domingo, 30 de enero de 2022

Tierra y Libertad: El ideario de Ricardo Flores Magón


Por ÁNGEL J. CAPPELLETTI

Desde varios puntos de vista puede decirse que Ricardo Rores Magón es el más representativo de los pensadores anarquistas latinoamericanos: 1) en cuanto unió, mejor que nadie tal vez, la razón con la vida, el pensamiento con la acción; 2) en cuanto sintetizó una filosofía social universalista con una concepción autóctona y ancestral de la convivencia humana; 3) en cuanto mantuvo, en una coyuntura particularmente importante para la historia de su país (la Revolución antíporfirista), es el ideal de una transformación radical y la aspiración a una sociedad sin clases y sin Estado.

Igual que su contemporáneo, el peruano González Prada, pasó Flores Magón del liberalismo radical al anarquismo; igual que él supo remitirse a las tradiciones del comunitarismo indígena; igual que él trajo a primer plano el problema del indio desde la perspectiva de un socialismo libertario.

Nacido en un pueblo comunero del estado de Oaxaca, Flores Magón tuvo desde niño la experiencia de un régimen ancestral en el cual todo, menos las mujeres, era común. Su padre, Teodoro, trasladada ya la familia a la Ciudad de México, se había encargado, por otra parte, de hacerle comprender «el miserable estado del obrero» de la capital, con una jornada de trabajo de doce horas o más y un salario de veinticinco centavos al día, estado paralelo al del peón de campo, que labora de sol a sol y percibe doce centavos diarios y un puñado de maíz y frijol.

En la raíz de todos los males encuentra Flores Magón la propiedad privada de la tierra. «La tierra es el elemento principal del cual se extrae o se hace producir todo lo necesario para la vida. De ella se extraen los metales útiles: carbón, piedra, arena, cal, sales. Cultivándola, produce toda clase de frutos alimenticios y de lujo. Sus praderas proporcionan alimento al ganado, mientras sus bosques brindan su madera y las fuentes sus linfas generadoras de vida y de belleza. Y todo esto pertenece a unos cuantos, hace felices a unos cuantos, cuando la naturaleza lo hizo para todos. De esta tremenda injusticia nacen todos los males que afligen a la especie humana, al producir la miseria. La miseria bestializa el rostro, el cuerpo y la inteligencia» (REGENERACIÓN, 12 de octubre de 1910). Poco antes, en el mismo artículo, sentaba Flores Magón la tesis básica: «La tierra es de todos». Durante muchos siglos no tuvo dueño alguno. La propiedad de la tierra se vincula con la esclavitud. «El primer dueño apareció con el primer hombre que tuvo esclavos para labrar los campos, y para hacerse dueño de esos esclavos y de esos campos necesitó hacer uso de las armas y llevar la guerra a una tribu enemiga. Fue, pues, la violencia el origen de la propiedad territorial, y por la violencia se ha sostenido desde entonces hasta nuestros días.» No es difícil reconocer aquí ideas que pueden encontrarse en Kropotkin y en otros anarquistas contemporáneos de Flores Magón, pero que se remontan por lo menos hasta Proudhon, para quien la propiedad no sólo se identifica con el robo sino también con el asesinato. Flores Magón escribe: «La propiedad territorial se basa en el crimen, y, por lo mismo, es una institución inmoral». Más aún, ella es la fuente de todos los males que afligen a la humanidad: «El vicio, el crimen, la prostitución, el despotismo, de ella nacen». Ejército, judicatura, parlamento, policía, presidio, cadalso, Iglesia, gobierno y burocracia resultan necesarios para protegerla. Evocando a los Gracos, a Münzer y los anabaptistas, a Babeuf, a Bakunin y por fin a la misma Revolución Méxicana, como voces que a través de la historia claman por la tierra, Flores Magón vaticina: «El rebaño tiembla presintiendo el ataque, y, rompiendo el silencio un grito, que parece un trueno, rueda sobre las espaldas y llega hasta los tronos: ¡Tierral» Y «este grito, que corresponde a una idea guardada con cariño a través de los tiempos por todos los rebeldes del planeta, —añade con exaltación revolucionaria— este grito sagrado transportará el cielo con que sueñan los místicos a este valle de lágrimas, cuando el ganado humano deje de lanzar su triste mirada al infinito y la fije aquí, en este astro que se avergüenza de arrastrar la lepra de la miseria humana entre el esplendor y la grandeza de sus hermanos del cielo». Empeñado en la tarea de la revolución social, exhorta a los campesinos a la acción inmediata: «Taciturnos esclavos de la Gleba, resignados peones del campo, dejad el arado. Los clarines de Acayucan y Jiménes, de Palomas y las Vacas, de Viesca y Valladolid, os convocan a la guerra para que toméis posesión de esa tierra, a la que dais vuestro sudor, pero que os niega sus frutos porque habéis consentido con vuestra sumisión que manos ociosas se apoderen de lo que os pertenece, de lo que pertenece a la humanidad entera».

Es cierto que ya desde 1902, según refiere Librado Rivera, Ricardo Flores Magón lee, en la biblioteca del liberal Camilo Arriaga en San Luis Potosí, las obras de Kropotkin, de Bakunin y quizá de Marx, pero también lo es que en la prosa revolucionaria de REGENERACIÓN vibra, junto a las ideas socialistas (y, más concretamente, anarquistas), la nostalgia indígena por la tierra madre, de la cual el campesino se ve secularmente despojado (J.D. Cockcroft, PRECURSORES INTELECTUALES DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA, México, 1976, p. 81).

La ideología anarco-comunista coincide, por lo demás, perfectamente con la ideología del «calpul» y con el comunalismo agrario de los indios mexicanos, o, por lo menos, Flores Magón así lo cree. El 18 de marzo de 1911 escribía en REGENERACIÓN: «El derecho de propiedad es un derecho absurdo porque tuvo su origen en el crimen, el fraude, el abuso de la fuerza. En un principio no existía el derecho de propiedad territorial de un solo individuo. Las tierra eran trabajadas en común, los bosques surtían de leña a los hogares de todos, las cosechas se repartían a los miembros de la comunidad según sus necesidades. Ejemplos de esta naturaleza pueden verse todavía en algunas tribus primitivas, y aún en México floreció esta costumbre entre las comunidades indígenas en la época de la dominación española, y vivió hasta relativamente pocos años, siendo causa de la guerra del yaqui en Sonora y de los mayas en Yucatán el acto atentatorio del despotismo de arrebatarles las tierras a esas tribus indígenas, tierras que cultivaban en común desde hacía siglos». En la antigua comunidad indígena, que cultiva sus tierras en común, ve Flores Magón el modelo y aun podría decirse la semilla de un futuro México comunista. Unos quince años más tarde también Mariátegui busca una salida hacia el Perú socialista en «la supervivencia de la comunidad y de los elementos de socialismo práctico en la agricultura y en la vida indígena». Cree que «el comunismo... ha seguido siendo para el indio su única defensa». Está convencido de que en las comunidades indígenas peruanas «subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunista» (citado por Adam Aderle, LA VANGUARDIA PERUANA Y AMAUTA, 'Ultimas Noticias', Caracas, 5-4-87). Tales convicciones de Flores Magón y de Mariátegui corresponden obviamente a la fe que de los primeros socialistas rusos del siglo XIX, desde Herzen, habían puesto en el «mir» a la comunidad aldeana de su país. Esta fe se corrobora y se extiende gracias a Bakunín y Kropotkin. Más aún, para este último, la comuna aldeana no fue en modo alguno rasgo exclusivo de los eslavos y los antiguos germanos, sino que existió en toda Europa (desde Escocia e Irlanda hasta Italia) y en todo el mundo, también en la India (aria y no-aria), entre los afganos, los pueblos de Abisinia, de Sudán, de África central, de ambas Américas y de las islas del Pacífico. Se encontraba en el ulus mogol, en la thaddart cabila, en la dessa javanesa, en la kota malaya (EL APOYO MUTUO, Bs. As. 1970, pp. 134-135). Inclusive Marx escribe en 1881 que «esta comuna agraria (el mir) es la base para el renacimiento social de Rusia». Sin embargo, más adelante, Engels opina que el capitalismo ha acabado ya con tal posibilidad. Y Lenin, que significativamente es quien desvía el socialismo hacia el «capitalismo de Estado» o «capitalismo burocrático», trató de demostrar que la idealización del «mir» no es otra cosa más que un «cuento de viejas» Desde luego, los neolenínistas siguen pensando lo mismo y, por eso, al citado Anderle no se le ocurre nada mejor, para descalificar esta idea de Mariátegui, que esgrimir el coco del idealismo y del utopismo. De un modo análogo, refiriéndose a Flores Magón, dice Gonzalo Aguirre Beltrán que «la comunidad indígena de Flores Magón, es una comunidad mística» (Ricardo Flores Magón, ANTOLOGÍA, México, 1972, 'Introducción', p. XXII). Según él, «el error fundamental de Flores Magón y de los pensadores sociales que idealizan la comunidad primitiva es el contemplarla como "libre y autónoma", es decir, sin conexión permanente con la sociedad más amplia, nacional o colonial, en la cual está incluida» (Ibid., p. XXV). Pero lo que Flores Magón (igual que Kropotkin) «idealiza» no es la comunidad indígena tal como existe. Sabemos muy bien que el gobierno colonial primero y el nacional después no podían tolerar su libertad y autonomía. Lo que «idealiza» es, en todo caso, la comunidad prehispánica y pre-azteca, de la cual se conservan rasgos significativos hasta el presente, aun después de la intervención estatal. Lo que Flores Magón pretende con el «calpul», y en cierta medida Mariátegui con el «ayllu», no es otra cosa más que una restauración de su naturaleza originaria, como punto de partida para la organización de la sociedad sin clases del futuro. Que la concepción del «ayllu» y del «calpul» como comunidades autónomas y, más aún, ajenas al Gobierno y al Estado propiamente dicho, no es una mera «idealización» (como cree Aguirre Beltrán) ni una elucubración utópica (como opina Anderle) lo demuestran los trabajos de antropología política basados en el estudio de diversas tribus sudamericanas, que realizó P. Clastres. Nadie puede dudar que incluidos en el Imperio incaico o azteca o, más tarde, en el español o en la República oligárquico-militar, dejaran de ser autónomos y libres. Todo parece indicar, al mismo tiempo, que mientras lograron sustraerse a esas opresivas estructuras estatales lo fueron real y efectivamente. De hecho, aquellos pueblos indígenas de Sudamérica y qué jamás fueron conquistados por los incas o por los españoles y que, por su aislamiento geográfico (muchas veces tenazmente defendido), no se incorporaron a las nuevas Repúblicas, conservan hasta hoy un modelo de convivencia donde se ignora la propiedad privada y no hay un Gobierno propiamente dicho (cfr. P. Clastres, LA SOCIEDAD CONTRA EL ESTADO, Caracas).

Flores Magón tiene, por lo demás, plena conciencia de la injerencia del Estado nacional y del Gobierno (particularmente del Gobierno dictatorial) en la destrucción de los últimos vestigios de las comunidades indígenas. Entiende muy bien, inclusive, el papel que desempeña en ello la voracidad imperialista. Don Porfirio cambia los yaquis por los 'yanquis'. Dice Flores Magón el 12 de noviembre de 1910 en REGENERACIÓN: «Porfirio Díaz ha descubierto un excelente medio para ganarse las simpatías de la prensa norteamericana sin necesidad de subvenciones pagadas en monedas cantantes y sonantes. Les regala "tierritas" a sus queridos primos, los escritores 'yanquis'. En los diarios de esta ciudad se anuncia descaradamente la venta de las tierras que pertenecían a los yaquis y que ahora son propiedad de varias compañías norteamericanas. Para proteger los derechos de los extranjeros, Porfirio Díaz deporta a Yucatán a los levantiscos yaquis ¡Hay que tener fe en la justicia!» (Cfr. C. Rama, HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO Y SOCIAL LATINOAMERICANO CONTEMPORÁNEO. Barcelona. 1976. pp. 45-46).

Flores Magón no propone «tomar el poder» para luego expropiar las tierras: quiere que la toma de las tierras sea inmediata, la revolución debe iniciarse con un acto de básica justicia que restituye la tierra a sus legítimos propietarios, secularmente despojados por los conquistadores hispanos. El 18 de marzo de 1911 escribe en REGENERACIÓN: «La expropiación de la tierra de las manos de los ricos debe hacerse efectiva durante la presente insurrección. Los liberales no cometen un crimen entregando la tierra al pueblo trabajador, porque es de él, del pueblo; es la tierra que habitaron y regaron con su sudor sus más lejanos antecesores; la tierra que los 'gachupines' dieron por medio de la herencia a sus descendientes, que son los que actualmente la poseen. Esta tierra es de todos los mexicanos por derecho natural». La expropiación de la tierra y la toma de posesión de la misma por parte de las comunidades de trabajadores no sólo representan un acto de justicia sino que asegura también la libertad. Escribe, en REGENERACIÓN, la víspera del estallido revolucionario, es decir, el 19 de noviembre de 1910: «Cuando vosotros estéis en posesión de la tierra, tendréis la libertad, tendréis la justicia, porque la libertad y la justicia no se decretan: son el resultado de la independencia económica, esto es, de la facultad que tiene el individuo de vivir sin depender de un amo, esto es, de aprovechar para sí y para los suyos el producto íntegro de su trabajo». La idea de que la libertad se levanta sobre una base económica e implica la liquidación de la propiedad privada es común a Marx y a los pensadores anarquistas. Pero que la inspiración de Flores Magón se encuentra en éstos mucho más que en aquél lo demuestran ya las palabras que añade inmediatamente: «Así, pues, tomad la tierra. La ley dice que no la toméis, que es de propiedad particular: pero la ley que tal cosa dice fue escrita por los que os tienen en la esclavitud, y tan no responde a una necesidad general, que necesita el apoyo de la fuerza. Si la ley fuera el resultado del consentimiento de todos, no necesitaría el apoyo del polizonte, del carcelero, del juez, del verdugo, del soldado y del funcionario. La ley os fue impuesta, y contra las imposiciones arbitrarias, apoyadas por la fuerza, debemos los hombres dignos responder con nuestra rebeldía».

Así como no propicia el reparto o subdivisión de la tierra (para crear minifundios, según deseaban algunos maderistas y hasta algunos presuntos 'libertarios') así tampoco propone la «nacionalización», es decir, la «estatización» de la misma. «No hay que conformarse con repartos de tierras; hay que tomarlo todo para hacerlo propiedad común», escribe el 13 de junio de 1914, en REGENERACIÓN, refutando al mismo tiempo a Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, y a Ariel, colaborador de TIERRA Y LIBERTAD de Barcelona, para quienes la paz se aseguraría en México «subdividiendo los latifundios en pequeñas propiedades para ser repartidas entre los peones». «Nosotros no opinamos ni como Ariel ni como Wilson —dice Flores Magón— precisamente porque somos antiautoritarios, esto es, anarquistas». Si se admitiera la repartición: 1) Esta tendría que ser hecha por el Gobierno, lesionando el derecho de propiedad, cosa que no podría hacer sin faltar a su principal compromiso, que es velar por los intereses de la clase terrateniente; 2) la repartición, basada en la admisión de la propiedad privada, haría que tarde o temprano se reconstituyera el latifundio y la paz estaría otra vez amenazada. Por eso, es preciso que los proletarios comprendan «que la solución del problema del hombre no está en la subdivisión de la tierra en pequeñas propiedades, sino en unir toda la tierra y trabajarla en común, sin patrones y sin gobernantes, teniendo todos los hombres y mujeres, el mismo derecho a trabajarla».

Este agrarismo de Flores Magón, junto con su lema «Tierra y Libertad» (usado por primera vez por Práxedis Guerrero) fue llevado a las filas del zapatismo por Soto y Gama, a quien el general Palafox concedió una especie de secretaría ideológica. Soto y Gama parece haber sido el redactor del Plan de Ayala. Blaisdell sostiene que aunque Emiliano Zapata nunca se consideró anarquista, popularizó el plan económico de Flores Magón y de hecho luchó por implantarlo (Lowell L Blaisdell, THE DESERT REVOLUTIÓN, Baja California, 1911, Madison, 1962, p. 198). J. Womack, por su parte, insiste en la inicial moderación del programa de Zapata, pero reconoce que, obligado por la intransigencia de hacendados y políticos conservadores, adoptó al fin el agrarismo de Flores Magón y Soto y Gama (J. Womack, Jr. ZAPATA Y LA REVOLUCIÓN MEXICANA, México, 1974, p. 190). José Muñoz Cota, en la revista TIERRA Y LIBERTAD (45 p. 18), basándose en informaciones directas de Nicolás T. Bernal, asegura que Zapata recibió un emisario de Flores Magón y que por sugerencias del mismo, adoptó el lema «Tierra y Libertad». Carlos Rama menciona una carta de Flores Magón donde éste dice «que el único grupo afín a los nuestros es el de Zapata». Y Prieto Perrúa que cita a estos dos últimos autores, concluye que entre Flores Magón y Zapata, «con emisarios o no, una comunión se produjo» (RICARDO FLORES MAGÓN EN LA REVOLUCIÓN MÉXICANA, 'Reconstruir', 73, p. 35).

De la toma de posesión de la tierra (y medios de producción) por parte de las comunidades de trabajadores deduce inmediatamente Flores Magón la abolición del Gobierno y del Estado. En el MANIFIESTO DEL PARTIDO LIBERAL MEXICANO, publicado el 23 de septiembre de 1911 y firmado, en nombre de la Junta Organizadora, por Ricardo Flores Magón, Anselmo L Figueroa, Librado Rivera y Enrique Flores Magón, leemos: «Sin principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el Gobierno, necesario tan solo para tener a raya a los desheredados en sus querellas o en sus rebeldías contra los detentadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la Iglesia, cuyo exclusivo objeto es estrangular en el ser humano la innata rebeldía contra la opresión y la explotación por la prédica de la paciencia, de la resignación y de la humildad, acallando los gritos de los instintos más poderosos y fecundos...»

Como Bakunin, en su libro SOCIALISMO, FEDERALISMO, ANTITEOLOGISMO, Flores Magón y compañeros proclaman: «Capital, autoridad, clero: de ahí la trinidad sombría que hace de esta bella tierra un paraíso para los que han logrado acaparar en sus garras por la astucia, la violencia y el crimen, el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas y del sacrificio de miles de generaciones de trabajadores, y un infierno para los que con sus brazos y su inteligencia trabajan la tierra, mueven la maquinaria, edifican las casas, transportan los productos, quedando de esta manera dividida la humanidad en dos clases sociales de intereses diametralmente opuestos: la clase capitalista y la clase trabajadora; la clase que poseen la tierra, la maquinarla de producción y los medios de transportación de las riquezas, y la clase que no cuenta más que con sus brazos y su inteligencia para proporcionarse el sustento». De aquí deduce el MANIFIESTO la inevitabilidad de la lucha de clases: «Entre estas dos clases sociales no puede existir vínculo alguno de amistad ni de fraternidad, porque la clase poseedora está siempre dispuesta a perpetuar el sistema económico, político y social que garantiza el tranquilo disfrute de sus rapiñas, mientras la clase trabajadora hace esfuerzos por destruir ese sistema inicuo para instaurar un medio en el cual la tierra, las casas, la maquinaria de producción y los medios de transportes sean de uso común».

Este es, sin duda un lenguaje socialista, que los seguidores de Marx podrían haber usado, pero no los liberales de ningún país del mundo. Y, sin embargo, se trata de un MANIFIESTO DEL PARTIDO LIBERAL. ¿Cómo se explica esta contradicción? ¿Por qué Flores Magón y sus seguidores, que eran socialistas libertarios y anarquistas y que tenían conciencia de serlo desde muy temprano (tal vez ya desde 1900 o antes), no se proclamaban tales y continuaban llamándose «liberales»? Gonzalo Aguirre Beltrán dice a este propósito: «Es bien sabido que Flores Magón y los fundadores del Partido Liberal en 1906 participan, ya para entonces, de una ideología anárquica y que todos sus esfuerzos los destina a llevar la libertad propugnada por el liberalismo hasta sus consecuencias más extremas, es decir, a una libertad sin restricciones. Esto, a juicio de ellos, sólo puede alcanzarse mediante la negación del derecho a la propiedad privada, la destrucción del sistema de clases sociales y la pulverización del Estado. No obstante lo anterior, Flores Magón oculta su verdadera posición política, y ya iniciada la lucha armada recomienda tácticas —en cuanto a la expropiación de la tierra, a su ritmo y a las personas que primero deben ser afectadas— en cartas cifradas dirigidas a sus correligionarios que han sido calificadas de poco éticas en un revolucionario tan honesto como él». En una carta que se conserva en el archivo del Departamento de Justicia de los Estados Unidos (y que el mismo Aguirre Beltrán cita), dice Flores Magón: «Solamente los anarquistas sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen así para no asustar a los imbéciles». Aun contando con los innumerables y pesados perjuicios de una sociedad cuyos valores son promulgados por la burguesía y por el clero, podría discutirse, sin duda, la oportunidad y la conveniencia de ocultar la propia identidad política. De ninguna manera, sin embargo, se puede considerar esta actitud como poco ética. El EVANGELIO recomienda ser inocentes como palomas y prudentes como serpientes. En otra carta, citada por Blaisdell, explica Flores Magón: «Todo se reduce a una mera cuestión de táctica. Si desde el principio nos llamamos anarquistas, muy pocos nos escucharán. Sin llamarnos anarquistas hemos inflado sus mentes... contra la clase poseedora... ningún partido liberal en el mundo tiene nuestras tendencias anticapitalistas que están a punto de iniciar una revolución en México y no podremos lograr esto si en lugar de anarquistas nos llamamos simplemente socialistas. Todo es cuestión de táctica. Daremos tierras al pueblo durante la revolución; así no serán engañados. También les daremos posesión de las fábricas, las minas etcétera. Para no tener a todos contra nosotros, continuaremos la misma táctica que nos ha dado tan buenos resultados; continuaremos llamándonos liberales durante la revolución, pero en realidad continuaremos propagando la anarquía y ejecutando actos anárquicos. Quitaremos la tierra a los latifundistas y se la daremos al pueblo».

Esto resuelve sin duda la contradicción. Pero si todavía nos preguntáramos por qué el «anarquismo» debía esconderse precisamente bajo el nombre de «liberalismo», caben algunas otras consideraciones. En nuestros días, cuando en Europa y en América Latina, «liberal» equivale casi a conservador, cuando los partidos liberales representan ante todo la defensa de la libre empresa, de la economía del mercado y de la cultura capitalista, parecería absurdamente contradictorio que un grupo de la extrema izquierda revolucionaria se llamara «liberal». Pero hay que tener en cuenta que durante un siglo, desde la proclamación de la Independencia hasta la Primera Guerra Mundial, la lucha político-social en América Latina ha tenido como protagonista al Partido Liberal (izquierda) y al Partido Conservador (derecha). Proclamarse «liberal» en México, durante los primeros años de este siglo era, pues, en cierta medida, proclamarse de izquierda, es decir partidario de cambios políticos y sociales más o menos profundos. Está claro, en todo caso, que el PLM, se define, como dice Flores Magón, el 19 de septiembre de 1915, en TRIBUNA ROJA, como «unión obrera revolucionaria». Y cuando habla de «revolución no emplea ciertamente el término en su sentido corriente y popular sino con el estricto significado que le dan los pensadores de izquierda y, de un modo más preciso, con el significado que le otorgan Bakunin, Kropotkin y los ideólogos del anarquismo contemporáneo: «Debemos procurar los libertarios que este movimiento tome la orientación que señala la ciencia. De no hacerlo así, la revolución que se levanta no serviría más que para sustituir un presidente por otro presidente, o lo que es lo mismo un amo por otro amo. Debemos tener presente que lo que se necesita es que el pueblo tenga pan, tenga albergue, tenga tierra que cultivar; tenemos que tener presente que ningún gobierno, por honrado que sea, puede decretar la abolición de la miseria. Es el pueblo mismo, son los hambrientos, son los desheredados los que tienen que abolir la miseria, tomando en primer lugar, posesión de la tierra que, por derecho natural, no puede ser acaparada por unos cuantos, sino que es la propiedad de todo ser humano». Así escribe Flores Magón en el ya citado artículo del 19 de noviembre de 1910.

Queda claro así que, para él, no se trata de instaurar un gobierno revolucionario ni de imponer una dictadura del proletariado. Queda claro que no se trata de apoderarse del gobierno sino de suprimirlo. El 24 de febrero de 1912 escribe en REGENERACIÓN: «Hay personas que de buena fe hacen esta pregunta: ¿Cómo ha de ser posible vivir sin Gobierno?, y concluyen diciendo que es necesario un jefe supremo, un enjambre de funcionarios grandes y chicos, como ministros, jueces, magistrados, legisladores, soldados, carceleros, polizontes y verdugos. Esas buenas personas creen que, faltando la autoridad, todos nos entregaríamos a cometer excesos, resultando de eso que el débil sería siempre la víctima del fuerte. Eso podría suceder solamente en este caso: que los revolucionarios, por una debilidad digna de la guillotina, dejaran en pie la desigualdad social. La desigualdad social es la fuente de todos los actos antisociales que la ley y la moral burguesas consideran como crímenes, siendo el robo el más común de esos crímenes. Pues bien, cuando todo ser humano tenga la oportunidad de trabajar la tierra o de dedicarse, sin necesidad de andar alquilando sus brazos, a cualquier trabajo útil para poder subsistir ¿quién será aquel que haga del robo una profesión como se ve ahora? En la sociedad que anhelamos los libertarios, la tierra y todos los medios de producción no serán más que objeto de especulación para un determinado número de propietarios, sino que serán la propiedad común de los trabajadores, y como entonces no habrá más que una clase: la de los trabajadores, con derechos todos a producir y consumir en común, ¿Qué necesidad habrá de robar?». Fácil es ver aquí las ideas que Kropotkin había defendido y seguía defendiendo en aquellos mismos días. En una conferencia pronunciada en 1890 y titulada LAS PRISIONES éste concluía: «En una sociedad de iguales, en un medio de hombres libres, todos los cuales trabajan para todos, todos los cuales hayan recibido una sana educación y se sostengan mutuamente en todas las circunstancias de su vida, los actos antisociales no podrán producirse. El gran número no tendrá razón de ser, y el resto será ahogado en germen».

En el artículo publicado en REGENERACIÓN el 21 de marzo de 1914 subraya Flores Magón la vinculación entre gobierno y desigualdad económica: «El jefe o un Gobierno no son necesarios solamente bajo un sistema de desigualdad económica. Si yo tengo más que Pedro, temo naturalmente, que Pedro me agarre por el cuello y me quite lo que él necesite. En este caso necesito que un gobernante o jefe me proteja contra los posibles ataques de Pedro; pero si Pedro y yo somos iguales económicamente; si los dos tenemos la misma oportunidad de aprovechar las riquezas naturales, tales como la tierra, el agua, los bosques, las minas y demás, así como la riqueza creada por la mano del hombre, como la maquinaría, las casas, los ferrocarriles y los mil y un objetos manufacturados, la razón dice que sería imposible que Pedro y yo nos agarrásemos por los cabellos para disputarnos cosas que a ambos nos aprovechan por igual, y en este caso no hay necesidad de tener un jefe». Y, poco después, añade: «Muchos son los que dicen que es imposible vivir sin jefe o Gobierno; si son burgueses los que tal cosa dicen, les concedo razón, porque temen que los pobres se les echen al cuello y les arrebaten las riqueza que amasaron haciendo sudar al trabajador; pero ¿para qué necesitan los pobres jefe o Gobierno?». Y esta aspiración al comunismo anárquico, es decir, a una sociedad sin clases y sin Estado, que en nada difiere de la aspiración de Kropotkin (véase, per ejemplo, EL ESTADO: SU ROL HISTÓRICO; EL ESTADO MODERNO, LA CONQUISTA DEL PAN, etc.), la fundamenta históricamente Flores Magón refiriéndose al modo de vida de los campesinos mexicanos: «En México hemos tenido y tenemos centenares de pruebas de que la humanidad no necesita de jefe o Gobierno sino en los casos en que hay desigualdad económica. En los poblados o comunidades rurales, los habitantes no han sentido la necesidad de tener un gobierno. Las tierras los bosques, las aguas y los pastos han sido, hasta fecha reciente, la propiedad común de los habitantes de la comarca. Cuando se habla de Gobierno a esos sencillos habitantes, se echaban a temblar porque Gobierno, para ellos, era lo mismo que verdugo; significaba lo mismo que tiranía. Vivían felices en su libertad, sin saber en muchos casos ni siquiera el nombre del presidente de la República, y solamente sabían que existía un Gobierno cuando los jefes militares pasaban por la comarca en busca de varones que convertir en soldados, o cuando el recaudador de rentas del Gobierno hacía sus visitas para cobrar los impuestos. El Gobierno era, pues, para una gran parte de la población mexicana, el tirano que arrancaba de sus hogares a los hombres laboriosos para convertirlos en soldados, o el explotador brutal que iba a arrebatarles el tributo en nombre del fisco».

Con su concepción ácrata de la revolución se vincula en Flores Magón el problema de la patria y del patriotismo.

El 'magonismo' fue, sin duda, un movimiento antiimperialista. Ningún grupo o partido de los que intervinieron en la Revolución mexicana denunció con tanta claridad y vehemencia la intromisión 'yanqui' en los asuntos del país, la acción nefasta de las autoridades y de los militares norteamericanos, siempre al servicio de las peores causas y de los más bastardos intereses. Nadie como Flores Magón y sus compañeros clamó tanto contra la explotación del trabajador mexicano por parte de capitalistas extranjeros, contra el despojo de las tierras de los indígenas por parte de compañías 'yanquis' y europeas, contra la secular pervivencia de hacendados y comerciantes 'gachupines' que chupaban la sangre del pueblo mexicano. Es preciso tener en cuenta, entre otros hechos, que en 1910 los extranjeros eran dueños de una séptima parte de la superficie de México y, según algunas estimaciones, hasta de una quinta parte (Cockcroft, op. cit. p. 23). Porfirio Díaz que había logrado su inicial prestigio político-militar en la lucha contra los invasores franceses, movido por su mentalidad «positivista» alentó de muchas maneras las inversiones extranjeras y acabó entregando una gran parte de México a 'yanquis', ingleses y franceses. Si el antiimperialismo puede ser considerado como una forma del «nacionalismo», Flores Magón y su partido eran sin duda «nacionalistas». Pero no se puede olvidar que el «antiimperialismo» sólo es «nacionalismo» en la medida en que es «anti-nacionalismo». Se trata de combatir un nacionalismo expansivo y dominante que, por la fuerza del dinero o de las armas, se impone a otros pueblos. Se trata en definitiva, de estar con los oprimidos y explotados contra los opresores y explotadores. Pero no se trata, en modo alguno, de exaltar la propia nacionalidad sobre los demás, de aspirar a engrandecerla para hacerla a su vez dominante y explotadora, de querer convertir al propio país en una «potencia"». Cuando el nacionalismo llega a ser esto, se convierte en un nuevo (aunque a veces disimulado e hipócrita) imperialismo. En tal sentido, todo nacionalismo es reaccionario y resulta incompatible con el anarquismo y con cualquier forma de auténtico socialismo. He aquí por qué siempre un «socialismo nacional» corre el peligro de llegar a ser un «nacionalsocialismo». Flores Magón y sus amigos vieron con claridad que los extranjeros eran enemigos no por ser extranjeros sino por ser capitalistas y terratenientes, y que, como tales, no eran peores ni mejores que los capitalistas terratenientes mexicanos.

El concepto de «patria» tiene un sentido legítimo y aceptable. Si ser «patriota» o amar a la patria significa amar su tierra, su paisaje, su lengua, sus tradiciones, sus cantos, su poesía, sus fiestas, sus vestidos y comidas, sus olores y sabores, el recuerdo de los padres y de los hermanos, el amor de la mujer y de los hijos, la fraternidad de los amigos y compañeros, ningún anarquista tiene por qué dejar de ser «patriota». Y en este sentido, sin duda, Flores Magón era más mexicano que ninguno, como eran argentinos los «payadores» gauchos o los peones criollos de la Patagonia rebelde. En 1945 escribe Juan Prado en INQUIETUD, periódico anarquista de Montevideo, a propósito de una visita de González Pacheco al Uruguay: «¡Ah, viejo Pacheco, hermano anarquista de tuito el gaucho libertario del Platal; y el mesmo es tres veces gaucho: por anarquista, por cantor y por criollo» (citado por V. Muñoz, UNA CRONOLOGÍA DE RODOLFO GONZÁLEZ PACHECO, 'Reconstruir', 90 p. 60).

Sin embargo, cuando la idea de «patria» se vincula a la idea de Estado y, a través de ésta, a las de Gobierno, Ejercito, capital, policía, jueces, verdugos, etc., cuando mi «patria» se hace esencialmente antagónica a la «patria» de otros, cuando se convierte en la excusa necia y criminal para justificar la sociedad de clases, la propiedad privada, la represión y la guerra (real o potencial), es evidente que no puede dejar de ser rechazada por cualquier libertario. Sus símbolos se convierten entonces en símbolos de opresión social y política, de explotación económica, de manipulación cultural.

Cuando en enero de 1911 los magonistas invadieron la Baja California con el objeto de iniciar en ese aislado territorio la revolución social que debía extenderse a todo el resto de México, no faltaron enseguida quienes acusaron a Flores Magón de intentos secesionistas y aún de actitudes anti-patrióticas. Este contestó en REGENERACIÓN, el 16 de junio de aquel año, con un artículo titulado «A los patriotas». Comienza allí por preguntar si la Baja California pertenece realmente a México. Y responde negativamente: No pertenece a México sino a Estados Unidos, a Inglaterra y a Francia, ya que son compañías de esas nacionalidades las dueñas de casi toda su tierra útil. «Entonces, señores patriotas, ¿qué es lo que hacéis cuando gritáis que estamos vendiendo la patria a los Estados Unidos? Contestad. Vosotros no tenéis patria sencillamente porque no tenéis ni en qué caeros muertos. Y cuando el Partido Liberal Mexicano quiere conquistar para vosotros una verdadera patria, sin tiranos y sin explotadores, protestáis, echáis bravatas y nos insultáis. Al entorpecer con vuestras protestas los trabajos del Partido Liberal Mexicano, no hacéis otra cosa que impedir que los nuestros arrojen del país a todos los burgueses y toméis posesión de cuanto existe».

La idea fundamental que Flores Magón defiende con respecto a la patria es la siguiente: Nadie puede decir que es su patria una tierra que no le pertenece, que debe regar con su sudor o con la sangre para beneficiar a otros. Lo mismo había sostenido ya Henry George. Pero Flores Magón saca de esas ideas todas las consecuencias. Por eso, la patria es, para él, una hábil invención de la burguesía para mantener a los trabajadores de los diversos países divididos y enfrentados entre sí y evitar que todos unidos dirijan sus fuerzas contra la clase explotadora. El 18 de abril de 1914 escribe en REGENERACIÓN: «La patria, proletarios, es algo que no es nuestro, y, por lo mismo, en nada nos beneficia. La patria es de los burgueses, y, por eso, a ellos únicamente beneficia. La patria fue inventada por la clase parasitaria, por la clase que vive sin trabajar, para tener divididos a los trabajadores en nacionalidades y evitar o al menos entorpecer, por ese medio su unión en una sola organización mundial que diera por tierra el viejo sistema que nos oprime. En los libros de las escuelas, la burguesía fomenta el patriotismo entre la niñez, sembrando así en los tiernos pechos el odio a los demás razas que pueblan el mundo. Las fiestas patrióticas abundan en todas las naciones del mundo; el culto a la bandera raya en fanatismo en todos los países; las tradiciones nacionales encuentran poetas y literatos que las narran, ¡inflamando en los pechos de la gente soberbias insensatas, vanos orgullo de raza, pues esos literatos burgueses se dan maña para hacer entender que no hay raza más grande, más valiente, más inteligente que aquella a la que se dirigen. De esta manera la burguesía divide en razas y en nacionalidades a los habitantes de la tierra; y el trabajador ruso se considera más valiente que su hermano el trabajador francés, mientras el proletario inglés cree que no hay en la tierra un hombre como él; y el español, por su parte, se jacta de ser la obra más perfecta del mundo; y el japonés, el alemán, el italiano, el mexicano, los individuos de toda las razas, se consideran siempre mejores que los demás de las otras razas. De esta división profunda entre el proletariado de todas las razas se aprovecha la burguesía para dominar a sus anchas, pues división por nacionalidades y razas impide que los trabajadores se pongan de acuerdo para derribar el sistema que nos ahoga».

Flores Magón hace notar así la irracionalidad del patriotismo, a través de las obvias contradicciones que implica. Considera como sinónimos los términos «nacionalidad» y «raza», de donde se infiere que también tiene por tales a los conceptos «nacionalismo» y «racismo». Ve en la educación «patriótica» de la infancia la raíz de ¡numerables prejuicios racistas y nacionalistas. Pero subraya, sobre todo, empeñado en la lucha de clases, la utilización de la patria y del patriotismo como instrumento de dominación de la clase trabajadora, de acuerdo con el tan antiguo como conocido principio: 'Divide et impera'.

En el artículo titulado «A los proletarios patriotas», publicado en REGENERACIÓN el 30 de octubre de 1916, distingue tres ciases de patriotismo: 1) El que consiste en amar, en primer término, el pedazo de tierra que nos vio nacer. Ese amor es natural y lo sentimos sin que nadie nos lo haya inculcado. Parece como que aquel pedazo de tierra contiene algo de nuestro ser y que formamos parte de él; 2) El que no consiste sólo en amor al terruño sino que comprende un sentimiento de simpatía a los individuos que hablan nuestro idioma, que tienen las mismas tradiciones y hasta los mismos prejuicios, vicios y virtudes que nosotros. Este patriotismo es sano todavía, porque es un sentimiento espontáneo, no inculcado y que no nos lleva a cometer villanías; 3) El patriotismo artificial y oficial, fomentado y administrado por el Gobierno, perro obediente de ¡a burguesía. «Este patriotismo —dice— es muy distinto de los dos que os acabo de bosquejar. Si aquellos dos consisten en sentimientos delicados de simpatía y de amor, provocan emociones dulcísimas y embargan de ternura nuestros pechos, el patriotismo artificial, el patriotismo oficial, el patriotismo burgués para decirlo de una vez, no hace otra cosa que despertar, dentro de vosotros, la bestia que dormita. Este último patriotismo es feroz, brutal, sanguinario, cruel, inhumano, injusto, odioso. Este último patriotismo es el que pone en vuestros ojos una venda de sangre cuando veis a un extranjero; este patriotismo es el que os enseña a odiar a todo aquel que no haya nacido en el lugar donde vosotros nacisteis o donde nacieron las personas que con vosotros tienen un idioma común, tradiciones y preocupaciones idénticas, vicios y virtudes análogas y que adolecen de los mismos prejuicios».

En otro artículo, titulado «¿Patriotismo?» y aparecido el 24 de febrero de 1917 en REGENERACIÓN, después de haber mostrado una vez más cómo toda su educación, desde la primera infancia, tiende a inculcar la idea del patriotismo oficial y artificial y cómo nos dispone «a cometer los mayores excesos, a matar y dejarnos matar por la patria, por ese algo que ningún beneficio nos reporta y en cambio exige de nosotros los más grandes sacrificios», recuerda que «la patria es la propiedad de unos cuantos que son los dueños de la tierra, de las minas, de las casas, de las fábricas, de los ferrocarriles, de todo cuanto existe». Y que esto es así, que la patria se identifica con los intereses económicos de la burguesía lo demuestra el hecho de que ésta «no se opone a una invasión extranjera cuando no tiene por objeto despojarla de sus propiedades y hasta es solicitada la invasión cuando las bayonetas invasoras pueden prestar algún apoyo al principio de la propiedad privada, cuando ese principio está en peligro de desplomarse a las recias embestidas de la justicia popular». Tal ha sido el caso de las dos invasiones norteamericanas que ha sufrido México en el curso de la Revolución, las cuales tuvieron por objeto sentar a Venustiano Carranza en la silla presidencial y consolidar un gobierno fuerte, capaz de defender a la burguesía contra los embates de la justicia popular. «Contra esas dos invasiones —dice— no ha protestado la burguesía mexicana, como que iban encaminadas a salvar sus bienes amenazados por la actitud viril, ansiosa de conquistar su libertad económica». Y, afirmando su internacionalismo proletario, deja constancia de que «si no hubiera sido porque los trabajadores norteamericanos protestaron contra esas invasiones y se negaron a ingresar en el Ejército para ir a sentar a Carranza en la silla presidencial, haría largos meses que tuviéramos a éste fungiendo de presidente al abrigo de fuertes guardias de soldados norteamericanos».

El internacionalismo proletario de Flores Magón, tan enérgicamente expresado en el discurso que éste pronunciara el 19 de septiembre de 1915 y que fuera publicado en TRIBUNA ROJA con el título de «La patria burguesa y la patria universal», queda por lo demás, ampliamente testimoniado en sus cartas y en sus relaciones personales.

La invasión de la Baja California, donde Flores Magón y sus compañeros, intentaron hacer lo que un cuarto de siglo más tarde hizo en España la CNT, concitó un movimiento solidario en todo el mundo. Hacia allí se dirigieron los sindicalistas norteamericanos de la IWW, anarquistas argentinos y uruguayos, como González Pacheco y Foppa, militantes libertarios de todas las nacionalidades, españoles, alemanes, ingleses, rusos, italianos, como Giuseppe Garibaldi, nieto de quien liberó a Roma de la férula papal (E. Rodríguez, 'La revolución mexicana'. «Reconstruir», 84, p. 54). Conocidas son las relaciones de Flores Magón con Emma Goldman, rusa, y Florencio Bazora, español, y a través de ellos con Errico Malatesta, italiano. Conocida es también la actividad de Emma Goldman y de su compañero ruso Alexander Bergman para sacar de la cárcel a Flores Magón. Neno Vasco, anarquista portugués, recoge fondos en Portugal y Brasil para ayudar a los revolucionarios magonistas. La lista de estas adhesiones internacionales podrían prolongarse muchísimo. Baste recordar que la primera y, sin duda, una de las más fervorosas biografías de Ricardo Flores Magón la escribió el prolífico anarcosindicalista hispano-argentino, Diego Abad de Santillán, en 1925.

Hechos y figuras del anarquismo hispanoamericano
(1990)