En su última visita a la Argentina Pablo Iglesias reivindicaba ¡las raíces peronistas de Podemos! El peronismo es algo confuso, tiene tanto elementos izquierdistas como derechistas, pero el militar que dio nombre a tal movimiento político siempre mantuvo simpatías con el fascismo (y el franquismo) y profesaba un ferviente anticomunismo. El filósofo anarquista Cappelletti ya nos hablaba de este engendro político-populista...
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Pablo Iglesias junto a la expresidenta argentina
Cristina Fernández de Kirchner en su visita al país. |
Por Ángel J. Cappelleti
El fenómeno del peronismo desconcierta al observador europeo y latinoamericano. El movimiento aparece como algo contradictorio y confuso, tanto en su desarrollo histórico como en su composición social. Cuando se trata de definir su ideología, la contradictoriedad y la confusión suelen alcanzar niveles apocalípticos, al menos en el periodismo y en el hombre de la calle. Se ha llegado a sostener que ideológicamente el peronismo no es nada, puesto que lo es todo o casi todo. Esta tesis, que no deja teoría del fin de las ideologías, se basa sin embargo principalmente en el equívoco generado por los siguientes hechos:
1. El movimiento peronista, cuyo policlasismo nadie niega, acogió en su seno individuos y grupos provenientes de los más dispares rumbos ideológicos (radicales, conservadores, demócratas-cristianos, nacionalistas de diversos matices, socialistas, comunistas, trotskistas, sindicalistas, anarquistas, etc.). Cada uno de ellos vio —o quiso ver— en Perón algo de sus propios orígenes, cada uno pretendió imprimir al peronismo, consciente o inconscientemente, el sello de su anterior modo de concebir la realidad social y política.
2. El propio Perón adoptó una actitud mimética y camaleónica —que formaba parte no sólo de su arsenal táctico y estratégico sino también de su propia ideología— gracias a la cual aparecía sucesiva y, a veces, simultáneamente representando posiciones o matices de pensamientos muy diferentes. A pesar de esto, un esfuerzo por detectar históricamente la esencia de la ideología peronista no tardará en revelarnos la existencia de un proyecto originario de Perón, que hicieron suyo sus colaboradores inmediatos y que, por debajo de otros múltiples proyectos y programas, surgidos como respuestas a las variables exigencias del devenir socio-económico y político, se mantiene constante.
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Perón en su última visita a la España de Franco, 1973. |
Por más importante que haya sido la voluntad de poder del propio Perón y las características de su personalidad en el surgimiento del peronismo, no puede negarse la existencia de ese proyecto original, que supone una verdadera definición ideológica. Si el peronismo se comprendiera simplemente a partir de un diagnóstico caracterológico de Juan Domingo Perón, quedarían sin dudas muchas cosas inexplicables y se plantearían más problemas de los que podrían así resolverse.
Tampoco basta con decir que «el peronismo es una respuesta política a las condiciones sociales y económicas imperantes en la Argentina de 1943», o que «fue una necesidad histórica cuya misión se cumplió al facilitar el acceso del proletariado a la escena política, como etapa preparatoria de una revolución profunda» (Carlos S. Fayt, La naturaleza del peronismo, Buenos Aires, 1967, pág. 16).
Se trata precisamente de averiguar qué clase de respuesta política fue, porque obviamente esas condiciones sociales y económicas podrían haberse enfrentado de otra manera (como, por ejemplo, a través de la socialdemocracia o del sindicalismo revolucionario, que tenían ya más de medio siglo de luchas en el escenario nacional).
Decir que su misión fue facilitar el acceso del proletariado a dicho escenario, como etapa previa a la revolución, es una contra-verdad casi perfecta, ya que el análisis del proyecto originario de Perón nos indica claramente, como veremos, que su misión fue facilitar el acceso del proletariado al escenario político nacional para que sirviera de comparsa brillante a los verdaderos héroes del drama: el Estado y las clases dominantes.
Juan Domingo Perón, como capitán, había formado parte del grupo de oficiales, mayoritariamente conservadores o filo-fascistas, que bajo el mando del general Uriburu planearon y ejecutaron el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, contra el presidente constitucional Yrigoyen. A principios de 1939 viajó a Italia, en misión de estudios, supuestamente militares, pero en realidad como observador político. Allí permaneció hasta fines del año siguiente.
A su educación militar, a su extracción social oligárquica (descendiente de estancieros), a sus previas simpatías por el autoritarismo y el conservadourismo, el triunfante fascismo italiano le dio una definición precisa. Perón fue gran admirador de Mussolini. Más de una vez declaró: «Me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores». Su básico anticomunismo de militar terrateniente encontró en la doctrina fascista el único antídoto frente a la marea roja y el único preservativo contra la revolución. Sólo un Estado fuerte y totalitario, que estructure la sociedad jerárquicamente y se sitúe como árbitro supremo de todas las diferencias entre trabajadores y patronos, entre obreros y capitalistas, será capaz hoy —piensa Perón en 1940— de conservar los valores tradicionales, eternos y sacrosantos, de la propiedad privada, la familia patriarcal, el ejército guardián del orden y la moralidad, etc.
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Celebración del 1º de Mayo en Buenos Aires, 1955. |
«Ideológicamente condicionado a no ver otra disyuntiva que la de "Roma o Moscú" —fascismo o comunismo—, según el conocido lema mussoliniano, Perón consideraba inevitable que la caída de Roma sólo abriría caminos a la expansión soviética» (P. Giussani, Montoneros. La soberbia armada, Buenos Aires, 1984, pág. 169).
Por otra parte, Perón es un realista y un agudo observador del devenir político-militar. Al retornar a la Argentina sospecha ya que el Eje perderá la guerra y que el fascismo será mundialmente derrotado. Los dos o tres años siguientes confirman, hasta disipar toda duda, esta sospecha.
El fascismo clásico —el de Mussolini— no podrá ser implantado, pues, en ninguna parte, ni siquiera en la Argentina. Y, sin embargo, sin fascismo no hay solución alguna. Se trata, entonces, de disfrazarlo en la medida de lo posible y en la medida de lo necesario. El genio político de Perón consiste principalmente en esto: en haber hecho aceptable y, más aún, en haber logrado que una gran parte del pueblo argentino (y, particularmente, la clase obrera) abrazara con entusiasmo y fervor una ideología desprestigiada por la derrota, universalmente repudiada, deshonrada y vilipendiada por la historia.
Del fascismo conservó la ideología peronista o «justicialista» la idea del Estado, fuente de toda razón y justicia; la idea de la sociedad organizada corporativamente, esto es, por estamentos; el nacionalismo retórico; el anticapitalismo de oropel; la noción de las fuerzas armadas como corazón de la patria; la utilización de la Iglesia como freno de las rebeldías, y de la religión como opio del pueblo; la doctrina de la tercera posición, que no era otra cosa sino la pretensión de Hitler y Mussolini de tener una oposición opuesta igualmente al capitalismo y al comunismo, y en fin, también la propuesta de un socialismo-nacional que no era sino nacional-socialismo. El disfraz, confeccionado por el propio Perón, era sin embargo, genialmente sencillo. Consistía en sustituir la cachiporra y el aceite de ricino de los escuadristas del fascio por el pan dulce y la botella de sidra de los muchachos de la unidad básica; en cambiar el terror por la sonrisa bonachona, el «domicilio coatto» por las colonias de vacaciones, la exaltación del Imperio por la ley de jubilaciones. La comunidad organizada de la cual Perón hablaba no era sino la sociedad corporativa que Mussolini había ideado, el verticalismo justicialista se llamaba igual que el fascista, pero, valido de su astucia criolla, de sus mañas de militar campechano y querido de la tropa, de su familiaridad con actrices de medio pelo, el General supo hacerlos potables y aun apetecibles para la mayoría de los trabajadores argentinos. El peronismo se convirtió en un fascismo benevolente, populista, más corruptor que violento, pero, sin duda, no por eso menos repudiable.
Caracas, 1984.
Ensayos libertarios
Ed. Madre Tierra (1994)
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Buenos Aires, Primero de Mayo de 1974. |