lunes, 18 de junio de 2012

La caza de brujas de anarquistas

Por Pedro García Guirao
(CNT-SEIS)


Pocas veces sucede que un periódico tradicional recoja puntos de vista anarquistas. Cuando lo hace suele ser de forma negativa, esto es, con intención de demonizar un movimiento de hondas raíces filosófico-políticas. Y en las escasas ocasiones que lo hace de manera positiva, una pregunta atraviesa nuestras malpensadas conciencias libertarias: ¿no será esta repentina visibilidad del anarquismo en la prensa un intento por absorber, asimilar y, en consecuencia, neutralizar la presumible vitalidad e independencia de este movimiento?

Aquí habrá quien diga que conviene que hablen de uno aunque sea mal; contra semejante asunción, Ellie Mae O'Haga publicó recientemente un artículo en The Guardian cuyo título «Anarchists have civil liberties too» [1] nos muestra el verdadero macartismo, o caza de brujas, «siempre ostensiblemente en nombre de la seguridad nacional», al que se está sometiendo a los anarquistas de medio mundo por las protestas contra un modelo global ineficiente, injusto y asesino.

Lo que la autora denuncia, con mayor o menor acierto, viene discutiéndose desde los albores del anarquismo: «la verdad es que el anarquismo no es solamente famoso por sus graves daños criminales. Es una filosofía política importada, una que da cabida a personas con puntos de vista significativamente contrastados». De ahí que sea posible afirmar que el anarquismo ha seducido a gente del Lumpemproletariado, a príncipes (léase Kropotkin), a cristianos y a musulmanes, a gais y a heteros, a famosos y a desconocidos, a punkis, a okupas, a médicos, a intelectuales, a liberales y a conservadores, a ecologistas, a artistas, a vegetarianos, a nudistas, a banqueros (o al menos es lo que nos contaba Fernando Pessoa), a inmigrantes, a amas de casa, a desempleados, a jóvenes y a mayores y, en resumen, a una riquísima variedad de personas que forman la llamada sociedad civil. Entonces, ¿por qué ese linchamiento público al que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación? Mae nos da una respuesta orientativa: «El problema con la narración actual de las protestas en los medios de comunicación es que en su rechazo por entender los matices del anarquismo están usando dicho término como eufemismo de “peligroso”, “violento”, “malo”».

Históricamente, en cada época convulsiva de cambios sociales los poderosos han intentado encontrar un chivo expiatorio al que cargarle las miserias de cada época y de no existir ninguno, lo han inventado; ahora le toca al anarquismo y a los anarquistas ejercer ese rol impuesto por la policía social y, en extensión, por los voceros (también llamados medios de comunicación) del capital. Casi están consiguiendo su objetivo, es decir, crear una opinión pública en la que en el imaginario colectivo se asocie anarquismo y criminalidad. De ahí que hasta nosotros nos veamos abocados a una cuestión vital: ¿Son (o mejor dicho, somos) los anarquistas criminales subnormales peligrosos? Esta pregunta recoge el espíritu del positivismo criminológico de Cesare Lombroso allá por el siglo XIX: «El libro Los Anarquistas, de Cesare Lombroso, es un trabajo [...], concebido básicamente con intención de demostrar que los anarquistas son subnormales, tocados por el síndrome del crimen, hipótesis ésta que se desarrollaría una parte de la escuela penal italiana y que se extendería, durante bastante tiempo, por los estamentos más conservadores del pensamiento y las leyes de Occidente» [2]. Hoy, más que nunca, se aplican esos principios del positivismo criminológico al anarquismo; hoy, más que nunca, la sociología de Canguilhem y su libro Lo normal y lo patológico está presente en las calles. El Estado pretende unificar, disciplinar y, sobre todo, controlar a la población y, para ello, nada mejor que definir al otro, al que no piensa como la mayoría electoral, como un peligroso criminal, como un anormal que debe ser encerrado si no eliminado. Mae no se equivocaba en su diagnóstico: «Hay destellos de macartismo en la manera en que el Estado se hace cargo de quienes percibe como una amenaza. Los potenciales anarquistas son intimidados y calumniados y se les niega la libertad basándose en cargos nebulosos y casi orwellianos».

Las cargas policiales y las detenciones preventivas en Seattle, Praga, Atenas, Génova, Plaza Catalunya, el montaje mediático contra Patricia Heras que acabó en suicidio, no dejan lugar a dudas. Estas prácticas de terrorismo de Estado, nos dice Mae, «inhiben fundamentalmente “el derecho a criticar; el derecho a mantener creencias impopulares; el derecho a protestar; el derecho al pensamiento independiente”» Y aquí la prensa contribuye con su gran grano de arena en el desprestigio de los anarquistas. Basta ojear Intereconomía, por nombrar sólo a uno de los menos sutiles y más groseros, para darnos cuenta de ello. Su diagnóstico del 15-M y del tipo de personas que lo componen es el siguiente: «Son comunistas, socialistas, anarquistas, y de ETA» o bien «antisistema y radicales de izquierda». Comentarios cuya reminiscencia franquista no merecen siquiera una línea para ser rebatidos. También comentarios que nos harían explotar a carcajadas de no ser porque son tenidos muy en serio por determinados sectores sociales a los que, nostálgicamente, se les hace la boca agua cada vez que los antidisturbios aporrean a esas «células terroristas anarquistas» (tomando prestada la expresión de Mae).

Afortunadamente, artículos tan impopulares para el gran público como el de Ellie Mae muestran con cuentagotas que otra manera de concebir públicamente el anarquismo no sólo es posible sino necesaria: «Si de verdad valoran las libertades sociales, deberíamos interrogar el uso peyorativo de la palabra anarquista porque la alternativa parece que sea, según los acontecimientos recientes, que la policía la use como un bastón con el que golpearnos».

CNT, nº 380 (julio de 2011).


[1] En: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2011/may/02/anarchists-civil-liberties-media-police

[2] Lombroso, C., y Mella, R., Los anarquistas, Madrid, Júcar, 1978.


Página 25 (OPINIÓN).

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