Su supervivencia se debe a esta colaboración, sin la cual no podrían vivir en los lugares más inhóspitos del planeta, sin contaminar. Es la simbiosis la que ha tenido, y tiene, una gran importancia en la historia natural de la Tierra, mucho mayor que la tan cacareada selección natural. De ello se dieron también cuenta otros naturalistas rusos, coetáneos de Kropotkin, como A. Brandt y K. Merezhkovski.
 
Hongos, plantas y animales son organismos pluricelulares, con millares de células que conforman sus cuerpos y órganos, tales células tampoco compiten ni luchan entre sí, como tampoco sus tejidos y órganos. ¿Os imagináis a los glóbulos rojos compitiendo por cuál obtiene más oxígeno o a los dos riñones rivalizando por cuál se lleva toda la sangre para filtrar? Incluso, además de las células somáticas hay bacterias que coexisten en el interior del tubo digestivo de los animales, que sin ellas no podrán hacer la digestión y asimilar la comida. Y hablando de cuerpos u organismos ¿qué decir de los hormigueros, colmenas o termiteros? Colonias de insectos que funcionan como si fuesen un único 'superorganismo', cuyos componentes no pueden vivir aislados. Una hormiga, una abeja o una termita no son nada aisladas, deben sus vidas a la comunidad. ¿Y los mixomicetos? Protozoos que en un momento de su vida se agrupan y constituyen como un ser pluricelular. La tendencia a la agregación supone también un incremento en complejidad, y para ello es necesario que no haya lucha y competencia entre las partes.
 
La asociación o agregación de los seres vivos fueron saltos evolutivos esenciales para incrementar la complejidad de la vida. Desde las procariotas a las eucariotas, de los seres unicelulares a los pluricelulares, llegando hasta las sociedades y los ecosistemas, y el conjunto de todo que es la biosfera, siempre ha marcado la tendencia a la asociación y coordinación. La célula eucariota, el tipo de células que constituyen nuestro propio cuerpo, células que poseen núcleo y orgánulos dentro de una membrana, es también el resultado de otra unión simbiótica. Lynn Margulis —que fue para el siglo XX lo que Darwin para el XIX— recogió el testigo de los viejos evolucionistas rusos y defendió que fue la unión simbiótica de varias células procariotas (bacterias y arqueas) la que creó a la eucariota. En esta simbiogénesis está el origen de los protistos (protozoos y algas), animales, hongos y plantas; sin esta alianza, otro ejemplo de apoyo mutuo, tampoco existiríamos. ¿Y seguimos dando importancia a la lucha y la competencia…?
 
 

De la bacteria a la célula eucariota, de los seres unicelulares
a los pluricelulares es el rumbo que llevó la evolución.
La tendencia es a la cooperación y asociación.

 
Actualmente hay dos interpretaciones que pueden ser la base de un nuevo paradigma científico que permita otro avance en el estudio de los seres vivos, otro paso más en la próxima «revolución copernicana» en ciencias naturales. Estoy hablando de la Teoría de Sistemas Integrados del bioantropólogo Máximo Sandín y la Teoría Gaia Orgánica del físico Carlos de Castro Carranza, ambos recogen algunas de las ideas de Kropotkin.
 
Nosotros, los humanos, somos también animales, como animales no estamos ni por encima ni fuera de la naturaleza, formamos parte de ella. Sociales como nuestros parientes los simios, aunque constituyamos sociedades más complejas y tecnológicas, igual que ellos (pero más evolucionados) poseemos unas conductas, que podemos definir como morales, para llevar mejor nuestra convivencia en grupo. Kropotkin defendía lo mismo, en contra de la idea de que fue la civilización la que nos apartó de la cruel «guerra de todos contra todos», fue esa sociabilidad animal la que nos hizo humanos. Descendemos de seres sociales, y antes de las convenciones y las normas impuestas por autoridades, ya teníamos una conducta moral, empatizamos con nuestros semejantes y sabemos que hay que tratarlos como queremos que lo hagan con nosotros antes de inventar las leyes. La base neuronal de nuestra naturaleza social fue confirmada con el descubrimiento de las neuronas espejo hace 25 años. Nosotros como especie descendemos de la unión y no la lucha, en vez de exterminar a los neandertales conservamos sus genes, también son nuestros antepasados. Y antes de nuestra salida de la «cuna africana» ya proveníamos de otros cuatro linajes mezclados. O sea, nuestros antepasados se hibridaron, lo que tira por la borda la idea de una selección natural que filtraba y beneficiaba solo a los más aptos.
 
 
Kropotkin veinte años después de escribir los artículos que dieron a El Apoyo Mutuo, escribió para la misma revista de divulgación científica otros artículos sobre la influencia del medio en el desarrollo de animales y plantas, propugnando su acercamiento al neolamarckismo, intentó en vano sintetizar a Darwin con Lamarck (recordemos que el mismo Darwin también era lamarckiano). Al igual que le pasó a Darwin antes de morir, dudaba de la relevancia de la selección natural como factor de la evolución, y mostraba varios estudios experimentales que lo exponían. Entre estos estudios estaba el que hizo Kammerer con sapos parteros, a quien acusaron de fraude y por ello se suicidó, y recientemente se ha descubierto que no hizo trampa. También rebatía a la teoría del plasma germinal de A. Weismann, en la que se defiende que la información genética está guardada en el interior del núcleo de las células y sin influencia externa alguna, que fue posteriormente confirmada con el descubrimiento de los cromosomas y la estructura del ADN, y es una de las bases del neodarwinismo que impera aún en las ciencias biológicas. Kropotkin consideró que la influencia ambiental también intervenía, y su punto de vista perdió —de momento— ante esas evidencias. Pero, en Ciencia nunca está dicho todo y se puede dar la vuelta, gracias a los recientes avances y conocimientos en epigenética Kropotkin no andaba muy errado. La influencia del medio en los genes es un hecho, la «herencia blanda» del lamarckismo vuelve a ser revitalizada. Simbiosis y epigenética son dos mecanismos alternativos en la evolución biológica producen cambios más rápidos en los organismos que las mutaciones al azar y la selección natural —sin olvidar la «energía oscura» en la evolución que son los virus (una parte de nuestro ADN es de origen vírico)—, y, por extensión, una mayor complejidad. Ante unos recursos limitados se obtiene una mayor eficiencia con la cooperación que con la competencia.
 
La rivalidad y la lucha son circunstanciales, colaterales o residuales, pero no son el motor principal de la vida en la Tierra. Interdependencia y variedad es lo que hay, la selección natural darwiniana actuaría como un tamiz o filtro que reduce tal variedad. Y lo que hace que los componentes de los ecosistemas y los ciclos de la materia de nuestra biosfera funcionen mejor es justo esa diversidad; lo que quiere decir que tal selección natural, que implica una competencia, con sus ganadores y perdedores, es ineficaz e irrelevante, no es funcional. A esta variedad de seres vivos y ecosistemas es lo que llamamos biodiversidad. En vez de la «supervivencia de los más aptos» lo que ha habido a lo largo de la historia natural del planeta es un incremento de la complejidad y biodiversidad, como ya dije anteriormente, zancadas evolutivas desde las células procariotas a las eucariotas, de los seres unicelulares a los pluricelulares, y de estos a las sociedades y los ecosistemas que conforman nuestra biosfera. Para ello fue necesaria una cierta coordinación y cooperación, la lucha y la competencia son inútiles. Aunque en nuestra sociedad exista la explotación, el crimen y la violencia, lo que hace que se ponga en marcha es justo lo contrario. Aunque el pez grande se coma al chico, la unión hace la fuerza… ¡Qué razón tenía el viejo camarada ruso!
 
¡Kropotkin tenía razón!