27/11/2012
Hans Cristian Andersen escribió en
1837 un cuento titulado El traje nuevo
del Emperador. Mucho antes, don Juan Manuel escribió en el siglo XIV El Conde Lucanor, cuyo capítulo 32 se
titula «De lo que conoció a un rey con los burladores (pícaros) que hicieron el
paño». Escojamos este último por ser menos conocido en el resumen de la Universitat Oberta
de Catalunya:
Tres pícaros engañaron a un rey diciéndole que sabían tejer una tela maravillosa,
que sólo podía verla aquél que verdaderamente fuera hijo de su padre. El rey
quiso conocer el linaje de sus cortesanos, codicioso de confiscar la herencia
de los ilegítimos, y ofreció oro y todo lo necesario para que los pícaros
confeccionaran la «maravillosa» tela, durante la realización de la cual, debía
encerrarse en su palacio. Pararon sus telares los pícaros y, al cabo de unos
días, uno de ellos salió para informar al rey cómo estaban haciendo el paño.
El rey, para comprobarlo, envió a su camarero, el cual, sin ver la
tela, informó al rey que la había visto. Y así hicieron otros criados y
cortesanos que envió a los falsos tejedores. Al final, acude él mismo y, al no
ver nada, piensa que puede perder el reino si se descubre que no es hijo
legítimo del anterior rey, de modo que continúa la farsa diciendo a todos que
la tela es preciosa. Y nadie se atrevía a decir que no la veía.
Un día de una gran celebración, el rey decide vestirse la tela, sus
criados hacen como que lo visten y sale a la calle desnudo (menos mal que era
verano). Nadie se atreve a decírselo hasta que se cruza con un hombre de color
muy pobre que no tiene nada que perder si le dicen que no es hijo de su padre y
descubre el engaño al monarca: el Rey está desnudo. Otros dijeron lo mismo y el
monarca se percató del engaño. Pero ya es demasiado tarde: «los tres pícaros se han
marchado con el oro del rey».
Antonio García Trevijano dijo
entonces en los informativos de Radio Libertad Constituyente que estaba cerca
el momento en que abuchearían a los miembros de la Casa Real por las calles
de España. No se equivocaba, pues los pitos ya se han convertido en una
protesta frecuente contra la
Monarquía. «En lugar de ser ella la que proporciona autoridad
moral al Gobierno, es la que recibe la autoridad de un partido que la protege,
cubre y arropa», decía Trevijano. El pasado mes de mayo, Diario RC publicaba esta noticia bajo el titular: «La Corona necesita ser arropada por los partidos».
Hoy ya todo el mundo sabe que el
rey está desnudo. Su cacería de elefantes en Bostwana lo ha desprendido de sus
ropas y ha dejado al descubierto su vida disoluta y su inmensa fortuna, amasada
en la oscuridad de las comisiones fraudulentas en el petróleo o las armas y
está casi toda fuera de España. Pero hay una diferencia con respecto a su prima
etapa de reinado: hoy la censura en Internet es más difícil.
El 17 de mayo de 1995, la
periodista de El País, Karmentxu
Marín escribía desde Roma que «el rey de España aparece desnudo, llevándose
todo el sol, al parecer malagueño, desde la cubierta del yate Fortuna —del que
se ve el nombre y la bandera con la corona real— en unas fotografías que
publica la revista sensacionalista, italiana Novella 2000, que en portada da una de las imágenes, señala que es
la primera vez que un monarca sale de esa guisa y lo anuncia como exclusiva
mundial».
«Don Juan Carlos, sin una marca de
bañador, como un habitual del sol integral, enseña lo que la revista llama "Las
más escondidas joyas de la
Corona española", y entona el himno al naturismo cubriendo
tan sólo su real cabeza con un gorrito blanco de pescador. Cuatro fotografías,
que dejan ver el anverso y el reverso, la cara y la cruz del Monarca, del que Novella 2000 loa el físico enjuto y
longilíneo, a la vez que recuerda su pasión por el deporte», concluía
la periodista.
Y en efecto, bajo el título
interior de ‘El Rey está desnudo’,
figuraban dos subtítulos para las fotografías: el primero le rebajaba un poco
de rango, «¡Olé!: he aquí a su Alteza Real»; el segundo, sin cortarse nada, lo
define como «Un gran pedazo de hombre». Novella
2000, que databa el texto en Málaga, a la salida de cuyo puerto el Rey, «repanchigado
en el puente del yate Fortuna, en espléndida soledad, [...] ofrece las reales
rotundeces a los besos del sol», como dice con toque poético, comenta el hecho
de que don Juan Carlos sólo lleve cubierta la zona de la corona como un relax tras
el estrés de la boda de la infanta Elena, y recordaba que ya fueron pillados en
situación semejante príncipes de sangre real, como Alberto de Mónaco o Carlos y
Andrés de Inglaterra, pero nunca un soberano reinante.
La revista no aludía a que las
reales porretas no son sino continuación de las que su abuelo, Alfonso XIII, se
dejó inmortalizar por el fotógrafo Campúa cuando visitó Las Hurdes con el
doctor Marañón. El gabinete de prensa de la Zarzuela no hizo ningún comentario. Fuentes de la Zarzuela señalaron a la
agencia Servimedia: «Desconocemos la
publicación, por lo tanto es difícil hacer cualquier tipo de consideración».
Hoy el abogado Max Turiel hace
públicas en DRC las fotografías por
vez primera en España, pues el texto de Karmentxu Marín no llevaba imagen
alguna. Después las publicó la revista Oggi, pues estaban vedadas en
España. Y hoy, 17 años después, se puede proclamar en España ya sin temor que «el
rey está desnudo».
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