Alfredo Calderón
Tierra y Libertad
Tierra y Libertad
(29 de diciembre de 1904)
La he visto en el Norte, encorvada sobre el surco,
labrando el suelo con ansias y afanes de bestia. La he visto en el Mediodía
celada, reclusa, esclava de los prejuicios sociales, objeto para su dueño de
lujo y sensualidad. En el taller se la oprime y se la seduce. En la fábrica se
la explota y apenas se le paga. Se aprovecha su miseria para deshonrarla, y se
la menosprecia después. Engañarla vilmente es para el hombre gran victoria de
la que se ufana. Más razonable, más dulce, más sumisa, soporta en las clases
inferiores de la sociedad toda la pesadumbre de la vida: al padre holgazán, al
marido borracho, al hijo díscolo e ingrato. La señorita de nuestra triste
burguesía aguarda resignada al varón que ha de asegurar su porvenir librándola
de la indigencia. La dama del gran mundo reina en una corte de convención,
sobre un trono de talco, ajena a todo lo que eleva y ennoblece la existencia,
rodeada de una atmósfera malsana de elegante frivolidad.
¡Y decís que la habéis emancipado! ¡Y aseguráis que el
Mesías ha venido también para ella! No, la hora de su emancipación no ha
llegado todavía; su Mesías aún está por venir. Vosotros, hombres de fe, ¿que
habéis hecho, sino persuadirla de lo irremediable de su servidumbre, hacerla
adorar sus cadenas, nutrir sus almas con las creencias destinadas a eternizar
su cautiverio? Vosotros, revolucionarios, ocupados en hacer y deshacer constituciones,
¿cómo no habéis pensado en que toda libertad será un fantasma mientras viva en
la esclavitud la mitad del género humano?
¡Y luego las matan! Ya se ve, ¡las quieren mucho! En este
país ultracatólico y protohidalgo, el asesinato de la mujer se va erigiendo ya
en costumbre. Tener novio es, para una mujer del pueblo, peligro mortal. No
puede una mujer defender su honor contra las brutales exigencias de un macho
imperioso o rechazar las asiduidades de un importuno o cansarse de los
galanteos de un imbécil sin gravísimo riesgo de muerte. Para los galanes que
ahora se estilan, la dama de sus preferencias está obligada a soportarlos o
morir. A esta especie de crímenes pasionales se les llama homicidios por amor…
¡Por amor! ¡Singular amor es ese que no procura el bien del objeto amado sino
que le destruye o aniquila! ¡Amor sin generosidad, sin grandeza, sin
sacrificio; que no sabe sufrir, ni inmolarse, ni perdonar; pasión de fiera,
apetito de bestia, mezcla impura de concupiscencia y soberbia!
Matar es nuestro lema. Matamos por Dios, matamos por el
orden, matamos por cariño. ¡Qué especie de raza es esta raza nuestra en la que
la religión se hace fanatismo, la política corrupción y hasta el amor, el
santo, el divino amor, padre de la vida, se convierte en asesinato!
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