Por ARTURO PARERA RODRÍGUEZ
Solidaridad Obrera, nº 312
(Septiembre-Octubre 2002)
Con la proclamación de la República en España empezó una nueva época de problemas sociales y económicos que los republicanos en el poder tampoco fueron capaces de dar soluciones justas y concretas, sirviéndose de una política verdaderamente de izquierdas, por lo menos para combatir a la principal y más grande dificultad: la Nobleza española, que contaba con más de un 50% de la superficie cultivable y dominaba las demás riquezas de la producción. El enfrentamiento pues de esta clase dominante y representativa de la explotación contra los eternos desheredados del derecho a la vida, tenía que continuar.
Situación política, social y económica difícil. Sí, muy difícil se hizo, no sólo para los anarcosindicalistas, en tal ocasión sindicalmente mayoritarios, sino también para todas las demás tendencias de izquierdas, ajustar el principio de ensayo democrático a la medida de todas las maneras de comprender la República y la Revolución.
Para nosotros, los jóvenes, la llegada de la República suponía una situación muy sana y muy justa, que los republicanos, con sus torpes maneras de gobernar, impidieron realizar. Por mi parte, víctima de una larga historia de miseria, y siempre sin haber podido ver ¡ni la más insignificante sombra de humanidad!, fue natural que terminara por manifestarme fuertemente ilusionado por las ideas anarquistas de mi padre. También fueron muchos los jóvenes que, ansiosos de satisfacer la sed de libertad y de emancipación, vieran en los ateneos libertarios el lugar cultural y revolucionario que se necesitaba para perseguir tan justa y sana finalidad.
La cultura que encontramos, tan altamente emancipadora en los ateneos libertarios, fue una realidad educativa a tener en cuenta siempre que se escriba la historia cultural de la juventud española. Los jóvenes libertarios nos agrupábamos para enriquecernos de poesía y demás románticas maneras de interpretar la libertad y la superación de la personalidad humana. Cosa bien contraria de lo que hoy, transcurridos ya más de 65 años, estoy pudiendo ver en ciertos ateneos, y también en los liceos y demás agrupaciones de la juventud, donde el alcohol, el tabaco, la droga, la degeneración del amor, del arte, de los deportes, está cotidianamente presente nos encontremos en no importa el lugar.
El arte de vivir, de vivir sano, libre, independiente de morales impuestas por la sociedad y sin dejar de aportar a la colectividad lo mejor de nuestras inteligencias, lo mejor de nuestros corazones y de nuestra rebeldía, fue una de las principales cualidades educativas que muy pronto me familiarizó con las juventudes libertarias.
La cultura, libre y revolucionaria, empezó a ser también para mi el valor principal de la Revolución. El ambiente revolucionario que estaba viviendo junto a mi padre me había permitido comprender que la cultura no podía continuar siendo la misión exclusiva del sistema educativo de una política ni de una religión, sino que un instrumento tan sumamente importante, como lo es la cultura, para aprender el arte de vivir, tenía que depender más pronto del razonamiento de los interesados que buscan la superación física y espiritual de los pueblos, y no como medio de eternizar las costumbres sin razón los indecentes sistemas de explotación, transmitidos a través de siglos y de culturas.
En los ateneos libertarios que yo empecé a militar, estudiábamos las mejores maneras de ser independientes y libres, pero sin que, física y espiritualmente se tuviera que lamentar los efectos negativos de la libertad. Tanto era el interés de combatir lo que la sociedad degenera, enferma y embrutece, que en muchas ocasiones no se podía evitar un puritanismo excesivo.
La libertad, para un libertario de mi época, se condicionaba a las exigencias naturales de nuestra condición racional y humana. Es decir, que respetar esta insuperable condición de nuestra humanidad era prioritario en la búsqueda de la libertad y del placer.
Combatíamos el alcoholismo, el tabaco y demás vicios perniciosos para nuestra salud y para nuestra intelectualidad, como también los deportes excesivamente materializados, y todo lo que pudiera atentar al progreso físico y espiritual de la humanidad. En esta labor, el programa libertario era amplio y constante, y sin que interviniera en las discusiones maneras de insistir absolutista, sino más pronto y muy corrientemente la tolerancia y el razonamiento.
Así, por ejemplo, el naturismo, como medio de enriquecer la salud colectiva; el libre acuerdo para organizar el hogar, sin otras leyes que las razones de ambos corazones, es decir, el amor libre, amor sometido y enteramente entregado a nuestra humanidad personal; la maternidad razonada y medida a la situación económica de los interesados y a las necesidades demográficas de la nación; liberar los deportes, la música, el arte, las ciencias, del materialismo nefasto, devastador y por consiguiente destructivo que produce el sistema político y cultural del capitalismo internacional, eran algunos puntos de vista y proposiciones del programa libertario en materia educativa. Proposiciones y puntos de vista que se debatían en los ateneos y también en los sindicatos de la CNT, y con una representatividad juvenil en ambas organizaciones no igualada por ningún movimiento cultural de nuestra actualidad.
Recuerdo, conservando la misma ilusión y el mismo entusiasmo de mi juventud, los ejemplos de superación, de emancipación que ofrecíamos a la sociedad, y en una abertura de espíritu digno de admirar. En las playas defendíamos la desnudez humana con nuestra propia desnudez, afirmando el derecho a entregarse libremente al agua, al aire, al sol, y sin ningún otro principio moral que el que nos aconsejaba la inteligencia, la experiencia y los sabios descubrimientos de la ciencia en materia de salud.
Todas estas definiciones de la moral las proclamábamos manifestándonos máximamente respetuosos con las demás maneras de interpretar las ideas, las religiones, y siempre, por descontado, con el ejemplo de nuestras filosóficas maneras de unirnos a la naturaleza.
En efecto, este extraordinario movimiento cultural libertario era una proyección cotidiana de alternativas para vivir y conscientes el amor, la sexualidad, la libertad: ¡Filosofía de vida aceptada por infinidad de jóvenes cada día en aumento por todos los ateneos!
Los grupos desnudistas imponiendo en las playas el respeto y la admiración a la belleza humana; las asociaciones naturistas proponiendo la regeneración física y espiritual; las escuelas racionalistas afirmando la necesidad de enriquecer la vida y la libertad con los incontestables valores de nuestra naturaleza racional y humana. ¡Interesantes alternativas!
Testigo de esta importante revolución cultural libertaria durante la Segunda República, son la novela Ideal, con 30 págs. que se editaba cada semana con más de 1.000 ejemplares. También la novela Libre, 60 págs., mensual, con un tiraje de 1.500 ejemplares. ¿Qué agrupación u organización cultural sería hoy capaz de publicar, semanal y mensualmente, tal cantidad de ejemplares año tras año?
Es pues vergonzoso, que esta digna revolución cultural libertaria, tan explosivamente propagada y vivida por una fuerte cantidad de jóvenes españoles y barrida más tarde con una espantosa violencia por la sublevación militar del fascismo español y del alemán, siga queriéndose ignorar, particularmente por parte de los historiadores españoles. Una cosa tan sumamente interesante como es la memoria de la humanidad en materia educativa, no se puede seguir dejándolo en la confusión, o lo que es peor, en el olvido, tal como está sucediendo siempre que se recuerda o comenta oficialmente la historia cultural de la juventud.
La sociedad no ha facilitado nunca, ni hoy tampoco facilita, el desarrollo de esta cultura emancipadora, tan sumamente necesaria para vivir libre e independiente como individuo, y máximamente servicial como colectivo. Y sin embargo, se quiera o no, esta moral LIBERTARIA, que infinidad de jóvenes españoles hemos vivido, que aconseja a la juventud vivir libremente según sus propios sentimientos y filosofías y que rompe radicalmente con los sistemas políticos y las creencias religiosas, hoy es cosa a la que ya infinidad de jóvenes se están aproximando, digo bien aproximando, sea en las relaciones sexuales o aceptando la unión libre, la maternidad razonada, o manifestando en las playas sus originales maneras de bañarse, de vestir, de comprender la libertad y el matrimonio. Y sin otro permiso y sin otra escuela que la que cada día nos aprende la experiencia y el curso natural de la evolución. Esta convivencia social y cultural, más libre, más justa, más racional y más humana: ¡Ensueño delirante de sociedad que animó a las juventudes libertarias de mi época, época de la Segunda República Española!
Solidaridad Obrera, nº 312
(Septiembre-Octubre 2002)
Con la proclamación de la República en España empezó una nueva época de problemas sociales y económicos que los republicanos en el poder tampoco fueron capaces de dar soluciones justas y concretas, sirviéndose de una política verdaderamente de izquierdas, por lo menos para combatir a la principal y más grande dificultad: la Nobleza española, que contaba con más de un 50% de la superficie cultivable y dominaba las demás riquezas de la producción. El enfrentamiento pues de esta clase dominante y representativa de la explotación contra los eternos desheredados del derecho a la vida, tenía que continuar.
Situación política, social y económica difícil. Sí, muy difícil se hizo, no sólo para los anarcosindicalistas, en tal ocasión sindicalmente mayoritarios, sino también para todas las demás tendencias de izquierdas, ajustar el principio de ensayo democrático a la medida de todas las maneras de comprender la República y la Revolución.
Para nosotros, los jóvenes, la llegada de la República suponía una situación muy sana y muy justa, que los republicanos, con sus torpes maneras de gobernar, impidieron realizar. Por mi parte, víctima de una larga historia de miseria, y siempre sin haber podido ver ¡ni la más insignificante sombra de humanidad!, fue natural que terminara por manifestarme fuertemente ilusionado por las ideas anarquistas de mi padre. También fueron muchos los jóvenes que, ansiosos de satisfacer la sed de libertad y de emancipación, vieran en los ateneos libertarios el lugar cultural y revolucionario que se necesitaba para perseguir tan justa y sana finalidad.
La cultura que encontramos, tan altamente emancipadora en los ateneos libertarios, fue una realidad educativa a tener en cuenta siempre que se escriba la historia cultural de la juventud española. Los jóvenes libertarios nos agrupábamos para enriquecernos de poesía y demás románticas maneras de interpretar la libertad y la superación de la personalidad humana. Cosa bien contraria de lo que hoy, transcurridos ya más de 65 años, estoy pudiendo ver en ciertos ateneos, y también en los liceos y demás agrupaciones de la juventud, donde el alcohol, el tabaco, la droga, la degeneración del amor, del arte, de los deportes, está cotidianamente presente nos encontremos en no importa el lugar.
El arte de vivir, de vivir sano, libre, independiente de morales impuestas por la sociedad y sin dejar de aportar a la colectividad lo mejor de nuestras inteligencias, lo mejor de nuestros corazones y de nuestra rebeldía, fue una de las principales cualidades educativas que muy pronto me familiarizó con las juventudes libertarias.
La cultura, libre y revolucionaria, empezó a ser también para mi el valor principal de la Revolución. El ambiente revolucionario que estaba viviendo junto a mi padre me había permitido comprender que la cultura no podía continuar siendo la misión exclusiva del sistema educativo de una política ni de una religión, sino que un instrumento tan sumamente importante, como lo es la cultura, para aprender el arte de vivir, tenía que depender más pronto del razonamiento de los interesados que buscan la superación física y espiritual de los pueblos, y no como medio de eternizar las costumbres sin razón los indecentes sistemas de explotación, transmitidos a través de siglos y de culturas.
En los ateneos libertarios que yo empecé a militar, estudiábamos las mejores maneras de ser independientes y libres, pero sin que, física y espiritualmente se tuviera que lamentar los efectos negativos de la libertad. Tanto era el interés de combatir lo que la sociedad degenera, enferma y embrutece, que en muchas ocasiones no se podía evitar un puritanismo excesivo.
La libertad, para un libertario de mi época, se condicionaba a las exigencias naturales de nuestra condición racional y humana. Es decir, que respetar esta insuperable condición de nuestra humanidad era prioritario en la búsqueda de la libertad y del placer.
Combatíamos el alcoholismo, el tabaco y demás vicios perniciosos para nuestra salud y para nuestra intelectualidad, como también los deportes excesivamente materializados, y todo lo que pudiera atentar al progreso físico y espiritual de la humanidad. En esta labor, el programa libertario era amplio y constante, y sin que interviniera en las discusiones maneras de insistir absolutista, sino más pronto y muy corrientemente la tolerancia y el razonamiento.
Así, por ejemplo, el naturismo, como medio de enriquecer la salud colectiva; el libre acuerdo para organizar el hogar, sin otras leyes que las razones de ambos corazones, es decir, el amor libre, amor sometido y enteramente entregado a nuestra humanidad personal; la maternidad razonada y medida a la situación económica de los interesados y a las necesidades demográficas de la nación; liberar los deportes, la música, el arte, las ciencias, del materialismo nefasto, devastador y por consiguiente destructivo que produce el sistema político y cultural del capitalismo internacional, eran algunos puntos de vista y proposiciones del programa libertario en materia educativa. Proposiciones y puntos de vista que se debatían en los ateneos y también en los sindicatos de la CNT, y con una representatividad juvenil en ambas organizaciones no igualada por ningún movimiento cultural de nuestra actualidad.
Recuerdo, conservando la misma ilusión y el mismo entusiasmo de mi juventud, los ejemplos de superación, de emancipación que ofrecíamos a la sociedad, y en una abertura de espíritu digno de admirar. En las playas defendíamos la desnudez humana con nuestra propia desnudez, afirmando el derecho a entregarse libremente al agua, al aire, al sol, y sin ningún otro principio moral que el que nos aconsejaba la inteligencia, la experiencia y los sabios descubrimientos de la ciencia en materia de salud.
Todas estas definiciones de la moral las proclamábamos manifestándonos máximamente respetuosos con las demás maneras de interpretar las ideas, las religiones, y siempre, por descontado, con el ejemplo de nuestras filosóficas maneras de unirnos a la naturaleza.
En efecto, este extraordinario movimiento cultural libertario era una proyección cotidiana de alternativas para vivir y conscientes el amor, la sexualidad, la libertad: ¡Filosofía de vida aceptada por infinidad de jóvenes cada día en aumento por todos los ateneos!
Los grupos desnudistas imponiendo en las playas el respeto y la admiración a la belleza humana; las asociaciones naturistas proponiendo la regeneración física y espiritual; las escuelas racionalistas afirmando la necesidad de enriquecer la vida y la libertad con los incontestables valores de nuestra naturaleza racional y humana. ¡Interesantes alternativas!
Testigo de esta importante revolución cultural libertaria durante la Segunda República, son la novela Ideal, con 30 págs. que se editaba cada semana con más de 1.000 ejemplares. También la novela Libre, 60 págs., mensual, con un tiraje de 1.500 ejemplares. ¿Qué agrupación u organización cultural sería hoy capaz de publicar, semanal y mensualmente, tal cantidad de ejemplares año tras año?
Es pues vergonzoso, que esta digna revolución cultural libertaria, tan explosivamente propagada y vivida por una fuerte cantidad de jóvenes españoles y barrida más tarde con una espantosa violencia por la sublevación militar del fascismo español y del alemán, siga queriéndose ignorar, particularmente por parte de los historiadores españoles. Una cosa tan sumamente interesante como es la memoria de la humanidad en materia educativa, no se puede seguir dejándolo en la confusión, o lo que es peor, en el olvido, tal como está sucediendo siempre que se recuerda o comenta oficialmente la historia cultural de la juventud.
La sociedad no ha facilitado nunca, ni hoy tampoco facilita, el desarrollo de esta cultura emancipadora, tan sumamente necesaria para vivir libre e independiente como individuo, y máximamente servicial como colectivo. Y sin embargo, se quiera o no, esta moral LIBERTARIA, que infinidad de jóvenes españoles hemos vivido, que aconseja a la juventud vivir libremente según sus propios sentimientos y filosofías y que rompe radicalmente con los sistemas políticos y las creencias religiosas, hoy es cosa a la que ya infinidad de jóvenes se están aproximando, digo bien aproximando, sea en las relaciones sexuales o aceptando la unión libre, la maternidad razonada, o manifestando en las playas sus originales maneras de bañarse, de vestir, de comprender la libertad y el matrimonio. Y sin otro permiso y sin otra escuela que la que cada día nos aprende la experiencia y el curso natural de la evolución. Esta convivencia social y cultural, más libre, más justa, más racional y más humana: ¡Ensueño delirante de sociedad que animó a las juventudes libertarias de mi época, época de la Segunda República Española!
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