Por RICHARD MILNER
En la primera edición de su obra maestra El origen de las especies (1859), Charles Darwin no emplea en ningún lugar la expresión supervivencia de los más aptos. En realidad, fue acuñada por el filósofo inglés Herbert Spencer en su libro Principios de biología (1864).
Aunque
Spencer escribió un volumen sobre evolución biológica, no era
naturalista; la evolución le interesaba como «principio universal». Su
vaga noción de «los más aptos» se refería a aquellos individuos más
capaces de sustentar el progreso y la mejora de su sociedad o especie.
Alfred
Russel Wallace, coautor de la teoría evolucionista, estaba sorprendido
por la «extrema incapacidad de muchas personas inteligentes» para
entender lo que él y Darwin querían decir cuando hablaban de selección
natural y sugirió sustituirla por la frase de Spencer. Tras complacerle
empleando en ediciones posteriores de El origen la fórmula supervivencia de los más aptos,
los lectores siguieron confusos; cada cual parecía tener su propia
interpretación de lo que se quería decir con «los más aptos».
No
obstante, la frase hizo presa en la imaginación popular y se asoció
plenamente a Darwin. Los críticos dijeron que se trataba de una
tautología carente de significado —una proposición que se limita a
repetirse a sí misma—. Puesto que los aptos son los individuos que
sobreviven, argüían, ¿no era otra manera de decir «supervivencia de los
supervivientes»?
Hace
mucho tiempo que los biólogos evolucionistas son conscientes de esta
trampa y muchos han contribuido a hacer que el concepto resulte útil. La
aptitud es, obviamente, un término relativo. Los organismos más «aptos»
en un entorno pueden resultar un completo fracaso en otro. O podrían
gozar de un éxito máximo durante millones de años —como en el caso de
los dinosaurios— para acabar siendo eliminados de pronto al producirse
un cambio de condiciones.
En términos poblacionales, aptitud
significa simplemente éxito reproductivo. La carrera no la ganan los
más fuertes o rápidos, sino quienes consiguen producir, por cualquier
medio, el mayor número de descendientes. A veces, los «más aptos» serán
quienes alcancen el rango social más elevado (y un mayor número de
apareamientos) recurriendo a jactancias sin fundamento o mediante
subterfugios, más que realizando proezas o demostrando vigor. Otros
métodos para eliminar a los rivales de la competición en la producción
de descendientes consisten en mostrar un constante atractivo sexual,
exhibir un plumaje de cola extraordinario o despeñar los huevos del
vecino desde un acantilado.
Los
darwinistas sociales tomaron la frase como lema para abogar por una
economía totalmente libre de regulaciones. Los barones bandoleros de la
Edad Dorada —James J. Hall, John D. Rockefeller, Andrew Carnegie—
comentaban a menudo a los periodistas que sus asesinas prácticas de
negocios contribuían a la larga a la evolución de la sociedad. La
eliminación de los competidores débiles e ineficientes era la vía hacia
el progreso, con beneficios para todos en el futuro. Durante los últimos
años del siglo XIX y primeros del XX, la expresión supervivencia de los más aptos se convirtió en el mantra mil veces repetido del capitalismo industrial.
Pero
Thomas Henry Huxley sabía muy bien que un grupo de granujas se estaba
apoderando de la biología para ensalzarse a sí mismos. El problema,
observaba en su ensayo «Sobre la providencia» (1892), reside «en la
desafortunada ambigüedad del termino más aptos de la fórmula supervivencia de los más aptos. Habitualmente empleamos la expresión más aptos en buen sentido, sobreentendiendo una connotación de los mejores… [que] tendemos a tomar en sentido ético. Pero los más aptos, que sobreviven en la lucha por la existencia, pueden ser, y a menudo son, los peores desde un punto de vista moral».
Diccionario de la evolución.
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