MONCHO ALPUENTE
En esta España paradójica y esperpéntica, todo empieza a parecer lo que es, caen los velos y se deshacen las coartadas y hasta los ciudadanos más cortos de vista (no hay peor ciego que el que no quiere ver) ven la desnudez de su monarca, la despelotada desfachatez de los políticos y la infame catadura de banqueros y financieros, la liviandad de sus jueces y la brutalidad de sus fuerzas del orden. Lo ven, lo sufren, se indignan y no se rasgan las vestiduras porque no tienen casi nada que ponerse.
Enriquecer a los más ricos y empobrecer más a los pobres se revela como lema y consigna pero empieza a ser patente que ni los más ricos saben gestionar sus enormes beneficios para seguir beneficiándose y continuamente tienen que recurrir a robarles sus ahorros, sus viviendas, sus puestos de trabajo, su educación y su sanidad a los más pobres. Se socializan pérdidas y se privatizan ganancias pero no hay ganancias suficientes. La paradoja se dispara, el neocapitalismo, esa mezcla desquiciada de liberalismo y fascismo que abomina del Estado y recurre a su fuerza y a su crédito cuando viene mal dadas, se ha convertido en el peor enemigo de la propiedad privada: el «corralito» de Chipre es un globo sonda que planea sobre los países del Sur de Europa y su sombra amenaza con incautarse los depósitos bancarios para seguir financiando a los bancos.
Querían un mundo de esclavos, pero ni siquiera saben como alimentarlos y mantenerles atados a la cadena de producción. Su devastadora avaricia les volvió ciegos. A ellos, los defensores del orden por encima de la justicia, a ellos que se lo llevaron todo y no supieron que hacer con ello, a los que robaron por encima de sus posibilidades con la bendición y la complicidad de esa clase política de correveidiles que mienten más que hablan y hablan mucho para explicarnos la Nada.
Nº 400 (Mayo 2013)
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