DEL INDIVIDUALISMO EGOÍSTA AL HOMBRE SOLIDARIO
Próximos a culminar el segundo milenio de nuestra era. Cuando el mundo asiste perplejo al desmoronamiento de los sistemas políticos, sociales y culturales que frustrando todo proyecto libertario lograron imponerse tras las batallas que sucedieron a la Revolución Francesa, me parece sumamente estimulante tratar de esbozar una comprensión de los hechos e ideales que hicieron posible el primer romanticismo, el socialismo utópico y el pensamiento libertario, los grandes perdedores en el proceso de la Modernidad.
Por José Ribas
Hoy, como a finales del siglo XVIII, un mal de siècle y un patente pesimismo se han apoderado de las mentes más inquietas. De pronto, nos hemos concienciado, sin ambivalencia, de que somos súbditos y esclavos de un férreo absolutismo, el que ha propiciado el racionalismo económico y el progreso técnico. Han sido los Liberales y el Marxismo, presos del economicismo y del dogma de contemplar la historia de la humanidad como una evolución lineal cuyo objetivo son los presupuestos de la «Modernidad» occidental, los que han expulsado a los poetas de sus repúblicas, los que han empobrecido la civilización occidental al negar la dimensión trascendente del hombre a favor del positivismo y los que han abolido el sentido de comunidad mediante el individualismo. El marxismo, por otra parte, sacrificó la libertad en aras de conseguir la igualdad en una sociedad sin clases, pero cuando ha caído el telón de acero que mantenía el aislamiento de las llamadas repúblicas comunistas, hemos podido comprobar, tal como predijo Bakunin, cómo las burocracias corruptas de estos estados habían suplantado a las antiguas aristocracias y cómo los secretarios generales de los partidos comunistas eran auténticos déspotas, más temibles que los monarcas absolutos de los siglos XVII y XVIII, pues han llevado a estos países a la quiebra total en todos los órdenes, sin resolver ninguna de sus cuestiones históricas. Las democracias liberales, que en principio sacrificaron la igualdad en aras de la libertad, van dejando un autoritarismo técnico-económico cada vez más intrincado, en el que el hombre se siente espectador aislado frente a un televisor que le induce a ser un estúpido, sin otra posible plenitud que la de verse empujado a endeudarse para consumir e integrarse en el estatus del eterno insatisfecho.
Qué queda de las grandiosas palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Volvemos a estar, paradojas de la vida, en los albores de la Revolución Francesa, pero con la temible diferencia de que las Megalópolis de la Modernidad son estructuras de hábitat que sólo pueden ser administradas bajo una forma imperial, no cabe pues en ellas ni democracia directa ni creatividad fuera del mercado, tan sólo competitividad desaforada, negocio, marginación o violencia. Con estos presupuestos es sumamente complejo desarrollar alternativas o recomponer, desde dentro, un proceso humanista y social que restituya al hombre un sentido no material y profundo. Por otra parte, el nivel de vida de las clases medias de Occidente —la mayoría silenciosa— se ha conseguido mediante una explotación de las materias primas del Tercer Mundo y contaminando el planeta Tierra, el único que tenemos.
Hoy la pregunta es: ¿Podrá el capitalismo del siglo XXI seguir explotando al Tercer Mundo y matando el Planeta para mantener el estatus económico de la mayoría silenciosa? Probablemente no, y es completamente plausible que nuestro mundo cambie bruscamente. Hoy ya, al contemplar la fisonomía racial de nuestras ciudades, apreciamos que la Europa monolítica y blanca se está tostando. Otras razas, otras culturas están ya aquí, atraídas por la propaganda de nuestros medios de comunicación. Hoy son la mano de obra barata. ¿Qué serán mañana?
Por otra parte, si los países más populosos del Tercer Mundo como pudieran ser China, India, Nigeria, Egipto, Indonesia o Argelia optarán por un desarrollismo a la occidental y tuvieran tantos coches y electrodomésticos por habitante como Francia, la emanación de dióxido de carbono y la necesidad de agua y energía acabarían destruyendo en menos de un año el precario equilibrio ecológico del Planeta.
EL NACIMIENTO DE LA MODERNIDAD
No está de más volar al siglo XVIII para tratar de reconstruir el cómo y el porqué se fraguaron las ideas y los postulados que caracterizan al hombre moderno.
Los inventos científicos y las clasificaciones de las especies, el aumento en Europa y Norte de América desde 1730 y la revolución industrial provocaron el auge de una nueva clase social: la burguesía, a mediados del siglo XVIII. El liberalismo, el libre comercio y la propiedad son los pilares ideológicos que han de sustentarla. Moralismo y utilitarismo, los predicados. «Amar es ser útil a uno mismo; hacerse amar es ser útil a los demás» proclama Franklin en la Revolución Americana. Para el burgués, la mayor virtud, es la economía dentro del individualismo puritano. Hume preconiza un gobierno moderado que favorezca el desarrollo de la clase comercial y que recurra al impuesto con moderación. Adam Smith, que cree en el progreso económico constante y estima que la verdadera riqueza es el trabajo nacional y el ahorro, se alza contra las reglamentaciones y establece las cuatro reglas del liberalismo económico: facilitar la producción, hacer reinar el orden, hacer respetar la justicia y proteger la propiedad.
En el recuerdo de los europeos estaban las guerras de religión que habían asolado el continente durante los siglos XVI y XVII. Los hombres que amaban el progreso, tenían plena conciencia del caos y de las tendencias histéricas de todas las pasiones humanas. La prudencia era considerada como la virtud suprema; el intelecto, el arma más eficaz contra el fanatismo.
El ordenado cosmos de Newton, en el que los planetas se avían uniformemente alrededor del Sol en órbitas predeterminadas, se convirtió en el símbolo imaginativo del buen Gobierno. La Ilustración de Diderot; la división de poderes de Montesquieu; las ideas contra la superstición religiosa y la defensa del sentido común del sistema inglés que preconizaba Voltaire acabaron de configurar el nuevo orden ilustrado, en el que la razón podía abarcarlo todo. Y resolverlo.
En Arte: el neoclasicismo racionalista.
Fue Jean Jacques Rousseau quien al verter sensibilidad, intimidad y confidencia en sus escritos quebró el sueño de esa razón moderna que pretendía organizar el mundo y las mentes, antes ya de que aconteciera la revolución Francesa.
Una concepción orgánica y dinámica de la creación irá reemplazando a la mecanicista y estática de los empiristas y de los ilustrados. Se sospecha que bajo las leyes recién descubiertas que prometían desvelar el orden divino o la estructura racional oculta bajo la superficie de la naturaleza, existen una serie de fuerzas misteriosas y ocultas que intervienen en los procesos de crecimiento, provocando sorprendentes mutaciones. Se sospecha que sin viaje interior, imaginación y sentimientos no se puede alcanzar ninguna percepción profunda.
Rousseau sostenía que «el hombre es naturalmente bueno y que sólo las instituciones lo han pervertido»: o sea, la antítesis de la doctrina del pecado original y de la salvación por medio de la iglesia. Es decir, nos redime del somos culpables por haber nacido, del nacemos malos y perversos y necesitamos el correctivo de la iglesia y el temor al castigo divino para salvarnos.
«El origen de las desigualdades sociales consiguientes ha de hallarse en la propiedad», sostiene Rousseau. Mientras Voltaire y Diderot se aburguesan y consideran las desigualdades como algo consustancial a la naturaleza humana,. Rousseau permanece fiel al espíritu de la Enciclopedia e indaga lo que es Libertad, Igualdad y Fraternidad, sin renunciar a la felicidad, ni a la suya ni a la de los hombres. Rousseau es el primer escritor político que está enteramente presente en su obra. No construye un sistema utópico frente al liberalismo burgués, que era la ideología dominante (libertad racional, desigualdad y propiedad), sino una hipótesis, un sueño no resignado que no acepta ningún absolutismo y que muestra un claro desdén por las trabas de lo convencional, en el vestido y en las maneras, en el minueto y en la estrofa heroica y en toda la esfera de la moral tradicional.
El Contrato Social de Rousseau está inspirado en la unidad. Unidad del cuerpo social y subordinación de los intereses particulares a la voluntad general. «Cada uno de nosotros, dice textualmente, pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y recibimos colectivamente a cada miembro como parte indivisible del todo. Cada asociado se une a todos y no se une a nadie en particular, de esta forma no obedece más que a sí mismo y permanece tan libre como antes.»
El contrato garantiza la igualdad, ya que todos los asociados tienen iguales derechos, y la libertad, que según Rousseau depende de la igualdad. «Un pueblo libre obedece, pero no sirve; tiene jefes pero no amos.» La libertad en Rousseau es muy diferente a la de Locke, quien asocia libertad y propiedad. Para Locke, la libertad era conciencia de una particularidad; para Rousseau la libertad es ante todo solidaridad.
Rousseau es teísta, cree en Dios pero no en las iglesias. Es el primer filósofo que para demostrar su existencia no necesita pruebas, más que las subjetivas y personales, defendiendo la religión del ciudadano, es decir la individual. Le producen aversión las situaciones extremas de opulencia y de indigencia y al final de su vida sentencia: «El individuo sólo puede conseguir la paz y la felicidad en soledad o en el Estado perfecto.» Rousseau sabe que el estado perfecto es irrealizable, pero él prefirió ser un espíritu rebelde hasta el fin de sus días.
Las ideas de Rousseau se expandieron como la pólvora y a pesar de sus detractores su influencia separa aun hoy dos concepciones muy diferentes de la organización social. Durante la Revolución Francesa de 1789, muchas de sus ideas se intentaron poner en práctica, mas el fracaso de la Revolución y el advenimiento de Napoleón sumieron al hombre moderno en un hondo pesimismo. Un pesimismo parecido al que hoy sacude nuestras conciencias sumiéndonos en infinitud de contradicciones que nos empujan a plantearnos continuamente: ¿qué haces y cómo empleas tu tiempo y tu cabeza? Aquel pesimismo es hijo de un momento estelar de la Modernidad, porque fue entonces, con toda crudeza, cuando el hombre culto se da cuenta de la inviabilidad de sus planteamientos. El liberalismo aún no se había impuesto como ideología única ni había desarrollado todavía la sociedad de consumo ni los precarios medios de comunicación podían manipular las conciencias, con lo que fue posible el nacimiento de una crítica radical y de alternativas.
EL PRIMER ROMANTICISMO: UN MUNDO EN CRISIS SIN DOGMAS NI IDEOLOGÍAS
El hombre está solo, siente angustia... El poeta acaba de desalojar al sacerdote y la poesía se convierte en una revelación. Dios ha muerto y se toma conciencia de que la religión está vacía. No existe orden divino. Novalis proclama que la religión es poesía práctica. La muerte de Dios provoca ironía y humor por una parte, y angustia y paradoja por otra. El gran invento romántico es la ironía, que según el sentido que le dio Shlegel es «amor por la contradicción, que es cada uno de nosotros y conciencia de esa contradicción. La ironía consiste en insertar dentro del orden de la objetividad la negación de la subjetividad».
Sin Dios, la legitimidad del monarca, por la gracia de Dios, también entra en crisis, por eso ciertos monarcas sostienen a filósofos e instauran el Despotismo Ilustrado como modo de justificar su gobierno. El rey Federico el Grande de Prusia sostiene a Hegel, por ejemplo, y éste acomoda su saber, como pago, al florecimiento del nacionalismo alemán.
El Romanticismo aparece en sus principios en Alemania e Inglaterra, dos países básicamente protestantes, y es que al interiorizar la experiencia religiosa a expensas del ritualismo romano, el protestantismo preparó las condiciones psíquicas y morales del romanticismo. El hombre ya no es el centro del universo y el optimismo que engendró el Siglo de las Luces se desvanece. A la naturaleza ya no se la puede moldear en jardines rococó, pues cuando no se cuidan, su orden y razón son efímeros y las malas hierbas lo destruyen. Mediante la exaltación de las ruinas, tanto las de la edad antigua como las de las catedrales góticas, los primeros románticos pretendían mostrar que el porvenir de toda belleza es la muerte. La Naturaleza y los paisajes, tanto en la pintura como en los sueños, se convierten en protagonistas y el que los contempla siente melancolía y terror. Melancolía por la unidad perdida de una supuesta edad de oro. Y un terror indefinido e inaprensible que los convierte en trágicos porque le hacen sentir el miedo al abismo.
El artesano deja de repetir con calculado virtuosismo lo que le manda su señor o su mecenas y se vuelve libre y solitario, iniciando el calvario personal, místico y apocalíptico hacia la subjetividad, porque necesita ocupar en su interior el vacío que ha dejado Dios. Necesita ser artista, genio, pero una naturaleza hostil y jupiteriana, que está dentro y está fuera de sí, destruye cualquier proyecto de totalidad. Un hombre solo no puede devolver la unidad que pudo tener el mundo en la edad mítica.
Como sostiene Rafael Argullol en su libro La Atracción del Abismo, el paisaje interior de Piranesi es la pesadilla del hombre escindido: cárceles imaginarias, grutas y escaleras sin fin, arcos y bóvedas que sostienen estructuras imposibles, vigas desgajadas e instrumentos de tortura... Aldous Huxley se ha referido a las cárceles piranesianas como prisiones metafísicas que están dentro de la mente, con muros hechos de pesadillas e incomprensión, con cadenas de ansiedad, cuyo tormento es la consecuencia de dos mil años de culpa y castigo divino.
El hombre romántico busca el inconsciente y la imaginación para ampliar el campo de lo real y salirse de los espacios euclídeos que dominan las formas neoclásicas y la época racionalista, conformista y desprovista de ideales heroicos. Busca la libertad en un subconsciente sin pervertir.
La concepción de la poesía como magia implica una estética activa. El arte deja de ser exclusivamente representación y contemplación: también es intervención sobre la realidad. Si el arte es un espejo del mundo, ese espejo es mágico y puede cambiarlo. La pretensión de cambiar el mundo es una aspiración romántica. Se ha dicho que el romántico es un individualista y que tan sólo busca en su interior. Esto sólo es cierto en parte. El Romántico sabe que no está solo en el mundo, persigue no un individualismo egoísta sino la libertad individual y vive en su interior una encarnizada lucha por inventar uno nuevo, aunque sabe de la imposibilidad de esta pretensión. Lo que no cree es en el racionalismo burgués que ha hecho fracasar la revolución. Los románticos fueron idealistas antes que nacionalistas, conservadores o revolucionarios. Y precisamente porque la música es la actividad artística que en mayor medida se aproxima al mundo de la idea, y por tanto a la Belleza esencial, es por lo que es la disciplina más representativa del Romanticismo y mediante la cual Wagner consigue la obra de arte total: Aquella obra de arte que mezcla todas las artes, tratando de revolucionar la forma de ver y sentir del ciudadano. Lo que ocurre es que los románticos, y por primera vez en el pensamiento occidental, desplazaron la estética desde la periferia al centro de los sistemas filosóficos, por eso se planteó con más profundidad que nunca la cuestión del sentido y la finalidad del arte. Arte y vida se consideran una misma cosa. Las palabras natural, improbable, falso y fantástico ya no se consideran opuestas a civilizado, histórico, verdadero y lógico, sino más bien a forzado, superficial, dogmático y falto de imaginación. Para los románticos la sensibilidad individual era la única facultad capaz de emitir juicios estéticos. El acento se desplaza pues hacia la autenticidad de las emociones expresadas, y en consecuencia, hacia la sinceridad e integridad del artista, que vive en carne propia la experiencia de sus visiones y de sus construcciones. «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona» proclama Hölderlin.
En su libro La Atracción del Abismo, Rafael Argullol subraya: «Demolida la exclusividad de las ‘Luces’, el romanticismo indaga en la noche para encontrar la intuición dionisíaca que actúa a la sombra de la conciencia humana, hacia la locura sensitiva, cabía el río sin cauces torrencialmente ávido de conquistar el gran mar de la vida. En la noche todo se halla sin ataduras: el espacio sin límites, el fondo sin forma, la libertad sin moralidad. El viaje romántico es siempre la búsqueda del yo para escapar de un tiempo acomodaticio marcado por la antiépica burguesa.»
Pero cuando esta intensa búsqueda personal deviene locura, egoísmo e idolatría personal y la revolución industrial avanza creando el proletariado, el Romanticismo se bifurca y da vida a diferentes tradiciones políticas. El Nacionalismo prusiano de una parte, que asocia libertad, nacionalismo y arquitectura gótica, y el pensamiento utópico o libertario de otra. Marx y el realismo surgen de otra tradición, la judeocristiana-puritana, es decir, de la visión economicista, dogmática y jerárquica de la vida.
Ya Blake había identificado la abominación de la desolación con la religión y el estado como fuente de toda crueldad y había comparado al Yahvé del Antiguo Testamento con el primer motor mecanicista de la revolución industrial; Mister Nobodaddy, le llama: Papá de nadie. Pero son los socialistas utópicos los que emprenden una utopía liberadora que ya no pretende crear, como Blake, todo un cuerpo teológico personal, los que consiguen arrancar al artista romántico del abismo de la soledad, mediante la acción de crear un mundo nuevo y matar con él para siempre la tragedia que provoca en cada uno de los hombres la asunción de la culpa judeocristiana. Es en este nuevo mundo donde el hombre podrá realizarse como ser individual pleno y como ser social.
SOCIALISMO UTÓPICO FRENTE A NACIONALISMO EGOÍSTA
Para Fourier, cambiar la sociedad significa liberarla de los obstáculos que impiden que surjan espontáneamente las leyes de la Atracción Apasionada. «Es el deseo lo que rige las cosas de este mundo y el principio de atracción no sólo rige en el mundo físico, sino también en el mundo social. La ciencia de las sociedades se reduce pues a una matemática de las pasiones.» Por tanto él quiere exaltar poéticamente las pasiones a fin de instaurar la armonía universal. «Todo es vicioso en el sistema industrial, sostiene, tal sistema no es más que un mundo al revés. La manufacturas progresan a causa del empobrecimiento del obrero. El hombre no debe dedicar a la industria más que la cuarta parte de su tiempo como máximo. En consecuencia, hay que diseminar las fábricas por el campo, al objeto de que los obreros puedan consagrar una parte de su tiempo a la labranza.»
Fourier persigue el comercio con odio tenaz. «Estos son parásitos, y todo su arte consiste en vender a seis mil francos lo que cuesta tres, y en comprar por tres lo que cuesta seis. El comercio crea una feudalidad mercantil y favorece al reinado de los banqueros. El liberalismo económico engendra una anarquía y una miseria de las que Inglaterra ofrece un triste espectáculo.» Fourier desconfía de todas las doctrinas que apuestan por aumentar la producción para transformar la sociedad y subraya la inutilidad de todas las doctrinas que no concluyan en aumentar el bienestar no sólo material sino también psíquico de los consumidores.
Para reformar la sociedad, Fourier propone los Falansterios. Unas sociedades cerradas integradas por unas 1.600 personas que deben asumir todas las funciones sociales, sucediéndose unas con otras para evitar una especialización excesiva. Fourier no cuenta con el estado para crear falansterios. Estos tendrán que constituirse libremente mediante acuerdos afectuosos.
Pero es Proudhon, que se dio a conocer mediante el escandaloso libro La Propiedad es un Robo, el que consiguió elaborar el primer socialismo no autoritario de la época moderna. Él critica, no la propiedad campesina sino el mal uso que se hace de ella, es decir, la propiedad sin utilidad social, y afirma que el trabajo debería conducir inevitablemente a la igualdad en la propiedad. «Democracia, escribe en 1851, es una palabra ficticia que significa amor al pueblo, pero no gobierno del pueblo.» Proudhon critica ásperamente el sufragio universal: «Religión por religión, la urna popular está todavía por debajo de la sainte ampoule merovingia. Todo lo que ha producido es convertir la ciencia en tedio y el escepticismo en odio.»
Proudhon desconfía del estado todavía más que de la democracia. Siente aversión por el centralismo y la burocracia. Critica el Contrato Social de Rousseau, ya que según él, amenaza con conducir al despotismo de la voluntad general, y sueña con una sociedad anárquica, en la que el poder político será sustituido por libres acuerdos entre los trabajadores.
Rompe con Marx en 1846 porque considera el marxismo como una religión intolerable: «¡No nos convirtamos en jefes de una nueva religión!», exclama, y sigue: «La Igualdad de las condiciones, he aquí el principio de la sociedad; la solidaridad universal, he aquí la sanción de esta ley». Proudhon no quiere sacrificar la libertad a la igualdad, ni la igualdad a la libertad.
Para Proudhon, el estado era una federación de grupos. Era antinacionalista y predijo: «El siglo XX abrirá la era de las federaciones, en la que la humanidad volverá a comenzar un purgatorio de 1.000 años.» En el campo social defendió el mutualismo. Este tipo de asociación ofrece la posibilidad de resolver el problema social sin violencia y sin lucha de clases, mediante un intercambio en virtud del cual los miembros asociados se garantizan recíprocamente, servicio por servicio, crédito por crédito, retribución por retribución, seguridad por seguridad, valor por valor, información por información, buena fe por buena fe, verdad con verdad, libertad con libertad, propiedad con propiedad.
La principal institución mutualista ideada por Proudhon debía ser el Banco del Pueblo.
La justicia, para Proudhon, es la suprema virtud. A sus ojos, el problema esencial es un problema moral, y en cualquier intercambio debe prevalecer la justicia. Mientras los marxistas se preocupaban por la síntesis, Proudhon opinaba que la síntesis es gubernamental y que es menos conveniente resolver las contradicciones que el asumirlas.
LO LIBERTARIO, VACUNA FRENTE A CUALQUIER INTEGRISMO
Cuatro hombres, cuatro amigos de distintas nacionalidades, cuatro temperamentos imbuidos de romanticismo y de idealismo social, se encuentran en la revolución romántica por excelencia, la que sacudió a las ciudades alemanas y austro-húngaras entre 1848 y 49. No están solos, muchos otros artistas y pensadores también participan en las distintas sublevaciones. Pero éstos cuatro son Proudhon, Bakunin, Wagner y Marx.
Bakunin es un aristócrata ruso que movido por la sed de amor y justicia se convierte en el más fiero rebelde de la época. Bakunin viaja por toda Europa alentando los diferentes movimientos sociales para liberar a los hombres, porque cree fervientemente que la libertad de un pueblo no debe alcanzarse sólo en un país sino en todos. «La libertad no será sino una mentira mientras la mayoría esté reducida a un existencia miserable, privada de educación, de reposo y de pan, y esté destinada a servir de títere a los poderosos. No es cierto que la libertad de un hombre esté limitada por la de los demás. El hombre es realmente libre cuando su libertad, completamente reconocida por los demás y reflejada en ellos, encuentra su confirmación y su expansión en la libertad de los demás. La opresión de uno es la opresión de todos y no podemos violar la libertad de un ser humano sin violar la libertad de todos.»
Wagner es joven y cree apasionadamente en la posibilidad de cambiar el mundo, aún le falta tiempo para dejarse vencer por el nihilismo de Schopenhauer y se apunta junto a Bakunin —al que admira y ve como un Sigfrido moderno que quiere hacer desaparecer del mundo los viejos contratos, la infelicidad y la desdicha— al levantamiento de Dresden. La batalla callejera de la insurrección dura cuatro días, los tenderos se ponen del lado de las tropas y Bakunin es el lidera y el estratega de los obreros de las fábricas cercanas durante los cuatro días de resistencia. Al cabo de estos cuatro días Bakunin es encarcelado por los prusianos, quienes lo entregan a los austríacos y finalmente al gobierno del zar, que lo encarcela en las mazmorras del Kremlin durante años. Su condición de aristócrata le salva de la ejecución, pero transcurridos estos años sin que el zar consiga la firma del arrepentimiento que le dicta, es deportado a Siberia. Diez años después, tras padecer varias enfermedades y haber perdido los dientes, logra huir a los Estados Unidos y regresar a Europa para seguir su lucha.
Wagner, en la revolución de Dresden, tuvo más suerte y consiguió escapar de la emboscada refugiándose en casa de una prima que vivía en la ciudad, pero dichos sucesos le empujaron a escribir: «Quiero destruir el dominio de un individuo sobre otro; de lo muerto sobre lo vivo; de la materia sobre el espíritu; quiero quebrantar la fuerza de los poderosos, la fuerza de la ley y de la propiedad. Que la propia voluntad domine al hombre; que el propio placer sea su única ley; que la propia fuerza sea su propiedad única; pues solamente el hombre libre es sagrado y no algo que esté por encima de él; nada superior a él... la revolución viviente, es decir, la del hombre divinizado, se precipita a los valles y a las llanuras, anunciando al mundo entero un nuevo Evangelio de la felicidad...». Wagner se pone a escribir la ópera El anillo de los Nibelungos, en la que denunciará la miseria que se apodera de la sociedad cuando el oro es utilizado como instrumento de poder. El Oro, custodiado por las hijas del Rhin, es bello y hermoso, pero fuera de allí, al ser herramienta de poder, se transforma en arma de crimen... «Aquel que ama debe desechar el oro».
Marx y Bakunin, poco antes de que éste fuera encarcelado, discutieron por la cuestión de la raza eslava. Bakunin pretendía la emancipación de los eslavos que vivían bajo el yugo alemán o turco, Marx no la aceptaba porque pensaba que la misión de Alemania era civilizar, es decir germanizar a los eslavos de fuera de Rusia para bien y para mal. Por otra parte, el ímpetu y los escritos de Bakunin tienen mucha más acogida que los de Marx. Celos y discusiones provocan que el periódico NEUE RHEINISCHE ZEITUNG, controlado por Marx, publicara el 6 de Julio de 1948 una carta de un corresponsal de París inventando que entre otras cosas decía: «Con respecto a la propaganda eslava, ayer nos informaron que George Sand tiene en su poder documentos que comprometen mucho al exiliado ruso Mijail Bakunin y lo revelan como un agente ruso recientemente adquirido por su gobierno.» Inmediatamente Bakunin protesta con energía ante la calumnia y George Sand niega tal información. Destaco este dato porque muestra muy claramente cómo desde el principio Marx utilizó cualquier mentira o calumnia para acabar con todo aquel o aquello que supusiera un obstáculo para lograr sus fines dentro de la teoría que iría tejiendo, y que derivaría en el socialismo autoritario.
EL PENSAMIENTO ANARQUISTA
La Comuna de París elegida el 26 de Mayo de 1871 estaba compuesta por mutualistas, comunistas utópicos y anarquistas. Todos rendían culto a Proudhon y muchos de ellos estaban adheridos a la Primera Internacional, que pese a los intentos de manipulación por parte de Marx, no era autoritaria sino asamblearia gracias a la fuerza de las federaciones de los países del sur. La comuna se produce en el momento más enjundioso del conflicto Marx-Bakunin. Pero la influencia de Marx en la comuna es nula; sólo se sabia del marxismo que era una corriente autoritaria.
Tanto la tendencia bakuninista como la proudhoniana consideraban la comuna como una revolución destinada a producir la liberación de todas las comunas de Francia, y tal vez de Europa. Debía ser la primera célula de una organización que destruiría el Estado tradicional. Los bakuninistas eran mucho más radicales y pretendían que la Comuna fuera el golpe decisivo contra el Estado. El pacto federativo de las comunas libres sería puramente contractual, pudiendo ser denunciado siempre y sin que existiera una autoridad superior que impusiera. «El reino de la espontaneidad sustituirá al de la autoridad», proclama Bakunin.
A partir de las experiencias de la Comuna, Marx niega todo movimiento espontáneo, ya que según él, para que un movimiento revolucionario triunfe debe tener dirigentes, cuadros y estrategias. Junto a Engels, comienza a elaborar su teoría definitiva de la dictadura del proletariado. El anarquismo, por su parte, fomentaría por toda Europa sindicatos revolucionarios, que se esforzarían por hacer del sindicato el universo total del obrero, proporcionándoles cultura, trabajo, sentimiento de solidaridad, retiros, cuidados... y sustituyendo al Estado.
El anarquismo de Bakunin, Kropotkin y Jean Grave pretende ser, al mismo tiempo, una filosofía de la naturaleza y del hombre, y una ciencia de la vida humana.
Kropotkin, que era un príncipe notable, enunció en La Ciencia Moderna y la Anarquía sus postulados filosóficos, derivados de Spencer, Darwin, Cabanis y Compte. El universo no es sino materia en perpetua y libre evolución: existe una anarquía de los mundos. Esa anarquía de la evolución es la ley de las cosas. La anarquía es la tendencia natural del universo, la federación es el orden de los átomos. La evolución niega progresivamente la animalidad del hombre y afirma su humanidad.
Bakunin rechaza toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiada, aunque salga del sufragio universal, convencido de que siempre se volverá en provecho de una minoría dominante y explotadora y en contra de los intereses de la inmensa mayoría subyugada. Sostiene que todo hombre es bueno, inteligente y libre pero que todo Estado, como toda teología, supone que el hombre es perverso y malvado. «La ilusión más peligrosa consiste en dejar sitio al Estado y encontrar una forma de poder que limite su maldad. Esto equivaldría a admitir la necesidad de poder como corrección fatal de la naturaleza del hombre. ¡Este es el pecado de la Teología! Por otra parte, no se puede limitar el poder. La democracia sigue siendo una ‘cracia’, la de una mayoría y ¿qué mayoría? No la de la masa auténtica en su espontaneidad y en su soberana libertad anárquica, sino la de los representantes, es decir gobernantes, hombres de poder y de autoridad. Negativa pues, absoluta, a adherirse a toda teoría jurídico-política, del “mandato y la representación”». Desconfianza absoluta, tanto en el personal parlamentario como en la mediación política. «Los partidos políticos, cualesquiera que sean, en tanto que ambicionan el poder, tienden siempre a petrificarse dentro de sus funciones de jefe.»
Bakunin y los anarquistas siempre han sostenido la necesidad de una revolución cultural para poder llevar a término la sociedad sin jefes y sin desigualdad. Han insistido en la educación como medio para cambiar al hombre, y en que esta educación no sea autoritaria y propicie la solidaridad. Están en contra de la propiedad por la desigualdad que crea, el poder que confiere y el germen de autoridad que encierra. Los anarquistas son radicalmente opuestos a una organización autoritaria y global de la economía. No consideran ninguna organización como definitiva y obligatoria. La vida es movimiento y la ley del hombre es rebeldía.
El anarquismo es un sistema abierto que pretende unas nuevas pautas de conducta tales que no reproduzcan las pautas de comportamiento que han hecho posible la desigualdad de las oportunidades.
La verdadera doctrina anarquista, aunque rechaza toda autoridad, nunca ha sido una exaltación del individualismo, tal como ocurre dentro del liberalismo. El libertario no es individualista ni aristocrático. Es una aspiración casi subconsciente, de auténtica liberación social.
¿Posible o imposible? En cualquier caso, caído el marxismo y viendo cómo los viejos fantasmas que tantas veces hicieron estallar a Europa en pedazos han vuelto a reproducirse y campan ya libres; contemplando el egoísmo nacionalista, el racismo, la xenofobia y el triunfo de un liberalismo materialista que no da calidad humana al ser; comprobando cómo el nivel de la educación baja, la presión de los medios de comunicación idiotiza y el componente solidario del ser humano se extingue, vale la pena reflexionar y volver atrás. ¿Por qué han triunfado en el Primer Mundo las tesis materialistas y egoístas de un desarrollismo acelerado? ¿Qué es lo que puede devolver al hombre su sed de concordia y su ansia de alcanzar la plenitud en libertad?
Las viejas palabras que hicieron posible la Revolución Francesa y los derechos del hombre están en quiebra. Quizá ha llegado el momento de volver a generar solidariamente la autoeducación que haga posible, al menos, una educación libertaria. Nuestra cultura y nuestro mundo la necesitan para sobrevivir. Si no, todo cuanto ocurra a partir de ahora no serán sino manifestaciones de una horripilante decadencia.
Revista Ajoblanco, nº 45
(Octubre – 1992)