domingo, 11 de septiembre de 2011

¿Es posible ganar la guerra contra el terrorismo?

Con la invasión conjunta por la Alemania nazi y la Unión Soviética de Polonia en 1939, dio comienzo la Segunda Guerra Mundial. Dos años después Hitler rompió la alianza invadiendo la URSS de Stalin. Stalin y Hitler de aliados pasaron a ser enemigos. Y Stalin se convirtió en aliado de las potencias occidentales como Gran Bretaña y los Estados Unidos. Despúes de la guerra, con la llamada «guerra fría», la URSS y Occidente fueron enemigos. Un ejemplo de como las alianzas cambían por los intereses del momento.

Otro ejemplo es el caso del islamismo radical. Hace diez años que se produjo el atentado del 11 de Septiembre, atentado perpetrado por integristas musulmanes contra los Estados Unidos. Atentado que acarreó las invasiones de Afganistán e Irak, con sus innumerables víctimas. Cuando años atrás la superpotencia occidental apoyó a los islamistas que combatieron a la Unión Soviética, también en Afganistán, así como en el Caúcaso y los Balcanes. Islamismo radical y el mundo occidental de ser aliados fueron enemigos irreconciliables. Hasta que en este año, con la muerte (real o ficticia) de Bin Laden y la guerra civil libia, vuelven a estar en el mismo bando (a pesar de ls atentados del 11-S, el 11-M y el 7-J).

Noam Chomsky, ya hace una década, se pronuncio sobre el tema del atentado terrorista. En el libro 11/09/2001 hay entevistas como ésta:


Basado en entrevistas concedidas a Hartford Courant,
20 de septiembre de 2001, y David Barsamian, 21 de septiembre de 2001.

P: ¿Es posible ganar la llamada guerra de la nación contra el terrorismo? Si así fuera, ¿cómo? En caso contrario, ¿qué debería hacer la administración Bush para evitar ataques como los que golpearon a Nueva York y a Washington?

CHOMSKY: Si consideramos la pregunta con rigor, debemos reconocer que, en gran parte del mundo, Estados Unidos es visto como un conspicuo Estado terrorista. Y con sobrada razón. Debemos tener en cuenta, por ejemplo, que en 1986 Estados Unidos fue condenado por el Tribunal Internacional «por uso ilegal de la fuerza» (terrorismo internacional). Estados Unidos vetó la resolución del Consejo de Seguridad, que exigía a todos los Estados (se refería a Estados Unidos), respetar la ley internacional. Es sólo uno de innumerables ejemplos.

Para mantenernos en el limitado margen de la pregunta —el terrorismo de otros dirigido contra nosotros—, sabemos muy bien cómo debería tratarse el problema, si queremos reducir la amenaza en vez de intensificarla. Cuando las bombas del IRA estallaban en Londres, nadie llamó a bombardear Belfast occidental ni Boston, fuentes de gran parte del apoyo financiero del IRA. En cambio, se dieron pasos para apresar a los criminales y se hicieron esfuerzos para negociar sobre lo que estaba detrás del origen del terror. Cuando voló un edificio federal en la ciudad de Oklahoma, hubo quien llamó a bombardear Oriente Medio y, tal vez, lo habrían hecho de haberse descubierto que los responsables estaban allí. Cuando se descubrió que era un ataque interno, ligado con las milicias ultraderechistas, nadie pidió que fueran borradas del mapa Idaho y Montana. Lo que se hizo fue buscar al criminal, encontrarlo, juzgarlo y sentenciarlo. Además se hicieron esfuerzos para comprender los agravios que yacían detrás de semejantes crímenes para tratar de resolver los problemas. Casi cualquier delito —sea un robo callejero o atrocidades colosales— tiene razones y, en general, descubrimos que algunas de ellas son graves y deben ser consideradas.

Hay medios adecuados y legales para proceder en caso de delitos, cualquiera sea su escala. Y existen precedentes. Un ejemplo claro es el que acabo de mencionar, uno que no puede desatar polémica alguna, envista de la reacción de las más altas autoridades internacionales.

En los años ochenta, Nicaragua fue sometida a un violento ataque por parte de los Estados Unidos. Murieron decenas de miles de personas. El país fue prácticamente destruido. Es posible que no se recupere nunca. El ataque terrorista internacional estuvo acompañado por una guerra económica devastadora que, un pequeño país aislado por la venganza de una superpotencia cruel, no podía enfrentar, como ha revelado en detalle los historiadores más ilustres de Nicaragua, Thomas Walker entre ellos. Los efectos fueron incluso mucho más graves que la tragedia de Nueva York el otro día. El ataque a Nicaragua no fue represalia por haber puesto bombas en Washington. Los nicaragüenses se presentaron ante el Tribunal Internacional, que falló a su favor, y ordenó a Estados Unidos desistir en su campaña y pagar importantes reparaciones. Estados Unidos desestimó despectivamente el fallo del Tribunal y respondió con una inmediata escalada de ataques. Nicaragua se dirigió entonces al Consejo de Seguridad, que consideró una resolución, pidiendo a los Estados respetar las leyes internacionales. Sólo Estados Unidos la vetó. Los nicaragüenses acudieron entonces a la Asamblea General, donde lograron una resolución semejante aprobada, con la oposición de los Estados Unidos e Israel durante dos años consecutivos (en una ocasión se les unió El Salvador). Así es como debe proceder un Estado. Si Nicaragua hubiera sido suficientemente poderosa, podría haber abierto otro expediente criminal. Esas son las medidas que Estados Unidos tendría que haber tomado y nadie se las habría bloqueado. Eso es lo que están pidiendo los pueblos de la región, incluidos sus aliados.

Recuerde: los gobiernos de Oriente Próximo y el norte de África, lo mismo que el gobierno terrorista argelino —uno de los más sanguinarios de todos— estarían encantados de unirse a Estados Unidos para luchar contra las redes terroristas que los atacan. Ellos son los primeros blancos. Pero piden evidencias y quieren luchar dentro de un marco de mínimo respeto por las leyes internacionales. La postura de los egipcios es compleja. Son parte del sistema original que organizó las fuerzas islámicas radicales, en las cuales participaba la red de Bin Laden. Fueron sus primeras víctimas cuando fue asesinado Sadat y desde entonces las principales. Les gustaría acabar con él pero —dicen—. Si se ofrece alguna evidencia de que esté involucrado en los ataques del 11-09. Siempre dentro del marco de la Carta de las Naciones Unidas y bajo el auspicio del Consejo de Seguridad.

Ese es el camino que se debe seguir si la intención es reducir la probabilidad de mayores atrocidades. Hay otra vía: reaccionar con extrema violencia desencadenando una escalada de violencia, que conduzca a mayores atrocidades, como la que incita a la venganza. La dinámica es muy conocida.


¿Qué aspecto o aspectos de la historia no han contado los principales medios de comunicación? ¿Por qué sería importante examinarlos más a fondo?

Hay varias preguntas fundamentales.

Primero: ¿qué cursos de acción están abiertos para nosotros y cuáles serían sus probables consecuencias? Prácticamente no se ha discutido la opción de atenerse a la ley como han hecho otros países, por ejemplo Nicaragua, país que ya he mencionado (como es natural fracasó, pero nadie pondría obstáculos en el caso de Estados Unidos). O como hizo Inglaterra en el caso del IRA. Incluso como hizo Estados Unidos cuando descubrió que las bombas colocadas en la ciudad de Oklahoma eran de origen interno. Hay innumerables casos más.

Hasta ahora, lo que ha habido es más bien un altisonante redoble de tambores llamando a la acción violenta, con escasas alusiones al hecho de que esa violencia, no solo infligirá un tremendo castigo a víctimas del todo inocentes —muchas de ellas afganas, víctimas ya de los talibanes—, sino que provocará la respuesta de las más fervorosas plegarias de Bin Laden y su red.

La segunda pregunta es: «¿por qué?». Esa pregunta nunca se formula con rigor.

Negarse a enfrentar esa pregunta es optar por aumentar significativamente la probabilidad de mayores crímenes. Ha habido algunas excepciones. Como he dicho antes, hay que acreditar al Wall Street Journal haber estudiado las opiniones de los «musulmanes acaudalados», personas pro estadounidenses, pero muy críticas con la política de los Estados Unidos en la zona, por razones conocidas para cualquiera que haya prestado alguna atención. En las calles el sentimiento es similar, aunque muchos más iracundo y enconado.

La red de Bin Laden, propiamente dicha, tiene una categoría diferente. Durante veinte años sus acciones han causado graves daños a los pueblos pobres y oprimidos de la región, por quienes no se preocupan las redes terroristas. Pero, en esa reserva de rabia, miedo y desesperación, sí ruegan por una reacción violenta de Estados Unidos, que movilizará a otros a plegarse a su horrenda causa.

Temas semejantes deberían ocupar las primeras planas… Al menos, si pretendemos reducir el ciclo de violencia en vez de aumentar su escalada.

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