«Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista
Zamorana (CAZ), que proclama como su función esencial combatir de hecho y de
palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras tienen a confundirse) por
la desaparición del Estado Español y del Estado en general (entidades ambas
suficientemente definidas en su realidad abstracta y administrativa) y por la
liberación de la ciudad y comarca de Zamora…»
El primer punto de la CAZ se nos presenta así, y al leerlo, cualquier
profano en la materia puede pensar que ello es cosa de locos o de utópicos o,
lo más seguro, ver en ello algo divertido. Pero no. Ni es locura, ni utopía, ni
cachondeo.
Baste para comprobarlo mirar la desconocida historia
de Zamora para ver la lucha que éste mi pueblo ha mantenido siempre contra la
realidad abstracta del Estado. Así como otros pueblos extranjeros de esta
península (hoy y aún España y Portugal), buscan en su antigüedad sus raíces
nacionalistas, sólo podemos ver en el pueblo zamorano la persistencia del genio
antiestatal a lo largo de los siglos.
El primer ejemplo nos lo ofrece Viriato, el
guerrillero lusitano. Cierto es que entonces no se podía hablar de estado o
nación en el sentido moderno, pero sí de algo tan parecido (peor diría yo) como
el Imperio. También algún reticente y sesudo intelectual podría objetar que no
está comprobado que Zamora fuese la cuna de este héroe, sino la zona fronteriza
de lo que se conviene en llamar Portugal. Pero este hecho carece de importancia
por dos cuestiones: primera, la identificación total, familiar incluso,
de las gentes que habitan de uno y otro lado de esa línea ficticia que el
Estado quiere mantener, pero que no logra separarnos ―yo, por ser de de allí,
puedo asegurar que todos formamos una gran familia por encima de la definición
de españoles (?) o portugueses (?)—, y segunda, que el hecho importante
es que «durante los casi tres últimos siglos por lo menos, Zamora ha
considerado a Viriato como cosa suya, le ha hecho casi su héroe popular, y la
única estatua de cuerpo entero que la ciudad tienen erigida es la suya» (esto
era cierto en el momento de la redacción del Manifiesto). De Viriato, primera
manifestación antiestatal, toma la
CAZ la enseña que la tradición presenta: nueve tiras de tela,
bermejas todas menos la primera, que era verde. Pero no son las nueve franjas,
a modo de lo que conocemos como bandera, lo que se toma, sino su significado:
Viriato formó su enseña con jirones de estandartes romanos de las legiones
derrotadas. Todo un símbolo.
Pero esto no es todo. También nuestra historia nos
ofrece pronunciamientos antiestatales (y antinacionalistas) de carácter
revolucionario. De entre todos ellos destaca uno en especial que se constituye
en el punto de arranque. Fue en el año 1158. Era Zamora entonces ciudad grande
y floreciente, con abundante población de menestrales y mercaderes y pujanza en
sus industrias y gremios. El poder gubernamental era llevado por gentes de la
nobleza, generalmente extranjera, de amplios privilegios, uno de los cuales era
que de las mercaderías que cada día salieran a la plaza del mercado, tenían
ellos la primera opción de compra, «y sólo de lo que ellos no hubieran
adquirido podían abastecerse los plebeyos».
Así ocurrió que, habiendo pasado la hora de compra de
los nobles, un maestro zapatero pretendía llevarse una trucha que ya tenía
acordada, pero viéndola el criado del regidor, pretende adquirirla para la mesa
de su dueño. Este abuso de poder desencadena una gran batalla en el mercado…
tras la cual queda la trucha en manos del zapatero. Esa misma tarde, ante la
afrenta y menoscabo de su poder, se reúnen los nobles en la iglesia de Santa
María la Nueva
para organizar la represión y castigo de los plebeyos. Mas éstos no esperan a
que el concilio se levante y armados con sus útiles de trabajo, cercan a la
nobleza dentro de la iglesia y le prenden fuego. Pereció achicharrada toda la
nobleza, o casi, ya que cuenta la leyenda que el más alto de la clase (o sea,
las hostias consagradas) escaparon volando del copón para irse a refugiar en
otra iglesia, quizá más popular. Los rebeldes, para rematar su gran obra,
prendieron fuego a la casa del regidor y, cómo no, abrieron las puertas de la
cárcel (véase pues que la toma de la Bastilla no fue una novedad).
Pasada la resaca de la rebeldía y encarándose al día
siguiente con la realidad, los zamoranos no esperaron la reacción del poder
central, y formando una caravana de siete mil personas, tomaron las de
Portugal. Acto seguido mandaron recado al rey exigiéndole la promesa de
declarar perdonado y libre de toda culpa al pueblo de Zamora y, asimismo, de
librarles de la opresión de los señores, ya que si no pasarían a establecerse
en Portugal, dejando así al monarca sin unos impuestos sustanciosos («¿De
qué le sirve al rey una Zamora sin zamoranos?», decía la carta). Los
zamoranos preferían la libertad a la tierra, y ante tales argumentos el rey
tuvo que ceder. Quizá el monarca se acordó de que, algunos años antes, Zamora
fue la última en doblegarse a la unidad castellana y que fue allí también donde
se le dio muerte al rey Sancho. En efecto, el rey Fernando I había unificado
bajo su cetro los campos de León, Galicia Y Castilla, pero en un acto de
arrepentimiento que le honra, decidió repartir su reino entre sus hijos. Su
hijo Sancho, de quien dependía Castilla, arrebató pronto a sus hermanos los
demás territorios, salvo Zamora a doña Urraca, que fortalecida por la decisión
de los zamoranos, mantenía la independencia oponiéndose con todas sus armas a
la unificación. Varios meses de cerco no doblegaron su decisión. Y un día, el
caballero Bellido Dolfos se presentó en el campamento del rey, engañándole con
la promesa de entregarle la plaza, le llevó a un lugar apartado donde, por la
espalda y con el propio venablo del rey, le dio muerte. Nótese que el monarca
estaba haciendo de vientre, como queriéndonos avisar, con un ejemplo práctico y
contundente, que «la reducción de todas las ideologías sustentadoras del Estado
a la fétida verdad de sus mentiras, es lo único que puede permitir al brazo
rebelde asestarle el golpe mortal que lo haga desvanecerse». El traidor fue
perseguido por el Cid, pero como decíamos por allá, Zamora le dio al Cid con la
puerta en la nariz.
Como se ve, Zamora está llamada a ser revolucionaria
por lo mismo que antinacional y viceversa, porque aparte de la historia grande
que he antepuesto, existen otras recientes que no constan en los libros y que
demuestran lo antiestatal de este pueblo.
Pero dejemos ya la historia y miremos lo que es ahora
Zamora, incluida hoy en esa abstracción llamada España y reducida a la triste
condición de provincia, esa institución odiosa de la administración
centralizada que sigue conteniendo la alusión al vencimiento y sumisión, como
en tiempos del Imperio. Porque esa reducción a la abstracción de provincia le
mata la posibilidad de ser otra cosa de lo que es, asfixiando las posibilidades
de vida del pueblo, alejado de sus realidades concretas por el Orden.
¿Qué debe Zamora al Estado? Nada. ¿Qué le tributa el
pueblo zamorano a la nación? Todo, empezando por la muerte de las posibilidades
de ser otra cosa de lo que es. Las gentes de la comarca han ido aprendiendo los
aterradores vocablos de «servicio militar», «contribuciones», «Estado»,
y otros tantos, como únicos verdaderos nombres de la realidad, sin ver en ello
ningún beneficio.
La mocedad de los pueblos ha tenido que buscar su pan
en el extranjero, en los suburbios de Bilbao o Barcelona, o en tierras frías de
lengua extraña, volviendo idiotizados por los conceptos de nivel de vida y de
progreso que el Orden esparce por todos los ámbitos del mundo con idéntica
estupidez., y habiendo sido muerta en ellos la delicadeza nativa que sólo posee
un lugareño con conciencia de tal. Y hablando de lugareños, ha habido pueblos
enteros «trasladados» a otras tierras por la creación de embalses
hidroeléctricos, que benefician a tierras extranjeras del Norte. Los campesinos
y las calles de Zamora se ven atravesados por una red de carreteras, extrañas a
las gentes de las comarcas, por donde circulan los coches de los «buscajamones»
(así se denomina en Zamora a los funcionarios que prostituyen sus
prerrogativas, o sea, todos) o los camiones que van rápidos desde Galicia a
Madrid. Miran esas gentes pasar aburridamente el tráfico, que no dice nada a
los lugareños: simplemente cruza.
También en las calles de la ciudad veréis levantarse
horrorosos edificios que ni son nuestros ni para nosotros: son del Estado
(Bancos, Cuarteles, Cárcel, Diputación, Ayuntamiento…). Son esos edificios que
el pueblo zamorano paga con su sangre (iguales en todas las ciudades), que para
nada le sirven y que el Estado reparte por los ámbitos de su dominio para mejor
mantener su verdadera y única tiranía. Y no hablemos de las Escuelas
«estatales» o Institutos «nacionales», donde se impone la mayor lujuria
nacionalista y se aparta al niño y al joven de la realidad local, llenando su
cabeza de horrorosos vocablos. Fue en la escuela donde me enteré que aquella
cosa que llamaban España no era tan sólo mi comarca y poco a poco me fueron
haciendo tomar conciencia de español, desviando mi atención hacia ríos que no
regaban mi tierra y personas que estaban lejos (Caudillo, Fraga, los rojos…).
Cosas a las que había que añadir la rapidez con la que los medios de
comunicación transmiten las últimas novedades estúpidas, cantables y bailables,
junto a cuestiones políticas que nada interesan a nuestras gentes, pero que
interrumpen su partida de cartas y los alejan de conversaciones más
sustanciosas, como el aprovechamiento del agua del río, los abonos naturales…
«En virtud, pues, de tantos agravios y por el recobro
de la libertad perdida, con mucha más razón que otras prósperas naciones que
contra la Nación
pretenden levantarse, nos levantamos nosotros contra el Estado y por lo tanto
contra todos los Estados.»
Y para que conste y no haya dudas, he aquí nuestros
rasgos distintivos y el ámbito (dudoso por cierto) de nuestro territorio:
La provincia que lleva el nombre de Zamora está
constituida con pueblos y comarcas de diversas economías, costumbres y
carácter, obligados a participar de centros administrativos comunes. No se
puede establecer una etnia común viendo la gente alegre y gastadora del norte y
comparándola con la adusta y cazurra del sur. Tampoco podemos establecer rasgos
geológicos o paisajísticos comunes, pues esta tierra se ve pintada ya por los
trigales, ya por la vid, siempre encima de suelos y rocas bien distintos. Así,
los rasgos socioculturales y los límites geográficos son indefinibles, pero
estamos seguros de no ser charros, ni castellanos, ni leoneses, ni gallegos ni
portugueses (sépase que nada tiene de portuguesa la parte de la Nación vecina a la que
asoman nuestros pueblos fronterizos). Si bien se cree que todas las comarcas
que hoy componen la provincia y algunos territorios fronterizos entrarán a
formar parte de la CAZ
una vez constituida ésta, tal definición de la CAZ les permite verse libres de las garras y
rejas de las ideas y conceptos constituidos.
En cuanto al lenguaje, si bien la larga sumisión a la
abstracción de España ha permitido la implantación del español, la CAZ confía en poder resucitar
y desarrollar un peculiar dialecto zamorano, algunas de cuyas formas
lingüísticas guardan celosamente nuestros mayores.
Y para que el futuro no depare sorpresas (o. al menos,
más de las que se puede permitir) ha preparado ya la CAZ todo lo referente a la
economía y al gobierno de sus «comunidades».
La primera fuente de la riqueza de las comunidades
zamoranas se encuentra en la tierra, altamente productiva una vez que, conseguida
la independencia, no esté sometida a los caprichos del Orden, sino a sus
propias necesidades. En cuanto a las industrias derivadas que florecieron
antaño arruinadas por el poder central, la CAZ propone resucitarlas, sobre todo las textiles
y la de derivados lácteos. Aparte de la antedicha renovación de las industrias
tradicionales (iguales todas en la comunidad autosuficiente) la CAZ da por sentado la
incautación de las empresas hidroeléctricas de Iberduero (que producirán altos
ingresos por la venta de esa energía a las potencias extranjeras) y la
demolición de la central nuclear que nos quieren meter. Puede alguien pensar
que la independencia acarreará la desaparición de muchos puestos de trabajo
dependientes del Estado, pero ello se verá compensado por la supresión de las
cargas y tributos que ese mismo Estado nos impone. Además, la CAZ se propone la supresión de
todo Trabajo en el sentido propio de la palabra.
Dado el signo comunitario de la revolución zamorana,
está clara la desaparición de los elementos de explotación del
individuo-consumidor sobre los que el Estado asienta su dominio y asimismo la
desaparición de los teléfonos, televisores y radios particulares y por lo tanto
del coche individual, cuya venta se dedicará a la mejora de los transportes
públicos. Se facilitará la venta de los libros y periódicos provenientes del
extranjero, sin otra restricción que el nivel de estupidez de los mismos, que
les hará perder mercado entre los esclarecidos lectores de Zamora, en cuanto
desaparezcan los estímulos externos, estatales y paraestatales, que suelen
favorecer la difusión de lo más inepto y facilitan el mantenimiento del estado
de cosas.
En cuanto al gobierno de la CAZ una vez conseguida la
independencia, deberá tener las siguientes condiciones:
- Tener el menos poder posible, dificultado en todo.
- Estar compuesta por personas jóvenes e inexpertas y
durar lo menos posible.
Desaparecido este primer gobierno provisional, todo
se regirá por la asamblea de todos los miembros de las comunidades, evitándose
los procedimientos democráticos o que se parezcan a la votación.
Simultáneamente se practicará la disolución de la
familia y de la propiedad privada, pero abandonando fórmulas tan suspectas como
el todo será de todos; se realizará que cualquiera cosa será para cualquiera en
el sentido de que cualquiera tendrá derecho a participar en el disfrute de
cualquiera de ellas, con la condición de que se trate de un disfrute y no de
una posesión. Desaparecerá la obligatoriedad del trabajo, confiando que ello
mismo lleve a los ciudadanos a realizar cosas que les agraden y aquéllas que
sean fuente de placer. De este modo se dejarán de producir los objetos carentes
de utilidad.
Se abolirá, claro está, el dinero.
Se establecerán cónsules-regateadores en los mercados
extranjeros para comprar, mediante créditos, aquello que a los zamoranos les
parezca necesario.
No habrá administración.
Agustín
García Calvo y otros zamoranos. París, 1970.
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