Por ARILD HOLT-JENSEN
El discípulo más relevante de Ritter fue el geógrafo francés Elisée Réclus (1830-1905), menos preocupado que los demás por la historia y por el pensamiento teleológico. Le hizo famoso su obra sobre geografía física sistemática, La Terre (1866-1867), pero es más conocido por su geografía regional en diecinueve volúmenes Nouvelle Géographie Universelle (1875-1894). La claridad y precisión de esta obra hizo que fuera mucho más popular que Erdkunde de Ritter que le sirvió en muchos aspectos de modelo pero que contenía pasajes poco claros. La obra de Réclus sirvió de ejemplo para toda una serie de trabajos enciclopédicos de geografía del mundo y de determinados países.
Réclus fue probablemente el geógrafo más productivo de todos los tiempos. Al final de su vida escribió L'Homme et la Terre (publicado en su mayor parte póstumamente, en 1905-1908) que puede considerarse una geografía social, consistente en la exposición, con pinceladas históricas, de la vida del hombre en la Tierra y el aprovechamiento de sus recursos. Réclus escribió asimismo manuales y artículos de viajes. A pesar de que Réclus fue el geógrafo francés más importante de su tiempo nunca ocupó una cátedra universitaria en Francia y tuvo que ganarse la vida con sus escritos. A pesar de que la mayor parte de sus libros fueron publicados por Hachette en París, se vio obligado a vivir exiliado en el extranjero a causa de sus actividades políticas y no pudo influir directamente en el desarrollo de la geografía académica de su país.
Réclus fue ante todo un idealista incomprendido. Fue expulsado del seminario en Montauban en su primer año, por respaldar los ideales de la Revolución de 1848. En 1851 fue a Berlín para estudiar teología, pero empezó a asistir a las populares clases de Ritter que despertaron su interés por la geografía. Al volver a Francia en otoño de 1851, reanudó sus actividades políticas, pero al oponerse al golpe de Estado de Luis Napoleón ni, se vio obligado a huir a Inglaterra en compañía de su hermano. Realizó largos viajes por América del Norte y del Sur pero viajaba más en plan de observación que de investigación. Un trabajo de investigación ininterrumpido iba más allá de las posibilidades de Réclus que tenía que vivir de su escaso sueldo de tutor y trabajador eventual. En 1857 volvió a Francia, donde trabó amistad con el dirigente anarquista Mijail Bakunin (1814-1876). A partir de entonces perteneció al círculo de la asociación anarquista secreta Fraternité Internationale. En 1871 tomó parte activa en la Comuna de París pero fue hecho prisionero a los pocos días de haber empezado la lucha y estuvo en prisión durante casi un año. La sentencia de deportación a Nueva Caledonia le fue conmutada por diez años de destierro gracias a la activa intercesión de las sociedades geográficas y de personalidades como Charles Darwin. Eligió Suiza para vivir en el exilio. A pesar de que la Universidad Libre de Bruselas le había prometido una plaza de profesor adjunto de geografía, en 1892, no cumplió su promesa por miedo a las manifestaciones después de la oleada de violencia anarquista en Francia, en otoño de 1893. Un comité de apoyo a favor de Réclus recogió dinero y fundó finalmente la Nueva Universidad de Bruselas donde Réclus fue catedrático los diez últimos años de su vida, renunciando a todo tipo de salario, ya que sus modestas necesidades podían satisfacerse con las ganancias que obtenía con la venta de sus libros.
Los libros de Réclus, incluyendo su obra más importante, Nouvelle Géographie Universelle, traslucían poco sus ideas políticas. Por esta razón atraían a un gran número de lectores de clase media y proporcionaban a políticos y miembros dirigentes de las sociedades geográficas un modelo de geografía que deseaban introducir como materia en escuelas y universidades. Réclus tuvo, pues, un papel indirecto importante en la institucionalización de la geografía en una época en la que la mayoría de los académicos la tenían tan sólo por una ciencia natural. Al igual que Ritter, Réclus se mostró especialmente interesado por los aspectos humanos de la geografía. No se le escapaban las desigualdades existentes dentro de la condición humana en el mundo e hizo de ello el tema central de sus libros. Fue también el primer geógrafo que respaldó las ideas del geógrafo norteamericano George Parkins Marsh, quien había escrito Man and Nature, or Physical Geography as Modified by Human Action en 1864, describiendo su libro como «un pequeño volumen que muestra que mientras Ritter y Guyot [alumno de Ritter emigrado a Estados Unidos] piensan que la Tierra hace al hombre, de hecho el hombre hace a la Tierra». Marsh expuso que el hombre había destruido muchos de los recursos naturales y paisajes a lo largo de la historia e hizo un llamamiento a una mejor administración de dichos recursos. En su primera obra, La Terre (1866-1867) Réclus reconocía su deuda con Marsh.
Las ideas políticas de Réclus se pusieron de manifiesto de forma más directa en su último libro L'Homme et la Terre, donde introdujo el concepto de geografía social, Dado que Réclus dedicó su vida política a la justicia social, las condiciones sociales aparecían comentadas siempre en sus libros. Había realizado un estudio específico de geografía social y su inclusión en una guía de viajes de una descripción de la pobreza y beneficencia entre los pobres de Londres abrió nuevos horizontes (Beck, 1982).
Réclus estableció también conexiones entre geografía, planificación urbana moderna y sociología. Influyó y mantuvo estrechos contactos con Fréderic le Play, sociólogo francés y Sir Patrick Geddes, biólogo escocés, científico social y planificador. Geddes, a pesar de no ser anarquista, fue íntimo amigo de Réclus en los últimos años de su vida. Propagó sus ideas por Gran Bretaña y se mostró muy interesado por sus ideas sobre la geografía social, que consideraba una base idónea para el desarrollo de sus trabajos de investigación aplicada y planificación. Hemos puesto un énfasis especial en el trabajo y la vida de Réclus para demostrar que los viejos maestros tienen aún algo que decirnos hoy en día. La necesidad de dar relevancia a lo social en el trabajo geográfico no se ha inventado recientemente; estaba ya presente en la vida y trabajo de los geógrafos anarquistas hace cien años. De hecho, Réclus y el príncipe Kropotkin (1842-1921), su amigo anarquista, han despertado un renovado interés. El noble ruso se hizo famoso por sus investigaciones sobre geografía física en el Norte de Europa y en Siberia y fue un orador bien recibido en las sociedades geográficas de la Europa Occidental. Fue de gran ayuda para Réclus en las partes de la Nouvelle Géographie Universelle que versaban sobre Siberia y Europa del Este.
Kropotkin expresó sus ideas políticas de manera mucho más directa que Réclus. Intentó hacer una revolución dentro de la disciplina de la geografía por diferentes caminos. Expuso sus teorías sobre la educación geográfica, las relaciones entre el hombre y la naturaleza, y sobre descentralización, que iban claramente destinadas a intentar evitar el uso de la investigación geográfica para la explotación y el imperialismo. Puso también en evidencia que la educación geográfica era el medio ideal para despertar sentimientos de respeto mutuo entre naciones y personas. Kropotkin había ido formando sus ideas políticas durante sus viajes por Siberia en los años sesenta del pasado siglo XIX. Quedó muy impresionado por el espíritu de igualdad y autosuficiencia de los campesinos rusos, pero muy desanimado por los efectos negativos del centralismo político y la desigualdad social. En 1871 se convirtió en un gran defensor del anarquismo social y fue exiliado. A partir de entonces dedicó su vida a dos revoluciones, una en el campo de las relaciones socioeconómicas y otra dentro de la propia geografía. El anarquismo social de Kropotkin pretendía mostrar que las personas eran capaces de conseguir una sociedad mejor de bases cooperativas, siempre y cuando fueran abolidas las estructuras de dominación y subordinación. Creía que las instituciones centralizadas inhibían el desarrollo de la personalidad cooperativa, promovían la desigualdad y limitaban el progreso económico. Defendía la actividad económica a pequeña escala dentro y entre regiones, con la que según él se obtendrían economías de escala más importantes que con la industria a gran escala. Actualmente recogen estas ideas los movimientos «verdes» y algunos economistas como Schumacher en Small Is Beautiful (1974). Kropotkin proponía que las grandes ciudades-regiones se tenían que dividir en municipios más pequeños, más o menos autosuficientes, en los que pudieran integrarse la vida, el trabajo y los espacios recreativos. Estas ideas fueron puestas en práctica posteriormente por el movimiento «garden city» (ciudad jardín), liderado por Ebenezer Howard, Lewis Mumford y Patrick Geddes.
Lo más significativo para su época fue que Kropotkin se mostraba contrario a la interpretación que de la naturaleza hizo Darwin en su obra El origen de las especies, como un enorme campo de batalla en el que no existía nada más que una incesante lucha por la vida y el exterminio del débil por el fuerte. Del mismo modo se oponía a los puntos de vista social-darwinistas del popular filósofo Herbert Spencer (1820-1903). Spencer veía las sociedades humanas muy parecidas a los organismos animales enzarzados en una lucha constante por la supervivencia en un medio determinado. En el terreno político Spencer era liberal y creía que los «individuos más capacitados» sobrevivirían mejor en un sistema de libre empresa, y harían, de este modo, avanzar la civilización. En su Ley general de la evolución, Spencer defendía que toda civilización se caracteriza por la concentración, diferenciación y determinación. Por otro lado, Kropotkin escribía (El apoyo mutuo): «A pesar de haberla buscado con gran interés no he conseguido hallar esta dura lucha por los medios de subsistencia entre animales de la misma especie». La lucha por la existencia puede ser dura pero no deben llevarla a cabo individuos aislados sino grupos de individuos cooperando entre sí. Según Kropotkin la solución más viable para la civilización, así como para la lucha por la supervivencia, era la ayuda mutua entre pequeñas comunidades autónomas.
Esta discusión ha puesto en evidencia cómo a fines del siglo XIX se consideraba muy importante aprender de la naturaleza como modelo de configuración de sociedades humanas. La influencia del darwinismo se dejaba sentir fuertemente no sólo en el pensamiento social sino también en el desarrollo de la ciencia como tal. Es también importante tener en cuenta el marcado contraste existente entre las ideas de Carl Ritter, defendidas en este momento más que nunca por sus seguidores anarquistas, y los puntos de vista de los social-darwinistas. Ambos, Reclus y Kropotkin, hacían hincapié en que la geografía como disciplina debía abarcar tanto al hombre como a la naturaleza. A Kropotkin le unía una estrecha amistad con Scott Keltie, secretario de la Royal Geographical Society, y apoyó fuertemente los argumentos empleados para la implantación de la geografía como disciplina universitaria en Gran Bretaña.
Hay argumentos suficientes para asegurar que ningún otro libro, aparte de la Biblia, ha ejercido una influencia tan profunda en el pensamiento humano como El origen de las especies de Charles Darwin (1859). Stoddart (1966) señala que a partir de esta época podemos encontrar los cuatro aspectos principales de la obra de Darwin en la investigación geográfica: (1) Cambio en el tiempo o evolución, un concepto general del paso gradual o transición de formas más elementales o más simples a formas más elevadas o más complejas. Darwin utilizaba indistintamente los términos evolución y desarrollo. (2) Asociación y organización: la humanidad como parte de un organismo ecológico vivo. (3) Lucha y selección natural. (4) La casualidad o carácter fortuito de los cambios de la naturaleza. Por ejemplo, la idea de cambio en el tiempo la encontramos en el sistema cíclico de Davis sobre el desarrollo de un paisaje a través de varias etapas: juventud, madurez y vejez, que el mismo Davis describió como evolución. La escuela francesa de geografía regional adoptó también el estudio de la evolución en el estudio del paisaje cultural.
Los conceptos de asociación y organización —que Darwin había heredado de filósofos y científicos— han persistido en la investigación geográfica. El influyente geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904) en su Political Geography (1897) nos habla de «el Estado como un organismo vinculado a la tierra». A pesar de que esta analogía del organismo derivaba de las ciencias naturales, sus raíces pueden también encontrarse en la anterior filosofía idealista y en la idea de Ganzheit o «todo» de Ritter. La región, el campo de estudio particular de los geógrafos, ha sido considerada como un complejo funcional único que, a pesar de la constante aportación de materia y energía, se encuentra en un aparente equilibrio y constituye un «todo» que es algo más que la suma de sus partes. Esta idea de región la encontramos en la escuela francesa de geografía regional y aparece también en libros de texto universitarios más recientes (Broek y Webb, 1973). La idea de región como una unidad orgánica se expandió por la geografía británica durante la primera mitad del presente siglo. Andrew John Herbertson (1865-1915) utilizaba el término «macro-organismo» para designar «la entidad compleja» de los elementos físicos y orgánicos de la superficie terrestre (Stoddart, 1966).
El concepto de lucha y selección, comparable a las ideas políticas contemporáneas tanto de los economistas liberales como de los marxistas, queda reflejada en la investigación geográfica posterior, a pesar de que no se llega a un acuerdo sobre si los cambios se producen de forma fortuita o vienen determinados. Ello refleja cierta ambigüedad en el pensamiento de Darwin. En posteriores revisiones de su obra Darwin renunció a la idea de cambio por azar, debido en parte a que no consiguió encontrar las leyes que anteriormente había creído regían los cambios fortuitos y en parte como respuesta a la Iglesia que pretendía conciliar el proceso evolutivo con la dirección fundamental.
Fue significativo que el nuevo método científico que se imponía en investigación contrastara marcadamente con el pensamiento teleológico del periodo «clásico» que había apoyado y sostenido la continuidad de una ciencia cosmográfica. El objetivo de la ciencia ya no era dar testimonio de Dios o encontrar en su gran proyecto las causas últimas o los fines de lo que se observaba. Los científicos trataban de establecer las leyes de la naturaleza como causa primera para poder explicar la realidad observada. Este cambio de ideas condujo a que el pensamiento hipotético-deductivo fuera reemplazado gradualmente por el inductivo. El razonamiento hipotético-deductivo formula hipótesis para ver hasta qué punto pueden explicar la realidad estudiada. Si al verificar dichas hipótesis los resultados son positivos, los científicos pueden formular leyes científicas. Los científicos se mostraban generalmente de acuerdo en que la religión no podía explicar los fenómenos naturales: algunos teólogos llegaron incluso a aceptar que la Biblia no era una fuente autorizada en cuestiones científicas. La discusión sobre si había o no un Dios detrás de las leyes de la naturaleza o si las leyes naturales eran los medios para alcanzar un fin designado no era considerada científica. La fe y el conocimiento se movían en planos distintos. La ciencia se preocupaba más por las causas que por los fines.
La progresiva confianza en el valor inherente de la ciencia trajo consigo un gran avance en el campo de las ciencias naturales.
El discípulo más relevante de Ritter fue el geógrafo francés Elisée Réclus (1830-1905), menos preocupado que los demás por la historia y por el pensamiento teleológico. Le hizo famoso su obra sobre geografía física sistemática, La Terre (1866-1867), pero es más conocido por su geografía regional en diecinueve volúmenes Nouvelle Géographie Universelle (1875-1894). La claridad y precisión de esta obra hizo que fuera mucho más popular que Erdkunde de Ritter que le sirvió en muchos aspectos de modelo pero que contenía pasajes poco claros. La obra de Réclus sirvió de ejemplo para toda una serie de trabajos enciclopédicos de geografía del mundo y de determinados países.
Réclus fue probablemente el geógrafo más productivo de todos los tiempos. Al final de su vida escribió L'Homme et la Terre (publicado en su mayor parte póstumamente, en 1905-1908) que puede considerarse una geografía social, consistente en la exposición, con pinceladas históricas, de la vida del hombre en la Tierra y el aprovechamiento de sus recursos. Réclus escribió asimismo manuales y artículos de viajes. A pesar de que Réclus fue el geógrafo francés más importante de su tiempo nunca ocupó una cátedra universitaria en Francia y tuvo que ganarse la vida con sus escritos. A pesar de que la mayor parte de sus libros fueron publicados por Hachette en París, se vio obligado a vivir exiliado en el extranjero a causa de sus actividades políticas y no pudo influir directamente en el desarrollo de la geografía académica de su país.
Réclus fue ante todo un idealista incomprendido. Fue expulsado del seminario en Montauban en su primer año, por respaldar los ideales de la Revolución de 1848. En 1851 fue a Berlín para estudiar teología, pero empezó a asistir a las populares clases de Ritter que despertaron su interés por la geografía. Al volver a Francia en otoño de 1851, reanudó sus actividades políticas, pero al oponerse al golpe de Estado de Luis Napoleón ni, se vio obligado a huir a Inglaterra en compañía de su hermano. Realizó largos viajes por América del Norte y del Sur pero viajaba más en plan de observación que de investigación. Un trabajo de investigación ininterrumpido iba más allá de las posibilidades de Réclus que tenía que vivir de su escaso sueldo de tutor y trabajador eventual. En 1857 volvió a Francia, donde trabó amistad con el dirigente anarquista Mijail Bakunin (1814-1876). A partir de entonces perteneció al círculo de la asociación anarquista secreta Fraternité Internationale. En 1871 tomó parte activa en la Comuna de París pero fue hecho prisionero a los pocos días de haber empezado la lucha y estuvo en prisión durante casi un año. La sentencia de deportación a Nueva Caledonia le fue conmutada por diez años de destierro gracias a la activa intercesión de las sociedades geográficas y de personalidades como Charles Darwin. Eligió Suiza para vivir en el exilio. A pesar de que la Universidad Libre de Bruselas le había prometido una plaza de profesor adjunto de geografía, en 1892, no cumplió su promesa por miedo a las manifestaciones después de la oleada de violencia anarquista en Francia, en otoño de 1893. Un comité de apoyo a favor de Réclus recogió dinero y fundó finalmente la Nueva Universidad de Bruselas donde Réclus fue catedrático los diez últimos años de su vida, renunciando a todo tipo de salario, ya que sus modestas necesidades podían satisfacerse con las ganancias que obtenía con la venta de sus libros.
Los libros de Réclus, incluyendo su obra más importante, Nouvelle Géographie Universelle, traslucían poco sus ideas políticas. Por esta razón atraían a un gran número de lectores de clase media y proporcionaban a políticos y miembros dirigentes de las sociedades geográficas un modelo de geografía que deseaban introducir como materia en escuelas y universidades. Réclus tuvo, pues, un papel indirecto importante en la institucionalización de la geografía en una época en la que la mayoría de los académicos la tenían tan sólo por una ciencia natural. Al igual que Ritter, Réclus se mostró especialmente interesado por los aspectos humanos de la geografía. No se le escapaban las desigualdades existentes dentro de la condición humana en el mundo e hizo de ello el tema central de sus libros. Fue también el primer geógrafo que respaldó las ideas del geógrafo norteamericano George Parkins Marsh, quien había escrito Man and Nature, or Physical Geography as Modified by Human Action en 1864, describiendo su libro como «un pequeño volumen que muestra que mientras Ritter y Guyot [alumno de Ritter emigrado a Estados Unidos] piensan que la Tierra hace al hombre, de hecho el hombre hace a la Tierra». Marsh expuso que el hombre había destruido muchos de los recursos naturales y paisajes a lo largo de la historia e hizo un llamamiento a una mejor administración de dichos recursos. En su primera obra, La Terre (1866-1867) Réclus reconocía su deuda con Marsh.
Las ideas políticas de Réclus se pusieron de manifiesto de forma más directa en su último libro L'Homme et la Terre, donde introdujo el concepto de geografía social, Dado que Réclus dedicó su vida política a la justicia social, las condiciones sociales aparecían comentadas siempre en sus libros. Había realizado un estudio específico de geografía social y su inclusión en una guía de viajes de una descripción de la pobreza y beneficencia entre los pobres de Londres abrió nuevos horizontes (Beck, 1982).
Réclus estableció también conexiones entre geografía, planificación urbana moderna y sociología. Influyó y mantuvo estrechos contactos con Fréderic le Play, sociólogo francés y Sir Patrick Geddes, biólogo escocés, científico social y planificador. Geddes, a pesar de no ser anarquista, fue íntimo amigo de Réclus en los últimos años de su vida. Propagó sus ideas por Gran Bretaña y se mostró muy interesado por sus ideas sobre la geografía social, que consideraba una base idónea para el desarrollo de sus trabajos de investigación aplicada y planificación. Hemos puesto un énfasis especial en el trabajo y la vida de Réclus para demostrar que los viejos maestros tienen aún algo que decirnos hoy en día. La necesidad de dar relevancia a lo social en el trabajo geográfico no se ha inventado recientemente; estaba ya presente en la vida y trabajo de los geógrafos anarquistas hace cien años. De hecho, Réclus y el príncipe Kropotkin (1842-1921), su amigo anarquista, han despertado un renovado interés. El noble ruso se hizo famoso por sus investigaciones sobre geografía física en el Norte de Europa y en Siberia y fue un orador bien recibido en las sociedades geográficas de la Europa Occidental. Fue de gran ayuda para Réclus en las partes de la Nouvelle Géographie Universelle que versaban sobre Siberia y Europa del Este.
Kropotkin expresó sus ideas políticas de manera mucho más directa que Réclus. Intentó hacer una revolución dentro de la disciplina de la geografía por diferentes caminos. Expuso sus teorías sobre la educación geográfica, las relaciones entre el hombre y la naturaleza, y sobre descentralización, que iban claramente destinadas a intentar evitar el uso de la investigación geográfica para la explotación y el imperialismo. Puso también en evidencia que la educación geográfica era el medio ideal para despertar sentimientos de respeto mutuo entre naciones y personas. Kropotkin había ido formando sus ideas políticas durante sus viajes por Siberia en los años sesenta del pasado siglo XIX. Quedó muy impresionado por el espíritu de igualdad y autosuficiencia de los campesinos rusos, pero muy desanimado por los efectos negativos del centralismo político y la desigualdad social. En 1871 se convirtió en un gran defensor del anarquismo social y fue exiliado. A partir de entonces dedicó su vida a dos revoluciones, una en el campo de las relaciones socioeconómicas y otra dentro de la propia geografía. El anarquismo social de Kropotkin pretendía mostrar que las personas eran capaces de conseguir una sociedad mejor de bases cooperativas, siempre y cuando fueran abolidas las estructuras de dominación y subordinación. Creía que las instituciones centralizadas inhibían el desarrollo de la personalidad cooperativa, promovían la desigualdad y limitaban el progreso económico. Defendía la actividad económica a pequeña escala dentro y entre regiones, con la que según él se obtendrían economías de escala más importantes que con la industria a gran escala. Actualmente recogen estas ideas los movimientos «verdes» y algunos economistas como Schumacher en Small Is Beautiful (1974). Kropotkin proponía que las grandes ciudades-regiones se tenían que dividir en municipios más pequeños, más o menos autosuficientes, en los que pudieran integrarse la vida, el trabajo y los espacios recreativos. Estas ideas fueron puestas en práctica posteriormente por el movimiento «garden city» (ciudad jardín), liderado por Ebenezer Howard, Lewis Mumford y Patrick Geddes.
Lo más significativo para su época fue que Kropotkin se mostraba contrario a la interpretación que de la naturaleza hizo Darwin en su obra El origen de las especies, como un enorme campo de batalla en el que no existía nada más que una incesante lucha por la vida y el exterminio del débil por el fuerte. Del mismo modo se oponía a los puntos de vista social-darwinistas del popular filósofo Herbert Spencer (1820-1903). Spencer veía las sociedades humanas muy parecidas a los organismos animales enzarzados en una lucha constante por la supervivencia en un medio determinado. En el terreno político Spencer era liberal y creía que los «individuos más capacitados» sobrevivirían mejor en un sistema de libre empresa, y harían, de este modo, avanzar la civilización. En su Ley general de la evolución, Spencer defendía que toda civilización se caracteriza por la concentración, diferenciación y determinación. Por otro lado, Kropotkin escribía (El apoyo mutuo): «A pesar de haberla buscado con gran interés no he conseguido hallar esta dura lucha por los medios de subsistencia entre animales de la misma especie». La lucha por la existencia puede ser dura pero no deben llevarla a cabo individuos aislados sino grupos de individuos cooperando entre sí. Según Kropotkin la solución más viable para la civilización, así como para la lucha por la supervivencia, era la ayuda mutua entre pequeñas comunidades autónomas.
Esta discusión ha puesto en evidencia cómo a fines del siglo XIX se consideraba muy importante aprender de la naturaleza como modelo de configuración de sociedades humanas. La influencia del darwinismo se dejaba sentir fuertemente no sólo en el pensamiento social sino también en el desarrollo de la ciencia como tal. Es también importante tener en cuenta el marcado contraste existente entre las ideas de Carl Ritter, defendidas en este momento más que nunca por sus seguidores anarquistas, y los puntos de vista de los social-darwinistas. Ambos, Reclus y Kropotkin, hacían hincapié en que la geografía como disciplina debía abarcar tanto al hombre como a la naturaleza. A Kropotkin le unía una estrecha amistad con Scott Keltie, secretario de la Royal Geographical Society, y apoyó fuertemente los argumentos empleados para la implantación de la geografía como disciplina universitaria en Gran Bretaña.
Hay argumentos suficientes para asegurar que ningún otro libro, aparte de la Biblia, ha ejercido una influencia tan profunda en el pensamiento humano como El origen de las especies de Charles Darwin (1859). Stoddart (1966) señala que a partir de esta época podemos encontrar los cuatro aspectos principales de la obra de Darwin en la investigación geográfica: (1) Cambio en el tiempo o evolución, un concepto general del paso gradual o transición de formas más elementales o más simples a formas más elevadas o más complejas. Darwin utilizaba indistintamente los términos evolución y desarrollo. (2) Asociación y organización: la humanidad como parte de un organismo ecológico vivo. (3) Lucha y selección natural. (4) La casualidad o carácter fortuito de los cambios de la naturaleza. Por ejemplo, la idea de cambio en el tiempo la encontramos en el sistema cíclico de Davis sobre el desarrollo de un paisaje a través de varias etapas: juventud, madurez y vejez, que el mismo Davis describió como evolución. La escuela francesa de geografía regional adoptó también el estudio de la evolución en el estudio del paisaje cultural.
Los conceptos de asociación y organización —que Darwin había heredado de filósofos y científicos— han persistido en la investigación geográfica. El influyente geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904) en su Political Geography (1897) nos habla de «el Estado como un organismo vinculado a la tierra». A pesar de que esta analogía del organismo derivaba de las ciencias naturales, sus raíces pueden también encontrarse en la anterior filosofía idealista y en la idea de Ganzheit o «todo» de Ritter. La región, el campo de estudio particular de los geógrafos, ha sido considerada como un complejo funcional único que, a pesar de la constante aportación de materia y energía, se encuentra en un aparente equilibrio y constituye un «todo» que es algo más que la suma de sus partes. Esta idea de región la encontramos en la escuela francesa de geografía regional y aparece también en libros de texto universitarios más recientes (Broek y Webb, 1973). La idea de región como una unidad orgánica se expandió por la geografía británica durante la primera mitad del presente siglo. Andrew John Herbertson (1865-1915) utilizaba el término «macro-organismo» para designar «la entidad compleja» de los elementos físicos y orgánicos de la superficie terrestre (Stoddart, 1966).
El concepto de lucha y selección, comparable a las ideas políticas contemporáneas tanto de los economistas liberales como de los marxistas, queda reflejada en la investigación geográfica posterior, a pesar de que no se llega a un acuerdo sobre si los cambios se producen de forma fortuita o vienen determinados. Ello refleja cierta ambigüedad en el pensamiento de Darwin. En posteriores revisiones de su obra Darwin renunció a la idea de cambio por azar, debido en parte a que no consiguió encontrar las leyes que anteriormente había creído regían los cambios fortuitos y en parte como respuesta a la Iglesia que pretendía conciliar el proceso evolutivo con la dirección fundamental.
Fue significativo que el nuevo método científico que se imponía en investigación contrastara marcadamente con el pensamiento teleológico del periodo «clásico» que había apoyado y sostenido la continuidad de una ciencia cosmográfica. El objetivo de la ciencia ya no era dar testimonio de Dios o encontrar en su gran proyecto las causas últimas o los fines de lo que se observaba. Los científicos trataban de establecer las leyes de la naturaleza como causa primera para poder explicar la realidad observada. Este cambio de ideas condujo a que el pensamiento hipotético-deductivo fuera reemplazado gradualmente por el inductivo. El razonamiento hipotético-deductivo formula hipótesis para ver hasta qué punto pueden explicar la realidad estudiada. Si al verificar dichas hipótesis los resultados son positivos, los científicos pueden formular leyes científicas. Los científicos se mostraban generalmente de acuerdo en que la religión no podía explicar los fenómenos naturales: algunos teólogos llegaron incluso a aceptar que la Biblia no era una fuente autorizada en cuestiones científicas. La discusión sobre si había o no un Dios detrás de las leyes de la naturaleza o si las leyes naturales eran los medios para alcanzar un fin designado no era considerada científica. La fe y el conocimiento se movían en planos distintos. La ciencia se preocupaba más por las causas que por los fines.
La progresiva confianza en el valor inherente de la ciencia trajo consigo un gran avance en el campo de las ciencias naturales.
Geografía. Historia y conceptos, 1992.
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