cnt nº 360, p. 24
En los últimos años ha ido tomando fuerza entre los economistas y los ecologistas, un nuevo concepto, el decrecimiento, como respuesta a la tremenda crisis económica, medioambiental y social que está sufriendo el planeta Tierra, producto del rampante Capitalismo globalizado.
Asistimos, una vez más, a un supuesto callejón sin salida del Capitalismo (y decimos supuesto pues en más de una ocasión, en los últimos 100 años, se ha señalado el inmediato fin del Capitalismo, sin que hasta el momento hayamos podido asistir a sus exequias), y ante esta realidad, se ha articulado una nueva teoría económica que se basa en cambiar la tendencia hacia el crecimiento infinito del Capitalismo por una simplicidad voluntaria; esta teoría se le conoce bajo el término de decrecimiento, siendo uno de sus principales baluartes el economista Serge Latouche (se puede consultar sus libros, La apuesta por el decrecimiento o en una versión resumida, Pequeño tratado del decrecimiento sereno.)
Los partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales de izquierdas, han dejado de lado la emancipación del proletariado como bandera de lucha, a favor de enarbolar un nuevo estandarte, el ecológico, como ariete contra el Capitalismo. De esta manera, el obrero ha sido sustituido por la naturaleza; se ha pasado de la revolución proletaria a la lucha ecológica, seguramente motivado este cambio por el propio desarrollo del mundo occidental en donde la explotación humana por el capital, ha quedado difuminada bajo unas supuestas mejoras en las condiciones de trabajo y un Estado del bienestar. Sin embargo, ¿eso significa que haya desaparecido la base del Capitalismo: la explotación, la apropiación de los bienes, el egoísmo particular expresado en el lucro privado? Ni mucho menos pues todo esto estará vigente en tanto exista el propio Capitalismo, de ahí que conceptos que pretenden criticar al Capitalismo sólo desde una óptica ecológica, están condenados al fracaso, como ocurrió con la idea tan “revolucionaria” como fue el desarrollo sostenible, convertido durante años en la panacea de todos los males del Capitalismo y que finalmente ha sido asimilado por los economistas más conservadores y las grandes corporaciones, existiendo incluso una World Business Council for Sustainable Development (Consejo Mundial de Empresas para un Desarrollo Sostenible), al cual pertenecen en España, entre otras compañías respetuosas con el medio, Repsol YPF, Acciona o Telefónica (a nivel mundial, destacan DuPont, Bayer, Ford, Coca Cola, SINOPEC, BP, Sony o la Kuwait Petroleum Corporation). Esto demuestra bien a las claras que, mientras no se ataque la raíz del problema sino se intente atenuar algunas de sus consecuencias, el Capitalismo mantendrá su vigencia, reforzándose incluso pues los grandes depredadores mundiales pueden mostrar una cara amable, ecológicamente responsables.
Esta misma situación se dará con el decrecimiento, que pretende poner coto al Capitalismo, reduciendo el consumo (¿o tendríamos que decir consumismo?) aunque manteniendo sus fundamentos. Reducir el consumo, reducir la producción pero, ¿con qué objetivo? Con el fin de permitir un desarrollo homogéneo del Capitalismo a lo largo del globo, acabar con la depredación occidental de los recursos naturales del resto del planeta y posibilitar un desarrollo armónico de esos países del Tercer Mundo, como si estos, en su proceso de industrialización, caminaran por sí mismo por otra senda distinta a la que transitó Inglaterra, Francia o Alemania, por sólo citar unos casos, en los siglos XIX y XX. La falacia de este planteamiento lo hallamos en China, en donde su tránsito hacia el Capitalismo está repitiendo la misma terrible explotación del ser humano y degradación del medio ambiente que en la denominada Revolución Industrial, hecho que no puede ser explicado, como han querido hacer los ideólogos del Capitalismo, por la existencia de un régimen político dictatorial que no respeta los derechos humanos (sólo habría que ver los distintos regímenes políticos existentes en Europa y Norteamérica en el momento de su desarrollo industrial para percatarnos que la explotación es consustancial al Capitalismo, independientemente del sistema político en el cual se desarrolle.) Copiemos un párrafo de Serge Latouche en referencia al desarrollo económico de China, que refleja perfectamente los planteamientos que subyacen tras el concepto de decrecimiento:
“En cualquier caso, el destino del mundo y de la humanidad reposa principalmente sobre las decisiones de los dirigentes chinos. Ante el hecho de que sean conscientes de los desastres ecológicos actuales y de las amenazas muy reales que pesan sobre su futuro (y el nuestro), ante el hecho de que sepan que los costes ecológicos de su crecimiento anulan o sobrepasan los propios beneficios en una contabilidad ecológica (pero quienes perciben los dividendos no son los mismos que pagan los costes), ante todo esto, combinado con una tradición milenaria de sabiduría bien distanciada de la racionalidad y de la voluntad de poder occidentales, cabe esperar que China no vaya hasta el final del callejón sin salida del crecimiento que nosotros estamos a punto de alcanzar.” (Pequeño tratado de decrecimiento sereno, p. 84 El destacado es nuestro)
Obviamente, si el futuro de la humanidad y el fin de la depredación del medio, depende del misticismo y no de la acción racional contra los verdaderos males que causan esta situación, asistiremos a muy pocos cambios hacia la verdadera libertad del ser humano. Como si fuera una cuestión de creencias y no de pruebas fehacientes, los defensores del decrecimiento mantienen que este atacará la acumulación y, por lo tanto, acabará con el Capitalismo. Sin embargo, ¿en algún momento se pone en tela de juicio la propiedad privada y su injusto reparto? No hemos visto ninguna crítica a la apropiación individual ni se plantea una colectivización de los bienes; sólo se cuestiona la sobreproducción, generalmente especulativa, que esquilma los recursos con mayor velocidad de lo que es capaz de reprocesar la naturaleza. ¿Se cuestiona el sistema político basado en la jerarquía y privilegios personales? Simplemente no; al contrario, se asume que este cambio hacia el decrecimiento se puede realizar desde las mismas estructuras del poder, reiterando el viejo principio esgrimido por los partidos obreros que decían que entrar en el terreno del reformismo político no suponía degenerar los principios de transformación social revolucionaria (¿Hace falta poner ejemplos de lo falso de esta afirmación? Véase todos los partidos socialistas y comunistas y su acción política a lo largo del siglo XX). ¿El dogma de fe del beneficio es socavado? No; parece que este, el lucro, es aceptado sin más, como algo natural y no como una construcción social, y por lo tanto, si es un elemento intrínseco al ser humano, se transforma en incuestionable. Si el lucro personal se mantiene, si permanece la propiedad privada, nada impide que, buscando satisfacer ese mismo lucro, por muy local que sea el desarrollo económico (parece que esta es la panacea a todos los males, la piedra angular sobre la que se sustenta el decrecimiento), se potencien estructuras jerárquicas y que unos tengan todo y otros nada. A lo sumo, el programa de decrecimiento sólo plantea una política tributaria que internalice los verdaderos costes económicos de la producción y el consumo. ¿Se acaba con la explotación del ser humano por el ser humano? Nada de eso; al contrario, parece una cuestión secundaria en sus análisis, máxime cuando se acepta la existencia de jerarquías y privilegios personales.
“Esta reconquista del tiempo libre es condición necesaria de la descolonización del imaginario: concierne a los obreros y a los asalariados tanto como a los ejecutivos estresados, a los patrones acosados por la competencia, y a los profesionales independientes que se ven acorralados por la compulsión al crecimiento. De adversarios pueden pasar a ser aliados en la construcción de una sociedad de decrecimiento.” (Pequeño tratado…, p. 112 El destacado es nuestro)
Todo pasa, simple y llanamente, por un cambio en la forma de pensar, como si esto conllevara el fin de la explotación, el lucro personal o el egoísmo individual. De esta manera, por no se sabe qué principios, ser más respetuoso con el medio conllevará el fin de la explotación del ser humano. Como se puede apreciar, aunque como análisis de la realidad los defensores del decrecimiento llevan a cabo un certero diagnóstico de la situación del Capitalismo, al no querer cuestionar las bases del mismo, están incapacitados para plantear una verdadera alternativa social y menos llevarla a la práctica, resolviendo esta contradicción simplemente haciendo depender los cambios en transformaciones en el modo de pensar.
Otra vez asistimos a un nuevo parche del Capitalismo, un parche que redunda en los mismos errores cometidos en el pasado, como es llevar la crítica al nivel ecológico dejando de lado la sociedad. En tanto en cuanto no se ataque a la explotación y se articule una nueva sociedad basada en la igualdad y el reparto de los bienes, el Capitalismo no sólo mantendrá su vigencia sino que incluso, con planteamientos como el decrecimiento, verá fortalecidos los pilares sobre los que se sustenta al hacer recaer el problema sobre la conciencia individual y no sobre la estructura económico y social en la que nos vemos obligados a vivir.
Los partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales de izquierdas, han dejado de lado la emancipación del proletariado como bandera de lucha, a favor de enarbolar un nuevo estandarte, el ecológico, como ariete contra el Capitalismo. De esta manera, el obrero ha sido sustituido por la naturaleza; se ha pasado de la revolución proletaria a la lucha ecológica, seguramente motivado este cambio por el propio desarrollo del mundo occidental en donde la explotación humana por el capital, ha quedado difuminada bajo unas supuestas mejoras en las condiciones de trabajo y un Estado del bienestar. Sin embargo, ¿eso significa que haya desaparecido la base del Capitalismo: la explotación, la apropiación de los bienes, el egoísmo particular expresado en el lucro privado? Ni mucho menos pues todo esto estará vigente en tanto exista el propio Capitalismo, de ahí que conceptos que pretenden criticar al Capitalismo sólo desde una óptica ecológica, están condenados al fracaso, como ocurrió con la idea tan “revolucionaria” como fue el desarrollo sostenible, convertido durante años en la panacea de todos los males del Capitalismo y que finalmente ha sido asimilado por los economistas más conservadores y las grandes corporaciones, existiendo incluso una World Business Council for Sustainable Development (Consejo Mundial de Empresas para un Desarrollo Sostenible), al cual pertenecen en España, entre otras compañías respetuosas con el medio, Repsol YPF, Acciona o Telefónica (a nivel mundial, destacan DuPont, Bayer, Ford, Coca Cola, SINOPEC, BP, Sony o la Kuwait Petroleum Corporation). Esto demuestra bien a las claras que, mientras no se ataque la raíz del problema sino se intente atenuar algunas de sus consecuencias, el Capitalismo mantendrá su vigencia, reforzándose incluso pues los grandes depredadores mundiales pueden mostrar una cara amable, ecológicamente responsables.
Esta misma situación se dará con el decrecimiento, que pretende poner coto al Capitalismo, reduciendo el consumo (¿o tendríamos que decir consumismo?) aunque manteniendo sus fundamentos. Reducir el consumo, reducir la producción pero, ¿con qué objetivo? Con el fin de permitir un desarrollo homogéneo del Capitalismo a lo largo del globo, acabar con la depredación occidental de los recursos naturales del resto del planeta y posibilitar un desarrollo armónico de esos países del Tercer Mundo, como si estos, en su proceso de industrialización, caminaran por sí mismo por otra senda distinta a la que transitó Inglaterra, Francia o Alemania, por sólo citar unos casos, en los siglos XIX y XX. La falacia de este planteamiento lo hallamos en China, en donde su tránsito hacia el Capitalismo está repitiendo la misma terrible explotación del ser humano y degradación del medio ambiente que en la denominada Revolución Industrial, hecho que no puede ser explicado, como han querido hacer los ideólogos del Capitalismo, por la existencia de un régimen político dictatorial que no respeta los derechos humanos (sólo habría que ver los distintos regímenes políticos existentes en Europa y Norteamérica en el momento de su desarrollo industrial para percatarnos que la explotación es consustancial al Capitalismo, independientemente del sistema político en el cual se desarrolle.) Copiemos un párrafo de Serge Latouche en referencia al desarrollo económico de China, que refleja perfectamente los planteamientos que subyacen tras el concepto de decrecimiento:
“En cualquier caso, el destino del mundo y de la humanidad reposa principalmente sobre las decisiones de los dirigentes chinos. Ante el hecho de que sean conscientes de los desastres ecológicos actuales y de las amenazas muy reales que pesan sobre su futuro (y el nuestro), ante el hecho de que sepan que los costes ecológicos de su crecimiento anulan o sobrepasan los propios beneficios en una contabilidad ecológica (pero quienes perciben los dividendos no son los mismos que pagan los costes), ante todo esto, combinado con una tradición milenaria de sabiduría bien distanciada de la racionalidad y de la voluntad de poder occidentales, cabe esperar que China no vaya hasta el final del callejón sin salida del crecimiento que nosotros estamos a punto de alcanzar.” (Pequeño tratado de decrecimiento sereno, p. 84 El destacado es nuestro)
Obviamente, si el futuro de la humanidad y el fin de la depredación del medio, depende del misticismo y no de la acción racional contra los verdaderos males que causan esta situación, asistiremos a muy pocos cambios hacia la verdadera libertad del ser humano. Como si fuera una cuestión de creencias y no de pruebas fehacientes, los defensores del decrecimiento mantienen que este atacará la acumulación y, por lo tanto, acabará con el Capitalismo. Sin embargo, ¿en algún momento se pone en tela de juicio la propiedad privada y su injusto reparto? No hemos visto ninguna crítica a la apropiación individual ni se plantea una colectivización de los bienes; sólo se cuestiona la sobreproducción, generalmente especulativa, que esquilma los recursos con mayor velocidad de lo que es capaz de reprocesar la naturaleza. ¿Se cuestiona el sistema político basado en la jerarquía y privilegios personales? Simplemente no; al contrario, se asume que este cambio hacia el decrecimiento se puede realizar desde las mismas estructuras del poder, reiterando el viejo principio esgrimido por los partidos obreros que decían que entrar en el terreno del reformismo político no suponía degenerar los principios de transformación social revolucionaria (¿Hace falta poner ejemplos de lo falso de esta afirmación? Véase todos los partidos socialistas y comunistas y su acción política a lo largo del siglo XX). ¿El dogma de fe del beneficio es socavado? No; parece que este, el lucro, es aceptado sin más, como algo natural y no como una construcción social, y por lo tanto, si es un elemento intrínseco al ser humano, se transforma en incuestionable. Si el lucro personal se mantiene, si permanece la propiedad privada, nada impide que, buscando satisfacer ese mismo lucro, por muy local que sea el desarrollo económico (parece que esta es la panacea a todos los males, la piedra angular sobre la que se sustenta el decrecimiento), se potencien estructuras jerárquicas y que unos tengan todo y otros nada. A lo sumo, el programa de decrecimiento sólo plantea una política tributaria que internalice los verdaderos costes económicos de la producción y el consumo. ¿Se acaba con la explotación del ser humano por el ser humano? Nada de eso; al contrario, parece una cuestión secundaria en sus análisis, máxime cuando se acepta la existencia de jerarquías y privilegios personales.
“Esta reconquista del tiempo libre es condición necesaria de la descolonización del imaginario: concierne a los obreros y a los asalariados tanto como a los ejecutivos estresados, a los patrones acosados por la competencia, y a los profesionales independientes que se ven acorralados por la compulsión al crecimiento. De adversarios pueden pasar a ser aliados en la construcción de una sociedad de decrecimiento.” (Pequeño tratado…, p. 112 El destacado es nuestro)
Todo pasa, simple y llanamente, por un cambio en la forma de pensar, como si esto conllevara el fin de la explotación, el lucro personal o el egoísmo individual. De esta manera, por no se sabe qué principios, ser más respetuoso con el medio conllevará el fin de la explotación del ser humano. Como se puede apreciar, aunque como análisis de la realidad los defensores del decrecimiento llevan a cabo un certero diagnóstico de la situación del Capitalismo, al no querer cuestionar las bases del mismo, están incapacitados para plantear una verdadera alternativa social y menos llevarla a la práctica, resolviendo esta contradicción simplemente haciendo depender los cambios en transformaciones en el modo de pensar.
Otra vez asistimos a un nuevo parche del Capitalismo, un parche que redunda en los mismos errores cometidos en el pasado, como es llevar la crítica al nivel ecológico dejando de lado la sociedad. En tanto en cuanto no se ataque a la explotación y se articule una nueva sociedad basada en la igualdad y el reparto de los bienes, el Capitalismo no sólo mantendrá su vigencia sino que incluso, con planteamientos como el decrecimiento, verá fortalecidos los pilares sobre los que se sustenta al hacer recaer el problema sobre la conciencia individual y no sobre la estructura económico y social en la que nos vemos obligados a vivir.
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