[Ya que nos han impuesto una reforma laboral, que es una auténtica declaración de guerra, con la que se da por concluida toda paz social. A pesar de la dureza que supuso la opresiva dictadura franquista, en 1951 a los trabajadores de Barcelona, y de otras zonas de España, no les intimidó el régimen e hicieron huelgas que triunfaron. En el libro de Juan Eslava Galán Los años del miedo nos lo narra en el capítulo 73 «Primavera caliente», del cual ponemos un retazo. Un ejemplo a seguir, esos trabajadores que vivieron en el peor momento de la historia contemporánea de este país, con la brutalidad policial y las escuadrillas fascistas por medio, nos dan una lección a los del presente. ¡Esto es una guerra, y no hay que tener miedo!]
Cargada con la compra, Montserrat llega a la parada del tranvía 27 donde un corrillo de usuarios está protestando airadamente.
—¿Qué pasa?
—¿Que qué pasa? Que la tarifa de un billete sencillo, 50 céntimos, sube partir de mañana a 70 céntimos.
—¡Virgen Santa! ¿Dónde vamos a ir a parar?
—Se ha convocado una huelga de tranvías para el día doce, que este abuso ya no se puede consentir —le avisa una usuaria.
Barcelona está inquieta. Se forman corrillos en las calles, especialmente en los barrios pobres y marginales, los más conflictivos.
Montserrat llega a su casa. Reventadita por el esfuerzo de subir la cesta de la comprar a la cuarta planta, se sienta a recuperar el resuello en la mesa de la cocina y lee un par de octavillas que ha recogido en la calle, una escrita a mano y la otra impresa con ciclostil. Las dos dicen más o menos lo mismo: «Barcelonés, si eres buen ciudadano acuérdate, y a partir del primero de marzo y hasta que se igualen las tarifas con las de la capital, trasládate a pie a tus ocupaciones (…). España una… y para todos igual.»
El uno de marzo los usuarios del tranvía acuden al trabajo a pie, aunque en muchos casos eso los obligue a salir de casa una hora antes.
Las autoridades han ordenado a los funcionarios que usen el tranvía. Falange ha impartido la misma orden a sus afiliados, con la advertencia que viajarán gratis si muestran al cobrador el carnet del partido. La consigna es usar ese medio de transporte para reventar la huelga.
Poca gente los usa (un 3%). No se repiten los apedreamientos de tranvías de días anteriores porque la fuerza pública los protege. Por la tarde se inicia una manifestación que la fuerza pública reprime con la habitual brutalidad. Un niño de cinco años, Juan Moreno Ruiz, hijo de un obrero de la Pegaso, resulta herido de bala y muere al día siguiente.
El domingo juegan, en el estadio de Las Corts, el Barcelona y el Racing de Santander. A la salida del partido diluvia, pero los aficionados regresan a pie a sus hogares y dejan vacíos los tranvías que los esperan, con su conductor, su cobrador y su pareja de guardias.
Tanta unanimidad no deja de ser sospechosa. En realidad detrás de protesta están no sólo las gentes de la izquierda sino muchos católicos y sindicalistas verticales tan perjudicados como ellos. Al día siguiente, el Gobierno cede y anula la subida de las tarifas.
Han ganado los ciudadanos su primer pulso con el Gobierno, lo que sienta un peligroso precedente.
El gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, camarada Eduardo Baeza Alegría tiene motivos para preocuparse. Mientras en la calle se producen algaradas y algunos manifestantes vuelven a apedrear tranvías y panaderías, en protesta por el pan, que es cada día más negro y más insípido. A Madrid ha llegado el rumor de que el camarada Baeza Alegría descuida sus deberes de gobernante por cultivar su íntima amistad con la bellísima y sobre todo hermosísima vedette Carmen de Lirio.
Los graffiti de los retretes públicos, único medio de libre expresión que tolera el Régimen, le atribuyen a Baeza Alegría dos contrapuestas aficiones: «Por la mañana cirio, por la noche lirio», la primera en razón de su cargo, que requiere cierta connivencia con la Iglesia, la segunda por complacencia con el pecado de la carne.
Carmen de Lirio es un mito en Barcelona. En un tiempo de restricciones de luz, ella sola se basta para iluminar las noches del Paralelo. Mientras en la calle arde en rumores de nuevas huelgas y protestas, la aragonesa, indiferente, luce su palmito frente a las candilejas asaeteada por las miradas lúbricas de los estraperlistas y aficionados pudientes que pueden pagar el espectáculo y la consumición en la sala de fiestas. En el colofón, después de cantar el memorable pasodoble Noche de Bodas con su voz pastosa y sensual, hace mutis arrastrando displicentemente su abrigo de pieles por las polvorientas tablas del escenario.
—¡Carmen, que estropeas los visones! —le grita un admirador desde la platea.
—¡Barcelona paga! —replica ella con desparpajo.
Se rumorea que, en efecto, Barcelona paga, porque su gobernador desuella las paredes del gobierno civil para contentarla.
En los andamio canturrean los paletas:
Ella es tan buena personaNo por mucho tiempo. Después de la huelga de tranvías y de los desórdenes callejeros, el Gobierno destituye a Baeza Tristeza.
que de todos es querida
justo es que paguen su vida
las gentes de Barcelona
Montserrat Concustell sigue leyendo sobre la mesa de la cocina las octavillas que le entregan en la calle.
«¡Pueblo de Barcelona! la unanimidad que se ha manifestado contra la explotadora Compañía de Tranvías debe repetirse frente al infame sistema político que rige los destinos de España. Por eso la CNT recomienda a todos los trabajadores que secunden con el mayor entusiasmo la huelga general que se declarará el lunes 12 de marzo. ¡Contra la carestía de la vida! ¡Contra el terror falangista!»
Se suceden las protestas ante las fábricas y en la calle. Muchos comercios echan el cierre. Los que se resisten son apedreados por los piquetes. La nota oficial define estas actividades como «reiterados intentos de subversión».
Entra la primavera con sus parterres florecidos en el parque Güell y sus gráciles mariposas, pero el malestar social no remite en la Ciudad Condal. Cinco mil policías llegados de Madrid y Zaragoza refuerzan la plantilla local. Algunas unidades de la Marina atracan en el puerto de Barcelona y desembarcan infantería. Franco reúne al Consejo de Ministros. La prensa se hace eco de la actitud del Gobierno. «Van a atajarse enérgicamente los problemas de abastecimiento.» (El 7 de abril de 1951.)
Franco se olvida definitivamente de la autarquía y accede a que se importen alimentos.
A pesar de estas medidas tardías, el malestar social no remite. A las huelgas de Barcelona suceden en el País Vasco y Navarra, donde incluso muchos requetés conservadores se suman a la protesta. El detonante es un grupo de mujeres airadas que en vista del abusivo precio de los huevos «arremetieron contra el mercado y lo dejaron como las ruinas del Alcázar». Otro niño resulta muerto en la represión. La rebelión se extiende a Estella, Tafalla, Villalba y Sangüesa. Más despidos y más multas.
A Franco no le hacen gracia tantas protestas en el país que creía pacificado. Aprovecha su discurso ante la IV Asamblea de Hermandades de Agricultores y Ganaderos para recordar a los españoles que la huelga es un delito (el 12 de mayo de 1951). Dos semanas después una pastoral colectiva de los obispos alaba la legislación del Régimen.
La Iglesia siempre al lado del que le mantiene los privilegios.
En Madrid multitud de octavillas de inspiración comunista convoca a «una huelga blanca» para el 22 de mayo.
—¿Qué es eso de una huelga blanca?
—Consiste en no hacer uso de los servicios públicos: dejar vacíos los bares, los espectáculos, las oficinas, las salas de fiestas… todo.
—Nosotros abrimos ¿eh? —advierte la Uruguaya [la alcahueta del burdel]—. Aquí no nos metemos en política, que, además, lo nuestro es como las farmacias, que siempre tiene que haber una de guardia aunque las otras cierren.
La policía detiene a cientos de sospechosos. Se advierte a los funcionarios que el día 22 deberán hacer vida normal.
A las octavillas subversivas responden otras gubernamentales: «¡Tú, rojo! Por generosidad, no por blandura, se te ha devuelto al quehacer de la Patria y se te ha perdonado. Pero, ¡ojo!, si no tuviste un arrepentimiento sincero, si sueñas con revanchas y nuevos crímenes, debes saber que la victoria del 18 de julio estamos dispuestos a defenderla como sea. ¡Ten cuidado con lo que hablas y haces! ¡Te vigilamos! El 22, a trabajar. De lo contrario nos veremos en la calle.»
El día designado las calles amanecen patrulladas por la policía y por escuadras falangistas. El ejército permanece acuartelado, dispuesto para intervenir donde sea necesario. No se producen incidentes, pero la huelga triunfa, aunque en menor medida que en Barcelona.
JUAN ESLAVA GALÁN
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