
Por MIJAIL A. BAKUNIN
… La burguesía es una clase condenada por su propia historia y fisiológicamente agotada. Antes iba en vanguardia y en eso consistía todo su poder; hoy retrocede, tiene miedo, se condena a la nada.
… Entumecida y desmoralizada por el disfrute de los bienes adquiridos, separada por un abismo ya infranqueable del proletariado que explota, al haber perdido esa audacia del pensamiento y de la acción que le hizo conquistar el poder político del que ahora abusa, al no comprender ya nada del presente, al atreverse menos aún a mirar cara al futuro, y al tener ya sólo miradas para un pasado que ninguna fuerza en el mundo sabría restituirle, la burguesía ha perdido toda capacidad de crear, tanto en la política como en el socialismo.
… Hoy como ayer y más incluso que ayer, traicionada por la luz denunciadora que lanzan los acontecimientos sobre los hombres y sobre las cosas, se muestra dura, egoísta, codiciosa, estrecha, estúpida, brutal y servil al mismo tiempo, feroz cuando cree poder serlo sin mucho riesgo, como en las nefastas jornadas de junio, siempre prosternada ante la autoridad y la fuerza pública de la que espera su salvación, y enemiga del pueblo como siempre.
… La revolución de 1793, dígase lo que se diga, no era ni socialista ni materialista ni, por servirme de la presuntuosa expresión del Sr. Gambetta, era «positivista» en absoluto. Fue esencialmente burguesa, jacobina, metafísica, política e idealista. Generosa e infinitamente amplia en sus aspiraciones, había querido una cosa imposible: el establecimiento de una igualdad ideal en el seno mismo de la desigualdad material. Creyó poder reunir y envolver a todos los hombres en un inmenso sentimiento de igualdad fraternal, humana, intelectual, moral, política y social, conservando como «bases sagradas» todas las condiciones de la desigualdad económica. Fue su sueño, su religión, manifestados por el entusiasmo y por los actos grandiosamente heroicos de sus mejores, de sus mayores representantes. Pero la realización de este sueño era imposible porque era contraria a todas las leyes naturales y sociales.
… Proclamó la libertad de cada uno y de todos, o mejor proclamó el derecho de ser libre para cada uno y para todos. Pero sólo proporcionó realmente los medios para realizar esta libertad y gozar de ella a los propietarios, a los capitalistas, a los ricos.
… «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Pero, ¿qué igualdad? La igualdad ante la ley, la igualdad de derechos políticos, la igualdad de los ciudadanos, no la de los seres humanos; ya que el Estado no reconocía a los seres humanos sino sólo a los ciudadanos. Según él, el ser humano sólo existe en tanto que ejerce —o que, por pura ficción, consta que ejerce— los derechos políticos. El ser humano agobiado por el trabajo forzoso, la miseria y el hambre, el ser humano socialmente oprimido, económicamente explotado, aplastado y doliente no existe en absoluto para el Estado, que ignora sus sufrimientos y su esclavitud económica y social, su servidumbre real que se oculta bajo las apariencias de una libertad política de embuste. Es, pues, la desigualdad política, no la igualdad social.
… Mientras que no haya igualdad económica y social, la igualdad política será un embuste. He aquí lo que los mayores héroes de la revolución de 1793, Danton, Robespierre, Saint-Just no comprendieron. Querían la libertad y la igualdad tan sólo políticas, no económicas y sociales. Y es por ello que la libertad y la igualdad por ellos fundadas han constituirlo y asentarlo sobre nuevas bases la dominación de los burgueses sobre el pueblo. Pensaron disimular esta contradicción poniendo como tercer término de su fórmula revolucionaria la «Fraternidad». ¡Fue también un embuste! Os pregunto si es posible la fraternidad entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos. ¿Cómo? Os haré sudar y sufrir durante todo un día y cuando anochezca, cuando haya recogido el fruto de vuestros sufrimientos y de vuestro sudor dejándoos únicamente una pequeñísima parte para que podáis vivir, o sea sudar y sufrir de nuevo mañana en mi provecho, cuando anochezca os diré: ¡Abracémonos, somos hermanos!
Tal es la fraternidad de la revolución burguesa.
… La burguesía es una clase condenada por su propia historia y fisiológicamente agotada. Antes iba en vanguardia y en eso consistía todo su poder; hoy retrocede, tiene miedo, se condena a la nada.
… Entumecida y desmoralizada por el disfrute de los bienes adquiridos, separada por un abismo ya infranqueable del proletariado que explota, al haber perdido esa audacia del pensamiento y de la acción que le hizo conquistar el poder político del que ahora abusa, al no comprender ya nada del presente, al atreverse menos aún a mirar cara al futuro, y al tener ya sólo miradas para un pasado que ninguna fuerza en el mundo sabría restituirle, la burguesía ha perdido toda capacidad de crear, tanto en la política como en el socialismo.
… Hoy como ayer y más incluso que ayer, traicionada por la luz denunciadora que lanzan los acontecimientos sobre los hombres y sobre las cosas, se muestra dura, egoísta, codiciosa, estrecha, estúpida, brutal y servil al mismo tiempo, feroz cuando cree poder serlo sin mucho riesgo, como en las nefastas jornadas de junio, siempre prosternada ante la autoridad y la fuerza pública de la que espera su salvación, y enemiga del pueblo como siempre.
… La revolución de 1793, dígase lo que se diga, no era ni socialista ni materialista ni, por servirme de la presuntuosa expresión del Sr. Gambetta, era «positivista» en absoluto. Fue esencialmente burguesa, jacobina, metafísica, política e idealista. Generosa e infinitamente amplia en sus aspiraciones, había querido una cosa imposible: el establecimiento de una igualdad ideal en el seno mismo de la desigualdad material. Creyó poder reunir y envolver a todos los hombres en un inmenso sentimiento de igualdad fraternal, humana, intelectual, moral, política y social, conservando como «bases sagradas» todas las condiciones de la desigualdad económica. Fue su sueño, su religión, manifestados por el entusiasmo y por los actos grandiosamente heroicos de sus mejores, de sus mayores representantes. Pero la realización de este sueño era imposible porque era contraria a todas las leyes naturales y sociales.
… Proclamó la libertad de cada uno y de todos, o mejor proclamó el derecho de ser libre para cada uno y para todos. Pero sólo proporcionó realmente los medios para realizar esta libertad y gozar de ella a los propietarios, a los capitalistas, a los ricos.
… «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Pero, ¿qué igualdad? La igualdad ante la ley, la igualdad de derechos políticos, la igualdad de los ciudadanos, no la de los seres humanos; ya que el Estado no reconocía a los seres humanos sino sólo a los ciudadanos. Según él, el ser humano sólo existe en tanto que ejerce —o que, por pura ficción, consta que ejerce— los derechos políticos. El ser humano agobiado por el trabajo forzoso, la miseria y el hambre, el ser humano socialmente oprimido, económicamente explotado, aplastado y doliente no existe en absoluto para el Estado, que ignora sus sufrimientos y su esclavitud económica y social, su servidumbre real que se oculta bajo las apariencias de una libertad política de embuste. Es, pues, la desigualdad política, no la igualdad social.
… Mientras que no haya igualdad económica y social, la igualdad política será un embuste. He aquí lo que los mayores héroes de la revolución de 1793, Danton, Robespierre, Saint-Just no comprendieron. Querían la libertad y la igualdad tan sólo políticas, no económicas y sociales. Y es por ello que la libertad y la igualdad por ellos fundadas han constituirlo y asentarlo sobre nuevas bases la dominación de los burgueses sobre el pueblo. Pensaron disimular esta contradicción poniendo como tercer término de su fórmula revolucionaria la «Fraternidad». ¡Fue también un embuste! Os pregunto si es posible la fraternidad entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos. ¿Cómo? Os haré sudar y sufrir durante todo un día y cuando anochezca, cuando haya recogido el fruto de vuestros sufrimientos y de vuestro sudor dejándoos únicamente una pequeñísima parte para que podáis vivir, o sea sudar y sufrir de nuevo mañana en mi provecho, cuando anochezca os diré: ¡Abracémonos, somos hermanos!
Tal es la fraternidad de la revolución burguesa.
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