viernes, 9 de septiembre de 2011

Los amos

Por Francisco Pi y Arsuaga
(Extraído de El cuento anarquista de Lily Litvak)

 


¿Por qué afiláis el cuchillo que ha de atravesaros? ¿Por qué fabricáis la pólvora que os ha de matar?

—A vosotros que holgáis, la riqueza y la felicidad; la miseria y el dolor ¡ay! A mí que trabajo— dijo cantando el obrero.

Un capitalista, un sacerdote y un general llegaron a un campo.

Labrando hombres y bestias a un tiempo.

Unos trabajadores guiaban allá el arado, otros cortaban aquí la mies ya formada, otros ventaban la paja, otros cargaban el trigo en acémilas. Sudaban todos ennegrecidos por el sol, rendidos por la fatiga.

—¡Qué trigo más hermoso! —dijo el sacerdote tomando en la mano un puñado—. ¿Para quién será este trigo? ¿Para quién el blanco pan que se hará con su harina?

—¡Ay! Para vosotros —dijo cantando el obrero.

El sacerdote, el capitalista y el general siguieron su camino. Cerca de la ciudad vieron a unos trabajadores que entraban en una bodega. Los siguieron. En el lagar pisaban la uva hombres medio desnudos que bailaban sobre los racimos como diablos malhumorados. Sus gotas de sudor se mezclaban con el rico zumo de la vid. Estaban flacos y tristes, pero bailaban.

—¿Para quien será —volvió a preguntar el sacerdote— el delicioso licor que extraen esos desdichados?

—¡Ay! Para vosotros —dijo cantando el obrero.

El sacerdote, el capitalista y el general llegaron a las puertas de la ciudad. Cerca de ellos se levantaba un gran edificio. Entraron en él. Era una gran fábrica en que se hacía de todo, Desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la tarde trabajaban en ella, por un escaso jornal, miles de obreros de ambos sexos.

Era ya por la tarde y estaban cansados; pero seguían unos tejiendo riquísimas telas, otros puliendo finísimo oro, otros sacando en sus cañas el cristal de los hornos, otros labrando piedra, otros haciendo encajes. Se fabricaba allí de todo lo que lujo y el gusto puedan apetecer.

—¿Para quién serán —exclamó el capitalista— tantas riquezas?

—¡Ay! Para vosotros —dijo cantando el obrero.

El sacerdote, el capitalista y el general siguieron su camino; pero todavía antes de entrar el la ciudad hicieron otra parada.

Entraron en una hermosa fábrica de armas.

Los jornaleros trabajaban y trabajaban. Unos recogían en palas el bronce fundido que forma los cañones, otros pulían las hojas brillantes de espadas,otros afilaban las puntas de las bayonetas, otros mezclaban los ingredientes con los que se hace la irritada pólvora.

—Hermosas bayonetas —dijo el general cogiendo una—, magnifica pólvora —agregó tomando un puñado—. ¿A quién atravesaran primero esas bayonetas el corazón o le hará esta pólvora pedazos?

—¡Ay! A mí —dijo cantando el obrero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario