Por MANUEL VICENT
Cuando muchos hemos nacido en una sociedad en la que se nos enseñaba desde nuestra más tierna infancia, cuando entrábamos a formar parte del sistema de enseñanza del Estado, donde prevalecía aquello del nacionalcatolicismo y del nacionalsindicalismo que preconizaba la patria común de todos los españoles en la que no se ponía nunca el sol, y en la que no se podía poner en cuestión aquello que nos decían los libros, por imposición, de los que habían vencido en una guerra civil que había acabado con la libertad de pensamiento y decisión.
Algunos habíamos nacido en familias que hablaban un idioma diferente del que nos enseñaban en el colegio y padecimos la represión de no poder hablarlo libremente en clase, al tiempo que nos enseñaban a reprimir la necesidad de poder expresarnos con nuestra lengua materna en las clases. Aprendíamos la lengua del imperio y cuando abandonábamos las paredes de la clase, jugábamos con nuestra lengua vernácula, hablábamos de nuestras cosas empleándola aunque era casi cosa de paletos para aquellos que formaban parte del aparato del régimen franquista.
Como muchas otras cosas, por más que intentaran impedirlas, nunca pudieron con ellas.
Ese planteamiento del nacionalismo español fue provocando un sentimiento a favor del aprendizaje y de la enseñanza de nuestra lengua vernácula y acabó consiguiendo lo contrario de lo que pretendía que no era otra cosa que la erradicación de las lenguas propias de los diferentes territorios en favor de la lengua «española», tal como la han llamado.
El error de llamar lengua española a la que se enseñaba de forma oficial en todos los colegios, alimentó el sentimiento de muchos, contrario a lo español, ya que al no ser consideradas sus lenguas como españolas, les excluía a ellos de ser españoles, ya que si su lengua no era española, ellos tampoco lo eran.
Este simple hecho fue bastante para que ese nacionalismo español que se intentaba imponer en las mentes de todos nosotros, nunca llegase a cuajar.
El nacionalismo español
Siempre se nos ha enseñado que todos los que vivíamos en España formábamos parte de una misma nación, hablábamos una misma lengua, teníamos una misma bandera, nos teníamos que emocionar con un mismo himno nacional y formábamos parte de una patria, una sola, que era grande y libre.
Ese ideario se hizo patente en la Constitución de 1978, cuando se dice en el artículo 2: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».
En su Artículo 3 dice:
«1.- El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
»2.- Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos».
Como podemos ver lo que se nos enseñó durante la dictadura acaba siendo aceptado y ensalzado por la Constitución y convirtiéndose en el ideario del nacionalismo español, si además añadimos la bandera, lo acabaremos de ver claro.
Si la pretensión era asegurar la indisoluble unidad de la nación española, se hubiera podido ser más demócrata y menos nacionalista. ¿Cómo se puede entender que en un país o una nación, donde conviven varias leguas, sólo una de ellas tenga la consideración de deber conocerse para todos los españoles? ¿No hubiera sido más integrador elevar el deber de conocimiento de todas las lenguas que configuran el Estado?
Siendo esto así, la realidad es que en estos momentos tiene una mayor consideración para todos los españoles el inglés o cualquier lengua externa que esté implantada en los estudios obligatorios que las propias lenguas del Estado.
Esto es lo que no facilita la aceptación de la nación española como la patria común e indivisible de todos los españoles y, por más que se imponga pasará lo mismo que pasaba con la dictadura, que no se puede aceptar una patria impuesta que no considera iguales a todos los españoles, tal como se dice en el artículo 1 de la Constitución: «España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político».
No hay igualdad entre los españoles si una de las lenguas regionales se impone sobre las otras que, además, quedan relegadas a sus propias regiones.
Si además de esto se impone a las comunidades con lengua propia qué es lo que pueden hacer o no con ella, es cuando el rechazo a la patria indivisible se hace más patente.
Todo esto propicia el nacimiento de nacionalismos regionales que se sublevan contra las imposiciones del nacionalismo español, y generan sentimientos patrióticos propios, basados, como el español, en la invención de la tradición como proceso de ritualización y formalización de diferentes hechos o leyendas.
Cuando se enfrentan el nacionalismo con Estado propio y el que no tiene Estado, se puede producir una situación en la que el carente de Estado propio quiera obtenerlo y para segregarse puede utilizar diferentes métodos, uno de ellos puede ser una votación para ver si la mayoría de sus ciudadanos quieren separase o no del Estado al que están vinculados. Eso es lo que está pasando en España, los gobernantes catalanes pretenden tener Estado propio y quieren convocar un referéndum para conseguir la separación de España.
La contestación del nacionalismo español es que el artículo 2 de la Constitución lo hace imposible, ya que marca la indisolubilidad de la nación española y, además, el apartado 2 del artículo 1 dice: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado».
Según los nacionalistas españoles esto impide que se puedan hacer referéndums que afecten a la integridad nacional en el que sólo puedan decidir una parte de los españoles y, además, atendiendo al principio de igualdad de los españoles, ese referéndum no se puede hacer exclusivo para esa Comunidad.
Defienden que la soberanía nacional reside en todos los españoles y que, sobre este tema, atendiendo al principio de igualdad entre todos, solo se pueden pronunciar todos los españoles.
Así llevamos varios años pero a los que tenemos la soberanía nadie nos pregunta, ni a todos los españoles, ni a unos cuantos: los catalanes. Es como si la soberanía nacional fuese, en exclusiva, de los españoles para votar a unos parlamentarios que tienen secuestrada la soberanía nacional como algo propio de ellos, marginando al resto de los ciudadanos.
Para ellos la modificación de la Constitución en un sentido que pueda favorecer la creación de nuevos Estados, fraccionando el propio, es imposible, no es deseable, la Constitución es inviolable en ese sentido.
Pero no se plantean lo mismo a la hora de modificar la Constitución, con nocturnidad y alevosía, en pleno verano. La reforma constitucional española de 2011 modificó el artículo 135 de la vigente Constitución estableciendo en el texto el concepto de «estabilidad presupuestaria» y que el pago de la deuda pública fuese lo primero a pagar frente a cualquier otro gasto del Estado en los presupuestos generales, sin enmienda o modificación posible. La entrada en vigor de parte del artículo se demora a 2020.
Todos sabían en quién recaía la soberanía nacional pero nadie pasó a referéndum de los españoles esta modificación constitucional que había sido exigida por la Unión Europea.
¿Por qué es modificable la Constitución para las imposiciones exteriores y no para las interiores?
Según Marianico Rajoy lo que más preocupa a los españoles en estos momentos, es «la defensa de la unidad de España, la soberanía nacional, la igualdad de los españoles, el papel de España en la UE, la consolidación de la recuperación económica y la lucha contra el terrorismo».
Si todo esto que nos plantea el señor Rajoy como preocupante y esencial para los españoles es así, ¿por qué dejan que los mercados financieros, el FMI, el Banco Mundial nos marquen las políticas económicas que hemos de seguir? ¿Por qué dejan que algunos españoles, en los que reside la soberanía y somos todos iguales, puedan ser despojados de su trabajo, su casa, sus recursos, su sanidad, su educación por los intereses de un sistema económico que quiere garantizar el superbienestar de unos pocos? ¿Por qué renuncian a la libertad de su Estado, a la capacidad de legislar sin injerencias exteriores? ¿Por qué se pliegan a las exigencias de las grandes corporaciones multinacionales, sacándoles de sus apuros, pagando sus deudas y cargando estas sobre las espaldas de todos los españoles al convertirlas en deuda pública, cuando son deudas privadas de esas empresas? ¿Por qué no hacen lo mismo con la deuda de todos los españoles que las tienen con los bancos y les dejan caer sin remedio en la más absoluta de las miserias? ¿Por qué venden los bienes y servicios de esa patria, que tanto defienden, a los intereses económicos privados, en muchos casos extranjeros o multinacionales, para que los exploten y nos los hagan inalcanzables? ¿Por qué defienden una globalización económica mundial neoliberal, cuya única pretensión es acabar con las economías locales, nacionales y, al mismo tiempo, con ese Estado que es inviolable para ustedes?
Los nacionalismos sin Estado propio
Su pretensión es conseguir un Estado propio y para ello necesitan, una lengua, una bandera, un himno y un territorio sobre el que ejercer el poder.
En definitiva es lo mismo que nos han enseñado los Estados-Nación ya existentes.
Si nos centramos en lo que está pasando en Cataluña podremos ver que las diferencias ideológicas, entre unos y otros, no son tales.
En Cataluña los miembros de la extinta Convergencia i Unió son defensores de la misma economía neoliberal, no quieren formar parte del Estado español y quieren crear un Estado propio que con las políticas neoliberales y de la Unión Europea no tiene ningún sentido.
En Cataluña durante sus etapas de gobierno han puesto en marcha las mismas políticas que nos llevan a realizar las preguntas que acabamos de realizar para el Estado español.
La única problemática actual para ellos y para los que se les coaligan, agrupan o apoyan es la de tener un Estado «independiente».
¿Independiente de quién? ¿De España? ¿De la economía? ¿De las Unión Europea? ¿De la globalización económica mundial? ¿De las corporaciones multinacionales? ¿De los bancos?
Para unos de los que apoyan el proceso de segregación, tener un Estado y una república catalana es algo imprescindible, por encima del bienestar del pueblo, ya que no cuestionan el actual sistema mundial, mientras ellos tengan su pequeño feudo de poder.
Para otros que son antisistema y anticapitalistas les provoca un grave problema decidir qué es antes, la independencia o la economía, les crea verdaderos problemas saber si deben elevar a la Presidencia de una república catalana a quién ha fomentado la corrupción y la expropiación de ese pueblo que «defienden» para tener un Estado propio.
La verdad es que es bastante contradictorio ser antisistema y participar en el sistema electoral promovido por la democracia liberal española o catalana. Si uno es antisistema debe serlo negándose a participar en el mismo, si participa deja de ser antisistema y se convierte en un instrumento más del sistema para mantener engañada a la población.
A estos antisistema se les ha llamado herederos de la tradición anarquista catalana, una gran mentira que está siendo difundida por los medios de comunicación social del nacionalismo español para cuestionar la credibilidad de los independentistas catalanes. Es una gran mentira, llena de falsedades, ya que si fueran anarquistas nunca se hubiesen presentado a unas elecciones, ni se prestarían a mantener el sistema político liberal imperante. El anarquismo no juega a todo eso, su pretensión es acabar con los Estados y con el poder.
Los medios de comunicación, cuando ven un atisbo de democracia diferente al que están acostumbrados, dentro de las formaciones políticas, no saben cómo calificarlo y, como los anarquistas siempre han defendido las asambleas como órganos de decisión de la población, cuando ven una decisión que se toma de forma asamblearia la convierten en anarquismo. Eso, señores, es falsificar la historia, es mentir y es tener engañada y desinformada a esa población a la que dirigen sus comentarios.
En definitiva, para todos ellos la independencia es la solución a todos los problemas que tiene la población de su zona de influencia, como si tener un poder propio les liberase de los poderes mundiales que son los que están dominando a todos los países del mundo.
No les falta razón cuando hablan del derecho a decidir como cada pueblo quiere organizarse, eso es deseable, pero no hablan que aunque puedan decidir sobre si seguir o no en un Estado como España, ello no les va a permitir organizarse como quieran ya que la soberanía de los Estados, en la actualidad, depende de lo que quieran hacer con ella las grandes corporaciones industriales, financieras y comerciales multinacionales; todas ellas han decidido, desde hace unos años, que los Estados-Nación no sirven para nada, no les sirven para sus propios intereses y hay que acabar con ellos de iure aunque no lo hagan de facto. Los Estados nacionales son una ilusión de independencia para que creamos que tenemos algún poder de decisión, son la niebla, el humo, que no nos deja ver el bosque.
Por la libre unión de los pueblos
Desde el anarquismo siempre se ha defendido la libre unión de las personas y los pueblos en una federación que desde la comuna o el municipio pueda llegar a ser universal.
El planteamiento del anarquismo parte de denostar el nacionalismo, sin calificarlo como de izquierdas o de derechas, ya que es una forma de separar y desunir a la humanidad. El nacionalismo es una creación, una invención de los poderosos, en un momento concreto de la historia de la humanidad, para controlar y dominar a la población.
Mantener a las personas unidas por mitos, por leyendas, por banderas, por himnos, por hablas comunes, por la riqueza de sus tierras; es un engaño que utilizan, para mantener sus posiciones dominantes, los ricos, los poderosos, los gobernantes...
Todos hemos sido testigos, en algún momento de nuestras vidas, de las guerras generadas por el virus nacionalista, inoculado por aquellos que pretenden dominar a otros o distinguirse de otros, con la excusa de ser peores que ellos, de ser inferiores o por no tener el mismo color de piel. Históricamente recordamos el nazismo como la más perversa especie de virus del nacionalismo racista y antihumano, pero no podemos obviar otros nacionalismos, propiciados y alentados por los intereses nacionales de sus vecinos, como fue la guerra de los Balcanes en los años 90 del siglo XX y las matanzas a las que dio lugar. Podríamos eternizarnos poniendo ejemplos pero creo que no es necesario.
El problema, en la actualidad, es que los grandes poderes económicos multinacionales, desde finales del siglo XX, han optado por una política económica de globalización mundial y necesitan tranquilidad para poder alcanzar sus objetivos de dominación total de la humanidad. Esta tranquilidad para poder expandir sus sistema la obtienen mediante medidas de distracción que en unas partes del planeta se presentan en forma de guerras por cambios de sistemas políticos; de guerras supuestamente religiosas; de guerras territoriales, etc.; en otras partes se plantean conflictos por conseguir nuevos Estados-Nación (nacionalismos); en muchos países se están planteando enfrentamientos de género; en otros se plantean enfrentamientos entre extranjeros y nacionales; en casi todos se plantean luchas por el trabajo ya que se ha convertido en algo escaso por el avance tecnológico, etc.
Todo esto trae como consecuencia: la inmigración de personas que quieren vivir en zonas donde puedan salir de la pobreza extrema a la que son sometidos; los refugiados que huyen de las guerras de exterminio que hay en sus países; las personas sin vivienda; las que no pueden pagar la atención sanitaria; los niños que no pueden comer diariamente; los que no pueden pagar sus estudios; los que no pueden calentarse en invierno; los que no pueden tener agua diariamente, etc.
Mientras tanto los grandes accionistas, los especuladores, cada día son más ricos.
Estamos siendo víctimas de la propaganda dirigida por esas empresas multinacionales que mediante la economía globalizada, la desregularización mercantil, están consiguiendo que los países, que los gobiernos, que los parlamentos no sirvan para nada ya que son ellos, a través organismos económicos mundiales (FMI, Banco Mundial), quienes controlan la legislación y las decisiones que han de tomarse en cada país.
En esta coyuntura hablar de la creación de nuevos Estados es marear la perdiz y evitar que los hombres y mujeres trabajadoras nos unamos para luchar contra los verdaderos poderes que nos están esclavizando. Si no somos capaces de rebelarnos contra la globalización económica que se nos ha impuesto, nunca podremos ser libres, ni tener poder de decisión, nos limitaremos a ser mercancía en manos de estas grandes corporaciones para ser utilizados a su antojo.
No es posible que seamos tan ingenuos y que sigamos creyendo que los Estados nacionales o supranacionales nos van a sacar de esta situación, ya que quienes participan en el sistema democrático impulsado por el neoliberalismo son cómplices, por acción o por inacción, de toda la desregularización que ha supuesto y que está suponiendo la globalización económica mundial.
Mientras los explotados del mundo no seamos capaces de unirnos contra los que nos explotan, tenemos la batalla perdida; para liberarnos no nos sirven nuevos Estados, nuevos gobiernos, nuevos partidos o nuevas religiones, ya que todos ellos son cómplices o títeres de esas grandes corporaciones.
Somos personas, miembros de la familia humana y nuestra patria es el mundo (la única en la que no se pone el sol), en estos momentos no hay otra patria, conocida, más grande, más rica, ni más poderosa. De nosotros depende que seamos capaces de hacerlo realidad y liberarnos del poder, el control y el asesinato programado, sean estos nacionales o supranacionales.
Por la anarquía…
Nº 330, enero 2016
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