Capítulo III, parte III de Anarquismo
Siguiendo el ejemplo de lo sucedido en Rusia, inmediatamente después de la primera guerra mundial, los anarquistas italianos caminaron por un tiempo del brazo con los partidarios del poder de los soviets. La revolución soviética había tenido profunda repercusión entre los trabajadores italianos, especialmente entre los metalúrgicos del Norte de la península, que estaban a la vanguardia del movimiento obrero. El 20 de febrero de 1919, la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos (FIOM) obtuvo la firma de un acuerdo por el cual se establecía que en las empresas se designaran comisiones internas efectivas. Luego, mediante una serie de huelgas con ocupación de los establecimientos, la federación intentó transformar dichos organismos de representación obrera en consejos de fábrica que propenderían a dirigir las empresas.
La última de esas huelgas, producida a fines de agosto de 1920, tuvo por origen un cierre patronal. Los metalúrgicos decidieron unánimemente continuar la producción por sus propios medios. Prácticamente inútiles fueron sus intentos de obtener, mediante la persuasión, primero, y la fuerza, después, la colaboración de los ingenieros y del personal superior. Así librados a su suerte, tuvieron que crear comités obreros, técnicos y administrativos, que tomaron la dirección de las empresas. De esta manera se avanzó bastante en el proceso de autogestión. En los primeros tiempos, las fábricas autoadministradas contaron con el apoyo de los bancos. Y cuando éstos se lo retiraron, los obreros emitieron su propia moneda para pagar los salarios. Se estableció una autodisciplina muy estricta, se prohibió el consumo de bebidas alcohólicas y se organizó la autodefensa con patrullas armadas. Las empresas áutoadministradas anudaron fuertes vínculos solidarios. Los metales y la hulla pasaron a ser propiedad común y repartíanse equitativamente.
Pero una vez alcanzada esta etapa era preciso ampliar ei movimiento o batirse en retirada. El ala reformista de los sindicatos optó por un compromiso con la parte patronal. Después de ocupar y administrar las fábricas durante algo más de tres semanas, los trabajadores tuvieron que evacuarlas tras recibir la promesa -no cumplida- de que se pondría un control obrero. En vano clamó el ala revolucionaria -socialistas de izquierda y anarquistas- que aquel paso significaba una traición.
Dicha ala izquierda poseía una teoría, un órgano y un portavoz. El primer número del semanario L'Ordine Nuovo apareció en Turín el 19 de mayo de 1919. Su director era el socialista de izquierda Antonio Gramsci, a quien secundaban un profesor de filosofía de la Universidad de Turín, de ideas anarquistas, que firmaba con el seudónimo de Carlo Petri, y todo un núcleo de libertaríos turineses. En las fábricas, el grupo de L'Ordine Nuovo contaba principalmente con el apoyo de dos anarcosindicalistas militantes del gremio metalúrgico: Pietro Ferrero y Maurizio Garino. Socialistas y libertaríos firmaron conjuntamente el manifiesto de L'Ordine Nuovo, acordando que los consejos de fábrica debían considerarse como órganos adaptados para la futura dirección comunista de las fábricas y de la sociedad.
L'Ordine Nuovo tendía, en efecto, a sustituir la estructura del sindicalismo tradicional por la de los consejos de fábrica. Ello no significa que fuera absolutamente hostil a los sindicatos, en los cuales veía las sólidas vértebras del gran cuerpo proletario, Simplemente criticaba, a la manera del Malatesta de 1907, la decadencia de aquel movimiento sindical burocrático y reformista que se había hecho parte integrante de la sociedad capitalista; además, señalaba la incapacidad orgánica de los sindicatos para cumplir el papel de instrumentos de la revolución proletaria.
En cambio, L'Ordine Nuovo estimaba que el consejo de fábrica reunía todas las virtudes. Era el órgano destinado a unificar a la clase obrera, el único capaz de elevar a los trabajadores por encima del estrecho círculo de cada gremio, de ligar a los no organizados con los organizados. Incluía en el activo de los consejos la formación de una psicología del productor, la preparación del trabajador para la autogestión. Gracias a ellos, hasta el más modesto de los obreros podía descubrir que la conquista de la fábrica no era un imposible, que estaba al alcance de su mano. Los consejos eran considerados como una prefiguración de la sociedad socialista.
Los anarquistas italianos, más realistas y menos verbosos que Antonio Gramsci, ironizaban a veces sobre los excesos taumatúrgicos de la predicación en favor de los consejos de fábrica. Aunque reconocían los méritos de éstos, no los exageraban. Asi como Gramsci, no sin razón, denunciaba el reformismo de los sindicatos, los anarcosindicalistas hacían notar que, en un período no revolucionario. también los consejos de fábrica corrían el riesgo de degenerar en organismos de colaboración con las clases dirigentes. Los libertarios más apegados al sindicalismo encontraban asimismo injusto que L'Ordine Nuovo condenara por igual el sindicalismo reformista y el revolucionario practicado por su central, la Unión Sindical Italiana.
La interpretación contradictoria y equívoca del prototipo de consejo de fábrica, el soviet, propuesta por L'Ordine Nuovo era sobre todo motivo de cierta inquietud para los anarquistas. Por cierto que Gramsci usaba a menudo el epíteto libertario y había disputado con Angelo Tasca, autoritario inveterado que defendía un concepto antidemocrático de la dictadura del proletariado y que reducía los consejos de fábrica a simples instrumentos del Partido Comunista y acusaba de proudhoniano al pensamiento gramscista. Pero Gramsci no estaba tan al corriente de lo que sucedía como para ver la diferencia entre los soviets libres de los primeros meses de la Revolución y los soviets domesticados por el Estado bolchevique. De ahí la ambigüedad de las fórmulas que empleaba. El consejo de fábrica era, a sus ojos, el modelo del Estado proletario que, según anunciaba, se incorporaría a un sistema mundial: la Internacional Comunista. Creía poder conciliar el bolcheviquismo con el debilitamiento del Estado y una concepción democrática de la dictadura del proletariado.
Los anarquistas italianos saludaron el nacimiento de los soviets rusos con un entusiasmo falto de espíritu crítico. Uno de ellos, Camillo Berneri, publicó el 19 de junio de 1919 un articulo intitulado La Autodemocracia, en el cual saludaba al régimen bolchevique como el ensayo más práctico y en mayor escala de democracia integral y como la antítesis del socialismo de Estado centralizador. Un año después, en el Congreso de la Unión Anarquista Italiana, Maurizio Garino utilizaría un lenguaje muy distinto: los soviets implantados en Rusia por los bolcheviques diferían sustancialmente de la autogestión obrera concebida por los anarquistas. Constituían la base de un nuevo Estado, inevitablemente centralizador y autoritario.
Luego, los anarquistas italianos y los amigos de Gramsci tomarían por caminos divergentes. Los segundos, que siempre habían sostenido que el partido socialista, al igual que el sindicato, estaba integrado en el sistema burgués, por lo cual no era indispensable ni recomendable adherirse a él, hicieron una excepción con los grupos comunistas que militaban en el partido socialista y que, después de la escisión de Liorna del 21 de enero de 1921, formaron el Partido Comunista Italiano, incorporado a la Internacional Comunista.
En lo que atañe a los libertarios italianos, tuvieron que abandonar algunas de sus ilusiones y recordar las advertencias de Malatesta, quien, en una carta escrita desde Londres en el verano de 1919, los había puesto en guardia contra un nuevo gobierno que acaba de instalarse (en Rusia) por encima de la Revolución, para frenarla y someterla a los fines particulares de un partido (...) mejor dicho, de los jefes de un partido. El viejo revolucionario afirmó proféticamente que se trataba de una dictadura con sus decretos, sus sanciones penales, sus agentes ejecutivos, y, sobre todo, su fuerza armada, que también sirve para defender a la Revolución contra sus enemigos externos, pero que mañana servirá para imponer a los trabajadores la voluntad de los dictadores, detener la Revolución, consolidar los nuevos intereses establecidos y defender contra la masa a una nueva clase privilegiada. No cabe duda de que Lenin, Trotski y sus compañeros son revolucionarios sinceros, pero también es cierto que preparan los planteles gubernativos que sus sucesores utilizarán para sacar provecho de la revolución y matarla. Ellos serán las primeras víctimas de sus propios métodos.
Dos años más tarde, en un congreso reunido en Ancona entre el 2 y el 4 de noviembre de 1921, la Unión Anarquista Italiana se negó a reconocer al gobierno ruso como representante de la Revolución; en cambio, lo denunció como el mayor enemigo de la Revolución, el opresor y explotador del proletariado, en cuyo nombre pretende ejercer el poder. Aquel mismo año, el escritor libertario Luigi Fabbri concluía: El estudio crítico de la Revolución Rusa tiene enorme importancia (...) porque puede servir de guía a los revolucionarios occidentales para que eviten en lo posible los errores que la experiencia rusa ha puesto al descubierto.
Siguiendo el ejemplo de lo sucedido en Rusia, inmediatamente después de la primera guerra mundial, los anarquistas italianos caminaron por un tiempo del brazo con los partidarios del poder de los soviets. La revolución soviética había tenido profunda repercusión entre los trabajadores italianos, especialmente entre los metalúrgicos del Norte de la península, que estaban a la vanguardia del movimiento obrero. El 20 de febrero de 1919, la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos (FIOM) obtuvo la firma de un acuerdo por el cual se establecía que en las empresas se designaran comisiones internas efectivas. Luego, mediante una serie de huelgas con ocupación de los establecimientos, la federación intentó transformar dichos organismos de representación obrera en consejos de fábrica que propenderían a dirigir las empresas.
La última de esas huelgas, producida a fines de agosto de 1920, tuvo por origen un cierre patronal. Los metalúrgicos decidieron unánimemente continuar la producción por sus propios medios. Prácticamente inútiles fueron sus intentos de obtener, mediante la persuasión, primero, y la fuerza, después, la colaboración de los ingenieros y del personal superior. Así librados a su suerte, tuvieron que crear comités obreros, técnicos y administrativos, que tomaron la dirección de las empresas. De esta manera se avanzó bastante en el proceso de autogestión. En los primeros tiempos, las fábricas autoadministradas contaron con el apoyo de los bancos. Y cuando éstos se lo retiraron, los obreros emitieron su propia moneda para pagar los salarios. Se estableció una autodisciplina muy estricta, se prohibió el consumo de bebidas alcohólicas y se organizó la autodefensa con patrullas armadas. Las empresas áutoadministradas anudaron fuertes vínculos solidarios. Los metales y la hulla pasaron a ser propiedad común y repartíanse equitativamente.
Pero una vez alcanzada esta etapa era preciso ampliar ei movimiento o batirse en retirada. El ala reformista de los sindicatos optó por un compromiso con la parte patronal. Después de ocupar y administrar las fábricas durante algo más de tres semanas, los trabajadores tuvieron que evacuarlas tras recibir la promesa -no cumplida- de que se pondría un control obrero. En vano clamó el ala revolucionaria -socialistas de izquierda y anarquistas- que aquel paso significaba una traición.
Dicha ala izquierda poseía una teoría, un órgano y un portavoz. El primer número del semanario L'Ordine Nuovo apareció en Turín el 19 de mayo de 1919. Su director era el socialista de izquierda Antonio Gramsci, a quien secundaban un profesor de filosofía de la Universidad de Turín, de ideas anarquistas, que firmaba con el seudónimo de Carlo Petri, y todo un núcleo de libertaríos turineses. En las fábricas, el grupo de L'Ordine Nuovo contaba principalmente con el apoyo de dos anarcosindicalistas militantes del gremio metalúrgico: Pietro Ferrero y Maurizio Garino. Socialistas y libertaríos firmaron conjuntamente el manifiesto de L'Ordine Nuovo, acordando que los consejos de fábrica debían considerarse como órganos adaptados para la futura dirección comunista de las fábricas y de la sociedad.
L'Ordine Nuovo tendía, en efecto, a sustituir la estructura del sindicalismo tradicional por la de los consejos de fábrica. Ello no significa que fuera absolutamente hostil a los sindicatos, en los cuales veía las sólidas vértebras del gran cuerpo proletario, Simplemente criticaba, a la manera del Malatesta de 1907, la decadencia de aquel movimiento sindical burocrático y reformista que se había hecho parte integrante de la sociedad capitalista; además, señalaba la incapacidad orgánica de los sindicatos para cumplir el papel de instrumentos de la revolución proletaria.
En cambio, L'Ordine Nuovo estimaba que el consejo de fábrica reunía todas las virtudes. Era el órgano destinado a unificar a la clase obrera, el único capaz de elevar a los trabajadores por encima del estrecho círculo de cada gremio, de ligar a los no organizados con los organizados. Incluía en el activo de los consejos la formación de una psicología del productor, la preparación del trabajador para la autogestión. Gracias a ellos, hasta el más modesto de los obreros podía descubrir que la conquista de la fábrica no era un imposible, que estaba al alcance de su mano. Los consejos eran considerados como una prefiguración de la sociedad socialista.
Los anarquistas italianos, más realistas y menos verbosos que Antonio Gramsci, ironizaban a veces sobre los excesos taumatúrgicos de la predicación en favor de los consejos de fábrica. Aunque reconocían los méritos de éstos, no los exageraban. Asi como Gramsci, no sin razón, denunciaba el reformismo de los sindicatos, los anarcosindicalistas hacían notar que, en un período no revolucionario. también los consejos de fábrica corrían el riesgo de degenerar en organismos de colaboración con las clases dirigentes. Los libertarios más apegados al sindicalismo encontraban asimismo injusto que L'Ordine Nuovo condenara por igual el sindicalismo reformista y el revolucionario practicado por su central, la Unión Sindical Italiana.
La interpretación contradictoria y equívoca del prototipo de consejo de fábrica, el soviet, propuesta por L'Ordine Nuovo era sobre todo motivo de cierta inquietud para los anarquistas. Por cierto que Gramsci usaba a menudo el epíteto libertario y había disputado con Angelo Tasca, autoritario inveterado que defendía un concepto antidemocrático de la dictadura del proletariado y que reducía los consejos de fábrica a simples instrumentos del Partido Comunista y acusaba de proudhoniano al pensamiento gramscista. Pero Gramsci no estaba tan al corriente de lo que sucedía como para ver la diferencia entre los soviets libres de los primeros meses de la Revolución y los soviets domesticados por el Estado bolchevique. De ahí la ambigüedad de las fórmulas que empleaba. El consejo de fábrica era, a sus ojos, el modelo del Estado proletario que, según anunciaba, se incorporaría a un sistema mundial: la Internacional Comunista. Creía poder conciliar el bolcheviquismo con el debilitamiento del Estado y una concepción democrática de la dictadura del proletariado.
Los anarquistas italianos saludaron el nacimiento de los soviets rusos con un entusiasmo falto de espíritu crítico. Uno de ellos, Camillo Berneri, publicó el 19 de junio de 1919 un articulo intitulado La Autodemocracia, en el cual saludaba al régimen bolchevique como el ensayo más práctico y en mayor escala de democracia integral y como la antítesis del socialismo de Estado centralizador. Un año después, en el Congreso de la Unión Anarquista Italiana, Maurizio Garino utilizaría un lenguaje muy distinto: los soviets implantados en Rusia por los bolcheviques diferían sustancialmente de la autogestión obrera concebida por los anarquistas. Constituían la base de un nuevo Estado, inevitablemente centralizador y autoritario.
Luego, los anarquistas italianos y los amigos de Gramsci tomarían por caminos divergentes. Los segundos, que siempre habían sostenido que el partido socialista, al igual que el sindicato, estaba integrado en el sistema burgués, por lo cual no era indispensable ni recomendable adherirse a él, hicieron una excepción con los grupos comunistas que militaban en el partido socialista y que, después de la escisión de Liorna del 21 de enero de 1921, formaron el Partido Comunista Italiano, incorporado a la Internacional Comunista.
En lo que atañe a los libertarios italianos, tuvieron que abandonar algunas de sus ilusiones y recordar las advertencias de Malatesta, quien, en una carta escrita desde Londres en el verano de 1919, los había puesto en guardia contra un nuevo gobierno que acaba de instalarse (en Rusia) por encima de la Revolución, para frenarla y someterla a los fines particulares de un partido (...) mejor dicho, de los jefes de un partido. El viejo revolucionario afirmó proféticamente que se trataba de una dictadura con sus decretos, sus sanciones penales, sus agentes ejecutivos, y, sobre todo, su fuerza armada, que también sirve para defender a la Revolución contra sus enemigos externos, pero que mañana servirá para imponer a los trabajadores la voluntad de los dictadores, detener la Revolución, consolidar los nuevos intereses establecidos y defender contra la masa a una nueva clase privilegiada. No cabe duda de que Lenin, Trotski y sus compañeros son revolucionarios sinceros, pero también es cierto que preparan los planteles gubernativos que sus sucesores utilizarán para sacar provecho de la revolución y matarla. Ellos serán las primeras víctimas de sus propios métodos.
Dos años más tarde, en un congreso reunido en Ancona entre el 2 y el 4 de noviembre de 1921, la Unión Anarquista Italiana se negó a reconocer al gobierno ruso como representante de la Revolución; en cambio, lo denunció como el mayor enemigo de la Revolución, el opresor y explotador del proletariado, en cuyo nombre pretende ejercer el poder. Aquel mismo año, el escritor libertario Luigi Fabbri concluía: El estudio crítico de la Revolución Rusa tiene enorme importancia (...) porque puede servir de guía a los revolucionarios occidentales para que eviten en lo posible los errores que la experiencia rusa ha puesto al descubierto.
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