Por José García
El ciudadano, 06/08/2010
El origen de las especies de Darwin y El apoyo mutuo de Kropotkin compiten y se apoyan mutuamente en una metáfora de las propias teorías contenidas en estas dos grandes obras del pensamiento humano.
El 12 de febrero de 2009 se cumplieron 200 años del nacimiento de Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución. La publicación de El origen de las especies representa uno de los mayores golpes asestados por la ciencia y la razón contra la religión, el mito y la fe desde que Copérnico demostrara que la Tierra no era el centro del universo.
A Darwin corresponde el mérito de ser pionero en la construcción de una teoría evolutiva. Menos reconocida es la figura de Kropotkin, quien reinterpreta la visión meramente competitiva de Darwin y señala la colaboración como factor determinante en la evolución. El origen de las especies de Darwin y El apoyo mutuo de Kropotkin compiten y se apoyan mutuamente en una metáfora de las propias teorías contenidas en estas dos grandes obras del pensamiento humano.
La relevancia del primero sobre el segundo no sólo se debe al hecho de ser pionero en esta materia. Aunque las ciencias de la naturaleza no deberían confundirse con las ciencias humanas, es obvio que de ambas teorías se desprenden dos interpretaciones, dos visiones del mundo y del hombre. La competencia, la rivalidad y la ley del más fuerte frente al apoyo mutuo, el compañerismo y la solidaridad. No hay duda de cual de estas visiones es hoy la dominante.
Eso no siginifica que el nacimiento de Darwin no deba ser celebrado por todos los que “creemos” y tenemos “fe” en la razón. Pero precisamente el recuerdo de esta efeméride de Darwin es un buen momento para reclamar la figura del príncipe Kropotkin, quien hizo evolucionar la propia teoría evolutiva.
Rescatemos pues algunos extractos de la introducción a El apoyo mutuo: un factor de la evolución escrita por Piotr Kropotkin en 1902:
“Dos rasgos característicos de la vida animal de la Siberia Oriental y del Norte de Manchuria llamaron poderosamente mi atención durante los viajes que, en mi juventud, realicé por esas regiones del Asia Oriental.
Me llamó la atención, por una parte, la extraordinaria dureza de la lucha por la existencia que deben sostener la mayoría de las especies animales contra la naturaleza inclemente, así como la extinción de grandes cantidades de individuos, que ocurría periódicamente, en virtud de causas naturales, debido a lo cual se producía extraordinaria pobreza de vida y despoblación en la superficie de los vastos territorios donde realizaba yo mis investigaciones.
La otra particularidad era que, aun en aquellos pocos puntos aislados en donde la vida animal aparecía en abundancia, no encontré, a pesar de haber buscado empeñosamente sus rastros, aquella lucha cruel por los medios de subsistencia entre los animales pertenecientes a una misma especie que la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre el mismo Darwin) consideraban como el rasgo predominante y característica de la lucha por la vida, y como la principal fuerza activa del desarrollo gradual en el mundo de los animales.
Por consiguiente, ya desde entonces comencé a abrigar serias dudas, que más tarde no hicieron sino confirmarse, respecto a esa terrible y supuesta lucha por el alimento y la vida dentro de los límites de una misma especie, que constituye un verdadero credo para la mayoría de los darwinistas. Exactamente del mismo modo comencé a dudar respecto a la influencia dominante que ejerce esta clase de lucha, según las suposiciones de los darwinistas, en el desarrollo de las nuevas especies.
[...] en todas estas escenas de la vida animal que se desarrollaba ante mis ojos, veía yo la ayuda y el apoyo mutuo llevado a tales proporciones que involuntariamente me hizo pensar, en la enorme importancia que debe tener en la economía de la naturaleza, para el mantenimiento de la existencia de cada especie, su conservación y su desarrollo futuro.”
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