Élisée Reclus
Sin
embargo, una duda podría subsistir en los entendimientos, si la anarquía no
hubiese sido nunca más que un ideal, un ejercicio intelectual, un elemento de
dialéctica, si nunca hubiese tenido realización concreta; si nunca hubiese sido
un organismo espontáneo; si nunca hubiese surgido poniendo en acción las
fuerzas libres de los camaradas para el trabajo en común, sin amo que les
mandase. Pero esta duda puede fácilmente descartarse, porque en todo tiempo han
existido organismos libertarios y otros nuevos se forman incesantemente, cada
año más vigorosos, siguiendo los progresos de la iniciativa individual. Podría
citar, en primer término, diversos pueblos llamados salvajes que viven en
perfecta armonía social, hasta en nuestros días, sin tener necesidad de jefes,
de leyes, de cercas, ni de fuerza pública; pero no insisto sobre estos
ejemplos, a pesar de su importancia; temería que se me objetase la poca
complejidad de estas sociedades primitivas comparadas con nuestro mundo
moderno, organismo inmenso en que se entremezclan tantos otros organismos con
infinita complicación. Dejemos, pues, a esas tribus primitivas para ocupamos
tan sólo de naciones ya constituidas que poseen todo un mecanismo
político-social.
Sin duda
yo no podría mostraros ninguna en el curso de la historia que se haya
constituido como sociedad puramente anárquica, porque todas se encontraban en
su período de lucha entre los elementos diversos, aun no asociados; pero lo que
sí será fácil comprobar es que cada una de estas sociedades parciales, aunque
no fundidas en un conjunto armónico, fue tanto más próspera, tanto más
creadora, cuanto más libre era y el valor personal del individuo estaba mejor
reconocido. Desde las edades prehistóricas en que nuestras sociedades nacieron
a las artes, a las ciencias, a la industria, sin que los anales escritos hayan
podido traemos de ello memoria, todos los grandes períodos de la vida de las
naciones han sido aquellos en que los hombres, agitados por las revoluciones,
hubieron de sufrir menos la amplia y pesada dirección de un gobierno regular.
Los dos
grandes períodos de la humanidad, por los numerosos descubrimientos, por la
eflorescencia del pensamiento, por la belleza del arte, fueron épocas
perturbadas, edades de «peligrosa libertad». El orden remaba en el inmenso
imperio de los medos y los persas, pero allí no surgió nada grande; mientras
que en la Grecia
republicana, perturbada sin cesar, agitada por continuas sacudidas, vio nacer a
los iniciadores de todo lo elevado y
noble que nosotros tenemos en la civilización
moderna. Nos es imposible pensar, emprender una obra cualquiera sin
relacionamos en seguida con los libres helenos que fueron nuestros precursores y que son aún nuestros
modelos. Dos mil años más tarde, después de tiranías, después de tiempos de
sombría opresión que parecían inacabables, Italia, Flandes, Alemania, toda la Europa de las comunidades
religiosas, probaron de nuevo a tomar aliento; innumerables revoluciones
sacudieron el mundo. Ferrari no cuenta menos de siete mil revueltas locales tan
sólo en Italia; pero también comenzó a arder el fuego del pensamiento libre y
volvió a florecer la humanidad: con los Rafael, los Vinci, los Miguel Ángel, se
sintió por segunda vez joven.
Después
vino el gran siglo de la
Enciclopedia con las revoluciones que se siguieron en todo el
mundo y la proclamación de los derechos del hombre. Enumerad, si podéis, todos
los progresos que se han realizado después de esta gran sacudida de la
humanidad. Verdaderamente, podemos preguntamos si el siglo XVIII no condensa
más de la mitad de la historia. El número de los hombres se ha acrecentado en
más de quinientos millones; el comercio se ha hecho diez veces mayor; la
industria se ha transformado y el arte de modificar los productos naturales se
ha enriquecido maravillosamente; ciencias nuevas han hecho su aparición y,
según se dice, comienza un tercer período de arte; el socialismo consciente e
internacional ha surgido en toda su amplitud. Por lo menos se siente uno vivir
en el siglo de los grandes problemas y de las grandes luchas. Reemplazad con el
pensamiento los cien años nacidos de la filosofía del siglo XVIII,
reemplazadlos por un período sin historia en que cuatrocientos millones de
pacíficos chinos hubiesen vivido bajo la pacífica tutela de un «Padre del
pueblo», de un tribunal de los ritos y mandarines provistos de diploma. Lejos
de vivir las emociones que nosotros hemos vivido, nos hubiéramos gradualmente
aproximado a la inercia y. a la muerte si Galileo encerrado en las prisiones de
la Inquisición
pudo murmurar sordamente: «¡Sin embargo se mueve!», nosotros podemos ahora,
gracias a las revoluciones, gracias a las violencias del pensamiento libre,
gritar en todas partes, en la plaza pública: «¡El mundo se mueve y' continuará moviéndose!».
La evolución, la revolución
y el ideal anarquista (1897)
y el ideal anarquista (1897)
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