Por RUDOLF ROCKER
En América las ideas del radicalismo político dominaron largo tiempo a los mejores cerebros y con éstos a la opinión pública. Todavía hoy no han sido olvidadas por completo, aunque la dominación aplastante y aplastadora del capitalismo y de su economía monopolista socavó las viejas tradiciones hasta tal grado que aquellas ideas sólo pueden servir de rótulo de fachada para aspiraciones bien distintas. Sin embargo, no siempre fue así. Hasta un carácter de temperamento tan conservador como el de George Washington, a quien Paine había dedicado la primera parte de sus Derechos del hombre —lo que no le impidió después atacar violentamente al primer presidente de los Estados Unidos, cuando creyó reconocer que éste entraba por una senda que tenía que apartarle de la ruta de la libertad—, hasta Washington hizo esta declaración:
El gobierno no conoce la razón ni la convicción, y por eso no es otra cosa que la violencia. Lo mismo que el fuego, es un servidor peligroso y un amo terrible. No hay que darle nunca ocasión para cometer actos irresponsables.
Thomas Jefferson, que calificó el derecho a la rebelión contra un gobierno que ha lesionado la libertad del pueblo, no sólo como derecho, sino como deber de todo buen ciudadano, y era de opinión que una pequeña insurrección de tanto en tanto no puede menos de ser beneficiosa para la salud de un gobierno, resumió su concepción sobre toda la esencia del gobierno en estas lacónicas palabras: «El mejor gobierno es el que gobierna menos». Adversario irreductible de todas las limitaciones políticas, consideraba Jefferson toda intromisión del Estado en la esfera de la vida personal de los ciudadanos como despotismo y violencia brutal.
Benjamín Franklin replicó al argumento de que el ciudadano debe sacrificar una parte esencial de su libertad al Estado para procurarse así la seguridad de su persona, con estas palabras tajantes:
El que está dispuesto a abandonar una parte esencial de su libertad para conseguir en cambio una seguridad temporal de su persona, pertenece a los que no merecen ni la libertad ni la seguridad.
Wendell Phillips, el vigoroso combatiente contra la esclavitud de los negros, expresó su convicción de que el «gobierno es simplemente el refugio del soldado, del hipócrita y del cura». Y manifestó en uno de sus discursos:
Tengo una pobre opinión de la influencia moral de los gobiernos. Creo con Guizot que es una burda ilusión creer en el poder soberano de una máquina política. Cuando se oye con qué veneración habla cierta gente del gobierno, se podría creer que el Congreso es la encarnación de la ley de la gravitación universal, que mantiene a los planetas en su ruta.
Abraham Lincoln previno a los americanos para que no confiasen a un gobierno la garantía de sus derechos humanos:
Si hay algo en la tierra que un ciudadano no debería confiar a manos extrañas, es la conservación y la persistencia de la propia libertad y de las instituciones ligadas a ella.
De Lincoln proceden también estas significativas palabras:
Fui siempre de opinión que el hombre tiene que ser libre. Pero si hay hombres a quienes la esclavitud parece conveniente, son los que la desean para ellos mismos y los que la quieren imponer a los otros.
Ralph Waldo Emerson expresó estas conocidas palabras:
Todo Estado verdadero está corrompido. Los hombres buenos no deben obedecer demasiado a las leyes.
Emerson, el poeta filósofo de América, sentía sobre todo abierta repugnancia contra el fetichismo de las leyes y sostenía que «pagamos demasiado caro nuestra desconfianza recíproca. El dinero que entregamos para la institución de tribunales y de prisiones, es un capital malamente invertido». Y decía también que «la ley de la autoconservación ofrece al hombre más seguridad de lo que podría hacerlo cualquier legislación».
Este espíritu inspiraba toda la literatura política de América en aquellos tiempos, hasta que apareció el capitalismo moderno, que condujo a novísimas condiciones de vida, con sus efectos espiritual y moralmente corruptores, desplazando cada vez más las viejas tradiciones o interpretándolas en su beneficio. Y así como las mismas corrientes de ideas llegaron en Inglaterra a su cima en la Justicia política de Godwin, así también alcanzaron la más alta perfección en la acción de hombres como H. D. Thoreau, Josiah Warren, Stephen Pearl Andrews y algunos otros que se atrevieron a dar valerosamente el último paso y dijeron con Thoreau:
Reconozco de todo corazón este principio: el mejor gobierno es el que gobierna menos: sólo deseo que se pudiera avanzar más rápida y sistemáticamente de acuerdo con ese principio. Justamente empleado, ese pensamiento implica todavía otro, que apruebo igualmente: el mejor gobierno es, en general, el que no gobierna.
Nacionalismo y cultura
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