Cultura y prensa anarquista (1880-1913)
Por Lily Litvak
Revista de Occidente, nº. 304
Septiembre 2006
Revista de Occidente, nº. 304
Septiembre 2006
Ningún movimiento obrero puso tanto énfasis como el anarquismo en el papel que la cultura pudiera tener en la emancipación humana. La cultura era fundamento social, constituyente de una causa, y por lo mismo, tenía un papel definido en el trabajo revolucionario; permitiría no sólo cambiar el medio social y económico, sino también a los hombres. La revista Acracia señala ese papel: «por ella las inteligencias y las voluntades dispersas se unen y se conciertan en el pensamiento y en una acción común y se forma esa entidad poderosa; el pueblo consciente».
La expansión de las ideas anarquistas era el arma fundamental de la lucha y para ello se contaba con una fuerte organización social. En toda ciudad o pueblo, los centros obreros se congregaban casi diariamente en mítines, donde se trataban asuntos de actualidad; huelgas, boicots, campañas y colectas en favor de los compañeros presos o necesitados. También era común reunirse en grupos, asociaciones, sociedades, federaciones o círculos de recreo o lectura. A esto se unían una serie de actividades que incorporaban el ideario a la vida cotidiana; conferencias, grupos teatrales, veladas artísticas, excursiones y otros eventos más extraordinarios como campañas antialcohólicas, de oposición a las peleas de gallos o a los toros, asambleas y congresos, conmemoración de alguna fecha importante en el calendario ácrata: la Comuna, la toma de la Bastilla, el 11 de noviembre, etc., donde se leían discursos, poemas, ensayos que y se completaban con números musicales.
La propaganda era activista, cada obrero o campesino era un agitador y los enviados de diversas agrupaciones recorrían los pueblos avivando el fuego sagrado. A través de las obras literarias anarquistas se difunde la imagen del proletario militante como alguien que tiene la intuición de un destino especial, encarna la idea de que el trabajador está llamado a ocupar un puesto importante en la gran corriente de la historia.
La exaltación de la acción social se llevaba a cabo no sólo como norma de la existencia humana, sino también como una más ancha apertura de idealismo benéfico y fervor altruista. El proselitismo iba aunado a una constante preocupación por la elevación intelectual del obrero. La cultura no era para los anarquistas una serie de presupuestos teóricos, sino una forma de transformar la vida. Por ello los momentos de la lucha obrera coinciden con el desarrollo de la cultura proletaria en los sitios donde nacían nuevas formas de organización colectiva.
Era fundamental el asociarse, por lo que se publicaba amplia información en la prensa libertaria sobre la constitución de nuevos grupos y actividades, recogiéndose noticias hasta de los rincones más apartados del país. Cientos de grupos, cuyos nombres eran ya por sí mismos la manifestación de una doctrina; «Angiolillo», «Grupo de Negadores», «Ni Dios ni Patria», «Germinal», «Centro de Estudios Sociales», «La Aurora Social», «El Despertar», «Ravachol», «Solidaridad»... se mantenían en contacto a través de periódicos y viajes de propaganda.
La toma de conciencia anarquista venía como una verdadera transformación, casi como un deslumbramiento. «La Idea» representaba la revelación de un nuevo mundo moral alentado por la ciencia y el progreso. La adopción del credo libertario tenía un carácter fuertemente emocional, religioso y moral, tal como se revela en ciertos párrafos de El proletariado militante, donde Anselmo Lorenzo narra el encuentro de los jóvenes obreros españoles con Fanelli, a su llegada a España, en una atmósfera de intensa emotividad, al proclamar la maldad del mundo capitalista y la esperanza mesiánica del futuro. La utopía anarquista se basa en la visión del mundo ideal de donde será exterminado todo mal moral. De hecho, la idea libertaria del progreso se afianzaba tanto en ecos bíblicos como en doctrinas contemporáneas evolucionistas, y proponía una idea del progreso logrado por medio de la ciencia y de un camino de perfección moral.
El fervor religioso permea todo el ideario ácrata y está patente en la adopción de ciertas formas de expresión por medio de formulaciones e imágenes cristianas. Se llama paraíso a la sociedad posrevolucionaria, se rinde culto a los mártires de Chicago, se exhorta a la solidaridad como virtud religiosa, se utilizan a menudo expresiones cercanas al Evangelio y se toma un cierto profetismo mesiánico de la Biblia. La incorporación religiosa al pensamiento revolucionario anarquista se manifestó de manera especial en la producción de una abundante literatura basada en estructuras tomadas del cristianismo: credos, evangelios, decálogos, catecismos. Estas formulaciones dogmáticas cristianas les proporcionaban el esquema dialéctico para manifestar los principios de la nueva fe.
Brennan narra que aún recientemente, cuando se preguntaba a los habitantes de Casas Viejas sobre los antiguos militantes respondían que «estaban siempre leyendo algo, siempre discutiendo», y que su mayor placer era escribir para la prensa anarquista «en un lenguaje elocuente y apasionado». Estas declaraciones revelan el importante papel que tenía la cultura en la redención de los trabajadores. Ésta se lograría por medio de la continua instrucción, que haría que el proletariado adquiriese conciencia de sus merecimientos, potencialidades y derechos. Los anarquistas creían firmemente que lo único que impedía la libertad era la falta de educación, por ello atribuían gran importancia a las escuelas, y generalmente ponían una en su centro. La educación empezaba desde la niñez, y se puede citar como modelo la Escuela Moderna, fundada y dirigida por Francisco Ferrer y Guardia, con catorce sucursales en Barcelona y treinta y cuatro en la provincia. Entre sus textos estaban Las aventuras de Nono, de Jean Grave, León Martín, de Malato, y selecciones de Reclus, Gorki, Proudhon, Zola, Kropotkin, Tolstoi.
La educación no se restringía a la infancia, la sed de saber era enorme y abarcaba todos los campos de la cultura y la ciencia. El obrero consciente se sentía en el deber de instruirse y podía acudir a los centros anarquistas donde se impartían cursos nocturnos de sociología, biología, gramática, etc. Leían muchísimo, aun en la cárcel, y las obras se analizaban y discutían en círculos de lectura, veladas y conferencias. Alternaban la lectura política y sociológica con la literaria, filosófica o recreativa. Entre los libros más apreciados estaban La conquista del pan de Kropotkin, El proletariado militante de Anselmo Lorenzo, Germinal de Emilio Zola, piezas dramáticas de Ibsen y algunas novelas de folletín de tono social, María, la hija del jornalero de Ayguals de Izco y El judío errante de Eugenio Sue, a cuya lectura debieron su toma de conciencia Anselmo Lorenzo y Fermín Salvochea.
La actividad literaria era parte esencial de veladas y reuniones, donde se leían los ensayos, poemas, novelas y cuentos de los compañeros, y los certámenes socialistas buscaban despertar esas aficiones. Ese esfuerzo suscitó una prodigiosa actividad editorial. Publicaban libros generalmente ideológicos, pero también científicos y literarios; Haeckel, Darwin, Büchner, Reclus, y autores como Tolstoi, Ibsen, Mirbeau, Zola, Balzac, pues la lucha se llevaba en todas partes y en todos los campos, la revolución era una y a ella contribuían el científico, el artista, el poeta y el intelectual. Comenta La Iglesia que todos los días se registraba la aparición de un periódico o folleto nuevo, con capítulos sueltos o extractos de obras clásicas del anarquismo, a precio reducidísimo, estrictamente el coste, para facilitar su difusión, y con importantes tiradas; por ejemplo, de La conquista del pan se vendieron en los primeros años del siglo XX unos 5.000 ejemplares.
De la admiración por la cultura y la inteligencia proviene la apertura durante algunos momentos del anarquismo a los intelectuales y escritores, a quienes veían también como proletarios despreciados por el mercantilismo burgués. Dos de las figuras más representativas fueron Pedro Corominas y Azorín, pero no son los únicos. Federico Urales señala la colaboración que a menudo existió, y entre los nombres que aparecieron en las páginas de su revista están Unamuno, Azorín, Marquina, Urbano González Serrano, Dicenta, Salvador Rueda, Julio Camba. El producto más interesante de esas colaboraciones fue la revista Ciencia Social, donde se reunieron anarquistas y modernistas, revelando una nómina heterogénea de escritores; al lado de las firmas de Anselmo Lorenzo y Ricardo Mella están las de Verdes Montenegro, Jaume Brossa, Pompeyo Gener, Unamuno y Corominas. Aunque al final venció la desconfianza que los anarquistas sintieron hacia la indecisión de los intelectuales, orientándose hacia 1905 por los escritores más comprometidos.
En su consideración del arte y la cultura como instrumentos revolucionarios, los anarquistas se volvieron al teatro para aprovecharlo como portador de un mensaje y medio de comunicación directa con el pueblo. El teatro se enfocaba como una actividad total, complementada a veces con charlas, conferencias, coloquios, piezas musicales u otras obras más ligeras. A menudo se escenificaba una obra ideológica, acompañada de alguna comedia en un acto, y había también coros que cantaban canciones revolucionarias y lectura de poemas.
La base popular e ideológica de este teatro era su fundamento más sólido. En toda la península se formaron numerosos grupos que hacían funciones con el objeto de recaudar dinero para el movimiento, a beneficio de compañeros presos o para alguna causa común. Hay una buena cantidad de obras escritas por anarquistas. Entre los autores merece destacar la figura de Felip Cortiella, escritor de obras literarias y de teoría teatral, publicadas desde la redacción de L'Avenç en modestas ediciones que muchas veces regalaba al público. En 1901 empezó sus labores de traductor, vertiendo al catalán y más tarde al castellano Els mals pastors de Octave Mirbeau. Concibió el proyecto de las «Vetllades Avenir», una serie de encuentros dramático-sociales para alentar a los artistas revolucionarios. Hicieron varias representaciones donde se estrenaron Els mals pastors de Mirbeau, Quan despertarem d'entre'ls morts y Els pillars de la societat de Ibsen, Las tenazas de Paul Hervieu y La jaula de Descaves. En 1903 fundó el Centro Fraternal de Cultura, con una biblioteca que permitía a los obreros llevar los libros a casa. Montaron El café de Moratín y Dolora de Cortiella. Más tarde, con su amigo el autor anarquista Albano Rosell, fundó la agrupación «Avenir», donde se escenificó Rosmersholm de Ibsen, traducida al catalán por Cortiella.
En la actividad teatral había algunos autores y obras privilegiados: Los negocios son los negocios de Mirbeau, Responsabilidades de Jean Grave, Fin de fiesta de Palmiro de Lidia, Primero de mayo de Pedro Gori. Era popular Ignasi Iglesias, nacido en el barrio barcelonés de San Andrés del Palomar, que trató de adaptar a la escena el individualismo ibseniano. Ciertos dramas llegaron a ser clásicos: Los tejedores, de Hauptmann, sobre la sublevación de un grupo de tejedores de Silesia; Los malos pastores, de Mirbeau, aclamada como «la tragedia de nuestro tiempo, la tragedia social»; Electra, de Galdós; Juan José, de Joaquín Dicenta; La toga roja, de Brieux, sobre la mala administración de la justicia; Las tenazas, de Hervieu, que atacaba la esclavitud de los cónyuges en el matrimonio. El autor más admirado era Ibsen. Casa de muñecas fue presentada por Cortiella en el Teatro Circo Español con el título de Nora, regalándose a los asistentes un folleto con el retrato y biografía del autor y un resumen del drama. Fue fundamental el impacto causado por Un enemigo del pueblo, del autor noruego, estrenada por la compañía Tatau en 1893 en el Teatro Novedades de Barcelona, y gracias a los esfuerzos de Cortiella también en el teatro proletario, a cargo de un grupo de obreros.
Pero la sensacional difusión de las teorías ácratas en la España de fines del siglo XIX fue lograda sobre todo debido a los periódicos anarquistas, publicaciones de poca o larga duración que aparecieron en pueblos y ciudades llevando a las masas noticias sobre la «buena nueva». Este medio era de una eficacia ni siquiera igualada por los viajes de propaganda, y son muchos los anarquistas que abrazaron el ideario inspirados por la lectura de algún periódico, como Ricardo Mella, que se convirtió influido por La Revista Social. El periódico servía para encender la mecha. Algún obrero o campesino se ponía en contacto con compañeros anarquistas que le daban ejemplares de la prensa. El leía el periódico a sus íntimos, que, convencidos de lo allí escrito, divulgaban el nuevo credo. Indica Díaz del Moral que a las pocas semanas el primitivo núcleo de diez o doce adeptos se había convertido en una o dos centenas, y a los pocos meses, la casi totalidad del pueblo propagaba el ideario con ardiente proselitismo. En los albergues y caseríos, donde a las habituales conversaciones sucedía siempre el tema de la cuestión social, después de la cena, el más instruido leía en voz alta periódicos y folletos que los demás escuchaban con fervor. En el campo andaluz, donde era grande el porcentaje de analfabetos, también era usual que en las horas de descanso de las labores agrícolas, un obrero leyera a toda la cuadrilla el texto de un periódico o folleto. El analfabetismo no era un obstáculo: el entusiasta analfabeto compraba un periódico de su predilección y se lo daba a leer a un compañero, quien señalaba el artículo más a su gusto; después se lo daba a otro camarada para que leyese nuevamente el artículo marcado y al cabo de varias lecturas terminaba por aprenderlo de memoria, y lo recitaba a otros.
El auge de la propaganda periodística libertaria ocurrió durante los años del fin del siglo XIX y principios del XX. Estaban los grandes periódicos de larga duración Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera, La Anarquía, La Huelga General, El Porvenir del Obrero, El Productor de Barcelona, El Corsario de La Coruña, El Rebelde de Zaragoza. Pero tan interesantes como éstos son los pequeños diarios; Humanidad de Toledo, El Oprimido de Algeciras, Tribuna Libre de Gijón, Juventud de Valencia, son sólo unos cuantos entre los cientos que se publicaron por todas partes en la península. Aunque algunos daban prueba de persistencia y muchos sólo podían subsistir por un par de números, contaban con muy poco dinero y eran perseguidos por las autoridades. En general se publicaban semanal o quincenalmente, con un precio de venta, o tarifa de suscripción, siempre muy reducido, que oscilaba entre 3 y 5 céntimos el ejemplar. A veces la suscripción era voluntaria mientras que algunos, como La Víctima del Trabajo, indicaban: «Se reparte gratis. No se admiten suscriptores».
El conjunto de publicaciones logró establecer una red de comunicación que facilitaba la participación en las actividades de la lucha social y se oponía a la información burguesa, denunciándola como un arma del capitalismo. Por esta razón, muchos periódicos ácratas dedicaban una columna especial a criticar y contradecir ciertos artículos aparecidos en la prensa burguesa, y se señalaba continuamente el papel alternativo de la proletaria. Para la organización de ese sistema informativo era frecuente que se hiciera propaganda de un periódico en otro de muy diversas maneras. Por ejemplo, se reservaba un amplio espacio a la reseña de publicaciones recibidas, recomendándose la lectura de tal o cual artículo, o se anunciaba la aparición de algún nuevo diario, y, por supuesto, también se fomentaba la propia venta. La redacción recibía ejemplares de prensa provenientes de todos los puntos de la península y hacía adeptos aun en sociedades algo distanciadas de sus fines, como las cooperativas y sociedades de resistencia. En las listas de paqueteros y corresponsales se encuentran nombres y direcciones de los lugares más apartados de España. Así se estableció una comunicación entre los diversos núcleos libertarios que inclusive rebasaba los límites nacionales.
Es difícil determinar qué secciones del periódico eran las más importantes, pues todas cumplían un papel fundamental en la propaganda. Los nombres resumían en pocas palabras el mensaje de la lucha social: La Anarquía, Bandera Roja, Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera. Eran palabras o frases enfáticas que formaban una réplica en miniatura de la historia, y a menudo aparecía primorosamente orlado por un grabado que reforzaba el mensaje. El subtítulo mostraba más precisamente la orientación del periódico. «Periódico Anarquista», «Eco del Proletariado», «Periódico defensor de la Federación Española de Trabajadores», «Semanario Anárquico-Colectivista». Era también frecuente encuadrar el nombre en frases de próceres del anarquismo o de hombres ilustres o frases ya acuñadas e inmodificables en su forma: por ejemplo, la célebre máxima proudhoniana «la propiedad es el robo», o la de Montesquieu, «la igualdad natural y las leyes naturales son anteriores a la propiedad y a las leyes escritas». Es interesante ver hasta qué punto descubrieron el poder de la frase suelta, que reducía el lenguaje a mensajes concentrados, que no sólo aparecían en el encabezado sino también sembradas en todas las páginas.
En general los diarios estaban bien impresos, hay que recordar que muchas veces los editores se reclutaban entre los tipógrafos, y llama la atención la experimentación tipográfica que se llevaba a cabo. Contrariamente a la disposición uniforme, identificada con periódicos conservadores, buscaban combinaciones para llamar la atención y promover una lectura más emotiva y dramática. Despliegan muchos y vanados contrastes entre encabezados y titulares, párrafos y aun secciones enteras impresas en distintos modelos tipográficos para poner de relieve alguna idea o acontecimiento. Por estos medios, el lector se condicionaba para entender los mensajes a dos niveles, uno comunicativo y lógico, y otro tipográfico y emotivo.
Dentro del esquema visual, era común, aun en el caso de periódicos con pocos fondos, el publicar grabados. El título aparecía decorado con alguna viñeta u orla alegórica, muchos incluían el retrato de algún líder acompañando su biografía, y los números especiales estaban profusamente ilustrados. Los dibujos estaban destinados a verse rápidamente, no a la contemplación del conocedor; se buscaba la percepción a primera vista, no el estudio minucioso, y por ello tenían un carácter y estilo especial, adecuado a un público que no era culto. A veces se integraban en un ensayo, avalando así la palabra con la imagen. Ello implicaba la formulación de una sintaxis gráfica especial que combinaba expresiones visuales y verbales, doblando la imagen ciertas informaciones del texto. Todas estas experimentaciones gráficas no eran promovidas por intereses estéticos, sino porque intuitivamente los anarquistas descubrieron que potenciaban una lectura del periódico no pasiva, sino de solicitación y descubrimiento.
Los periódicos se componían de secciones fijas, pero la mayor parte de la información que aportaban no se relacionaba con noticias de actualidad, a menos que fueran pertinentes a la lucha proletaria. La editorial era siempre de tono polémico y establecía una relación directa con el público. Había, además de ensayos doctrinales, varias columnas dedicadas a la lucha obrera, y abundantes trabajos literarios, grabados, reseñas bibliográficas y teatrales. En algunos aparecía una «Sección de la mujer», con artículos feministas muy combativos, como los de Teresa Claramunt, que escribía para El Combate. Una parte se dedicaba a la ciencia, que formaba parte del ideario anarquista, a veces a cargo de firmas fijas, como Tárrida del Mármol en La Revista Blanca. Eran artículos cortos de divulgación, bastante —y a menudo mal— simplificados, con un vocabulario técnico y específico que debía exigir cierta preparación. La ciencia proporcionaba la verdad, era la meta libertaria, por ella se podría descubrir la estructura lógica, científica de la sociedad perfecta: la anarquista. A veces estos temas se expresaban en una mezcla de términos científicos y líricos, e inclusive hay largos poemas como La Naturaleza, de José López Montenegro; una interpretación del universo a través de un plano cosmológico eterno, que ejemplifica la fuerza de la solidaridad.
Una sección fija estaba dedicada a los compañeros presos, con títulos como «Ecos de presidio» en Germinal o «A favor de los perseguidos» en La Justicia. Se redactaba en forma de cartas que denunciaban abusos, o que a veces provenían de los mismos detenidos. Bajo títulos como «Martirologio obrero» se informaba de las penurias y desgracias que algún obrero sufría a manos de la organización capitalista. Así se expresaba la situación de la lucha de manera viva, insertada como elemento de formación ideológica. Los diarios traían una profusa relación de las actividades del movimiento obrero: veladas sociales, cantidades recibidas para suscripciones, noticias de huelgas, cuentas de gastos, etc. Se daban noticias de los diversos grupos anarquistas dispersos en el país, lo cual ayudaba a establecer lazos de unión entre esas organizaciones. También se daba cuenta de veladas políticas, teatros, bailes, mítines, colectas, bautizos, entierros y uniones civiles, logrados a pesar de los obstáculos de las autoridades civiles o eclesiásticas. Estas noticias de carácter íntimo se referían a valores sentimentales, pero que formaban parte de la ideología, y acercaban al lector a situaciones particulares que ejemplificaban la lucha.
Llama la atención la abundancia de material en la sección literaria, presente en casi todos los periódicos. Ocupaba generalmente las páginas 2 y 3 y estaba formada por cuentos y poemas enviados por lectores o a cargo de alguna firma fija. Son interesantes las columnas reservadas a Palmiro de Lidia en El Despertar, a Marcial Lores en El Corsario, y a Zoais en El Látigo. A veces aparecían firmas conocidas como la de Joaquín Dicenta, y hubo un momento en que se trató de reclutar a intelectuales de reconocido prestigio como Unamuno, que escribió para Ciencia Social y La Revista Blanca. Pero la gran mayoría de estas colaboraciones eran escritas y enviadas por lectores de toda la península. Es un material desbordante de gran riqueza; cuentos, ensayos, poemas, comentarios bibliográficos, aunque la condición de obra literaria sea difícil de delimitar, pues estaba íntimamente ligada al discurso ideológico.
Una de las características más importantes de esas colaboraciones es que los lectores no sólo eran consumidores del material, sino también autores del mismo. El periódico dirigía la ideología del público, pero éste lo afectaba directamente. Aunque había firmas fijas, muy a menudo gran parte del material literario no provenía del equipo editorial sino de la masa de lectores, y por ello era representativo de una cultura popular. Los autores eran heterodoxos, verdaderamente populares, los más representativos obreros y campesinos que escribían o dibujaban sin abandonar su oficio. Díaz del Moral, hablando del anarquismo en Andalucía, atribuye el éxito de esa prensa, comparándola con la socialista, justamente a su apertura al pueblo: «todos son oradores y escritores, y son precisamente esas cualidades las que le atraen la adhesión de las masas, la prensa obrera está llena de artículos de campesinos y no son pocos los escritos por las manos encallecidas por la azada, los periódicos anarquistas necesitaban un redactor para leer, interpretar y reescribir los numerosos artículos de estos colaboradores espontáneos. El socialismo tendría aquí más adeptos si su prensa publicara los artículos escritos con letra ininteligible y radicalmente enemigos de todo precepto gramatical».
Se puede decir que esos escritos, por su procedencia, evidenciaban una cierta fractura social, e implicaban otro nivel y otro modo de comunicación, que explica su amplia difusión. Inclusive son reveladoras las firmas de las colaboraciones: la mayoría eran anónimas, o solo tenían por rúbrica las iniciales o una breve frase identificadora: «Un zapatero» «Un compañero», «Un vinicultor», lo cual no era sólo deseo de anonimato, sino afán de expresar una voz colectiva. Varias veces se discutió ese tema en los periódicos, en ensayos como «No más firmas», donde se abogaba por esa supresión de la autoría como señal de libertad e igualdad. Esta actitud era consciente, y el concepto colectivo hacía que el periódico anarquista terminara con el concepto de la información noticiosa, y con la apreciación y la práctica de las artes y la literatura como específicos de las clases privilegiadas, convirtiéndose en el portavoz de una determinada facción social: el proletariado.
Algunos temas son constantes en las obras literarias y gráficas. Por la necesidad que tenían de plasmar estéticamente su ideología, los libertarios inventaron una galería de personajes arquetípicos, producto de una visión maniquea del universo, dividido en ricos y pobres, malos y buenos. Por un lado están los enemigos del pueblo: Capital, Estado, Religión y Ejército, representados por personajes como el militar lleno de medallas, el viejo que cuenta monedas de oro, el sacerdote libidinoso de sotana negra. En el campo contrario estaban los desheredados; los pobres, los desahuciados, los viejos, los niños, los lisiados, los enfermos, y luchando por ellos, el proletario anarquista.
Era continuo el uso de alegorías y personificaciones de conceptos ideológicos. La Anarquía, la Revolución Social, la Huelga General, formaban una nueva mitología que llenaba versos y grabados. La Solidaridad, concepto cardinal en la moral libertaria, contrario y mejor que la caridad cristiana, aparece a menudo como una figura de mujer al frente de un populoso ejército de proletarios, como en la viñeta de Solidaridad Obrera. Un dibujo en El Corsario presenta un carro tirado por un caballo y guiado por una figura alegórica, la Anarquía que combate contra un dragón alado, posado sobre un libro que dice «Ley». El dragón está rodeado de armas, y hay también a su lado una tiara episcopal y símbolos que representan al Capital. Señalando el optimismo ácrata, la figura del Sol que despunta se ve en múltiples composiciones gráficas. Simbolizaba el devenir social, el alba de la redención humana, y acompañaba a otros símbolos o figuras cuya misión simbólica quedaba reafirmada por el astro solar que aparece en el horizonte y extiende sus rayos por el arco cósmico.
De lo expuesto se pueden sacar ciertas conclusiones. La primera, que para los anarquistas la cultura era fundamental instrumento de la revolución social. Por ello trabajaron mucho para propagarla mediante la creación de canales de comunicación e información internos de los grupos participantes en la lucha. Servía como crítica, desenmascaramiento, oposición a los lenguajes y canales institucionalizados por la clase detentadora del poder. Se llegó así a la práctica de una cultura y una información alternativas proletarias de base colectiva.
La expansión de las ideas anarquistas era el arma fundamental de la lucha y para ello se contaba con una fuerte organización social. En toda ciudad o pueblo, los centros obreros se congregaban casi diariamente en mítines, donde se trataban asuntos de actualidad; huelgas, boicots, campañas y colectas en favor de los compañeros presos o necesitados. También era común reunirse en grupos, asociaciones, sociedades, federaciones o círculos de recreo o lectura. A esto se unían una serie de actividades que incorporaban el ideario a la vida cotidiana; conferencias, grupos teatrales, veladas artísticas, excursiones y otros eventos más extraordinarios como campañas antialcohólicas, de oposición a las peleas de gallos o a los toros, asambleas y congresos, conmemoración de alguna fecha importante en el calendario ácrata: la Comuna, la toma de la Bastilla, el 11 de noviembre, etc., donde se leían discursos, poemas, ensayos que y se completaban con números musicales.
La propaganda era activista, cada obrero o campesino era un agitador y los enviados de diversas agrupaciones recorrían los pueblos avivando el fuego sagrado. A través de las obras literarias anarquistas se difunde la imagen del proletario militante como alguien que tiene la intuición de un destino especial, encarna la idea de que el trabajador está llamado a ocupar un puesto importante en la gran corriente de la historia.
La exaltación de la acción social se llevaba a cabo no sólo como norma de la existencia humana, sino también como una más ancha apertura de idealismo benéfico y fervor altruista. El proselitismo iba aunado a una constante preocupación por la elevación intelectual del obrero. La cultura no era para los anarquistas una serie de presupuestos teóricos, sino una forma de transformar la vida. Por ello los momentos de la lucha obrera coinciden con el desarrollo de la cultura proletaria en los sitios donde nacían nuevas formas de organización colectiva.
Era fundamental el asociarse, por lo que se publicaba amplia información en la prensa libertaria sobre la constitución de nuevos grupos y actividades, recogiéndose noticias hasta de los rincones más apartados del país. Cientos de grupos, cuyos nombres eran ya por sí mismos la manifestación de una doctrina; «Angiolillo», «Grupo de Negadores», «Ni Dios ni Patria», «Germinal», «Centro de Estudios Sociales», «La Aurora Social», «El Despertar», «Ravachol», «Solidaridad»... se mantenían en contacto a través de periódicos y viajes de propaganda.
La toma de conciencia anarquista venía como una verdadera transformación, casi como un deslumbramiento. «La Idea» representaba la revelación de un nuevo mundo moral alentado por la ciencia y el progreso. La adopción del credo libertario tenía un carácter fuertemente emocional, religioso y moral, tal como se revela en ciertos párrafos de El proletariado militante, donde Anselmo Lorenzo narra el encuentro de los jóvenes obreros españoles con Fanelli, a su llegada a España, en una atmósfera de intensa emotividad, al proclamar la maldad del mundo capitalista y la esperanza mesiánica del futuro. La utopía anarquista se basa en la visión del mundo ideal de donde será exterminado todo mal moral. De hecho, la idea libertaria del progreso se afianzaba tanto en ecos bíblicos como en doctrinas contemporáneas evolucionistas, y proponía una idea del progreso logrado por medio de la ciencia y de un camino de perfección moral.
El fervor religioso permea todo el ideario ácrata y está patente en la adopción de ciertas formas de expresión por medio de formulaciones e imágenes cristianas. Se llama paraíso a la sociedad posrevolucionaria, se rinde culto a los mártires de Chicago, se exhorta a la solidaridad como virtud religiosa, se utilizan a menudo expresiones cercanas al Evangelio y se toma un cierto profetismo mesiánico de la Biblia. La incorporación religiosa al pensamiento revolucionario anarquista se manifestó de manera especial en la producción de una abundante literatura basada en estructuras tomadas del cristianismo: credos, evangelios, decálogos, catecismos. Estas formulaciones dogmáticas cristianas les proporcionaban el esquema dialéctico para manifestar los principios de la nueva fe.
Brennan narra que aún recientemente, cuando se preguntaba a los habitantes de Casas Viejas sobre los antiguos militantes respondían que «estaban siempre leyendo algo, siempre discutiendo», y que su mayor placer era escribir para la prensa anarquista «en un lenguaje elocuente y apasionado». Estas declaraciones revelan el importante papel que tenía la cultura en la redención de los trabajadores. Ésta se lograría por medio de la continua instrucción, que haría que el proletariado adquiriese conciencia de sus merecimientos, potencialidades y derechos. Los anarquistas creían firmemente que lo único que impedía la libertad era la falta de educación, por ello atribuían gran importancia a las escuelas, y generalmente ponían una en su centro. La educación empezaba desde la niñez, y se puede citar como modelo la Escuela Moderna, fundada y dirigida por Francisco Ferrer y Guardia, con catorce sucursales en Barcelona y treinta y cuatro en la provincia. Entre sus textos estaban Las aventuras de Nono, de Jean Grave, León Martín, de Malato, y selecciones de Reclus, Gorki, Proudhon, Zola, Kropotkin, Tolstoi.
La educación no se restringía a la infancia, la sed de saber era enorme y abarcaba todos los campos de la cultura y la ciencia. El obrero consciente se sentía en el deber de instruirse y podía acudir a los centros anarquistas donde se impartían cursos nocturnos de sociología, biología, gramática, etc. Leían muchísimo, aun en la cárcel, y las obras se analizaban y discutían en círculos de lectura, veladas y conferencias. Alternaban la lectura política y sociológica con la literaria, filosófica o recreativa. Entre los libros más apreciados estaban La conquista del pan de Kropotkin, El proletariado militante de Anselmo Lorenzo, Germinal de Emilio Zola, piezas dramáticas de Ibsen y algunas novelas de folletín de tono social, María, la hija del jornalero de Ayguals de Izco y El judío errante de Eugenio Sue, a cuya lectura debieron su toma de conciencia Anselmo Lorenzo y Fermín Salvochea.
La actividad literaria era parte esencial de veladas y reuniones, donde se leían los ensayos, poemas, novelas y cuentos de los compañeros, y los certámenes socialistas buscaban despertar esas aficiones. Ese esfuerzo suscitó una prodigiosa actividad editorial. Publicaban libros generalmente ideológicos, pero también científicos y literarios; Haeckel, Darwin, Büchner, Reclus, y autores como Tolstoi, Ibsen, Mirbeau, Zola, Balzac, pues la lucha se llevaba en todas partes y en todos los campos, la revolución era una y a ella contribuían el científico, el artista, el poeta y el intelectual. Comenta La Iglesia que todos los días se registraba la aparición de un periódico o folleto nuevo, con capítulos sueltos o extractos de obras clásicas del anarquismo, a precio reducidísimo, estrictamente el coste, para facilitar su difusión, y con importantes tiradas; por ejemplo, de La conquista del pan se vendieron en los primeros años del siglo XX unos 5.000 ejemplares.
De la admiración por la cultura y la inteligencia proviene la apertura durante algunos momentos del anarquismo a los intelectuales y escritores, a quienes veían también como proletarios despreciados por el mercantilismo burgués. Dos de las figuras más representativas fueron Pedro Corominas y Azorín, pero no son los únicos. Federico Urales señala la colaboración que a menudo existió, y entre los nombres que aparecieron en las páginas de su revista están Unamuno, Azorín, Marquina, Urbano González Serrano, Dicenta, Salvador Rueda, Julio Camba. El producto más interesante de esas colaboraciones fue la revista Ciencia Social, donde se reunieron anarquistas y modernistas, revelando una nómina heterogénea de escritores; al lado de las firmas de Anselmo Lorenzo y Ricardo Mella están las de Verdes Montenegro, Jaume Brossa, Pompeyo Gener, Unamuno y Corominas. Aunque al final venció la desconfianza que los anarquistas sintieron hacia la indecisión de los intelectuales, orientándose hacia 1905 por los escritores más comprometidos.
En su consideración del arte y la cultura como instrumentos revolucionarios, los anarquistas se volvieron al teatro para aprovecharlo como portador de un mensaje y medio de comunicación directa con el pueblo. El teatro se enfocaba como una actividad total, complementada a veces con charlas, conferencias, coloquios, piezas musicales u otras obras más ligeras. A menudo se escenificaba una obra ideológica, acompañada de alguna comedia en un acto, y había también coros que cantaban canciones revolucionarias y lectura de poemas.
La base popular e ideológica de este teatro era su fundamento más sólido. En toda la península se formaron numerosos grupos que hacían funciones con el objeto de recaudar dinero para el movimiento, a beneficio de compañeros presos o para alguna causa común. Hay una buena cantidad de obras escritas por anarquistas. Entre los autores merece destacar la figura de Felip Cortiella, escritor de obras literarias y de teoría teatral, publicadas desde la redacción de L'Avenç en modestas ediciones que muchas veces regalaba al público. En 1901 empezó sus labores de traductor, vertiendo al catalán y más tarde al castellano Els mals pastors de Octave Mirbeau. Concibió el proyecto de las «Vetllades Avenir», una serie de encuentros dramático-sociales para alentar a los artistas revolucionarios. Hicieron varias representaciones donde se estrenaron Els mals pastors de Mirbeau, Quan despertarem d'entre'ls morts y Els pillars de la societat de Ibsen, Las tenazas de Paul Hervieu y La jaula de Descaves. En 1903 fundó el Centro Fraternal de Cultura, con una biblioteca que permitía a los obreros llevar los libros a casa. Montaron El café de Moratín y Dolora de Cortiella. Más tarde, con su amigo el autor anarquista Albano Rosell, fundó la agrupación «Avenir», donde se escenificó Rosmersholm de Ibsen, traducida al catalán por Cortiella.
En la actividad teatral había algunos autores y obras privilegiados: Los negocios son los negocios de Mirbeau, Responsabilidades de Jean Grave, Fin de fiesta de Palmiro de Lidia, Primero de mayo de Pedro Gori. Era popular Ignasi Iglesias, nacido en el barrio barcelonés de San Andrés del Palomar, que trató de adaptar a la escena el individualismo ibseniano. Ciertos dramas llegaron a ser clásicos: Los tejedores, de Hauptmann, sobre la sublevación de un grupo de tejedores de Silesia; Los malos pastores, de Mirbeau, aclamada como «la tragedia de nuestro tiempo, la tragedia social»; Electra, de Galdós; Juan José, de Joaquín Dicenta; La toga roja, de Brieux, sobre la mala administración de la justicia; Las tenazas, de Hervieu, que atacaba la esclavitud de los cónyuges en el matrimonio. El autor más admirado era Ibsen. Casa de muñecas fue presentada por Cortiella en el Teatro Circo Español con el título de Nora, regalándose a los asistentes un folleto con el retrato y biografía del autor y un resumen del drama. Fue fundamental el impacto causado por Un enemigo del pueblo, del autor noruego, estrenada por la compañía Tatau en 1893 en el Teatro Novedades de Barcelona, y gracias a los esfuerzos de Cortiella también en el teatro proletario, a cargo de un grupo de obreros.
Pero la sensacional difusión de las teorías ácratas en la España de fines del siglo XIX fue lograda sobre todo debido a los periódicos anarquistas, publicaciones de poca o larga duración que aparecieron en pueblos y ciudades llevando a las masas noticias sobre la «buena nueva». Este medio era de una eficacia ni siquiera igualada por los viajes de propaganda, y son muchos los anarquistas que abrazaron el ideario inspirados por la lectura de algún periódico, como Ricardo Mella, que se convirtió influido por La Revista Social. El periódico servía para encender la mecha. Algún obrero o campesino se ponía en contacto con compañeros anarquistas que le daban ejemplares de la prensa. El leía el periódico a sus íntimos, que, convencidos de lo allí escrito, divulgaban el nuevo credo. Indica Díaz del Moral que a las pocas semanas el primitivo núcleo de diez o doce adeptos se había convertido en una o dos centenas, y a los pocos meses, la casi totalidad del pueblo propagaba el ideario con ardiente proselitismo. En los albergues y caseríos, donde a las habituales conversaciones sucedía siempre el tema de la cuestión social, después de la cena, el más instruido leía en voz alta periódicos y folletos que los demás escuchaban con fervor. En el campo andaluz, donde era grande el porcentaje de analfabetos, también era usual que en las horas de descanso de las labores agrícolas, un obrero leyera a toda la cuadrilla el texto de un periódico o folleto. El analfabetismo no era un obstáculo: el entusiasta analfabeto compraba un periódico de su predilección y se lo daba a leer a un compañero, quien señalaba el artículo más a su gusto; después se lo daba a otro camarada para que leyese nuevamente el artículo marcado y al cabo de varias lecturas terminaba por aprenderlo de memoria, y lo recitaba a otros.
El auge de la propaganda periodística libertaria ocurrió durante los años del fin del siglo XIX y principios del XX. Estaban los grandes periódicos de larga duración Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera, La Anarquía, La Huelga General, El Porvenir del Obrero, El Productor de Barcelona, El Corsario de La Coruña, El Rebelde de Zaragoza. Pero tan interesantes como éstos son los pequeños diarios; Humanidad de Toledo, El Oprimido de Algeciras, Tribuna Libre de Gijón, Juventud de Valencia, son sólo unos cuantos entre los cientos que se publicaron por todas partes en la península. Aunque algunos daban prueba de persistencia y muchos sólo podían subsistir por un par de números, contaban con muy poco dinero y eran perseguidos por las autoridades. En general se publicaban semanal o quincenalmente, con un precio de venta, o tarifa de suscripción, siempre muy reducido, que oscilaba entre 3 y 5 céntimos el ejemplar. A veces la suscripción era voluntaria mientras que algunos, como La Víctima del Trabajo, indicaban: «Se reparte gratis. No se admiten suscriptores».
El conjunto de publicaciones logró establecer una red de comunicación que facilitaba la participación en las actividades de la lucha social y se oponía a la información burguesa, denunciándola como un arma del capitalismo. Por esta razón, muchos periódicos ácratas dedicaban una columna especial a criticar y contradecir ciertos artículos aparecidos en la prensa burguesa, y se señalaba continuamente el papel alternativo de la proletaria. Para la organización de ese sistema informativo era frecuente que se hiciera propaganda de un periódico en otro de muy diversas maneras. Por ejemplo, se reservaba un amplio espacio a la reseña de publicaciones recibidas, recomendándose la lectura de tal o cual artículo, o se anunciaba la aparición de algún nuevo diario, y, por supuesto, también se fomentaba la propia venta. La redacción recibía ejemplares de prensa provenientes de todos los puntos de la península y hacía adeptos aun en sociedades algo distanciadas de sus fines, como las cooperativas y sociedades de resistencia. En las listas de paqueteros y corresponsales se encuentran nombres y direcciones de los lugares más apartados de España. Así se estableció una comunicación entre los diversos núcleos libertarios que inclusive rebasaba los límites nacionales.
Es difícil determinar qué secciones del periódico eran las más importantes, pues todas cumplían un papel fundamental en la propaganda. Los nombres resumían en pocas palabras el mensaje de la lucha social: La Anarquía, Bandera Roja, Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera. Eran palabras o frases enfáticas que formaban una réplica en miniatura de la historia, y a menudo aparecía primorosamente orlado por un grabado que reforzaba el mensaje. El subtítulo mostraba más precisamente la orientación del periódico. «Periódico Anarquista», «Eco del Proletariado», «Periódico defensor de la Federación Española de Trabajadores», «Semanario Anárquico-Colectivista». Era también frecuente encuadrar el nombre en frases de próceres del anarquismo o de hombres ilustres o frases ya acuñadas e inmodificables en su forma: por ejemplo, la célebre máxima proudhoniana «la propiedad es el robo», o la de Montesquieu, «la igualdad natural y las leyes naturales son anteriores a la propiedad y a las leyes escritas». Es interesante ver hasta qué punto descubrieron el poder de la frase suelta, que reducía el lenguaje a mensajes concentrados, que no sólo aparecían en el encabezado sino también sembradas en todas las páginas.
En general los diarios estaban bien impresos, hay que recordar que muchas veces los editores se reclutaban entre los tipógrafos, y llama la atención la experimentación tipográfica que se llevaba a cabo. Contrariamente a la disposición uniforme, identificada con periódicos conservadores, buscaban combinaciones para llamar la atención y promover una lectura más emotiva y dramática. Despliegan muchos y vanados contrastes entre encabezados y titulares, párrafos y aun secciones enteras impresas en distintos modelos tipográficos para poner de relieve alguna idea o acontecimiento. Por estos medios, el lector se condicionaba para entender los mensajes a dos niveles, uno comunicativo y lógico, y otro tipográfico y emotivo.
Dentro del esquema visual, era común, aun en el caso de periódicos con pocos fondos, el publicar grabados. El título aparecía decorado con alguna viñeta u orla alegórica, muchos incluían el retrato de algún líder acompañando su biografía, y los números especiales estaban profusamente ilustrados. Los dibujos estaban destinados a verse rápidamente, no a la contemplación del conocedor; se buscaba la percepción a primera vista, no el estudio minucioso, y por ello tenían un carácter y estilo especial, adecuado a un público que no era culto. A veces se integraban en un ensayo, avalando así la palabra con la imagen. Ello implicaba la formulación de una sintaxis gráfica especial que combinaba expresiones visuales y verbales, doblando la imagen ciertas informaciones del texto. Todas estas experimentaciones gráficas no eran promovidas por intereses estéticos, sino porque intuitivamente los anarquistas descubrieron que potenciaban una lectura del periódico no pasiva, sino de solicitación y descubrimiento.
Los periódicos se componían de secciones fijas, pero la mayor parte de la información que aportaban no se relacionaba con noticias de actualidad, a menos que fueran pertinentes a la lucha proletaria. La editorial era siempre de tono polémico y establecía una relación directa con el público. Había, además de ensayos doctrinales, varias columnas dedicadas a la lucha obrera, y abundantes trabajos literarios, grabados, reseñas bibliográficas y teatrales. En algunos aparecía una «Sección de la mujer», con artículos feministas muy combativos, como los de Teresa Claramunt, que escribía para El Combate. Una parte se dedicaba a la ciencia, que formaba parte del ideario anarquista, a veces a cargo de firmas fijas, como Tárrida del Mármol en La Revista Blanca. Eran artículos cortos de divulgación, bastante —y a menudo mal— simplificados, con un vocabulario técnico y específico que debía exigir cierta preparación. La ciencia proporcionaba la verdad, era la meta libertaria, por ella se podría descubrir la estructura lógica, científica de la sociedad perfecta: la anarquista. A veces estos temas se expresaban en una mezcla de términos científicos y líricos, e inclusive hay largos poemas como La Naturaleza, de José López Montenegro; una interpretación del universo a través de un plano cosmológico eterno, que ejemplifica la fuerza de la solidaridad.
Una sección fija estaba dedicada a los compañeros presos, con títulos como «Ecos de presidio» en Germinal o «A favor de los perseguidos» en La Justicia. Se redactaba en forma de cartas que denunciaban abusos, o que a veces provenían de los mismos detenidos. Bajo títulos como «Martirologio obrero» se informaba de las penurias y desgracias que algún obrero sufría a manos de la organización capitalista. Así se expresaba la situación de la lucha de manera viva, insertada como elemento de formación ideológica. Los diarios traían una profusa relación de las actividades del movimiento obrero: veladas sociales, cantidades recibidas para suscripciones, noticias de huelgas, cuentas de gastos, etc. Se daban noticias de los diversos grupos anarquistas dispersos en el país, lo cual ayudaba a establecer lazos de unión entre esas organizaciones. También se daba cuenta de veladas políticas, teatros, bailes, mítines, colectas, bautizos, entierros y uniones civiles, logrados a pesar de los obstáculos de las autoridades civiles o eclesiásticas. Estas noticias de carácter íntimo se referían a valores sentimentales, pero que formaban parte de la ideología, y acercaban al lector a situaciones particulares que ejemplificaban la lucha.
Llama la atención la abundancia de material en la sección literaria, presente en casi todos los periódicos. Ocupaba generalmente las páginas 2 y 3 y estaba formada por cuentos y poemas enviados por lectores o a cargo de alguna firma fija. Son interesantes las columnas reservadas a Palmiro de Lidia en El Despertar, a Marcial Lores en El Corsario, y a Zoais en El Látigo. A veces aparecían firmas conocidas como la de Joaquín Dicenta, y hubo un momento en que se trató de reclutar a intelectuales de reconocido prestigio como Unamuno, que escribió para Ciencia Social y La Revista Blanca. Pero la gran mayoría de estas colaboraciones eran escritas y enviadas por lectores de toda la península. Es un material desbordante de gran riqueza; cuentos, ensayos, poemas, comentarios bibliográficos, aunque la condición de obra literaria sea difícil de delimitar, pues estaba íntimamente ligada al discurso ideológico.
Una de las características más importantes de esas colaboraciones es que los lectores no sólo eran consumidores del material, sino también autores del mismo. El periódico dirigía la ideología del público, pero éste lo afectaba directamente. Aunque había firmas fijas, muy a menudo gran parte del material literario no provenía del equipo editorial sino de la masa de lectores, y por ello era representativo de una cultura popular. Los autores eran heterodoxos, verdaderamente populares, los más representativos obreros y campesinos que escribían o dibujaban sin abandonar su oficio. Díaz del Moral, hablando del anarquismo en Andalucía, atribuye el éxito de esa prensa, comparándola con la socialista, justamente a su apertura al pueblo: «todos son oradores y escritores, y son precisamente esas cualidades las que le atraen la adhesión de las masas, la prensa obrera está llena de artículos de campesinos y no son pocos los escritos por las manos encallecidas por la azada, los periódicos anarquistas necesitaban un redactor para leer, interpretar y reescribir los numerosos artículos de estos colaboradores espontáneos. El socialismo tendría aquí más adeptos si su prensa publicara los artículos escritos con letra ininteligible y radicalmente enemigos de todo precepto gramatical».
Se puede decir que esos escritos, por su procedencia, evidenciaban una cierta fractura social, e implicaban otro nivel y otro modo de comunicación, que explica su amplia difusión. Inclusive son reveladoras las firmas de las colaboraciones: la mayoría eran anónimas, o solo tenían por rúbrica las iniciales o una breve frase identificadora: «Un zapatero» «Un compañero», «Un vinicultor», lo cual no era sólo deseo de anonimato, sino afán de expresar una voz colectiva. Varias veces se discutió ese tema en los periódicos, en ensayos como «No más firmas», donde se abogaba por esa supresión de la autoría como señal de libertad e igualdad. Esta actitud era consciente, y el concepto colectivo hacía que el periódico anarquista terminara con el concepto de la información noticiosa, y con la apreciación y la práctica de las artes y la literatura como específicos de las clases privilegiadas, convirtiéndose en el portavoz de una determinada facción social: el proletariado.
Algunos temas son constantes en las obras literarias y gráficas. Por la necesidad que tenían de plasmar estéticamente su ideología, los libertarios inventaron una galería de personajes arquetípicos, producto de una visión maniquea del universo, dividido en ricos y pobres, malos y buenos. Por un lado están los enemigos del pueblo: Capital, Estado, Religión y Ejército, representados por personajes como el militar lleno de medallas, el viejo que cuenta monedas de oro, el sacerdote libidinoso de sotana negra. En el campo contrario estaban los desheredados; los pobres, los desahuciados, los viejos, los niños, los lisiados, los enfermos, y luchando por ellos, el proletario anarquista.
Era continuo el uso de alegorías y personificaciones de conceptos ideológicos. La Anarquía, la Revolución Social, la Huelga General, formaban una nueva mitología que llenaba versos y grabados. La Solidaridad, concepto cardinal en la moral libertaria, contrario y mejor que la caridad cristiana, aparece a menudo como una figura de mujer al frente de un populoso ejército de proletarios, como en la viñeta de Solidaridad Obrera. Un dibujo en El Corsario presenta un carro tirado por un caballo y guiado por una figura alegórica, la Anarquía que combate contra un dragón alado, posado sobre un libro que dice «Ley». El dragón está rodeado de armas, y hay también a su lado una tiara episcopal y símbolos que representan al Capital. Señalando el optimismo ácrata, la figura del Sol que despunta se ve en múltiples composiciones gráficas. Simbolizaba el devenir social, el alba de la redención humana, y acompañaba a otros símbolos o figuras cuya misión simbólica quedaba reafirmada por el astro solar que aparece en el horizonte y extiende sus rayos por el arco cósmico.
De lo expuesto se pueden sacar ciertas conclusiones. La primera, que para los anarquistas la cultura era fundamental instrumento de la revolución social. Por ello trabajaron mucho para propagarla mediante la creación de canales de comunicación e información internos de los grupos participantes en la lucha. Servía como crítica, desenmascaramiento, oposición a los lenguajes y canales institucionalizados por la clase detentadora del poder. Se llegó así a la práctica de una cultura y una información alternativas proletarias de base colectiva.
L. L.
Magnífico el artículo de Lily Litvak, da gusto leerla hable de anarquismo o sobre arte, su libro "Musa Libertaria"(1) es sin duda el estudio más serio hasta la fecha que se ha hecho sobre el tema. Lo mismo hable de exotismo musulmán decimonónico como hace en su libro "El jardín de Aláh"(2) o sobre Julio Romero de Torre, como cuando cominsarió su Exposición antológica en el Museo de Bilbao hace diez años, siempre merece la pena leerla y se aprende con ella.
ResponderEliminar(1)FAL. Madrid, 2001.
(2)Editorial Don Quijote. Granada, 1985.
me he dejado la s final de Torres. Saludos
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