lunes, 21 de enero de 2013

Sobre el ‘Poder Negro’ de los años sesenta


(Periodista)

Los condenados de la tierra

Los nuevos tiempos convirtieron 1960 en el gran año de la descolonización. De enero a noviembre nacieron como estados Camerún, Togo, Senegal, Mali, Congo (hoy Zaire)*, Madagascar, Somalia, Benin, Níger, Alto Volta (hoy Burkina Faso), Costa de Marfil, Chad, República Centroafricana, Congo (Brazzaville), Gabón, Nigeria y Mauritania. Fue la gran verbena de la descolonización sobre mapas diseñados por las metrópolis. Sólo en el cono sur del continente africano portugueses, sudafricanos y rodesianos blancos continuaron frenando un proceso imparable.

Fue la década de la negritud. En diez años, de 1958 a 1968, nacieron más de treinta nuevos estados en aquel continente. Fue un momento optimista para una humanidad que parecía dispuesta a romper con siglos de racismo y colonialismo y a asumir mitos liberadores. Una figura adquirió las dimensiones legendarias para el sueño del futuro africano: Patricio Lumumba, un profeta que pudo vislumbrar la conexión entre la segregación racial y la explotación económica capitalista. Al criterio tribal y regional que hacia juego al colonialismo belga, Lumumba opuso la consigna de un Congo unido en un África unida.

Como tantos otros mitos de aquella década prodigiosa, concluiría trágicamente: el Congo, hoy Zaire, vivió la primera y más salvaje guerra civil de los nacientes estados y Lumumba murió asesinado en 1961. Los intereses económicos europeos, el neocolonialismo, estuvieron detrás tanto de la guerra como del crimen.

Fue aquel un modelo a reproducir a escala continental: se sucedieron desde entonces golpes militares —treinta sólo en la década de los sesenta— y guerras civiles. Se pasó pronto del grito esperanzado de independencia del Congo belga y de la imagen gráfica del robo del bastón de mando al piadoso rey Balduino por un manifestante negro en Leopoldville (hoy Kinshasa), a una accidentada historia cuyas últimas secuelas llegan hasta hoy, con las trágicas visiones, aún recientes, de Etiopía o Somalia, o las actuales de Ruanda. Del sueño de la libertad a una continuada pesadilla de horrores.


En Estados Unidos, desde el lado negro, James Baldwin tituló un libro La próxima vez el fuego. En él decía que el hombre negro ha funcionado en el mundo del hombre blanco como una estrella fija, como un pilar inamovible: si se sale de su órbita, el cielo y la tierra se conmueven hasta sus cimientos. La protesta generacional y después el rechazo a la guerra de Vietnam durante aquellos años sesenta, se enmarcaron bajo el signo de una creciente protesta negra, una lucha que empezó a mostrar no sólo las zonas heridas y el fracaso social de una sociedad opulenta, sino la crisis de identidad de la propia sociedad blanca ante un cataclismo que parecía romper el orden de las cosas. Now! (¡Ahora!) el grito de una canción, atravesó el país de norte a sur, de costa a costa, como expresión de una marea negra que parecía imparable.

Recordando la explosión de la población negra de Los Ángeles, el levantamiento del barrio de Watts en 1964, con su secuela de incendios y saqueos y de represión policial en la rica y desarrollada California, cuando vuelve a repetirse en 1992, en proporciones aún mayores, se hace patente la profundidad de la crisis, pese a las cuotas de negros en la televisión, el ejército y la policía y a su imagen integrada.

La lucha por la igualdad

Las dos líneas de la emancipación, la radical de Malcom X y la no violenta de Martin Luther King, se unían, en cierto modo, y se convertían en leyenda. Tras el fin trágico de ambos, se ha intentado recuperar sus personalidades, despojarles de su contenido de rebelión. Han pasado a ser mitos cinematográficos. Vehículos de denuncia, como ha sabido mostrar el realizador cinematográfico Spike Lee, pero también objetos mercantilizados para consumo en camisetas, carteles, llaveros y series de televisión.

Fueron muchos y complejos los movimientos de lucha, desde una organización tradicional como el NAACP (National Association for the Advancement for Racial Equality), al CORE (Congress for Racial Equality) y otros muchos grupos: los Freedom Riders (viajeros de la libertad), desde 1961, recorriendo los estados sureños para forzar la igualdad de derechos civiles; el intento apasionado de Malcom X, desde la delincuencia inicial, su paso por el islamismo de los musulmanes negros hasta su posterior radicalismo revolucionario, truncado con su asesinato; los proyectos de organización, educación y lucha en los guetos negros realizados por el movimiento de los Black Panthers, los Panteras Negras, encabezados por Eldridge Cleaver, Huey Newton, Bobby Seale, que chocaría también con una feroz represión de las fuerzas policiales y del FBI; en fin, todos los movimientos defensores de la igualdad de derechos civiles, los miles de participantes en manifestaciones y protestas pacíficas, que culminarían en la marcha sobre Washington. Todos sufrieron y aportaron su cuota de sangre a la represión institucional y a la causada por los sectores más racistas de la sociedad norteamericana.


La agitación alcanzó a toda la comunidad negra; las formas de lucha, al igual que los trabajos y los proyectos políticos, fueron muchos. A través de vías pacíficas, según el modelo gandhiano y la Biblia, con la figura clave del pastor Martin Luther King. Otros, como los Black Panthers para quienes su biblia fue Los condenados de la tierra de Fanon se plantearon la autoorganización y el recurso a la violencia. Hubo quienes retomaron las viejas ideas del retorno a África; quienes la asumieron adhiriéndose al Islam; quienes defendieron un nacionalismo negro o una concepción afroamericana y quienes buscaron la integración o igualación con los blancos.

En la propia década se desmoronaron muchas de aquellas esperanzas de liberación. En África, aquellas independencias de países artificialmente fabricados por franceses, ingleses y belgas fueron, en gran medida, espejismos, apariencias. Lo fueron sus partidos políticos, sus siglas, sus Parlamentos al modo europeo, la fraseología de modernidad y de progreso imitando pautas europeas liberales, socialistas o fascistas. Pronto se vieron envueltos en conflictos tribales o de clanes, enmascarados a veces con siglas de partido, o a la prepotencia brutal de las burocracias militares. En esa tarea jugaron un papel decisivo los planes del Fondo Monetario Internacional, junto al clientelismo económico y el intervencionismo militar de las viejas metrópolis.

En Estados Unidos, pese a la feroz represión, se hicieron avances: se lograron nuevas cotas de igualdad social, la comunidad negra alcanzó un importante peso político, así como una elevación en el status social y económico, y en el número de cuadros profesionales de color. Alcanzaron también una ambivalente política de integración escolar y de cuotas en el mundo del trabajo. Sin embargo, hechos como la citada explosión racial de Los Ángeles, en 1992, y tantos otros conflictos, a escala menor, muestran la permanencia del problema, como denunciaron la novelista y premio Nobel Toni Morrison y el cineasta Spike Lee. Continúa lejano el sueño de Martin Luther King: muchos de aquellos costosos logros se han ido perdiendo entre los escombros y las basuras de los homeless, el crack y las bandas callejeras; mientras, ha continuado creciendo, como en el continente africano, la miseria, las malas condiciones de vida y la violencia social para una parte importante de las comunidades negras urbanas del Imperio.

«La década de los Beatles».  
CUADERNOS DEL MUNDO ACTUAL, Nº 64; 
Historia 16 (1994).


    * Hay que recordar que este texto se publicó en 1994, Zaire es desde 1997 la R.D. del Congo.

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