Por Julio Reyero
Érase una vez un dictador muy malo que tenía a su pueblo totalmente sometido y hambriento. Un día el pueblo se rebeló y acabó con su tiranía a pesar de su desconocimiento de la guerra, su falta de organización y armamento. Todo se suplió con el ansia de libertad. Fin… para quien se lo quiera creer.
Los medios de comunicación nos tratan como idiotas, y nosotros, un poco por la repulsa a priori de todo aquel personaje que detente el poder, y un poco por la terminología empleada, nos dejamos convencer como tales.
A principios de febrero de este año las empresas de propaganda se hacen eco de un movimiento de oposición armada a Gadafi en Libia. No son un ejército, son «rebeldes» porque el mundo les ha hecho así (El Mundo, El País, Cuatro, ABC, etc.). Con el coronel regalando caballos a Aznar y los hijos de ambos confraternizando, recibiendo las llaves de la ciudad de Madrid de manos de Gallardón y viéndose con el resto de oligarcas de todo el mundo (Sarkozy, Zapatero, Berlusconi, etc.) se comprende que a estas alturas no mucha gente le tuviese estima, especialmente los que dicen llamarse de izquierdas y odiar la guerra. Pero aun así nos hemos dejado cegar por el escenario, la representación teatral y sus focos y bailamos entre la insensibilidad y la justificación ante lo que está pasando realmente.
Lo primero que hacía desconfiar de la inocente revuelta era que quienes vendían aspiraciones democráticas tomasen como bandera la utilizada por la monarquía del rey Idris I que dominaba Libia antes de la llegada de Gadafi, y que mantenía el control del Parlamento y las Fuerzas Armadas entregando sistemáticamente los hidrocarburos y demás recursos del país a precio de saldo a las multinacionales colonialistas. Lo que se llama un hombre de paja.
Podíamos al menos haber dudado de la actuación de los ejércitos de la OTAN por los numerosos conflictos en los que han participado desde hace más de 15 años. Les hemos visto bombardear columnas de refugiados, simular violaciones a población civil (Bosnia), torturar impunemente a presos y fotografiarse humillándolos incluso (Irak), destruir infraestructuras civiles como puentes, emisoras de televisión, hospitales e incluso embajadas (Belgrado), utilizar armamento condenado internacionalmente como las bombas de racimo, las de grafito y las irradiadas con lo que llaman «uranio empobrecido» (Yugoslavia, Irak, Afganistán), atacar a los servicios sanitarios cuando acuden a auxiliar a las víctimas, y otras muchas humanitarias acciones. A pesar de todo esto no han faltado organizaciones llamadas de izquierda pidiendo que quienes presentan este curriculum acudieran a Libia a socorrer «al pueblo indefenso que estaba siendo masacrado», y sirvieron la justificación en bandeja de plata con una resolución de la ONU en la que se instaba a preparar una operación de seguridad aérea supuestamente para que Gadafi no utilizase la aviación contra la población civil, nunca para dar un golpe de Estado.
Pero como la verdad es tozuda no hemos tenido que esperar mucho tiempo para ver cómo la supuesta defensa de la población civil, la libertad y la democracia, se transforma en el asesinato impune, masivo y anónimo (no vaya alguien a pedir responsabilidades) en aras de volver a apropiarse de los recursos de la zona en otra operación puramente neocolonial.
Podíamos también haber dudado de la intención humanitaria de esta intervención, cuando entre los impulsores vemos a un régimen como el de Qatar que no ha firmado la mayoría de los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos*. A pesar de todo han dotado de armamento (incluidos tanques) a las fuerzas «rebeldes» con el aplauso de la OTAN, algunos de cuyos integrantes también han puesto su granito de arena (se ha reconocido públicamente el lanzamiento de cajas de armamento en Bengasi por aviación francesa, además de proporcionar chalecos antibalas e instructores militares).
Es curioso cómo tampoco se ha puesto en duda ninguna información procedente de la cadena Al-Jazzira, a pesar de que pertenece a la familia real de ese Emirato, combatiente en el conflicto como decimos, y que gobierna el país desde su independencia en 1971 de forma absoluta en un régimen de monarquía feudal con una suerte de esclavitud legalizada. Más bien al contrario, han sido una fuente autorizada para las agencias de prensa que nutren nuestras noticias, a pesar de tener las mismas prácticas manipuladoras que la CNN o la Associated Press. No hay más que ver la gloriosa manifestación en la Plaza Verde de Trípoli de los «rebeldes» al entrar triunfantes en la capital, que resultó haber sido rodada en un decorado situado en Doha, la capital qatarí. De ahí que la escenificación del arresto del hijo mayor de Gadafi fuese desmentida por él mismo apareciendo en otro lugar de la capital libia. Este montaje fue destapado por periodistas rusos y venezolanos, cuyos gobiernos se mantienen opuestos a la intervención. Sigue habiendo bloques.
Esa es la razón por la que esto no se parece mediáticamente a Irak, donde Qatar no apoyaba la intervención americana. A esto hay que añadir que el régimen qatarí es el responsable del rescate de nuestras Cajas de Ahorros, invirtiendo muchos millones de euros tras las gestiones diplomáticas de Zapatero, y de que el presidente del Barcelona, Sandro Rosell, justifique el rentable negocio de la publicidad qatarí en las camisetas disculpando su régimen absolutista, ya que «todos sus ciudadanos son muy felices». Estos son los demócratas de toda la vida.
Lamentablemente nos tememos cosas como estas han contribuido a que el gobierno español participe de la carnicería y nuestros medios callen o aplaudan influyendo con sus informaciones como correa de transmisión en la actitud de la población ante el conflicto.
Cada vez están siendo menos las honrosas excepciones que desconfían de la inquietud humanista de nuestros gobernantes y de su preocupación democrática. Y eso es un verdadero problema. Ha dado igual que no presentasen ninguna prueba de las acusaciones continuas que se hacían desde las agencias de prensa (me da vergüenza llamarlos así). Ha dado igual que todas las noticias fuesen redactadas o basadas en las afirmaciones de los combatientes armados contra el régimen libio, sin ningún tipo de contraste. Ha dado igual que la mitad de las informaciones fuesen una sarta de sandeces más propias del amarillismo que de alguien que se llama periodista (que si repartía viagra, que si estaba enamorado de Condolezza Rice, que si usa botox, etc.).
Mientras nuestros medios mantenían un silencio discreto o daban noticias que habían ocurrido dos semanas antes, nuestros aviones integrados en la Alianza Atlántica han estado bombardeando poblaciones y asesinando impunemente civiles de toda condición: hombres, mujeres y niños. Hasta 7.500 operaciones criminales desde el aire han reconocido haber hecho. El pasado 4 de agosto cincuenta niños, además de las personas que estaban atendiéndolos, murieron bajo las bombas de la OTAN en Zliten. Los documentos gráficos que muestran casas y otros edificios civiles destruidos son numerosos. Las fotografías de cadáveres de partidarios de Gadafi ejecutados con las manos atadas a la espalda y con la piel abrasada sin que las ropas que llevan estén quemadas (de lo que se deducen torturas) están a la vista incluso en webs de diarios como El País, aunque parece que no le dan importancia. La tortura y el asesinato del anterior jefe de los «rebeldes», el general Abdel Fattah Yunes, a manos de los propios «rebeldes» parece haberse olvidado pronto. Como también se pasa por alto deliberadamente, que la cabeza actualmente visible del movimiento armado, Mustafá Abdel Jalil, fue el responsable de la confirmación, como ministro de Justicia entre 2007 y 2011, de las sentencias de muerte contra las enfermeras búlgaras acusadas de transmitir deliberadamente el Sida a 400 niños para provocar una infección generalizada en 1998. Pero no pasa nada. Al final todo lo hacía Gadafi y no hay más responsables mientras se plieguen a los dictados de los dominadores. Nuestros democráticos gobiernos apoyan a unos elementos armados que hacen pública una recompensa para quien asesine a su oponente. Ni siquiera estamos apoyando allí la pena de muerte, que ya sería suficientemente vergonzoso cuando en nuestro país no lo consentiríamos, sino que aplaudimos el asesinato sin juicio previo. Igualmente parece que no importa que las nuevas autoridades del país hayan establecido la Sharía (código de ley islámico) como fuente de jurisprudencia. Veremos qué pasa con las mujeres y los homosexuales.
Todo lo anterior es una bonita lección de cómo exportamos democracia a raudales. Pero para poder exportar tal cosa primero debería darse una condición: que nuestros oligarcas se crean esa mentira del «gobierno del pueblo» con lo que se llenan tantas veces la boca. Todos los días nos dan muestras de que no hay tal cosa en lo que llaman Occidente, y de que no son más que criminales disfrazados por el engaño del circo electoral montado cada cuatro años para aplaudirlos. La guerra desdibuja su careta.
* No han firmado los siguientes acuerdos en materia de derechos humanos: Protocolo Facultativo de la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que incluye la abolición de la pena de muerte; Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer; Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares («al igual que otros países árabes del Golfo Pérsico, Qatar tiene leyes de avales. Esas leyes son extensamente descritas como semejantes a la esclavitud moderna»); Convención Internacional para la Protección de todas las Personas Contra las Desapariciones Forzadas; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Érase una vez un dictador muy malo que tenía a su pueblo totalmente sometido y hambriento. Un día el pueblo se rebeló y acabó con su tiranía a pesar de su desconocimiento de la guerra, su falta de organización y armamento. Todo se suplió con el ansia de libertad. Fin… para quien se lo quiera creer.
Los medios de comunicación nos tratan como idiotas, y nosotros, un poco por la repulsa a priori de todo aquel personaje que detente el poder, y un poco por la terminología empleada, nos dejamos convencer como tales.
A principios de febrero de este año las empresas de propaganda se hacen eco de un movimiento de oposición armada a Gadafi en Libia. No son un ejército, son «rebeldes» porque el mundo les ha hecho así (El Mundo, El País, Cuatro, ABC, etc.). Con el coronel regalando caballos a Aznar y los hijos de ambos confraternizando, recibiendo las llaves de la ciudad de Madrid de manos de Gallardón y viéndose con el resto de oligarcas de todo el mundo (Sarkozy, Zapatero, Berlusconi, etc.) se comprende que a estas alturas no mucha gente le tuviese estima, especialmente los que dicen llamarse de izquierdas y odiar la guerra. Pero aun así nos hemos dejado cegar por el escenario, la representación teatral y sus focos y bailamos entre la insensibilidad y la justificación ante lo que está pasando realmente.
Lo primero que hacía desconfiar de la inocente revuelta era que quienes vendían aspiraciones democráticas tomasen como bandera la utilizada por la monarquía del rey Idris I que dominaba Libia antes de la llegada de Gadafi, y que mantenía el control del Parlamento y las Fuerzas Armadas entregando sistemáticamente los hidrocarburos y demás recursos del país a precio de saldo a las multinacionales colonialistas. Lo que se llama un hombre de paja.
Podíamos al menos haber dudado de la actuación de los ejércitos de la OTAN por los numerosos conflictos en los que han participado desde hace más de 15 años. Les hemos visto bombardear columnas de refugiados, simular violaciones a población civil (Bosnia), torturar impunemente a presos y fotografiarse humillándolos incluso (Irak), destruir infraestructuras civiles como puentes, emisoras de televisión, hospitales e incluso embajadas (Belgrado), utilizar armamento condenado internacionalmente como las bombas de racimo, las de grafito y las irradiadas con lo que llaman «uranio empobrecido» (Yugoslavia, Irak, Afganistán), atacar a los servicios sanitarios cuando acuden a auxiliar a las víctimas, y otras muchas humanitarias acciones. A pesar de todo esto no han faltado organizaciones llamadas de izquierda pidiendo que quienes presentan este curriculum acudieran a Libia a socorrer «al pueblo indefenso que estaba siendo masacrado», y sirvieron la justificación en bandeja de plata con una resolución de la ONU en la que se instaba a preparar una operación de seguridad aérea supuestamente para que Gadafi no utilizase la aviación contra la población civil, nunca para dar un golpe de Estado.
Pero como la verdad es tozuda no hemos tenido que esperar mucho tiempo para ver cómo la supuesta defensa de la población civil, la libertad y la democracia, se transforma en el asesinato impune, masivo y anónimo (no vaya alguien a pedir responsabilidades) en aras de volver a apropiarse de los recursos de la zona en otra operación puramente neocolonial.
Podíamos también haber dudado de la intención humanitaria de esta intervención, cuando entre los impulsores vemos a un régimen como el de Qatar que no ha firmado la mayoría de los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos*. A pesar de todo han dotado de armamento (incluidos tanques) a las fuerzas «rebeldes» con el aplauso de la OTAN, algunos de cuyos integrantes también han puesto su granito de arena (se ha reconocido públicamente el lanzamiento de cajas de armamento en Bengasi por aviación francesa, además de proporcionar chalecos antibalas e instructores militares).
Es curioso cómo tampoco se ha puesto en duda ninguna información procedente de la cadena Al-Jazzira, a pesar de que pertenece a la familia real de ese Emirato, combatiente en el conflicto como decimos, y que gobierna el país desde su independencia en 1971 de forma absoluta en un régimen de monarquía feudal con una suerte de esclavitud legalizada. Más bien al contrario, han sido una fuente autorizada para las agencias de prensa que nutren nuestras noticias, a pesar de tener las mismas prácticas manipuladoras que la CNN o la Associated Press. No hay más que ver la gloriosa manifestación en la Plaza Verde de Trípoli de los «rebeldes» al entrar triunfantes en la capital, que resultó haber sido rodada en un decorado situado en Doha, la capital qatarí. De ahí que la escenificación del arresto del hijo mayor de Gadafi fuese desmentida por él mismo apareciendo en otro lugar de la capital libia. Este montaje fue destapado por periodistas rusos y venezolanos, cuyos gobiernos se mantienen opuestos a la intervención. Sigue habiendo bloques.
Esa es la razón por la que esto no se parece mediáticamente a Irak, donde Qatar no apoyaba la intervención americana. A esto hay que añadir que el régimen qatarí es el responsable del rescate de nuestras Cajas de Ahorros, invirtiendo muchos millones de euros tras las gestiones diplomáticas de Zapatero, y de que el presidente del Barcelona, Sandro Rosell, justifique el rentable negocio de la publicidad qatarí en las camisetas disculpando su régimen absolutista, ya que «todos sus ciudadanos son muy felices». Estos son los demócratas de toda la vida.
Lamentablemente nos tememos cosas como estas han contribuido a que el gobierno español participe de la carnicería y nuestros medios callen o aplaudan influyendo con sus informaciones como correa de transmisión en la actitud de la población ante el conflicto.
Cada vez están siendo menos las honrosas excepciones que desconfían de la inquietud humanista de nuestros gobernantes y de su preocupación democrática. Y eso es un verdadero problema. Ha dado igual que no presentasen ninguna prueba de las acusaciones continuas que se hacían desde las agencias de prensa (me da vergüenza llamarlos así). Ha dado igual que todas las noticias fuesen redactadas o basadas en las afirmaciones de los combatientes armados contra el régimen libio, sin ningún tipo de contraste. Ha dado igual que la mitad de las informaciones fuesen una sarta de sandeces más propias del amarillismo que de alguien que se llama periodista (que si repartía viagra, que si estaba enamorado de Condolezza Rice, que si usa botox, etc.).
Mientras nuestros medios mantenían un silencio discreto o daban noticias que habían ocurrido dos semanas antes, nuestros aviones integrados en la Alianza Atlántica han estado bombardeando poblaciones y asesinando impunemente civiles de toda condición: hombres, mujeres y niños. Hasta 7.500 operaciones criminales desde el aire han reconocido haber hecho. El pasado 4 de agosto cincuenta niños, además de las personas que estaban atendiéndolos, murieron bajo las bombas de la OTAN en Zliten. Los documentos gráficos que muestran casas y otros edificios civiles destruidos son numerosos. Las fotografías de cadáveres de partidarios de Gadafi ejecutados con las manos atadas a la espalda y con la piel abrasada sin que las ropas que llevan estén quemadas (de lo que se deducen torturas) están a la vista incluso en webs de diarios como El País, aunque parece que no le dan importancia. La tortura y el asesinato del anterior jefe de los «rebeldes», el general Abdel Fattah Yunes, a manos de los propios «rebeldes» parece haberse olvidado pronto. Como también se pasa por alto deliberadamente, que la cabeza actualmente visible del movimiento armado, Mustafá Abdel Jalil, fue el responsable de la confirmación, como ministro de Justicia entre 2007 y 2011, de las sentencias de muerte contra las enfermeras búlgaras acusadas de transmitir deliberadamente el Sida a 400 niños para provocar una infección generalizada en 1998. Pero no pasa nada. Al final todo lo hacía Gadafi y no hay más responsables mientras se plieguen a los dictados de los dominadores. Nuestros democráticos gobiernos apoyan a unos elementos armados que hacen pública una recompensa para quien asesine a su oponente. Ni siquiera estamos apoyando allí la pena de muerte, que ya sería suficientemente vergonzoso cuando en nuestro país no lo consentiríamos, sino que aplaudimos el asesinato sin juicio previo. Igualmente parece que no importa que las nuevas autoridades del país hayan establecido la Sharía (código de ley islámico) como fuente de jurisprudencia. Veremos qué pasa con las mujeres y los homosexuales.
Todo lo anterior es una bonita lección de cómo exportamos democracia a raudales. Pero para poder exportar tal cosa primero debería darse una condición: que nuestros oligarcas se crean esa mentira del «gobierno del pueblo» con lo que se llenan tantas veces la boca. Todos los días nos dan muestras de que no hay tal cosa en lo que llaman Occidente, y de que no son más que criminales disfrazados por el engaño del circo electoral montado cada cuatro años para aplaudirlos. La guerra desdibuja su careta.
* No han firmado los siguientes acuerdos en materia de derechos humanos: Protocolo Facultativo de la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que incluye la abolición de la pena de muerte; Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer; Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares («al igual que otros países árabes del Golfo Pérsico, Qatar tiene leyes de avales. Esas leyes son extensamente descritas como semejantes a la esclavitud moderna»); Convención Internacional para la Protección de todas las Personas Contra las Desapariciones Forzadas; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Si esque ya les vale a estos dictadores...podrían parecerse más a los nuestros, que son igual o más tiránicos pero al menos se molestan en vendernos mejor la moto. Todo sea por la democracia, la suya claro.
ResponderEliminarGenial el artículo. Salud!
Psd: soy Toni
Aquí Alfredo Embid nos habla de las mentiras que se dicen desde Al-Yazira y otros medios, como la aparición de supuestas fosas comunes de victimas del gadafismo:
ResponderEliminar«Peor aún, se descubre que los huesos de los “mártires” no son humanos. La chapuza orquestada por el gobierno títere queda clara cuando los periodistas visitan el lugar del “descubrimiento”. La versión del gobierno es tan impresentable que incluso algunos medios acostumbrados a mentir sistemáticamente tienen que ponerla en cuestión y rechazarla.»
http://ciaramc.org/ciar/boletines/cr_bol393.htm